Reportaje

En Irak, fracturas entre los chiíes

Enredadas en disputas internas, las dos grandes corrientes del chiismo político iraquí vuelven a llevar al país a sus viejos demonios. Si bien hasta ahora las altas autoridades religiosas han logrado apaciguar la impetuosidad de los beligerantes, todos se preguntan hasta cuándo será así. Y mientras tanto, con cada día que pasa, la emergencia económica y social se intensifica. Reportaje en Bagdad, Ciudad Sáder y Náyaf

Oración del viernes en Ciudad Sadr, 21 de octubre de 2022
Ahmad Al-Rubaye/AFP

Tras un año de parálisis, la elección de un nuevo presidente de la República, votada el 13 de octubre de 2022 por el parlamento iraquí, y sobre todo, la designación de un primer ministro deberían haber llevado, teóricamente, serenidad al país. Pero no fue así. Y con razón: esos hechos, que constituyen el epílogo de un tira y afloja de doce meses entre las dos grandes fuerzas políticas chiíes del país, no representan de ninguna manera una salida de la crisis. Las elecciones legislativas de octubre de 2021, anticipadas debido al movimiento de protesta surgido en octubre de 20191, ya habían dejado expuesta una realidad: el chiismo político iraquí, dividido entre el impetuoso Muqtada al-Sadr, que se presenta de buena gana como el representante del soberanismo iraquí, y el Marco de Coordinación, coalición de partidos y de milicias que en su mayoría son satélites iraníes, parece fracturado entre dos fuerzas irreconciliables.

Rivales, incapaces de forjar el menor consenso, esas dos fuerzas, poderosas política y militarmente, paralizaron la vida del país durante meses. El pasado verano boreal, la tensión aumentó un nivel más, con ocupaciones y manifestaciones en la Zona Verde de la capital, un barrio fuertemente resguardado de Bagdad donde están instalados los principales poderes. Lo que entonces parecía inevitable se produjo la noche del 29 de agosto: los enfrentamientos entre las milicias de ambos bandos causaron varias decenas de muertos.

Afortunadamente, pocas horas más tarde volvió la calma. Si bien sigue siendo difícil explicar el cambio de opinión de al-Sadr, quien amenazó con desentenderse de sus partidarios si no se iban de la Zona Verde –luego de haberlos enviado al lugar–, es plausible que el gran ayatolá Ali al-Sistani haya intervenido para terminar con los enfrentamientos. Esa tesis, sin embargo, es difícil de confirmar, ya que el religioso de 92 años, así como sus colaboradores más cercanos, evitaron formular comentarios en público.

Pero esta nueva fitna –escisión– dista de haber sido reparada: el anuncio de Muqtada al-Sadr de retirarse de la vida política en el momento más álgido de la crisis y luego su decisión de hacer renunciar a sus 73 diputados les allanó el camino a sus adversarios del Marco de Coordinación. Algunos partidarios del líder sadrista se pasaron rápidamente al bando opuesto, lo que permitió que los dos partidos kurdos dominantes zanjaran la designación del presidente de la república. El Partido Democrático del Kurdistán (PDK), del clan Barzani, que formaba parte de los aliados de al-Sadr, terminó aceptando la nominación de Abdel Latif Rachid, proveniente de la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), del clan Talabani. Y luego de destrabarse la cuestión de la presidencia, vino todo el resto. De hecho, el sistema iraquí prevé que, luego de ser electo por el parlamento, el nuevo presidente debe nombrar en un plazo máximo de quince días a un primer ministro del grupo parlamentario dominante, en este caso, el Marco de Coordinación. Ofensa suprema para Muqtada al-Sadr: el elegido fue Mohammed Chia al-Soudani, exministro y exgobernador de la provincia de Maisan. En julio de este año, el líder sadrista había rechazado categóricamente la designación (fuera del procedimiento normal) de al-Soudani y había lanzado a sus partidarios al asalto del parlamento. Luego de esa designación con forma de provocación, en la Zona Verde cayeron nueve cohetes de tipo Katiusha.

El nuevo primer ministro se puso a trabajar en la conformación de su equipo de gobierno. No contará con Muqtada al-Sadr, quien aseguró de inmediato que ningún miembro de su corriente integraría el nuevo gobierno. Ciudad Sáder se prepara para lo peor.

A pocos kilómetros al noreste de Bagdad, Ciudad Sáder es azotada por vientos intensos. En esa inmensa ciudad, hecha de avenidas rectilíneas y callecitas de tierra, sobreviven más de dos millones de almas, en medio de basura, disparos y charcos de barro. Ciudad Sáder padece una larga tradición de marginalidad; en consecuencia, la pobreza y el sentimiento de abandono están por todas partes. Sin embargo, la ciudad dista de mantenerse apartada de la política: no es casual que lleve el nombre de Sadr, en homenaje al padre de Muqtada, un religioso chií muy respetado, asesinado por el régimen de Sadam Husein. Y aunque en la ciudad están representadas todas las corrientes, es fundamentalmente un bastión sadrista.

Lo mínimo que se puede decir es que la zona está bajo tensión desde los enfrentamientos dentro de la Zona Verde, a fines del mes de agosto. Para muchos, el enemigo tiene nombre, y es el Hachd el-Chaabi, las Fuerzas de Movilización Popular (PMF, por sus siglas en inglés): esta coalición de cerca de 80 milicias, en su mayoría cercanas a la tendencia proiraní, fue creada y luego integrada a las fuerzas armadas estatales para combatir a Estado Islámico (EI). Desde entonces, es tan potente en el ámbito militar como en el político. Frente a semejante poder de fuego, y en un contexto de fuertes tensiones, el bando sadrista empezó a organizarse. Así, varios habitantes confiesan haber escuchado durante varias semanas detonaciones en los suburbios de la ciudad, atribuidas a los milicianos sadristas de Saraya al-Islam (“Las brigadas de la paz”) que se entrenaban, lejos de cualquier mirada, para el uso de armas pesadas. “Se terminó luego de la designación del primer ministro, pero la rabia es aún más intensa. Los partidarios de al-Sadr están decepcionados y solo esperan una cosa: las consignas de su jefe”, predice un joven cercano al movimiento de protesta de 2019. El hombre se refiere a la creación de grupos en la aplicación de mensajería WhatsApp, donde los partidarios de al-Sadr “se ponen en contacto y se preparan, por si acaso”.

“Los seguidores [de al-Sadr] son personas comunes y corrientes. Pueden ser cualquier persona, un comerciante, un chofer de taxi, un desempleado… A diferencia de las Fuerzas de Movilización Popular, no cobran un salario. Pero cuando Muqtada al-Sadr los necesite, se pondrán a disposición. Y aquí muchas personas están listas para sumarse”, explica un habitante.

Sajad, de 25 años, es profesor en Ciudad Sáder. Para él, Muqtada al-Sadr es sin lugar a duda la última esperanza para el país: “Combatió a los estadounidenses cuando ocuparon Irak, y ahora a Irán y sus milicias. Sí, es el único político que tiene sangre iraquí en las venas, lo reconocen hasta nuestros adversarios. Irán es un país vecino, y así tiene que seguir siendo. Su intervención en Irak, y las milicias y los partidos que Irán controla nos están destruyendo”.

Malik, de 30 años y desempleado, hace hincapié en el rencor que se apoderó de los habitantes del barrio frente al Estado central: “Siempre hemos quedado al margen y sigue siendo así. No hay empleo, aquí la vida es dura para todos. La escuela no es buena, los servicios están ausentes, las infraestructuras son lamentables. Sin embargo, Ciudad Sáder le dio mucho a Irak, con sus escritores y sus universitarios. Y también están todos los mártires caídos contra Estado Islámico y contra Estados Unidos. La mayoría de ellos eran de aquí… Irak no nos dio nada a cambio.”

Náyaf, neutra pero dividida

Partimos rumbo a Náyaf, a 180 kilómetros al sur de Bagdad. Dividida entre los dos beligerantes, la ciudad santa –a veces considerada como “la capital del chiismo”– mantiene sin embargo una quietud religiosa, apuntalada por la prosperidad económica generada por el dinero de la peregrinación.

En el santuario de Wadi us-Salaam, el cementerio más grande del mundo –con por lo menos cinco millones de tumbas–, decenas de personas desfilan frente al mausoleo del antiguo jefe de las Fuerzas de Movilización Popular, Abu Mahdi al-Muhandis, asesinado en enero de 2020, durante el ataque norteamericano que también se cobró la vida del comandante iraní Qasem Soleimani.

Ante un público de personas emocionadas hasta las lágrimas, un miliciano jura que esa muerte “todavía no ha sido vengada, pero un día lo será”. Aquí la popularidad de las milicias chiíes es muy fuerte, pero el conflicto existente no parece haber penetrado en el cementerio. “Los sadristas vienen aquí, nosotros vamos al mausoleo de al-Sadr [Mohammad Sadeq, el padre de Muqtada], no hay ningún problema”, asegura el miliciano.

Dentro del mausoleo que alberga varios centenares de tumbas de milicianos de Asa’ib Ahl al-Haq, un poderoso grupo que ahora integra las PMF, una familia llora a caídos en combate contra Estado Islámico. Dicen estar preocupados por el futuro del país, y la pérdida de sus allegados parece influir directamente en su preferencia política: “Cayeron como mártires para salvar a Irak. Primero combatieron contra Al Qaeda, y después contra los estadounidenses. En febrero de 2014, Estado Islámico estaba a las puertas de Bagdad y nadie era capaz de defender la capital. Ellos lo hicieron, dieron su vida por todos los de aquí. Sin todos los mártires de Asa’ib Ahl al-Haq, de Kataeb Hezbolá o de [la organización] Badr, Irak ya no existiría. Hoy debemos combatir por ellos, por un país estable”, afirma un pariente de luto.

A unos centenares de metros, en el bastión sadrista del cementerio, el ambiente es totalmente diferente. Los visitantes enarbolan medallones y fotos de su líder. “Lo defenderemos hasta la muerte. Es más importante que Irak, e incluso que mis parientes”, dice Haider, de 22 años. A su lado, un hombre de unos treinta años agrega: “En el pasado, los estadounidenses nos quitaron todo. Hoy son los iraníes los que nos devoran desde adentro, aunque intenten demostrar que son buenos con nosotros”.

En el interior del mausoleo del imán Ali, los visitantes, provenientes de todo el sur de Irak, se muestran poco deseosos de hablar de la situación política. Jabar Ahmoud, de 43 años, vino desde Basora con su familia para hacer una visita religiosa. Es un viaje muy costoso para este padre de diez niños, que al igual que muchos habitantes de esta ciudad desfavorecida del sur de Irak, se encuentra sin empleo. Basora, de donde proviene más del 70% del petróleo iraquí, está más golpeada por la pobreza que nunca, y las prórrogas políticas de los últimos doce meses no hicieron más que agravar la situación. En consecuencia, las organizaciones milicianas de las Fuerzas de Movilización Popular se han convertido casi en el primer empleador de la región, ya que ofrecen un salario y un reconocimiento social a sus reclutas.

Estas últimas semanas, los enfrentamientos armados entre las PMF y los sadristas se intensificaron en Basora, y se teme lo peor. “A comienzos de octubre, nos aterrorizaron los intercambios de disparos entre las fuerzas instaladas en dos barrios diferentes. El peligro está, pero creo que el gran ayatolá al-Sistani y la autoridad religiosa pueden salvarnos y poner orden”, explica Jabar.

¿Qué poder tienen las autoridades religiosas?

Es muy probable que la alta autoridad religiosa haya participado en el apaciguamiento de las tensiones el 29 y el 30 de agosto último, ¿pero podrá la marjaiyya contener por mucho tiempo la animosidad de estas dos corrientes enemigas? La institución clerical, que adopta una posición neutra, no interviene en los asuntos políticos; ese posicionamiento le permite preservar su imagen, pero también es un motivo de debilidad, señala Robin Beaumont, investigador en ciencias políticas y especialista del islam político iraquí: “Si a los bloques políticos chiíes en Bagdad les conviene, los mandatos de la marjaiyya se hacen cumplir. Pero si a la marjaiyya se le ocurre poner en discusión las reglas del sistema político tal como ha sido implementado desde 2003, llamando, por ejemplo, a terminar con la corrupción y las cuotas étnicas y confesionales, no la tienen en cuenta”. Y agrega: “Este posicionamiento suprapartidario le permite mantener la ilusión de ser una fuerza aglutinante entre los bloques políticos chiíes, cuando en realidad, desde mi punto de vista, los políticos desoyen a las autoridades religiosas desde 2003”.

Sin embargo, el investigador estima que, por ahora, la situación no parece empeorar por completo: “Por el simple hecho de su presencia, al-Sistani tiene una función reguladora. En caso de confrontación, condenaría públicamente a los actores, y eso nadie lo desea”.

Por el momento, Muqtada al-Sadr parece más vulnerable que nunca. El retiro sorpresivo del mentor religioso a quien reivindicaba, el ayatolá Kazem al-Haeri, anunciado desde Irán, desestabilizó al líder chií iraquí: por un lado porque se encuentra sin respaldo religioso, pero también porque al-Haeri llamó a sus partidarios a situarse del lado del Guía Supremo Iraní, Alí Jamenei. Para Muqtada al-Sadr y sus seguidores, no hay ninguna duda: la toma de distancia del ayatolá fue dictada por Teherán con el objetivo de puentearlo. Eso alimenta aún más la bronca en el bando sadrista, que considera que su victoria en las últimas elecciones le ha sido robada por sus rivales. Aunque se encuentra en una situación delicada, Muqtada al-Sadr conserva un poder de daño muy importante, ya que su base parece dispuesta a todo en su nombre. Y esa fidelidad se ve exacerbada por el sentimiento de desposesión que corroe a su bando.

En un café literario del barrio de Kerrada, en Bagdad, los jóvenes activistas de la gran oleada de protestas que sacudió al país a partir de octubre de 2019 dicen estar acongojados. Ellos, que exigían la caída del régimen y el fin del sistema confesional, vieron cómo su movimiento fue arrasado por una intensa represión –600 muertos, 30.000 heridos– conducida principalmente por las unidades de las Fuerzas de Movilización Popular, pero también por fuerzas sadristas.

Ambos bandos parecen perpetuamente al borde del enfrentamiento. Desde hace varios meses, los jóvenes del hirak iraquí reciben indirectas del bando sadrista, que dice compartir valores como la lucha contra la corrupción y las injerencias extranjeras. Pero no son ingenuos: “Los dos bandos forman parte del sistema”, denuncia Ali, de 31 años. “La única diferencia entre las dos fuerzas es que las decisiones de al-Sadr vienen de él, no de una potencia extranjera. Pero no nos pondremos de su lado”, afirma Safaa, de 25 años.

1A partir de octubre de 2019, la capital y gran parte del sur del país fueron sacudidos por un extenso movimiento de protesta, Tishreen (“octubre”), también llamado hirak (“movimiento”). Este levantamiento exigía, entre otras cosas, el fin del sistema confesional, de la corrupción y de las injerencias extranjeras. Fue sangrientamente reprimido (600 muertos, 30.000 heridos).