El 12 de diciembre de 2019, Sadou Yehia, un habitante del pueblo maliense de Lelehoy, situado en la región de Liptako-Gourma, concedió una entrevista a los periodistas de France 24 que cubrían una operación del ejército francés en esa región controlada en parte por Estado Islámico del Gran Sahara (EIGS). El reportaje de 6 min 39 seg, disponible aquí, fue difundido el 13 de enero por el canal francés, muy visto en África Occidental. Aunque erróneo, el nombre de «Sadou Yaya» es mencionado mientras el hombre, perfectamente reconocible, denuncia a cara descubierta la influencia de los yihadistas y en particular los impuestos que les imponen a los ganaderos: «El rincón donde abrevan los animales está allí, se quedan todo el día allí (…) Toda la zona está ocupada, y aunque te vayas, el otro te encuentra y tienes que pagar», dice Yehia. Unos segundos antes, se lo ve sentado sobre una esterilla dialogando con soldados franceses y otros habitantes del pueblo, también fácilmente reconocibles. El 8 de febrero, tres semanas después de la transmisión del reportaje, Sadou Yehia fue asesinado en su pueblo.
Según un miembro de su familia citado por el sitio web Arrêt sur images, Yehia habría sido secuestrado por tres individuos armados el 5 de febrero. «A un habitante le dieron una golpiza y lo dieron por muerto, y después ataron y se llevaron por la fuerza a mi tío en una de sus motos», cuenta uno de sus sobrinos. Tres días más tarde, «los terroristas» volvieron al pueblo, «tiraron a [su] tío al suelo y lo derribaron con dos balazos, uno en medio del pecho y el otro en la axila».
Según el sobrino, al día siguiente los yihadistas habrían vuelto una vez más. «Amenazaron a todo el pueblo y lanzaron un ultimátum: les dieron a todos los habitantes un mes para abandonar el pueblo. Es la sanción por haber colaborado con la Operación Barkhane». Desde entonces, varias fuentes afirman que la mayor parte de los habitantes del pueblo han huido.
«La anonimización es ilusoria»
Para los familiares, no hay duda de que Sadou Yehia fue asesinado debido al reportaje de France 24. En las redes sociales, numerosos internautas, incluidos periodistas, investigadores y habitantes de la zona también responsabilizaron al canal de televisión. En un comunicado publicado el 12 de febrero, France 24 refutó la acusación. «Los plazos de tiempo entre el rodaje, la difusión y el asesinato muestran el carácter especulativo de lo que los comentadores presentan apresuradamente como una causalidad irrefutable», señala el canal. Y agrega, no sin desdén: «En una zona donde los terroristas saben todo sobre todos, desde la presencia de los militares en los pueblos hasta la identidad de los habitantes que les hablan, nada permite afirmar que difuminar el rostro de Sadou Yehia le habría garantizado algún tipo de seguridad. En ese contexto, la anonimización es ilusoria». Es cierto, en esa región los yihadistas no necesitan mirar la televisión para saber quién hace qué cosa, y quién le habla a quién. Disponen de informantes en la mayor parte de los pueblos y saben en tiempo real dónde se encuentran los soldados franceses cuando conducen una operación.
Sin embargo, ¿el canal debería haber utilizado las precauciones habituales —difuminación y anonimización— empleadas en la mayor parte de los reportajes embedded (implicados) con el ejército francés, y generalizadas desde hace varios años en el caso de los soldados franceses, de los que por lo general solo se cita el grado y el nombre (en el reportaje en cuestión, vemos al «sargento John», al «capitán Romain» y al único que dio su testimonio con el rostro descubierto, el «capitán Julien»)? Numerosos periodistas e investigadores especialistas de la zona se sorprendieron al ver que el canal había expuesto tanto a un testigo: en efecto, el peligro que corren las personas que hablan con los soldados de la operación Barkhane es conocido desde hace mucho tiempo en Mali.
En noviembre de 2016, Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) había difundido un video escalofriante intitulado «Traidores 2». Frente a la cámara, dos hombres residentes de la región de Tombuctú admitían haber «colaborado» con el ejército francés antes de ser fríamente ejecutados. El primero, Mohamed Ould Boyhi, relataba cómo desde el comienzo de la operación Serval, lanzada en enero de 2013, había sido contactado por un oficial francés, un tal «Guillaume», y declaraba haber recibido dinero de Francia para reclutar informantes. El segundo, Houssein Ould Bady, admitía por su parte haber dado información a los militares franceses que les habrían permitido encontrar zulos de armas y eliminar combatientes yihadistas. Luego, en un acto de arrepentimiento que puede intuirse forzado, ambos instaban a los habitantes de la zona a no cometer los mismos «errores». Después, frente a un público de pueblerinos inmóviles, en un paisaje desértico, fueron pasados por las armas.
Ese video estaba dirigido a todos los que en Mali se veían tentados de servir como informantes a los enemigos de los yihadistas, como Francia, y también la misión de Naciones Unidas en Mali (MINUSMA) y las Fuerzas Armadas Malienses (FAMA). En diciembre de 2015 se había difundido un primer video similar, intitulado «Traidores». En él se podía ver la ejecución de dos malienses y un mauritano por haber colaborado también con Francia.
«Impedir cualquier colaboración con las fuerzas extranjeras»
En la región de Tombuctú, el video surtió efecto. «Así es como se instala el temor», explicaba en ese entonces una persona de la zona. «Al comienzo, no les prestábamos atención, pero las ejecuciones se multiplicaron. Y a cada una de ellas le sigue un comunicado, un video o un panfleto. El objetivo buscado es claro: impedir cualquier colaboración con las fuerzas extranjeras. La gente tiene cada vez más miedo de hablar con los soldados franceses o con los cascos azules, sobre todo en los pueblos más apartados».
Desde entonces, el fenómeno se propagó a otras regiones, y afecta tanto a quienes ayudan al ejército francés como a aquellos que colaboran con los cascos azules, con el ejército maliense, en particular en el centro de Mali, o incluso con el ejército burkinés en el norte de Burkina Faso, y con el ejército nigeriano en el oeste de Níger. Con el curso de los meses, la lista de hombres asesinados por los yihadistas por haber dado información a las fuerzas de seguridad, o simplemente por haberles hablado cuando pasaron por su pueblo, no ha dejado de crecer.
«Los yihadistas disponen de soplones»
Solamente en Mali, la MINUSMA ya ha contabilizado varias decenas de muertos, aunque no lleva la cuenta de todos los casos. «Los yihadistas están muy bien informados», afirma un tuareg que colaboró con Francia y perteneció a la unidad antiterrorista del Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA). «Disponen de soplones en todos los pueblos de las zonas donde se encuentran, que les informan todo lo que sucede y todo lo que se dice. Si alguna personalidad del pueblo se muestra demasiado crítica con los yihadistas en la plaza pública, lo denuncian. Si un hombre habla con los franceses cuando visitan el lugar, lo denuncian. Es muy difícil escapar de su influencia».
Según la misión de la ONU, una de las primeras tentativas de asesinato por «colaboración» que fue identificada en Mali remonta al mes de marzo de 2014, es decir, apenas poco más de un año después del inicio de la operación Serval: en Kidal, dos hombres armados habían disparado contra un responsable militar del MNLA que colaboraba con los franceses.
Dos meses más tarde, en el mismo pueblo, un hombre de unos sesenta años llamado Sidati Ag Baye y conocido por ser un informante del MNLA y de los franceses, fue víctima de un ataque fatal en su hogar perpetrado por dos hombres en moto. Después, en septiembre del mismo año, un tuareg acusado de ser un informante de los franceses fue secuestrado frente a su domicilio, en Zouera, en la región de Tombuctú, antes de ser decapitado por miembros de AQMI. En octubre de 2015, Abdallah Ag Mohamed, alias Kanú —jefe de la seguridad de la Coordinación de Movimientos del Azawad (CMA), una coalición que engloba a varios grupos armados, entre ellos el MNLA— fue asesinado en el pueblo de Ber. Otras personas murieron acribilladas en plena calle, o secuestradas y ejecutadas algunos días más tarde, bajo la mirada de los pueblerinos, o sin ser vistas por nadie.
«Francia se negaba a protegernos»
Entre esas víctimas, algunas eran informantes remunerados por Francia. Desde el inicio de la operación Serval, el ejército, y también la Dirección General de la Seguridad Exterior (DGSE) y la Dirección de Inteligencia Militar (DRM) franceses intentaron reclutar hombres que pudieran ayudarlos a rastrear a los yihadistas. «Cuando los soldados franceses llegan a los campamentos o al mercado semanal en los pueblos, le piden a la gente que se acerque a darles información sobre los terroristas», explicaba en 2016 un hombre del norte de Mali instalado en la capital, Bamako. «Les dan su contacto a la gente». Y les prometen dinero.
Así fue reclutado Mohamed Ould Boyhi, el hombre del video difundido por AQMI. «Hace dos o tres años», relataba uno de los allegados en 2016, «Mohamed fue contactado por un gendarme maliense que le presentó a los franceses. Recibió una suma inicial de 2 millones de francos CFA [3 000 euros] y un teléfono satelital Thuraya». Además, le habrían prometido dinero por cada reporte de información, y también la posibilidad de obtener la liberación de allegados si alguno llegaba a ser detenido.
Otras víctimas eran combatientes del MNLA que conducían operaciones conjuntas con las fuerzas francesas. Una de ellas, que desde 2014 estaba en contacto directo con agentes de la DGSE, dice haber perdido de esa manera a siete de sus compañeros. «Los yihadistas los fueron matando uno tras otro por haber trabajado con Francia. A mí mismo me amenazaron. Preferí renunciar a todo, porque Francia se negaba a protegernos. Varias veces hemos necesitado ayuda o protección, pero Francia nunca respondió nuestros llamados», afirma, con amargura. Como él, la mayor parte de los miembros de su unidad antiterrorista decidieron abandonar el combate.
«Saben todo lo que pasa aquí»
Otros, por último, solo eran personalidades de los pueblos, como Sadou Yehia, que en el momento en que llegaba una columna del ejército francés aceptaban recibir a los militares y veces proporcionarles información. En varios pueblos de Gourma y de Liptako, dos zonas donde el ejército francés multiplicó las operaciones estos últimos meses, los yihadistas irrumpieron unos días después del paso de los franceses para secuestrar o matar a aquellos que habían hablado con ellos, o para amenazar a otros pueblerinos. «Nos dijeron que cuando vuelvan los franceses no tenemos que hablarles, que si nos ven hablarles, nos matan. También nos dijeron que saben todo lo que pasa aquí», relata una personalidad de un pueblo de Gourma. «Sabemos que los franceses no vienen para hacernos mal», continúa. «Pero sin embargo es lo que hacen indirectamente, porque solo se quedan en el pueblo algunos días, o apenas unas horas, y cuando se van, los yihadistas vuelven y se desquitan con aquellos que les hablaron».
La ausencia de protección de los «colaboradores» —civiles o combatientes, regulares u ocasionales— del ejército francés y de los pueblerinos con los que se encuentra en el terreno es denunciada desde hace mucho tiempo por los familiares de aquellos que fueron atacados por los yihadistas. Algunos se quejan de no haber recibido ninguna ayuda de Francia. Una fuente del cuartel general de Barkhane situado en Yamena asegura que se tomaron medidas en relación a los traductores que acompañan a los soldados en el terreno: sus rostros se ocultan de manera sistemática. Un oficial de alto rango del ejército agrega que se han hecho esfuerzos para limitar las represalias1… pero no hay duda de que son insuficientes.
La nota de France 24 cuestionada por los familiares de Sadou Yehia muestra, como numerosos reportajes embedded difundidos estos últimos años, hasta qué punto quedan expuestos los interlocutores de Barkhane de los pueblos más apartados. Cuando llegan a Lelehoy, presentado por el periodista como un posible «punto neurálgico para la logística de los grupos terroristas», los franceses no dan muestra de la más mínima discreción: su diálogo con las personas mayores del pueblo tiene lugar en el exterior, bajo la sombra de un árbol, y cualquier persona puede asistir. Así resulta fácil saber quién habla y qué dice. «En un contexto como este, como mínimo habría que buscar un lugar discreto para hablar con cada interlocutor, sin testigos. Son las reglas de base», señala un militante de derechos humanos acostumbrado a proceder de ese modo en Níger. Por cierto, como conclusión del reportaje, el periodista de France 24 se tomó el cuidado de explicar que los pueblerinos «están expuestos a potenciales represalias de los yihadistas cuando comparten información con la fuerza Barkhane».
1Cuando se les preguntó, el personal del ejército en París y el personal de la Operación Barkhane en N’Djamena declararon que «las medidas y procedimientos aplicables a los civiles que cooperan con Barkhane sobre el terreno (...) se rigen por protocolos de inteligencia y, por razones de seguridad operacional y personal, no se divulgan públicamente».