Feminismo

El 8 de marzo y el movimiento feminista palestino

Las mujeres palestinas han luchado históricamente contra la opresión colonial y el patriarcado. Sobre la base de este legado, la generación más joven de activistas está adoptando ahora un enfoque radicalmente interseccional e inclusivo.

Retrato de la famosa activista Leila Khaled en el muro de separación de Belén
Wikimedia Commons

El 8 de marzo en Palestina siempre ha sido un día de lucha. Sobre todo desde 1978, cuando se eligió como fecha para la creación de los Comités de Trabajo de la Mujer por iniciativa de un grupo de jóvenes activistas que querían organizar la participación política de mujeres de todas las condiciones y clases sociales, tanto en las ciudades como en el campo. Lo será en 1988, en el corazón de la Primera Intifada, cuando se organizarán más de 100 actos el 8 de marzo, mostrando el rostro feminista del mayor levantamiento popular que recuerda la historia local.

Lo será en 1984, cuando las presas políticos lo elijan como fecha para concluir una huelga de 11 meses, al final de la cual habrán obtenido condiciones menos degradantes para su encarcelamiento, demostrando a sus camaradas que no necesitan ninguna protección para llevar a cabo la resistencia.

Lo será en 2016, cuando las fuerzas de ocupación israelíes decidan el 8 de marzo arrestar a Manal Tamimi, activista de los Comités Populares de Resistencia No Violenta, líder de las protestas que animan la aldea de Nabi Saleh en Cisjordania todos los viernes, con mujeres de todas las edades en primera fila contra la violencia del ejército. Una fecha altamente simbólica, por lo tanto, que hoy sobrevive en los archivos de la OLP, entre sus carteles históricos y los boletines de la Unión General de Mujeres Palestinas; que resiste en las fotos en blanco y negro de las manifestaciones del pasado - mujeres sosteniendo zapatos en una mano, en la otra las piedras —pero también en los eslóganes que todavía resuenan en las plazas. «No hay patria libre sin la liberación de las mujeres», grita hoy una joven generación de activistas que tratan de redefinir los paradigmas de la batalla anticolonial y nacionalista, pero manteniendo una continuidad con la genealogía de las mujeres que les precedieron.

Un siglo de lucha

La lucha de las mujeres palestinas es una larga historia, que tiene sus raíces a principios del siglo XX, y es parte de un marco regional que ve toda la zona de Oriente Medio y el norte de África atravesada por movimientos nacionalistas que reclaman la independencia de las potencias coloniales. Dentro de estos movimientos, las mujeres, también en Palestina, crearán un proceso gradual de participación política y emancipación. Desde la formación de las primeras organizaciones benéficas en la década de 1920, sociales, burguesas y urbanas, hasta la participación directa en la lucha armada en el campo durante el Gran Levantamiento de la década de 1930, las mujeres palestinas llegarán a la tragedia de Nakba implicadas en un proceso de aparición en el espacio público que las verá a la vanguardia, junto a los hombres, tanto en la resistencia anticolonial contra la dominación británica, como en la oposición a la colonización israelí.

Sin embargo, a lo largo de las décadas, tendrán que desafiar el colonialismo de asentamiento israelí y su aparato represivo-militar, pero también el sistema patriarcal arraigado en la sociedad palestina, con un enfoque radical y revolucionario capaz de resaltar la condición de «doble opresión» vivida por ellas, y todavía profundamente actual hoy en día.

En la larga historia de la resistencia palestina, de hecho, las mujeres han tenido que luchar para afirmar su presencia dentro de un movimiento nacionalista basado en imágenes masculinas, evitando su instrumentalización; han tenido que confrontar el ascenso, desde la década de 1980, del Islam político representado por Hamas, y con la presión constante dictada por la «política de paso atrás» impuesta por la dirección del movimiento de resistencia sobre sus propias reivindicaciones, en nombre de una liberación considerada cada vez más prioritaria y más urgente. Pero también han tenido que lidiar con el planteamiento de gran parte de los análisis y feminismos occidentales, que al mirar su batalla a menudo han conservado una mirada orientalista y un hábito colonial.

Su propia presencia en el espacio público, en este sentido, representa una «subalternidad dentro de la subalternidad» con respecto a la hegemonía israelí. Y a la luz de tal complejidad, es necesario enmarcar la historia de los feminismos palestinos desde una perspectiva única. Declinado en plural, porque plurales eran (y siguen siendo) las formas organizativas, las respuestas proporcionadas y los espacios —públicos y privados— en los que se practicaban: desde la lucha armada hasta la representación política, pasando por la producción cultural, el mutualismo social, la resistencia popular. Aunque el activismo de las mujeres palestinas está plenamente insertado tanto en la resistencia anticolonial como en la lucha universal contra la opresión patriarcal, su experiencia es un caso único por muchas razones.

Mujeres en movimiento

Al examinar la evolución de los movimientos feministas locales, por lo tanto, será importante tener siempre en cuenta ciertos elementos. En primer lugar, la no neutralidad que el concepto mismo de feminismo aporta en sí mismo1 : muchas mujeres, tanto en Palestina como en el mundo árabe en general, mientras ponen en marcha prácticas que podríamos llamar feministas, rechazan esta definición al considerarla como expresión de procesos típicamente occidentales. Por lo tanto, habrá que prestar más atención a las prácticas puestas en marcha que a las definiciones.

En segundo lugar, la multiplicidad de planes de acción y elaboraciones teóricas avanzó a lo largo de los años, que ven a una amplia gama de organizaciones de mujeres, movimientos abiertamente feministas y «mujeres en movimiento» actuando no necesariamente según líneas estratégicas compartidas. En tercer lugar, las dimensiones centrales de su acción: una, militante y política, claramente parte de un camino de participación en la resistencia; la otra de carácter más íntimo y social, pero no menos radical.

El esbozado por las activistas era de hecho un camino de subjetivación que no siempre respondía a patrones legibles con la lente del feminismo occidental. Aunque desde la década de 1960 las mujeres han desempeñado un papel fundamental en la resistencia, contribuyendo a la definición de estrategia política dentro del movimiento de liberación, también hay una forma de lucha menos política, pero más cotidiana y ordinaria, que ha encontrado su expresión en el interior de espacios y roles tradicionalmente considerados secundarios.

De hecho, en la diáspora que sigue a 1948, comenzará a organizarse la resistencia palestina, con la creación de la OLP, de la que las mujeres estructurarán el equipo femenino, la Unión General de Mujeres Palestinas, en 1965. A partir de ahí su participación será fundamental, culminando en un papel activo en la militancia armada durante la década de 1960, considerada «la edad de oro» del feminismo palestino. Con la creación, en los años setenta, de los Comités de Trabajo de la Mujer, surgirá una joven generación radical de activistas, que por primera vez pondrá negro sobre blanco la necesidad de poner la lucha feminista y de clase al lado de la lucha de liberación nacional, con un enfoque interseccional avant la lettre.

Esto conducirá a la Primera Intifada, que verá a las mujeres defender temas, cuerpos y reivindicaciones feministas en el seno de la resistencia de todo un pueblo en rebelión. En esos años nacieron los Comités de la Mujer dentro de los Comités Populares de la Intifada, participando tanto en acciones y manifestaciones directas, como en la organización de la economía doméstica y la vida comunitaria, con miras a la autoorganización en el conflicto y el boicot al sistema de ocupación. Ollas comunes, clínicas y escuelas autogestionadas ven la luz del día por iniciativa de las mujeres, mientras que los partidos, sindicatos y organizaciones estructuradas ven la aparición de grupos de mujeres que exigen su derecho a hablar. «No puede haber liberación nacional sin la liberación de las mujeres del patriarcado», será la elaboración teórica central de esta fase histórica, que se niega decididamente a ceder a la jerarquía de prioridades impuestas por una agenda de lucha dominada por hombres.

Pero también es en otro nivel más íntimo y simbólico en el que las mujeres construirán un liderazgo a menudo olvidado, donde es el concepto mismo de espacio para la población palestina lo que se redefine violentamente. En la fragmentación de toda una comunidad, y en el intento de deshumanización por parte del poder colonial, el hogar se convertirá de hecho en el corazón de la resistencia política. El hogar, el principal lugar de expresión del trabajo de cuidados, se convertirá en un sitio político en el que las mujeres asumirán el papel unificador de guardianas de la identidad y de la memoria colectiva, para transmitirla a las nuevas generaciones. Reconstruir la intimidad familiar, aliviar el sufrimiento causado por la colonización, hacer del hogar un lugar no constantemente expuesto a la violencia son, en la percepción palestina común, formas reales de resistencia que han visto a las mujeres como protagonistas. Frente al intento de aniquilación, en resumen, incluso el trabajo de cuidados puede convertirse en un gesto político subversivo.

La relación ocupante-ocupado

A todo esto, a lo largo de las décadas se han añadido elementos adicionales de complejidad. Por un lado, la clara convergencia de intereses entre el sistema colonial israelí y el orden patriarcal de la sociedad palestina: un elemento central en la mayoría de los análisis feministas palestinos, que demuestran que el primero instrumentaliza, daña y fortalece al segundo. Sin embargo, rara vez en la lectura occidental la violencia estructural del colonialismo de asentamiento ha estado relacionada con la violencia patriarcal de la sociedad palestina, considerada un elemento endémico de un atraso cultural general, mientras que es la propia relación ocupante/ocupado la que es intrínsecamente patriarcal, y refleja la relación más clásica de dominio entre hegemonía y subordinación. «La ocupación es creada por hombres, es dirigida por hombres y sigue siendo impuesta en gran medida por hombres», escriben las activistas del Centro Miftah2 en un informe reciente. Esta lectura corresponde a la de la activista feminista Aya Zinatey en referencia a la Franja de Gaza: «Creo que tenemos que ver el asedio como un gran sistema patriarcal que ayuda a consolidar el patriarcado ya presente en la sociedad palestina»3.

Por último, el hecho de que el cuerpo de las mujeres palestinas haya estado y siga estando doblemente expuesto -como cuerpo palestino y como cuerpo de mujer- a la violencia colonial que ha tenido lugar a lo largo de los años sistémicos, pero también a una politización de su función reproductiva. Es a través del cuerpo femenino como Palestina sigue siendo reproducida simbólicamente. Por esta razón, no se ha librado de la instrumentalización política interna por la propia retórica nacionalista: en el caso palestino, la tierra ocupada es a menudo retratada como el cuerpo de una mujer violada. Ya sea considerada «madre de la patria» o «fábrica de mártires», dependiendo de si la narrativa es secular o islamista, la idealización de su cuerpo fue y sigue siendo un campo de batalla típicamente masculino.

No hay patria libre sin mujeres libres

En este complejo contexto una joven generación de activistas, en septiembre de 2019, tomó las plazas palestinas con un movimiento autoorganizado, nacido desde abajo y coordinado a través de las redes sociales. El movimiento Tàlia’àt – en árabe-palestino «las que salen, que salen a la calle» – nació a raíz de la indignación popular por el feminicidio de una joven, Israa Gharib, en el verano de ese año.

Inmediatamente se convocan manifestaciones populares para reclamar en primer lugar la aprobación de la Ley para la Protección de las Familias y la Mujer, que sigue sobre la mesa del Consejo Legislativo palestino a pesar del intenso trabajo de presión realizado por las organizaciones de mujeres en los últimos años. «No hay patria libre sin mujeres libres» es el eslogan elegido por las activistas, en una clara línea de continuidad con la producción teórica feminista del pasado. Sin embargo, los elementos innovadores puestos en marcha por el movimiento Tàlia’àt son muchos, incluyendo, después de varios años, su naturaleza feminista declarada y la ausencia de coordinación organizativa estructurada. En el Manifiesto Político difundido a través de las redes sociales, las activistas escriben: «La movilización nace espontáneamente, no se guía por ninguna realidad organizada. Fue diseñada por mujeres para mujeres, por el deseo de recuperar el espacio público y hacer oír nuestra voz». Aunque la chispa ha sido la oposición a la violencia patriarcal, lo que las mujeres están desarrollando es un mensaje que va mucho más allá de la denuncia y, rechazando la victimización, habla de la necesidad de reescribir los paradigmas de la lucha por la liberación nacional.

Lo que trajo a las plazas es una presencia que enuncia en la práctica el enfoque teórico de la doble opresión, de la correlación entre la dominación colonial y la estructura patriarcal, con una visión interseccional capaz de desenmascarar definitivamente la jerarquía de prioridades. Pero hay más. De hecho, las activistas de Tàlia’àt proponen el feminismo como un denominador común capaz de redefinir la identidad palestina y recomponer el espacio fragmentado por la ocupación: "Vivimos a la sombra de un sistema opresivo y violento como el israelí, que trabaja por la desestructuración de nuestra sociedad imponiendo un control hegemónico sobre el espacio.

La solidaridad feminista —escriben— quiere cruzar esta fragmentación, recomponer este espacio, actuar sobre la sociedad para que sea más justa". Por lo tanto, la movilización afectará conjuntamente a Cisjordania, la Franja de Gaza, los territorios de 1948 y las diásporas. Lo mismo ocurrirá de nuevo el 30 de octubre de 2019, cuando Tàlia’àt convoque nuevas manifestaciones en solidaridad con la huelga de hambre lanzada por la joven Heba Al Labadi, torturada en las cárceles israelíes. Inmediatamente el movimiento se declaró radical, interseccional e inclusivo de todas las subjetividades subalternas, incluidas las comunidades LGBTIQ+, activas en Palestina desde principios de la década de 2000 y portadoras de demandas que cuestionan nuevos niveles de opresión.

Es el caso, entre otros, del Centro Feminista de Libertades Sexuales y de Género Aswat en Haifa. Como afirma su directora, Ghadir Shafie, «la contribución del movimiento palestino queer representa un valor añadido tanto para las luchas feministas como nacionalistas: es una parte integral del movimiento de liberación, pero va más allá de la perspectiva tradicional. La nuestra es, de hecho, una oposición a la prevaricación que pretende construir una libertad duradera. Para que esto sea posible, tenemos que liberarnos de todas las cadenas y reconocer todas las alteridades que hay que incluir en la sociedad que pretendemos construir»4. Y es en el terreno de la relación existente entre los derechos individuales y los colectivos donde esta nueva ola feminista revierte la perspectiva de reafirmación de la identidad palestina. Una identidad negada por Israel, pero que en cambio puede adoptar los contornos de una necesidad de ser, la apariencia de un «nosotros» en el que se anulan las subjetividades y diferencias individuales. «Reafirmar mi derecho individual a existir, partiendo de mí, puede en cambio escribir un nuevo nosotros que incluya todas las alteridades posibles», explica de nuevo Shafie.

La generación de las luchas interseccionales

La propuesta de los nuevos movimientos feministas y LGBITQ+es, por lo tanto, un enfoque radical, que tiene el potencial de redefinir las trayectorias de la lucha hacia una liberación que sólo puede ser duradera si es inclusiva. Además, el debate sobre la orientación sexual se está abriendo camino en el discurso público palestino. La iniciativa de la Autoridad Palestina de criminalizar la labor del Centro para la Diversidad Sexual y de Género «Al Qaws» se remonta a agosto de 2019. En un comunicado, la fuerza policial de la AP calificó la acción de la organización de «contraria a los valores tradicionales palestinos», acusándola de contar con el apoyo de «agentes externos». En su respuesta, las activistas expusieron la lectura que hacen sobre las estrategias a adoptar para lograr una liberación nacional inclusiva: «Somos una organización anticolonial, que trabaja para desafiar la opresión patriarcal, capitalista y colonial. Combatimos la violencia de la ocupación israelí, así como la violencia contra la comunidad palestina LGBITQ+. Es nuestra visión para liberar Palestina.»

Se trata de movimientos emergentes que, por primera vez en años, se dirigen en primer lugar a su propia sociedad, colocándose como interlocutores iguales dentro del actual debate transfeminista mundial, y representando en todos los aspectos una declinación local. Realidades que no buscan solidaridad externa, sino que tratan más bien de construir alianzas paritarias. Para que esto sea posible, sin embargo, debemos partir de la descolonización de nuestra propia mirada, abandonando el hábito colonial de silenciar a las/los otros de entre nosotros/as y reconociendo las infinitas posibilidades de subjetivación que existen en el recorrido común hacia la liberación de las mujeres. Considerando la cuestión palestina como feminista de por sí, y dejando abierta la posibilidad de que la mirada del otro nos deje sin palabras.

1El contexto árabe se caracteriza por un intenso debate teórico y terminológico, aún vigente, que distingue entre la palabra «nisà’iyya» (femenina) y «niswiyya» (feminista).

3A. Zinatey, “La doppia oppressione delle donne di Gaza”, in Donna Woman Femme, Palestina. Femminismi e Resistenza, 1-2 (117-118), 2018, pp.46-55.

4Entrevista con la autora, junio 2019.