Pocas veces la clase dirigente argelina habrá sido tan ignorada, insultada y burlada, desde «el panzudo» Gaïd Salah, hasta «Tebboune cocaína». Uno tras otro han encarnado lo que el personal político llama «los símbolos del sistema»: Salah, en su calidad de jefe del Estado Mayor que desde el Ministerio de Defensa, según su propia expresión, acompañó al Hirak desde sus comienzos, antes de perecer de una crisis cardíaca, no sin haber cumplido la misión que se había dado, contra «la voluntad popular», de llenar «el vacío constitucional» dejado por la renuncia forzada del jefe de Estado Abdelaziz Buteflika; en cuanto a Tebboune, porque había sido mal elegido, pero elegido de todas formas, presidente de la República.
Esta acrobacia jurídico-institucional da cuenta una vez más de la capacidad elástica del sistema para mantenerse, pero en el fondo los tiranos son —que nadie se sorprenda— fieles a sí mismos. Solo son la continuación de la comedia del poder que se pasan unos a otros, y el largo entreacto del «buteflikismo» solo pudo ser posible porque había habido algo antes. Así que es imposible comprender lo que terminó siendo el Hirak si no se hace referencia a esos años de guerra interior fratricida (1991-2002)1 que precedieron y volvieron posible el reino del «buteflikismo». El Hirak fue la consecuencia de dos guerras, la guerra interior que escondía una guerra económica destructora por la llegada del mercado, que permitió una transferencia enorme de dinero público, de bienes comunes —como las tierras de la revolución agraria de los colectivos campesinos— a intereses privados.
La sociedad argelina vivió esa experiencia de una violencia inaudita y silenciosa de pasar de una economía administrada a un liberalismo rentista que destruyó el Estado resultante de la independencia, prohibió toda forma de organización autónoma de la sociedad, aplastó el mundo del trabajo por medio de un desempleo masivo, agravó las desigualdades, abandonó a millones de personas en ese lugar infernal llamado «informal», de una gran crueldad, humillante porque es por excelencia la tierra sin derechos. En ese universo, el harrag (inmigrante clandestino) representa al mártir absoluto; su tumba está en el mar, es un muerto sin tierra casi irreal. Irreal como la Argelia amurallada bajo un unanimismo aparente que la vuelve una terra incognita que tiene prohibido pensarse, curarse. Un país donde está prohibido hablar de las desgracias, lo cual en definitiva se traduce por la prohibición de tener un debate contradictorio.
Luego de todos esos entierros hechos a las apuradas, las argelinas y los argelinos marcharon para dar vuelta el orden de los muertos y hacer que reine el de los vivos. A partir de esta historia nació este nuevo actor que hemos llamado Hirak por consenso y sobre todo por descarte, que revuelve todos los conflictos acumulados desde por lo menos la independencia hasta la actualidad. ¿Cómo nombrar lo inasible si no es por el «Movimiento» que impulsa desde las profundidades de una formación social?
Sobre el unanimismo y su contrario
Esa invención inesperada tiene una historia:
Es posible afirmar que a partir de la década de 1980 en Argelia se manifestó una invención considerable, y la primavera berebere (1980-1981) fue su primera expresión perceptible en el plano internacional. Fue el primer movimiento social que resultó imposible cernir definitivamente desde la mirada de los extranjeros. Pero en el seno mismo de cada alternativa y de cada paso tomado, esa invención no solamente se vio confrontada continuamente ante el ‘vértigo de la apertura’ (la idea de que los problemas internos deben ser arreglados desde el interior), sino también ante la imposibilidad, cognitiva más que ideológica o política, de romper con el valor cardinal del unanimismo.«2
Fanny Colonna, la destacada socióloga e investigadora fallecida en 2014, escribió esas líneas en 1996. Hoy no podríamos cambiarles una sola palabra, ya que esta imposibilidad de romper con el «unanimismo» sigue estando vigente.
Esta imposibilidad nos recuerda que cuando nacemos y crecemos en esa dictadura de la unidad como fundamento de una nación y de su poder, no podemos deshacernos de ella como quien barre tranquilamente el polvo. «De la Carta de Argel de 1964 a la Carta para la Paz y la Reconciliación de 2006, pasando por la carta nacional de 1976, la unidad del pueblo es un dogma que no dejó de funcionar», escribe Khaled Satour, jurista, autor de un blog (Contredit) de una notable lucidez, en «La imposible unidad del pueblo».
Y en efecto, seguiría funcionando. Es la gran paradoja de este momento de la historia: cuanto más se destapaba el sistema por gracia del Hirak, más se tapaba este último, desde el punto de vista de lo que llamaremos aquí «el relato dominante», que tiene la misión de acompañar el Hirak prohibiendo cuestionar su pluralidad, las diferentes fuerzas sociales que lo atraviesan, las ideologías, los proyectos que compiten en su interior, sus luchas sordas pero no ciegas. Y ese relato encerró este teatro de sombras y de luces del tamaño de un país dentro de un cliché: «un solo héroe, el pueblo», único e indivisible, erguido como un solo hombre frente al «sistema».
Los primeros en desmentir este cliché fueron los fotógrafos, entusiasmados por lo que uno de ellos, Samir Sid, llama «el Disneyland de la foto». «Un solo hombre» no existe, son millones, cada uno con su identidad, una comunidad de identidades nuevas y antiguas donde todo es señal, mensaje, desde el peinado hasta la pancarta individual escrita a mano, desde el color de los carteles hasta el de las banderas.
De la República de los hermanos a la Revolución de la sonrisa
El 22 de febrero, la primera foto, en blanco y negro, es de esas que logran imponerse. Anuncia la llegada de un nuevo actor a la escena política. Es una insurrección de ciudadanos melancólicos. Sin ellos no habría existido el Hirak. Su arma política, revolucionaria, totalmente nueva, es el escudo de la selmiya (protesta pacífica) para conjurar la guerra entre hermanos que nos asola. Esa fraternidad permite asegurar el perímetro de la calle, desarmar —con una auto organización notable, que nunca será transgredida— a las fuerzas del orden a las que se les impuso una nueva orden pública de abrir la ciudad prohibida. La utopía es la «República de los hermanos», que se construye en primer lugar desde abajo y en la calle, y se dirige y se levanta contra la monarquía de los grupúsculos: «Esto es una república, no es una monarquía». Llaman a construir un Estado justo más que un Estado de derecho, una ética más que una ideología.
Muy rápido, el 1º de marzo, surge la segunda foto, en color: «modelo y bailarina», una joven de jean y chaqueta de cuero negra descubierta por una fotógrafa profesional posa sobre un solo pie, con el brazo levantado hacia el cielo y un fondo de manifestantes. «La foto dio la vuelta al mundo», señala el sitio de France 24: «Una bailarina argelina de apenas 17 años fue inmortalizada por una fotógrafa bailando en plena manifestación en Argel». La inmortal resulta perfecta para mundializar y simplificar el mensaje: en Argelia hay una «revolución de la sonrisa». «La joven fotógrafa espera que este movimiento de protesta logre nivelar por lo alto a Argelia».
¿Hay que mirar a Argelia desde abajo o desde lo alto? Esa es la gran cuestión del Hirak. Otra pregunta en presente y sobre el futuro: ¿con o sin mujeres? Si la imagen del «cuadrado feminista» la vuelve visible desde el 29 de marzo de 2019, la mujer también visibiliza la respuesta de las dominaciones: no es el momento… de dividir al «pueblo», la indiferencia no tiene sexo. Marchemos y simplifiquemos el mundo: «la juventud» llega y ya tiene una misión a cargo, inventar «una nueva República», una imagen más ligada a la demografía que a la sociología.
Pero nada impide que le saquen fotos, aunque el relato dominante elegirá la suya: «los estudiantes» que desde el 26 de febrero de 2019 entraron en escena en una marcha aparte, todos los martes. «El movimiento estudiantil autónomo y democrático argelino se convirtió en un actor político mayor», señala un profesor universitario en las columnas del diario El Watan. «Un momento histórico en las luchas políticas y sociales iniciadas por el movimiento popular… para el cambio del sistema político… y el advenimiento de un Estado civil y de derecho en una Argelia libre, democrática y social.»
Qué importa si sobre la imagen reina la figura del jeque Abdelhamid Ben Badis, que marca la adhesión a un «nuevo actor», otro más, la Badissiya Novembriya, una nebulosa identitaria de extrema derecha que reivindica la pureza de noviembre de 19543, los valores religiosos del jeque —«Argelia es musulmana y prima de los árabes»— y divide el mundo entre «árabes» y «zuavos» (léase: «cabileños») sospechosos de ser «hijos de De Gaulle». Y qué importa si los estudiantes no aparecen más los martes porque tienen examen, sus padres continuarán el trabajo por ellos, en la calle y también en la casa.
«¡Que se larguen todos!»
De la imagen ausente a la imagen secundaria, en el transcurso del año los dominantes construyeron su relato a partir de aquello que se les parece y que les asegura su conformismo y su confort, hasta la última foto de ese afiche que afirma en nombre del Hirak: «Nuestras reivindicaciones son políticas, no son sociales». Así marginada, la eliminación de la cuestión social es la marca registrada del relato que lucha por construir su hegemonía luego el surgimiento del Hirak.
Según ese relato, el Hirak no tendría otra misión más que instalar un «Estado civil y no militar» (concepto lo suficientemente borroso como para ser compartido tanto por el islamista como por el demócrata) por la gracia de una «fase de transición» con contornos también borrosos, pero que no puede ni siquiera imaginarse sin el apoyo del «sistema» sobre el cual «el pueblo» debe «seguir haciendo presión» marchando, y con la condición de que «todas las cosas que nos dividen durante esta etapa sensible sean dejadas de lado. Porque lo que nos interesa es seguir con la misma determinación, unión y pacifismo»4 mientras «el mundo nos observa».
En «la calle», «un pueblo» contra «un sistema». Imagen paralizadora por la potencia mistificadora del deseo profundo de la calle de volverse actora aunque el árabe argelino utilice la forma pasiva «Itnahaw gâa», «que se larguen todos». Mientras tanto, cualquier otra forma de actuar es caricaturizada en figuras infamantes, desde «el dedo azul» marcado con la tinta de la traición «ya votó», al «lamebotas» sospechoso de querer innovar, hasta el escritor Kamel Daoud, convertido en el doctor Fausto al que la imagen le pregunta, al estilo de Margarita, la mujer a la que confiesa amar: «Di, ¿cómo estás con la religión?».
¿Cómo no cuestionarse lo que se muestra en un país donde exponerse es siempre ponerse en peligro, y donde el Hirak nació —no es anodino— de un llamado anónimo difundido por las redes sociales? ¿Cómo no cuestionarse sobre las fuerzas sociales que se plantan en el centro y se obstinan en alcanzar lo imprevisto, que espera hacer historia en la prisión mortífera del unanimismo, con la misma matriz del «poder» que esas fuerzas pretenden combatir?
Lo sagrado y la ilusión
«La experiencia histórica da cuenta de que cuando una protesta de envergadura pretende expresarse en nombre del ‘pueblo entero’, este siempre es el nombre que eligen clases más o menos favorecidas», analiza Khaled Satour en un artículo citado más arriba. «Desde el 22 de febrero, quien se expresa en Argelia en nombre del Hirak probablemente sea una clase media seducida por el atractivo de la democracia liberal a la occidental, pero todavía demasiado débil para asumir sus cometidos.» Probablemente, esas capas medias sean las principales beneficiarias del modelo de desarrollo argelino que ellas mismas contribuyeron en gran parte a moldear. Son intereses actualmente amenazados y que por lo tanto oscilan entre el Hirak y el «sistema». Un papel de equilibrista que se alimenta más de imagen que de razón: «Y sin duda nuestro tiempo […] prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser […]. Para él, lo sagrado solamente es la ilusión, pero lo profano es la verdad. Mejor aún, lo sagrado crece ante sus ojos a medida que decrece la verdad y crece la ilusión, aunque el colmo de la ilusión para él también es el colmo de lo sagrado»5.
Las clases medias confundieron el espectáculo, ese «movimiento autónomo del no-viviente», según Guy Debord, con la humanidad pululante que se enfrenta en torno a la renta y sus dependencias. Las clases medias intentan ponerse el mundo en la cabeza, cuando en realidad el mundo camina con sus pies. «No comprendieron —se burla un viejo militante— que el poder ya no los necesita, ya no necesita su mediación porque actualmente todo el mundo sabe leer y escribir en Argelia, contrariamente a la década de 1950». Nunca las argelinas y los argelinos han leído tanto, ni debatido o cuestionado: ¿cómo se erradica una dictadura? ¿Por qué se la remplaza? ¿Qué es la nación? ¿Qué es el pueblo? ¿Qué dice la Constitución? Y las argelinas y los argelinos, ¿qué quieren?
Hay proyectos enfrentados. Tal vez no busquen pastores, sino una alternativa del siglo XXI que podría comenzar deshaciéndose de ese calamitoso «un solo héroe, el pueblo», nacido de la guerra de liberación nacional para silenciar la guerra de los hermanos que se disputaban el poder de Trípoli a Argel, para fundar el partido único, la lengua única, la religión única, las raíces únicas y apoderarse de la herencia de todas las luchas, de todos los mártires, de todas las resistencias populares declarándolas resueltas hasta el punto de olvidar enterrar a los muertos, cuando el honor lo exige y ellos nos atormentan. ¿Cómo salir de esta maldita unidad perseguidora del «traidor», del hereje para ahorcar y del «a cada uno lo suyo»?
Quizás la virtud del Hirak es haber desacralizado el campo de la política a la escala de un país, sacándola de las mezquitas. El Hirak dijo que pertenecía al campo de lo profano y que en el fondo Argelia solo es un inmenso estadio de fútbol donde se enfrentan adversarios encargados de asustarse por medio de gritos, de bailes y de trances, por medio de la invención de una lengua común árabe y popular. Esos equipos se vieron forzados a salir de la sombra y a llevar sus colores identificados e identificables. Que digan quién habla desde la fraternidad y se enfrenta a la unidad, y que comience ese partido donde ni la victoria ni la derrota están garantizadas a condición, sin embargo, ya que la historia no tiene fin, de mantener el poder de los poderosos dentro de sus límites, ese árbitro del tiempo y del dinero. A partir de entonces, con «las mujeres» incluidas, porque hay que reconocerles el derecho de ser creyentes, por fin podrá proclamarse: «¡Qué diablos, cada uno con su dios!».
1Karima Lazali, Le trauma colonial («El trauma colonial»), Coucou, Alger, 2019.
2Fanny Colonna,»Radiographie d’une société en mouvement", in Monde arabe Maghreb-Machrek, nº 154, octubre-diciembre de 1996.
3NDLR. Fecha del primer llamado del Frente de Liberación Nacional (FLN) al pueblo argelino y del comienzo de la guerra de independencia argelina.
4NDLR. Declaración del abogado y militante por los derechos humanos Mustapha Bouchachi, el 18 de abril de 2019.
5Ludwig Feuerbach, frase incluida como epígrafe de La sociedad del espectáculo de Guy Debord.