El retorno frustrado de Rusia al Mar Rojo

Desde hace unos veinte años, bajo la presidencia de Vladimir Putin, la diplomacia rusa reafirma su presencia en Oriente Próximo y en el Cuerno de África. En el marco de ese “regreso” a la región, Moscú se fijó como objetivo instalar nuevamente una base militar a orillas del mar Rojo, como en la época soviética.

Sochi, 23 y 24 de octubre de 2019. — Vladimir Putin y Sergei Lavrov se reúnen con el Presidente del Consejo de Soberanía del Sudán, Abdel Fattah Abdelrahman Burhan
kremlin.ru

El mar Rojo está en una de las rutas más sensibles del comercio mundial, ya que por allí pasan más del 10% de las mercaderías del mundo entero. El mar conecta a los productores de energía del golfo Pérsico, los mercados occidentales y las industrias de exportación del noreste asiático, así que sus puntos de acceso se han convertido en un objeto de deseo para las grandes potencias cercanas. El mar cobró aún más atención en el extranjero, en la medida en que su estabilidad se deterioró debido a la proximidad de la guerra civil en Yemen y al aumento de la piratería con base en Somalia. En consecuencia, varios países han desplegado sus fuerzas militares en la región, sobre todo en Yibuti, cerca del estrecho de Bab el-Mandeb.

Tras el éxito de la intervención rusa en la guerra civil siria, se intensificaron las relaciones entre Rusia y los países del mar Rojo, con perspectivas prometedoras para Moscú de obtener autorizaciones para instalar bases en la región. En particular, Yibuti, Sudán, Eritrea, Yemen y Somalilandia –una república somalí disidente no reconocida por la comunidad internacional– parecen los más dispuestos a recibir una presencia militar rusa cerca del mar Rojo. ¿Asistiremos pronto a un retorno de Rusia en la zona del estrecho de Bab el-Mandeb?

Sin pasado colonial

El interés ruso por el mar Rojo no es nuevo. Durante la guerra fría, Moscú y Washington, así como Londres y París, se disputaron la hegemonía en Oriente Próximo. En esa competencia, la Unión Soviética buscaba asegurarse una presencia militar permanente en la península arábiga y el Cuerno de África, para poder abastecer (de materiales y efectivos, NDT) sus operaciones navales en la región. Pero para ello, tenía que implantarse en una región donde nunca había tenido influencia real ni aliados tradicionales. Además, ese objetivo estratégico iba en contra de una de los principales atractivos de la URSS, a saber, la ausencia de un pasado colonial en Oriente Próximo. Debido a esas limitaciones, Moscú solo pudo implantarse en la región cada vez que un país amigo se mostraba dispuesto a una alianza, como Etiopía y Yemen.

Esos acuerdos eran frágiles, ya que eran vulnerables a los cambios geopolíticos en esa zona turbulenta. En la década de 1970, por ejemplo, el ejército soviético dispuso durante cierto tiempo de una instalación militar en Berbera, el principal puerto de la actual Somalilandia. Esa base fue cerrada al comienzo de la guerra entre Somalía y Etiopía de 1977, cuando Moscú cambió de posición respecto de Etiopía, lo que provocó la expulsión de los militares rusos de Somalia. Finalmente, la caída de la Unión Soviética derivó en una disminución significativa de la presencia rusa en África y en Oriente Próximo, y en el cierre de la base de Adén en 1994.

A mediados de la década de 2000, Moscú tenía los recursos y la voluntad de regresar a Oriente Próximo y al Cuerno de África, y así recuperar su presencia militar en el mar Rojo. Según Samuel Ramani (Oxford), lo que despertó nuevamente el interés de Rusia, en particular por el estrecho de Bab el-Mandeb, fue la crisis de la piratería en Somalia en 2008. Ese interés se redobló tras las repercusiones diplomáticas de la anexión de Crimea, que incitaron a Moscú a buscar nuevos socios para superar el aislamiento internacional.

Para efectuar ese retorno al mar Rojo, Moscú se apoyó menos en su “soft power” que en el atractivo de sus capacidades militares y en la eficacia de sus servicios de seguridad. El éxito de la expedición rusa para proteger a Siria, su aliado, reforzó la credibilidad de Moscú como garante de seguridad, incluso para los países situados fuera del espacio postsoviético.

Desilusión en Djibouti

Al igual que otras potencias externas a la región, Rusia buscó cooperar estrechamente con Yibuti, un país cuya situación estratégica lo convirtió en un punto de interés central para las grandes potencias, y donde varios países establecieron su presencia militar en África. Según el diario ruso Kommersant, en 2012 Rusia ya había expresado su interés por instalarse militarmente –tenía un interés particular en implantar su aviación– en Yibuti. En 2012 y 2013 se celebraron negociaciones en torno a ese asunto, con discusiones específicas sobre el tamaño del territorio exclusivo para uso de Rusia, el grado de influencia de las autoridades norteamericanas en la gestión del espacio aéreo de Yibuti y las inversiones rusas en el país.

A pesar de esos acontecimientos prometedores, la crisis en Ucrania de 2014 le puso punto final a las negociaciones. En efecto, la nueva situación geopolítica en torno de Rusia y el resurgimiento de la rivalidad entre Rusia y Estados Unidos llevaron a Washington a presionar a las autoridades de Yibuti para que no autorizaran la instalación de bases rusas en el país. Actualmente, no hay ninguna perspectiva de presencia rusa a largo plazo, pero la cooperación entre Yibuti y Moscú en materia de piratería continúa.

A pesar de ese revés, Moscú encontró otros potenciales anfitriones en el mar Rojo, y hasta el momento, el más receptivo es Sudán. En noviembre de 2017, el expresidente de Sudán, el tirano Omar al Bashir, visitó Sochi para reunirse con su par ruso y avanzar en un programa que apuntaba a profundizar la cooperación en varios ámbitos, entre ellos la seguridad y la defensa. Aunque la posibilidad de establecer una base militar no figuraba entre los documentos firmados por Putin y al Bashir, ambos discutieron ese tema durante la reunión.

Jartum deseaba reforzar los intercambios con Rusia debido al derrumbe de sus relaciones con Washington. En efecto, tras el éxito de Rusia para detener la caída del gobierno de Bachar al-Ásad en Siria, al Bashir empezó a considerar a Rusia como un potencial proveedor de seguridad para su régimen contra cualquier intervención de Occidente. Los resultados de los acuerdos de seguridad se volvieron concretos en mayo de 2019, cuando se presentó un acuerdo para que la flota rusa utilizara las instalaciones navales de Puerto Sudán. Hasta el presente, este acuerdo constituye principalmente el mayor éxito de Rusia en lo referido a su instalación militar en el mar Rojo.

Sin embargo, el proyecto de establecer una presencia permanente del ejército ruso en Sudán aún es una incógnita. La caída del régimen de al Bashir en abril de 2019 y la mejora de las relaciones diplomáticas entre Jartum y Washington en octubre de 2020 reducen el interés por la protección rusa en el país. Así, aunque la cooperación entre Jartum y Moscú en materia de defensa continúa hasta la actualidad, los planes de una base militar en Sudán parecen estar en un compás de espera.

La carta eritrea

En Eritrea también ha habido un cierto cambio en relación con una eventual presencia militar rusa a largo plazo. Tras su independencia en 1991, Eritrea se convirtió en uno de los países más cerrados del mundo, así como una de las dictaduras más severas de África. Sin embargo, desde la firma de un acuerdo de paz con Etiopía en junio de 2018 y el levantamiento de las sanciones de la ONU en noviembre de 2018, el país busca oportunidades para salir de su aislamiento y atraer inversiones extranjeras.

En ese contexto, desde 2018 Asmara coopera más activamente con Rusia. En agosto de ese año, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, anunció oficialmente que Eritrea y Rusia negociaban la apertura de una base “logística” en la costa eritrea.

A eso le siguieron más cambios. En octubre de 2018, como preparación para el levantamiento de las sanciones de la ONU, los representantes rusos y eritreos se reunieron para dialogar sobre el futuro de las relaciones bilaterales. Además, en julio de 2019, Moscú levantó sus sanciones contra Eritrea, en vigor desde hacía casi una década.

No obstante, actualmente nada demuestra que sigan en curso los planes de una base logística rusa en territorio eritreo. En efecto, el hermetismo de la política eritrea y la naturaleza estratégica de este tipo de negociación dificultan todo tipo de análisis de la situación. Pero en cualquier caso, entre ambos países continúa el diálogo en materia militar. En enero de 2020, Asmara anunció la entrega de dos helicópteros rusos comprados en 2019 en el marco del refuerzo de su cooperación militar con Moscú.

Los otros países con los que Rusia negocia para llevar adelante sus ambiciones en el mar Rojo son Yemen y Somalilandia. Antiguos socios soviéticos en la región, ambos países llaman nuevamente la atención de la diplomacia rusa. En el caso de Yemen, Rusia buscó jugar el papel de mediador entre todas las fuerzas (excepto los yihadistas) implicadas en la guerra civil en curso. Como escribe Samuel Ramani para el Carnegie Endowment, eso es funcional para los planes estratégicos de Moscú, ya que la implicación de Rusia en el conflicto en Yemen deja la puerta abierta para sus aspiraciones de mantener una presencia militar permanente en el futuro.

Esas aspiraciones ya habían sido identificadas en 2009 por un oficial de la flota rusa que había citado Socotra –el archipiélago yemení donde la flota soviética se había instalado en el pasado– como un posible lugar para la instalación de la marina rusa. Más tarde, en 2016, el gobierno de Alí Abdalá Saleh anunció que Yemen estaba dispuesto a que se instalara una base rusa en Adén, otro antiguo sitio de la marina soviética en el exterior.

Ahora bien, no hay ninguna señal de progreso en la concreción de las ambiciones de Rusia en el mar Rojo. En Socotra, los rusos están en un punto muerto, porque el archipiélago está ocupado por los Emiratos Árabes Unidos desde 2019. Y al igual que los contratos rusos de energía y gas en Yemen, la guerra suspendió cualquier plan de colaboración militar entre Moscú y sus socios yemeníes, a pesar de las declaraciones de Alí Abdalá Salé.

La cuestionada elección de Somalilandia

Finalmente, Somalilandia, parte de iure de Somalia, pero independiente de facto desde 1991, fue citado en varias ocasiones como posible anfitrión para una presencia militar rusa en el mar Rojo. Desde hace décadas, Somalilandia pretende ser reconocido como miembro de la comunidad internacional y por lo tanto busca socios en el exterior, en particular entre las grandes potencias, que podrían resolver la cuestión de su estatus.

Según algunos informes, la posibilidad de una base militar rusa en Somalilandia se presentó nuevamente en 2017. Ese año, en la embajada de Rusia en Yibuti, un representante del gobierno de Somalilandia le propuso a Moscú el derecho de construir una instalación en Berbera a cambio del reconocimiento de Somalilandia. Y en enero de 2020, aparecieron informes sobre la apertura inminente de una instalación militar rusa en Somalilandia.

Sin embargo, al mes siguiente, el embajador ruso en Yibuti lo desmintió. Además, surgieron dudas sobre si era de interés diplomático para Rusia reconocer a una república disidente, ya que ese país tiende a oponerse a que las grandes potencias intervengan abiertamente en favor de las regiones en secesión. Por lo tanto, el futuro de esa base es incierto.

La intervención rusa en Siria abrió varias oportunidades para Moscú en Oriente Próximo y en África Oriental. Desde 2015, los contactos y la cooperación entre Rusia y los países de ambas regiones aumentaron de manera considerable. No obstante, las limitaciones de su influencia diplomática se vuelven cada vez más evidentes en lo referido a una presencia permanente en el mar Rojo. Allí la diplomacia rusa ve que sus iniciativas están obstaculizadas por los retos de la inestabilidad de la región y la intensa competencia con otras potencias extranjeras.

Para los observadores exteriores, las perspectivas de una base militar rusa a orillas del mar Rojo son inciertas y son motivo de reportes poco confiables. Sin embargo, las ambiciones rusas en África y en Oriente Próximo no ceden. A pesar de una importante desaceleración de los intercambios diplomáticos a causa de la COVID-19 y de sus consecuencias económicas, el interés de Rusia por una base cerca del estrecho de Bab el-Mandeb y del mar Rojo seguirá siendo durante los próximos años una prioridad en la agenda regional de Moscú.