“Para Sama”, canto de amor a Alepo

Entre 2012 y 2016, Waad al-Kateab filmó el asedio del este de Alepo, el encuentro con su marido, médico de emergencias, y después el nacimiento de su hija Sama, a quien le cuenta en este documental el caos de la guerra y la fuerza del amor.

Para Sama - Tráiler subtitulado en español - YouTube

Se dice que el amor mueve montañas. Para Sama, un documental correalizado por la periodista siria Waad al-Kateab y el británico Edward Watts a partir de imágenes registradas por la joven durante el asedio de Alepo entre el verano de 2012 y diciembre de 2016, muestra en todo caso que el amor da una energía descomunal, una capacidad para superar la adversidad. Interrogarse sobre su alcance, a través de la formación de una pareja, y luego sobre la manera de transmitirlo a una niña nacida en el caos de una ciudad asediada y bombardeada durante años es el propósito central de Para Sama, magnífica película acompañada por la composición musical soñadora y triste de Naineta Desai, y al compás de un montaje esmerado.

En la primavera de 2011, Waad al-Katead es una estudiante de 19 años cuando el levantamiento contra Bachar al-Assad se apodera de Siria y su universidad en Alepo.

El deseo de libertad domina todo, se refleja en los muros de la ciudad y en las consignas de las pancartas. Desde entonces, al-Katead va a filmar todo, durante cientos de horas, con su teléfono celular y luego con una cámara. Esta pequeña morena de ojos claros llena de energía no le tiene miedo a nada. De estudiante se convierte en periodista para documentar la revuelta popular y denunciar, respaldada por las imágenes, las mentiras de un régimen que emprende un baño de sangre, y luego la guerra civil.

En esos momentos felices, pero también terribles, conoce a Hamza Khatib, un joven médico comprometido con el movimiento social. Hamza tiene el rostro de una muñeca y la barba suave: él también ignora qué es el miedo. Ninguno de los dos quiere abandonar nada, en especial Alepo, y menos aún su amor floreciente. Van a casarse, mientras la guerra los rodea en los barrios del este de la ciudad. Junto con otros médicos, enfermeras y camilleros, Hamza levanta un hospital de urgencias, la joven pareja ocupa entonces una habitación en el establecimiento y vive al ritmo de las decenas de heridos y de muertos que afluyen luego de cada lanzamiento de las terribles bombas de barril, y también de bombas de todo tipo que aprenden a identificar a la luz de las heridas.

Desde entonces, la cámara de Waad, que ya no puede salir sin correr peligro, se vuelve a centrar en Hamza, el equipo del hospital, sus temores, sus dudas, las iras. En 2015, cuando nace Sama, la bebé, obviamente, integra la película, y se vuelve un nuevo personaje de la tragedia en curso. Cada día la supervivencia está en juego, sobre todo cuando los rusos bombardean el hospital y matan a 53 personas. Hamza y su equipo no renuncian: levantan un segundo hospital.

El film cuenta todo eso, toma la forma de una carta filmada a esa hijita nacida en la guerra y cuya mirada parece captar la desgracia circundante. Su madre piensa que ella sabe que lo que viven no tiene nada de común y corriente.

A pesar del peligro y las inquietudes de sus allegados refugiados en Turquía, Hamza no renuncia a curar, ni Waad a filmar. Hasta van a salir de Alepo y a regresar caída la noche, siguiendo un estrecho sendero bordeado de casas fantasmas donde velan francotiradores invisibles. Escena estremecedora, angustiante —como otras escenas de esta película, a veces muy duras—, pero en definitiva fundadora de lo que Waad quiere transmitirle a su hija Sama, un fardo que apenas se distingue entre los brazos de su padre. Esta guerra tan larga de más de tres años les causó temor, pero Hamza y Waad quieren vivir con la frente en alto.

Para Waad al-Kateab, filmar fue un acto de resistencia, un intento de compartir la agonía de una ciudad, la muerte de la esperanza, el desastre de una guerra civil mortífera. Al-Kateab hizo con todo eso una obra intensa, impactante, universal simplemente por su dimensión íntima, familiar, la de un amor común y corriente, pero por supuesto único.