Unión Europea-Egipto. Una alianza que pisotea los valores fundamentales

Lejos quedó la época en que los países europeos y la Unión Europea celebraban la Primavera Árabe. Ahora ya ni dudan en colaborar con las dictaduras más implacables, como la de Egipto.

El Cairo, 31 de mayo de 2019. La Delegación de la UE en Egipto invitó a compartir iftar del Ramadán, junto con representantes de los ministerios egipcios, ONG, organismos de las Naciones Unidas, empresas, el mundo académico y los Estados miembros de la UE

El planeta entero estaba en vilo siguiendo el recuento de votos de las elecciones en Estados Unidos, así que el viaje de Charles Michel pasó desapercibido. El 5 de noviembre de 2020, el presidente del Consejo Europeo realizó un viaje de unas horas a El Cairo para reunirse con el presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi. En Bruselas explicaron que la visita consistió en consultar a uno de los dirigentes árabes más importantes mientras en Francia vuelve a surgir la crisis de las caricaturas del Profeta, que podría degradar las relaciones entre Occidente y Oriente. La declaración que el belga tuiteó desde la capital egipcia está plagada de palabras huecas: «Los recientes ataques en Europa apuntaron contra nuestros valores fundamentales, nuestra libertad de conciencia y de religión. Si bien debemos estar absolutamente resueltos a luchar contra el terrorismo, también debemos promover el diálogo con nuestros aliados. Hoy estoy en Egipto para aunar nuestras fuerzas.»

Este episodio ilustra bien la ambigüedad reinante en las relaciones entre la Unión Europea y la república árabe de Egipto. La unión de las fuerzas entre una entidad europea que se jacta de sus “valores fundamentales” y un Estado del sur del Mediterráneo que desde hace más de un lustro se empecina en merecer su reputación de dictadura implacable plantea, en efecto, muchas preguntas, por no decir sospechas. La “realpolitik”, aplastante, domina todo, socavando considerablemente la instauración de los valores con los que dicen identificarse los europeos.

Por otra parte, la historia reciente pone de relieve un progreso en las prioridades entre egipcios y europeos. “Creo que a través de los años las relaciones entre la UE y Egipto han evolucionado”, explica Koert Debeuf, investigador en la VUB (Universidad flamenca de Bruselas) y redactor en jefe del sitio EUobserver.com. Debeuf pasó cinco años en El Cairo entre 2011 y 2016 como enviado del grupo liberal del Parlamento Europeo. «Antes de 2011, las relaciones eran muy formales y se centraban en torno a pequeños proyectos sin esperanzas de grandes avances. Pero cuando en la región sopló el viento de un cambio democrático, esas relaciones pasaron a un estadio de cooperación intensa, hasta reducirse, durante estos últimos años, a lo útil: la lucha contra la inmigración ilegal y el terrorismo. Las relaciones mejoraron después de 2011, pero no de manera sustancial. Al menos existía la posibilidad de invertir no solo en la economía local, sino también en la sociedad, e incluso en la democracia. Sin embargo, los dirigentes egipcios jamás quisieron abordar esa última dimensión.»

“La tortura se volvió sistemática”

Pero sucedieron cosas más graves. Tras el golpe de Estado de julio de 2013 que terminó con un año de gobierno de los Hermanos Musulmanes e instauró el mando autoritario del mariscal al-Sisi, la alianza de los europeos con Egipto se resintió, y el país pasó a gestionarse en base a la supresión de las libertades y por lo tanto, la represión de cualquier disconformidad. “La crisis de los derechos humanos en Egipto es patente”, observa desde su escritorio en Túnez el egipcio Hussein Baoumi, investigador en Amnesty International para África del Norte. «La tortura se volvió sistemática. Las fuerzas de seguridad utilizan las leyes antiterroristas para reprimir a los opositores políticos, las voces críticas o incluso los militantes de derechos humanos. Miles de personas sufren esta represión y se encuentran detenidas, a veces son torturadas y luego juzgadas: son periodistas que solo hacen su trabajo, abogados, gente cuyo único error fue criticar la gestión de la pandemia de la COVID-19, etc. Las ofensas a la libertad de expresión, sobre todo en línea, se convirtieron en regla; hay gente que, por ejemplo, se encuentra detenida por “información falsa”, simplemente por haber emitido su opinión en las redes sociales. Los LGBT también corren riesgo de terminar en prisión. También hay desapariciones forzadas, y por último, aunque no por eso menos importante, continúan las ejecuciones de condenados [[NDLR. Unos cincuenta durante el mes de octubre de 2020.»

Fortalecido con el apoyo de Washington, Riad, Abu Dabi o Tel Aviv, el régimen egipcio se muestra totalmente insensible a las críticas por los derechos humanos, mientras la UE cierra los ojos ante los feroces ataques contra sus “valores” a orillas del Nilo, o se contenta con formular algunos comentarios y consejos puramente formales. Impuesto por las capitales europeas más influyentes, el argumento de la bendita y necesaria estabilidad de Egipto es la piedra fundamental de las relaciones bilaterales entre la UE y ese país. El régimen egipcio, por su parte, no duda en trabajar su imagen de aliado útil: en Bruselas, por ejemplo, algunos se enorgullecen de su gestión, un modelo de eficacia contra los embarques clandestinos. Prueba de ello es la declaración del 20 de septiembre de 2018 del canciller austríaco Sebastian Kurz, cuando su país asumió la presidencia rotatoria de la UE. Kurz elogió a Egipto, “el único país de África del Norte que desde 2016 logra impedir cualquier partida de migrantes” por vía marítima.

Ayuda bloqueada por El Cairo

Esas buenas relaciones no dejaron de estimular el amor propio y las pretensiones de un régimen seguro de sí mismo. Así, algunos programas de cooperación previstos por Bruselas están frenados desde hace dos años porque El Cairo exige que se suprima un artículo de las condiciones generales que formalizan esa asistencia. Se trata del nº 26, que prevé la posibilidad de suspensión por violaciones graves de los derechos humanos. Desde 2018, el Ministerio de Asuntos Exteriores egipcio le hace saber a la Comisión Europea que no ya acepta esa cláusula 26.

Desconcertados, los europeos buscan llegar a un acuerdo, porque están interesados en mantener por lo menos algunos programas de apoyo a los sectores socioeconómicos y a la sociedad civil sin vínculos directos con los derechos humanos, como la renovación de barrios informales. Pero la pulseada continúa, ya que para Egipto ese punto es una cuestión de principios. Ahora bien, en El Cairo los observadores avezados saben que los Asuntos Exteriores también sufren la influencia de los servicios de seguridad, y los ministerios técnicos son sus víctimas. En suma, la cooperación se ha vuelto prisionera de las tensiones políticas.

El régimen egipcio no corre casi ningún riesgo. Las sumas en juego no lo impresionan. El monto actual de los saldos financieros de las subvenciones es de 1.300 millones de euros. Se trata de asistencia presupuestaria, asistencia sectorial, contribuciones a las agencias de desarrollo, subvenciones a ONG o asociados públicos. Ese instrumento de la política europea de vecindad asigna alrededor de 115 millones de euros por año a Egipto. El monto no es enorme para un país de 100 millones de habitantes. Marruecos recibe 200 millones, Túnez 300, Palestina lo mismo (incluida en el cálculo la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo). Comparados con la asistencia estadounidense o con lo que hace el FMI, esos 115 millones no son gran cosa. Sin embargo, se trata de donaciones, no de préstamos. En su afán de ser eficaz, la UE se centra en algunos sectores como el agua, la energía, el acceso de las pymes a la financiación y los programas de desarrollo de los barrios informales en el Gran Cairo, sin olvidar la asistencia más discreta a algunas ONG. A pesar de ello, la UE no logra adjudicar esas sumas de dinero.

Los grandes países de Europa, por su parte, no están muy preocupados. Para ellos, los desafíos en materia de comercio, de migración y de antiterrorismo son mucho más importantes. Así, Francia, Italia y Alemania, por ejemplo, privilegiaron la firma de contratos de armamento –de cazabombarderos, de fragatas y de submarinos respectivamente– que se calculan en miles de millones de dólares. Por lo tanto, aunque en el Consejo Europeo esos países mantienen oficialmente una postura retórica moral sobre los derechos humanos, sus bancos o agencias de desarrollo no tienen que atenerse a ninguna cláusula de respeto de los derechos humanos cuando firman una convención o un préstamo con Egipto, y sus embajadas bilaterales en El Cairo no dan muestras de la misma firmeza, ya que cada uno defiende sus intereses nacionales.

Una alianza “indispensable”

A la par de los intereses comerciales de los europeos, el régimen egipcio baraja hábilmente las cartas que posee. “Al menos desde 2015, explica en Bruselas Leslie Piquemal, encargada de incidencia política europea en el Cairo Institute for Human Rights Studies, las autoridades egipcias han sabido jugar un juego diplomático-político a veces fino, a veces menos sutil, pero siempre muy eficaz para reforzar la posición de Egipto como aliado considerado como “indispensable” en la estrategia europea en Oriente Medio y en el espacio mediterráneo, así como en el control de las fronteras y la lucha antiterrorista. Eso genera problemas en las relaciones UE-Egipto, ya que la UE y gran cantidad de Estados miembros no quieren perder la cooperación egipcia importunando a las autoridades de ese país con cuestiones de democracia, derechos humanos y Estado de derecho.”

Desde su posición privilegiada de observadora en Bruselas, Piquemal nota del lado europeo, «una combinación no necesariamente eficaz o coherente: la de una diplomacia pública que en los asuntos que irritan (derechos humanos, estatuto y peso del ejército egipcio, apoyo militar al mariscal Jalifa Hafter en Libia…) por lo general es tímida o se limita a canales formales de muy poca visibilidad mediática, como las intervenciones orales en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, y que a veces es inexistente o invisible frente a acontecimientos alarmantes como la represión de las manifestaciones de septiembre de 2019, que dejó un saldo de 4.400 arrestos y desapariciones forzadas”. Al mismo tiempo, “esa diplomacia se muestra clara, relativamente visible y coherente en los aspectos ‘positivos’ de la relación con Egipto (apoyo financiero en áreas socioeconómicas, infraestructura, cooperación en las problemáticas regionales como Palestina, el gas…)»

El Parlamento Europeo para salvar el honor

Para salvar el honor europeo, por así decirlo, se recurrirá al Parlamento Europeo, desprovisto –desgraciadamente– de poderes reales, pero del que estos últimos años han emanado cuatro resoluciones de urgencia relativas a los derechos humanos en Egipto (la primera, de 2016, se refería al caso de Giulio Regeni, el investigador italiano cuyo fallecimiento en circunstancias atroces en El Cairo podría haber sido obra de los “servicios” egipcios). Por otra parte, recientemente, el 21 de octubre, 222 parlamentarios del Parlamento Europeo y de los parlamentos de países europeos firmaron una carta abierta al presidente al-Sisi para pedirle la “liberación de los prisioneros políticos” y el “cese de las violaciones de los derechos humanos”.

En cambio, la dinámica del trabajo diplomático de las instancias ejecutivas de la Unión Europea no encuentra grandes estorbos, como lo demuestra la última visita a El Cairo, el 3 de septiembre de 2020, de Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, que el español comentó con este tuit edificante: «Una importante visita a El Cairo que comenzó con un intercambio profundo con el presidente al-Sisi. Egipto juega un papel clave en la región y nosotros nos esforzamos por reforzar las relaciones y seguir cooperando en cuestiones de interés mutuo. La UE y Egipto son aliados sólidos.»

¿Quién podría ponerlo en duda?