Argelia. La inmovilidad del Presidente Tebboune lleva a un punto muerto

Casi un año después de haber ganado unas discutidas elecciones en diciembre de 2019, el presidente Abdelmajid Tebboune todavía no ha dado respuesta a la doble crisis, política y financiera, que cada día asfixia un poco más a su país. Ese “ni una cosa ni la otra” indefendible, habida cuenta del rápido agotamiento del colchón de divisas del país, conducirá indefectiblemente a la llegada del FMI y –con o sin desconfinamiento– a una reanudación de un Hirak seguramente menos calmo que en el pasado.

Argel, 22 de febrero de 2020. — La policía antidisturbios bloquea el progreso de una de las últimas manifestaciones de Hirak antes de la contención
Ryad Kramdi/AFP

Poco a poco, Argelia se asfixia. En seis años, perdió el 25% de su poder adquisitivo, y la tendencia se acelera. En el primer trimestre de 2020, incluso antes de que la epidemia golpeara de lleno al país –el cierre de las fronteras recién se dispuso el 17 de marzo–, el tráfico comercial se derrumbó en el puerto de Argel, principal puerta de entrada del país. La importación de contenedores de todo tipo de mercancías, desde productos alimenticios hasta artículos deportivos, disminuyó más del 38%; además, el alza de los cereales, del hierro para hormigón y de los materiales de construcción ocultaron en parte el preocupante desplome del consumo interno.

A fines de julio, para la fiesta religiosa de Eid al-Adha, muy seguida en Argelia, los vendedores de animales corrían en vano detrás de los clientes: escaseaban los compradores de cordero. En los mercados, los precios de las verduras y de las frutas de temporada apenas se sostienen y bajan más que de costumbre. La inflación ya no es una preocupación: apenas 2,2% en julio, un motivo de alegría para las amas de casa acostumbradas a los aumentos constantes de los precios. Salvo que lo que explica la prudencia de los precios es la ausencia de demanda…

Paralizados por el temor de caer en prisión, los banqueros públicos ya prácticamente no prestan más dinero desde que comenzó la crisis política, en febrero de 2019. Los impagos se acumulan y la máquina se paraliza.

Un complot misterioso

Día tras día, en las ciudades volvieron a ser frecuentes las filas interminables, pero no frente a las carnicerías y otras tiendas de comestibles. Los empleados públicos y los jubilados constituyen la mayoría de las muchedumbres que se apiñan frente a las sucursales del Correo de Argelia y esperan horas para que les entreguen una pequeña parte de sus haberes. Las autoridades intentan transmitir un mensaje de tranquilidad: “Hay perturbaciones, pero no falta de liquidez”, aseguró el 25 de julio el ministro de finanzas Aymen Benabderrahmane en el canal de televisión privado Echourouk. Para justificar el pago escalonado de los salarios y las jubilaciones a lo largo de todo el mes, el primer ministro intentó aportar más precisiones: “No hay escasez de disponibilidades financieras, sino una desaceleración de la economía debido a la COVID-19”. Sin escrúpulos, el presidente cerró el debate el 12 de agosto con un gran discurso, uno más, donde delató un misterioso “complot” y denunció a “un anciano nacido en 1911” que se chuparía el dinero del correo de Argelia.

Más prosaico, el director general del correo reconoció que el Banco Central redujo un 15% sus adelantos en junio, mientras que los retiros de dinero se dispararon: 564.000 millones de dinares (3.680 millones de euros) en junio, más de 600.000 millones (3.910 millones de euros) en julio, o sea que en dos meses la suma supera la liquidez de la que disponen los bancos argelinos (aproximadamente 900.000 millones de dinares al comienzo del año, es decir, 5.870 millones de euros). De hecho, estamos asistiendo a una huida inédita de los depositantes que refleja la desconfianza de los argelinos en su moneda, sus dirigentes y el futuro.

Es que sobran los motivos para desconfiar. El déficit público es gigantesco. ¿Cómo podrá financiar la República Argelina Democrática y Popular el enorme déficit que desde hace ya casi diez años, presupuesto tras presupuesto, anda en torno al 10% del PIB, prácticamente un récord mundial? Este año será aún peor. Con los efectos acumulados de la epidemia de coronavirus que paraliza al país y la caída de los precios de los hidrocarburos y de los volúmenes exportados, el rojo fiscal debería acercarse –o incluso ser mayor– al doble del decenio pasado, es decir, aproximadamente el 20% del PIB, el cual a su vez se contraería un 3% según las autoridades argelinas y un 5,2% según el informe del FMI Perspectivas de la economía mundial, abril de 2020. A eso hay que agregar las pérdidas de las empresas públicas, que en el ejercicio pasado ascendieron a más de 1,1 billones de dinares (7.180 millones de euros) según el ministro de finanzas, los compromisos del Tesoro con el exterior, como las compras de armas, y los grandes proyectos, como la Gran Mezquita de Argel.

Un banco central sin gobernador

Las explicaciones oficiales carecen de sinceridad. La renta petrolera (24.000 millones de dólares –20.000 millones de euros– contra 73.000 millones en 2012) bajaría este año unos 10.000 millones de dólares respecto al año pasado en el mejor de los casos, o unos 15.000 millones (12.540 millones de euros) en un escenario pesimista. Eso implicará una disminución de por lo menos 1 a 1,5 billones de dinares (6.530 a 9.790 millones de euros) de la masa monetaria que es ocultada, en parte, a través de una depreciación más o menos acelerada del dinar frente al dólar y el euro para compensar la falta de dinares. Eso inflará un poquito los ingresos del Tesoro público –beneficiario de la mayoría de la renta petrolera, pagada en dólares–, pero no los ingresos de los argelinos que no exportan nada o casi nada.

El problema económico no es nuevo, pero desde hace ocho meses el nuevo gobierno no ha hecho nada para abordarlo. No ha tomado ninguna medida seria para reducir el gasto público y el tren de vida de la administración o aumentar los impuestos directos a los no asalariados. El Banco de Argelia, sin gobernador desde la primavera boreal, está ausente y no cumple con su rol de banco central. A pesar de su estatuto de autonomía, está controlado por el ejecutivo y financia al Tesoro más allá de lo razonable. Últimamente, decidió prestar 1,9 billones de dinares (11.750 millones de euros) de créditos bancarios a las empresas exangües. A falta de recursos propios de los bancos públicos, una vez más será el Estado, y por lo tanto la plancha de billetes, quienes deberán contribuir.

Tampoco se ha hecho ningún esfuerzo por limitar el mercado negro de divisas, y los importadores –en realidad los ases de la sobrefacturación, en un país donde se importa todo– siguen enriqueciéndose sacando ventaja de la diferencia del 40 al 50% entre el cambio oficial y el cambio paralelo. En cambio, estudiantes, enfermos y turistas no tienen ningún acceso a las divisas del Banco de Argelia, contrariamente a sus vecinos marroquíes o tunecinos, que sin embargo son más pobres.

La explicación de este inmovilismo –este rechazo de cualquier proyecto de ajuste soberano decidido en Argel– es la ausencia de voluntad política. Al igual que su predecesor Abdelaziz Bouteflika, el presidente Abdelmajid Tebboune no tiene intención de reducir el gasto, porque sabe que eso significa enfrentarse con enemigos peligrosos: los intereses establecidos. Como no quiere o no puede hacerles frente exitosamente, elude ese obstáculo – considerable, es cierto–. La reducción de los subsidios (20% de los gastos de funcionamiento) hace correr el riesgo de una explosión social, como en 2011, durante la primavera árabe. Para el régimen y los altos funcionarios –algunos de ellos perdidos en la corrupción y desde hace mucho tiempo desmemoriados de la austeridad militante que defendían en sus comienzos políticos–, más peligrosa aún es la inevitable disminución de la partida militar, que pesa lo mismo o más que el presupuesto social.

¿Encomendar el país al FMI?

Todo sucede como si el establishment se hubiera resignado tácitamente a encomendar el trabajo sucio al FMI, cuando pronto se agoten las reservas de cambio (para fines de 2020 seguramente serán inferiores a los 40.000 millones de dólares, es decir, 33.420 millones de euros). Después de todo, la intervención anterior del FMI, en 1994, le proporcionó un enriquecimiento sin precedentes a cambio de un empobrecimiento general de la población.

El mismo inmovilismo también se percibe por el lado de la política. El proyecto de nueva Constitución, que debía ser presentado al país el 8 de marzo, sigue atrasándose. En principio, habrá un referéndum sobre la revisión de la Constitución el 1º de noviembre, y los preparativos de las elecciones preceden al contenido de la Constitución, que sin lugar a dudas no cambiará nada, o no mucho, en relación a las libertades públicas o al acceso al poder. ¿Es eso lo que esperaba el país? Es dudoso, sobre todo si se tiene en cuenta el peso del Hirak, el movimiento popular en el que se expresaban –hasta la suspensión en marzo debido a la Covid-19– dos fuerzas principales: los cabilios y los islamistas. Ambos grupos aspiran a participar en los asuntos públicos y se ven excluidos en virtud de “líneas rojas” que en realidad quedaron obsoletas desde hace mucho tiempo.

El ejército, esa gran incógnita

El presidente Tebboune evitó abordar los verdaderos problemas. Hace que el régimen funcione como en el pasado, pero con un poquito más de respeto que su predecesor por el ritual institucional, nombrando un día quince senadores para el Consejo de la Nación –cuya supresión reclama la opinión pública–, presidiendo todos los meses un consejo de ministros confuso y con frecuencia verborrágico, y dejando que la mayoría parlamentaria elegida gracias al fraude electoral siga cocinando su guiso.

El juego del gato y el ratón continúa con los opositores más jóvenes y más radicales. Entran y salen regularmente de prisión en función de misteriosos manejos entre los servicios de seguridad, el Ministerio de Justicia y la presidencia, sin que se distinga bien qué hace cada cual, y qué buscan unos y otros: inspirar temor, sacar rédito político de las liberaciones o seguir como de costumbre.

Convencer a un electorado desengañado y con dificultades materiales cada vez más apremiantes de ir a votar el 1º de noviembre –fecha simbólica– no será fácil, y un resultado mediocre, como en la elección presidencial del 12 de diciembre de 2019, no le pondrá fin al bloqueo político que atraviesa el país.

El ejército sigue siendo la gran incógnita del juego político. ¿Qué pasa allí? Diecisiete generales están encarcelados o se fugaron al extranjero por corrupción o traición, el Estado Mayor y los servicios de inteligencia han sido depurados, en apenas dos años han pasado tres jefes por la gendarmería, y desde enero de 2020, los mandos de la infantería y la aviación tienen nuevos titulares. La purga afecta a los generales designados desde 2018 por el ex caudillo del ejército, el general Ahmed Gaïd Salah, quien murió brutalmente el 23 de diciembre de 2019. Su sucesor, el poco conocido general de cuerpo de ejército Saïd Chengriha, ¿impondrá a sus favoritos, como sucedió en varias oportunidades tras la independencia? ¿El presidente está al mando de las maniobras o el jefe del Estado Mayor fortalece su control? Argelia lo ignora por completo y teme lo que pueda llegar a depararle el futuro…