Argelia. El Hirak o la experiencia de un ágora política

Si bien el objetivo primordial del Hirak era impugnar el sistema político en su conjunto, su perdurabilidad y su periodicidad lo convirtieron en un espacio de comentario semanal de los asuntos políticos internos e internacionales.

Manifestantes frente a la principal oficina de correos de Argel, el 1 de agosto de 2019. En el cartel: «Nuestros sueños no caben en vuestras urnas»

El 22 de febrero de 2021 salieron a la calle miles de argelinos para celebrar el segundo aniversario del Hirak, el movimiento popular de gran envergadura que hizo caer al antiguo presidente de la república, Abdelaziz Buteflika, y que condujo al arresto de varios altos responsables del Estado.

Luego de la prohibición de las marchas en marzo de 2020 por razones sanitarias vinculadas a la pandemia de COVID-19, los “hirakistas” volvieron a salir a la calle como en los primeros días para exigir la desaparición de un sistema político instaurado desde 1962. La ciudad de Kherrata (280 kilómetros al este de Argel) fue la primera en retomar las protestas. El 16 de febrero de 2021, una inmensa multitud proveniente de varias ciudades del país tomó las calles de esa comuna donde justo dos años antes habían comenzado las primeras manifestaciones del Hirak.

Esos miles de argelinos querían dejar en claro que el movimiento no estaba muerto, y que el combate por una Argelia mejor sigue vigente. Quienes todavía dudaban que el Hirak pudiera regresar se convencieron definitivamente el viernes 19 de febrero de 2021: la marea de manifestantes era la misma de las buenas épocas. “El Hirak no está muerto, y el combate dista de haber terminado” es uno de los mensajes que la calle se empeñó en trasmitir. Al día siguiente fue el turno de los estudiantes, que retomaron sus manifestaciones semanales, como en 2019.

El 18 de febrero, temiendo seguramente una reanudación de las protestas y a pocos días del aniversario del “bendito” Hirak –como él mismo lo calificó–, el presidente Abdelmadjid Tebboune anunció que concedería su gracia –inesperada, es lo mínimo que se puede decir– a los detenidos del Hirak, “entre 55 y 60 personas en total”. Unos diez días más tarde, el Ministerio de Justicia anunció la liberación de 59 detenidos del Hirak, entre ellos, el periodista Khaled Drareni, que se convirtió en una de las figuras emblemáticas del movimiento. Pero ese gesto de apaciguamiento no produjo el efecto esperado.

Una cita semanal

A falta de concretar su ambición de “hacer caer el sistema”, el Hirak fue transformándose poco a poco en una fuerza popular de oposición que reaccionaba a las diferentes decisiones del gobierno y que en cada manifestación expresaba sus opiniones sobre los temas de actualidad. Aunque entre la primavera boreal de 2019 y 2020 la principal reivindicación seguía siendo la salida del régimen, las consignas de los manifestantes de todos los viernes funcionaban como un comentario de las acciones del gobierno o como una reacción a sus anuncios. Así, en el mes de octubre de 2019, el Hirak denunció la adopción de la ley de hidrocarburos aprobada por el Consejo de Ministros porque, según su punto de vista, ofrecía privilegios inadmisibles a las empresas extranjeras.

Tres meses más tarde, en enero de 2020, la multitud se alborotó contra las declaraciones del presidente de la república, Abdelmadjid Tebboune, sobre “la necesaria explotación del gas de lutita”. Los “hirakistas” desconfían de esa fuente de energía porque la consideran peligrosa para el medio ambiente. “¡No al gas de lutita!”, “¡El gas de lutita vayan a extraerlo a París!” (donde algunos políticos suelen adquirir viviendas de lujo) fueron algunas de las consignas más coreadas durante ese período. Resultado: en los días posteriores, los poderes públicos se abstuvieron de volver a tratar el tema. Incluso luego de la interrupción del Hirak debido al Covid-19, las autoridades no volvieron a referirse al asunto. Por lo menos ya no lo mencionan como una decisión asumida por el gobierno, sino como una opción a tener en cuenta en el futuro.

De hecho, el plan de acción del gobierno, presentado el 11 de febrero de 2020 ante la Asamblea Popular Nacional, eludió hábilmente el tema del gas de lutita. En el capítulo dedicado a la energía, el documento solo menciona los hidrocarburos convencionales, los proyectos de exploración en alta mar y las energías renovables. Además, en ese mismo documento el gobierno prometía aumentar el salario mínimo nacional, facilitar la creación de asociaciones civiles y autorizar la apertura de radios hertzianas y por internet. Todas esas medidas apuntaban a calmar los ánimos en el primer aniversario del movimiento.

Hakim Addad, uno de los fundadores de la asociación civil Rassemblement, Actions, Jeunesse (“Agrupación, Acciones, Juventud”), muy activa dentro del Hirak, está convencido de que el movimiento popular le genera un verdadero temor al poder: “Es un ágora nacional y semanal que no parece estar cerca de extinguirse”. Más bien todo lo contrario. Y el movimiento de protesta no se concentra solamente en los asuntos internos, sino que también se expresa en relación a temas internacionales. A comienzos de 2020, por ejemplo, los manifestantes expresaron alto y fuerte su rechazo al “acuerdo del siglo”, el “plan de paz” propuesto por el entonces presidente norteamericano, Donald Trump, que presuntamente resolvería el conflicto israelí-palestino. Las pancartas que denunciaban “el pacto de la vergüenza” no fueron escasas en Argel los viernes 31 de enero y 7 de febrero de 2020.

Said Loucif, profesor de psicología social de las organizaciones en la Facultad de Ciencias Políticas y de Relaciones Internacionales (Universidad Argel 3), advierte que esa nueva dinámica de oposición del Hirak “se inscribe dentro de una gran lucha por el reconocimiento y la reapropiación de la res política”.

Responder a las reivindicaciones para dividir mejor

Al comentar constantemente la actualidad política, el Hirak se convirtió en una fuerza política significativa, a pesar de su diversidad y de su falta de organización. Cherif Driss, profesor de ciencias políticas en la Escuela Superior de Periodismo y de Ciencias de la Información en la Universidad de Argel, piensa que durante su primera fase el Hirak pasó a ser una verdadera fuerza de presión con la que el gobierno debía contemporizar. “Las acciones del gobierno, sean en relación a la reforma de las leyes impositiva, de jubilaciones y de salud, además de la decisión de suprimir el impuesto sobre el ingreso total para los ingresos inferiores a los 30.000 dinares [190 euros], previstas en su plan de acción de 2020, han estado influidas por las reivindicaciones del Hirak.”

Sin embargo, Driss sostiene que “el poder actúa de modo que haya una segmentación de las reivindicaciones, separando las reivindicaciones de índole social de aquellas de naturaleza política, y responde principalmente a las de la primera categoría. Así que aspira a que el Hirak no busque un cambio carácter político, sino un cambio social y económico”. El profesor considera que el Hirak argelino podría perdurar en el tiempo. En cambio, “no podrá alcanzar sus objetivos ni ser una fuerza de cambio determinante si carece de estructura y de líderes”.

Por su parte, Noureddine Bekkis, profesor de sociología política en la Universidad de Argel, prevé una convergencia de los reformistas. En una entrevista en Radio M (radio por internet privada) en febrero de 2020, explicó que con el tiempo el movimiento se había vuelto una fuerza de oposición, pero que no estaba destinado a organizarse ni a seguir cambiando. “El Hirak no es una revolución, pero puso en marcha una dinámica reformadora”, señaló Bekkis. “Los más moderados del Hirak y del lado del poder encontrarán un terreno común para concretar las reformas deseadas”.

Sin embargo, el profesor Bekkis lamenta la carencia de una base social estructural en el Hirak: “No existe ningún sindicato ni partido poderoso sobre el que pueda asentarse el Hirak, porque el sistema ya rompió todos los marcos capaces de acompañar a un movimiento similar”, señala. Sin embargo, Bekkis se muestra optimista y considera que el país está en una dinámica positiva, y que habrá que esperar un poco para observar verdaderos cambios.

Said Loucif comparte ese punto de vista, ya que está convencido de que “hay que repensar toda la actividad política en Argelia, sobre todo el hecho de que la mayoría de los partidos de oposición solo son aparatos creados para sofocar justamente la acción política”.

Por su parte, Louisa Driss-Aït Hamadouche, profesora de ciencias políticas en la Universidad de Argel, subraya la dificultad de la tarea que emprendió el movimiento de protesta: “El sistema argelino tiene una fuerte capacidad de resiliencia, y siempre se apoyó en tres pilares para asegurar su longevidad: la cooptación, la represión y la división”, explica. Sin embargo, Hamadouche observa que esos métodos ya no parecen tan eficaces como antes: “La reducción de los recursos económicos del país y los procesos judiciales iniciados contra algunos altos responsables reducen el terreno de la cooptación; la represión lleva al surgimiento de héroes nacionales, y los intentos de división no destruyeron el ímpetu nacional, sino más bien al contrario. No creo que sea imposible un cambio de régimen. Pero eso exige la revisión de la organización del Estado y por ende, de sus instituciones, así como del orden económico y social”.

En 2020, el presidente Tebboune había decretado el 22 de febrero, fecha del aniversario del Hirak, Día Nacional de la Fraternidad y la Cohesión entre el Pueblo y su Ejército para la Democracia. El poder argelino nunca había sido tan conciliador con un movimiento popular que exigía claramente su cabeza. Todo un símbolo.