Diplomacia

Marruecos. Una gestión muy politizada del terremoto

Hoy por hoy, todas las relaciones internacionales de Marruecos se basan en la cuestión del Sahara Occidental y en los posicionamientos de sus socios en relación a ese conflicto. Ni siquiera el terremoto del 8 de septiembre de 2023 puso en tela de juicio esa decisión, que apunta especialmente contra Francia, Túnez, y por supuesto, Argelia.

Unos supervivientes esperan ayuda en su pueblo, entre Marrakech y Taroudant, en la cordillera del Atlas, el 17 de septiembre de 2023
Bulent Kilic/AFP

La política exterior de Marruecos hace una distinción entre los países amigos y los otros. Los primeros, a diferencia de los otros, son los que reconocieron el carácter marroquí del Sahara Occidental. El terremoto que durante la noche del 8 de septiembre sacudió violentamente la región de Al Hauz, en el Alto Atlas marroquí, le dio a Rabat la oportunidad de confirmar ese «prisma a través del cual Marruecos considera su contexto internacional», como lo había anunciado el rey Mohamed VI un año antes en su discurso a la nación, pronunciado con motivo del 69° aniversario de la Revolución del Rey y del Pueblo.

Entre los países socios o vecinos, esa discriminación afecta a tres de ellos. Francia en primer lugar, que no siguió los pasos de Estados Unidos e Israel, que reconocieron la “marroquinidad” del Sahara. También es el caso de Argelia, porque sigue apoyando al Frente Polisario, que combate contra el reino jerifiano por la soberanía del Sahara Occidental. Y también está Túnez, atrapado entre Argelia y Marruecos, dos países muy determinados a prolongar el conflicto que los enfrenta implicando a otros actores regionales. En los últimos años, la tensión entre los dos grandes Estados del Magreb se ha intensificado a tal punto que Túnez tiene cada vez más problemas para mantener su neutralidad histórica en este asunto que envenena a la región.

Las decisiones tomadas por París

Francia acaba de recibir la prueba de que ya no se encuentra entre los países amigos de Marruecos. Mientras los españoles fueron llamados muy rápidamente para despejar y salvar las vidas atrapadas bajo los escombros, los equipos de rescate franceses no pudieron presentarse en el terreno, ya que no recibieron el aval del poder ejecutivo marroquí. Sin embargo, París ya se había preparado para esa eventualidad y el presidente francés Emmanuel Macron lo había señalado claramente: “Apenas la soliciten, la ayuda será desplegada”. De casi cien países que ofrecieron ayuda, solo cuatro fueron elegidos por Mohamed VI: España, Reino Unido, Catar y los Emiratos Árabes Unidos. En Francia, el ninguneo marroquí suscita incomprensión y malestar, ya que se trata del país árabe con el que París siempre mantuvo importantes relaciones en el ámbito económico, comercial y cultural.

Los medios de comunicación franceses multiplican los programas y los debates donde intervienen expertos que intentan restarle importancia al asunto y llaman a la calma diciendo que Francia seguramente será convocada a intervenir más tarde para reconstruir pueblos y escuelas, y desde luego, la ciudad de Marrakech. Los expertos también elogian la logística implementada por el poder ejecutivo marroquí, que desea evitar una “congestión” de la ayuda internacional e insisten en que “toda polémica sobre la ayuda es inoportuna”. A pesar de eso, la polémica existe y plantea interrogantes sobre el silencio del rey, las relaciones entre ambos países y la responsabilidad de Emmanuel Macron. El 12 de septiembre, el jefe de Estado francés decidió terminar con la controversia, dirigiéndose directamente a las marroquíes y los marroquíes en un video posteado en X (ex Twitter).

Macron volvió a referirse a la disponibilidad de Francia, pero afirmó que “organizar la ayuda” depende de “manera plenamente soberana de su majestad el rey y del gobierno marroquí”. Tras otorgar una asistencia de 5 millones de euros para las ONG presentes en el terreno, Macron encaró la relación entre ambos países desde una óptica a largo plazo: “Seguiremos estando presentes durante mucho tiempo, en el ámbito humanitario, médico, para la reconstrucción, para la ayuda cultural y patrimonial, en todas las áreas donde el pueblo marroquí y sus autoridades consideren que somos útiles”.

Una visita que se hace esperar

Con esas palabras, el jefe de Estado francés intenta superar la tensión que se ha instalado desde 2020, cuando Rabat le reprochó a París no haberse alineado con Estados Unidos e Israel, que reconocieron la “marroquinidad” del Sahara Occidental. Pero Francia estima haber sido, desde hace cinco décadas, el principal apoyo para Rabat en su posición en el Sahara, ya sea en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ante la Comisión Europea o incluso cuando respaldó el plan de autonomía propuesto por Marruecos en 2007. La ministra de Asuntos Exteriores de Francia, Catherine Colonna, lo recordó en diciembre de 2022, cuando visitó Marruecos en el marco de la preparación de la visita de Emmanuel Macron a Rabat.

Pero la visita de Estado del presidente francés todavía se hace esperar y parece cada vez menos probable, ya que la tensión entre ambos países tomó tal magnitud que afecta la confianza que antaño reinaba entre ambas clases dirigentes. La ruptura data de 2021, cuando el propio Emmanuel Macron y algunos de sus ministros fueron espiados por Marruecos con el software Pegasus. También se alimentó de la bronca expresada por los marroquíes cuando París tomó la decisión de reducir un 50% el número de visas otorgadas durante ese mismo 2021.

En ese clima deletéreo, París se acercó a Argel, atizando un poco más la animosidad de Rabat. La visita “oficial y de amistad” efectuada por Emmanuel Macron y gran parte de su gobierno a Argel, en agosto de 2022, que estaba destinada a “volver a fundar y desarrollar una relación entre Francia y Argelia”, contrarió fuertemente a Rabat. El gobierno marroquí consideró ese encuentro como una agresión, sobre todo porque durante ese viaje se firmó un pacto de seguridad a nivel regional tras una reunión cerca de Argel en la que participaron ambos presidentes, Abdelmadjid Tebboune y Macron, con los jefes de Estado Mayor y de inteligencia de ambos países. Para Marruecos, se trata de una alianza tendida en contra de sus intereses.

Pero en realidad, el acercamiento entre París y Argel se produjo en un contexto marcado por la guerra en Ucrania, cuando Argelia volvió a ocupar un espacio importante en la escena internacional gracias a sus hidrocarburos. Y desde su retiro del Sahel, Francia también intenta apoyarse en Argel para frenar el yihadismo radical en la región.

Lo cierto es que, al hacer gala de su buena relación con la clase política argelina, Emmanuel Macron parecía ignorar la relación triangular que se instaló a lo largo de los años entre Francia, Argelia y Marruecos: cuando dos países mantienen una relación, tienen que tener en cuenta obligatoriamente al tercero. Pero esa práctica impone un juego de equilibrismo con frecuencia difícil para París, sobre todo en la cuestión del Sahara Occidental. Y dado que Francia necesita a Argelia en el ámbito energético y de seguridad, difícilmente pueda ir muy lejos con respecto al Sahara.

¿Un país enemigo?

¿Cómo salir de este embrollo, cuando los dos grandes Estados del Magreb pretenden condicionar sus relaciones exteriores a la cuestión del Sahara Occidental? Si por un lado el rey Mohamed VI lo expresó claramente, por el otro, la ruptura de las relaciones energéticas que impuso Argel a Madrid demuestra que ambas clases políticas, la marroquí y la argelina, comparten el mismo talante. La negativa de Marruecos a la propuesta de ayuda francesa pone de manifiesto el peso del Sahara Occidental en las relaciones entre París y Rabat, un asunto que pone en cuestión una amistad y una asociación muy antiguas. Entonces se plantea la cuestión de la definición de “país amigo”. ¿En qué medida Francia, que no reconoce explícitamente la soberanía marroquí en el Sahara Occidental, se ha convertido de repente en un “país enemigo”?

La pregunta se plantea tanto en Francia como en Marruecos, donde muchos se preguntan cómo Francia puede ser considerado un país enemigo, dado que el monarca marroquí pasa gran parte del año entre el Castillo de Betz, comprado por Hasán II en 1972, y su propio palacete adquirido en París en 2020. Pero además de las prolongadas vacaciones del rey marroquí en Francia, ambos países también están vinculados por la presencia de una comunidad importante: en Francia hay 1,5 millones de marroquíes, de los cuales 670.000 son binacionales, y en Marruecos residen 51.000 franceses, lo que representa la comunidad extranjera más numerosa del reino. Los marroquíes también son los principales beneficiarios de los primeros permisos de residencia (alrededor de 30.000 por año).

El terremoto en Al Hauz le dio al ejecutivo marroquí la oportunidad de redefinir sus asociados, como lo había formulado claramente el rey en agosto de 2022:

Con respecto a algunos países que se encuentran entre nuestros asociados tradicionales o nuevos, cuyas posiciones sobre el Sahara son ambiguas, esperamos que cambien y revisen el fundamento de su posicionamiento de modo que no se preste a ningún equívoco.

Rechazo categórico a Túnez y Argelia

El 12 de septiembre, el Ministerio de Asuntos Exteriores argelino anunció que las autoridades marroquíes habían rechazado la ayuda ofrecida por Argel. Sin embargo, apenas se conoció la noticia del terremoto, Argelia dijo estar dispuesta a “proveer ayuda y a movilizar los recursos materiales y humanos en solidaridad con el reino marroquí hermano, en caso de que el Reino de Marruecos lo solicite”. Argelia abrió su espacio aéreo para facilitar la llegada de ayuda humanitaria y preparó tres aviones jumbo para despegar desde el aeropuerto de Boufarik.

Esa ayuda le daba a Argel la oportunidad de relajar la tensión entre los países. Pero para Mohamed VI, el cierre de la frontera terrestre desde 1994, la ruptura de las relaciones diplomáticas anunciada por Argelia en 2021 y las acusaciones contra Marruecos debido a la penetración de Israel en el Magreb tras la normalización de las relaciones entre ambos países no pueden ser superadas por consideraciones de orden humanitario.

Túnez no goza de mayor estima. Deseoso de demostrar su cercanía y su amistad con Marruecos en este momento difícil, el país también ofreció su ayuda. El presidente Kais Saied dijo estar dispuesto a enviar un hospital de campaña. Y en un video difundido por las autoridades tunecinas, se pueden ver equipos listos para partir: unos cincuenta médicos y socorristas con perros rescatistas, medicamentos, etc. El ministro de Interior, Kamel Feki, fue a saludarlos personalmente el 9 de septiembre: “Ustedes viajarán a Marruecos, un país amigo, para estar junto a nuestros hermanos marroquíes, que fueron víctimas de una catástrofe natural (…) Espero que estén a la altura”.

La falta de respuesta marroquí a ese ofrecimiento se debe a que Marruecos considera que la posición de Túnez respecto al Sahara es ambigua. Al recibir al jefe del Frente Polisario, Brahim Ghali, el 26 de agosto de 2022, y ofrecerle una bienvenida digna de un jefe de Estado, Kais Saied rompió con la neutralidad de su país en el Sahara Occidental, ya que el país no reconoce ni al Frente Polisario ni a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), autoproclamada en 1976 y miembro de pleno derecho de la Unión Africana (UA).

Pero para Túnez se ha vuelto difícil respetar esa neutralidad y esa distancia respecto al Sahara. Dependiente económicamente de Argelia, Túnez es víctima de ese dilema corneliano que las dos grandes capitales del Magreb les imponen a los países amigos y vecinos. Por un lado, la importancia de la ayuda ofrecida por Argel cobra cada vez más el aspecto de un control argelino sobre los asuntos tunecinos. Por otro lado, la posición de Marruecos sobre el Sahara Occidental se ha vuelto demasiado categórica, como lo confirma la declaración del rey Mohamed VI de agosto de 2022 citada más arriba.

La implicación de Túnez en este diferendo demuestra que Argel y Rabat están dispuestos a prolongar su conflicto haciendo participar a otros actores regionales, sobre todo los del resto de África. También deja en claro que el rescate de las vidas humanas sepultadas bajo las ruinas provocadas por el terremoto no pesa lo suficiente como para cambiar las decisiones geopolíticas.