Militares franceses en el Sahel. Un inconsciente colonial muy poco reprimido

Ellos “hicieron” África. Mejor aún: hicieron la guerra en África, en la franja sahelo-sahariana. Esa guerra, la relatan en libros con sus propias palabras, las de militares criados desde su infancia con las “hazañas” de las conquistas coloniales y formados en escuelas de guerra, claramente apasionados por su misión y exaltados por lo que consideran una aventura extraordinaria. Pero el punto de vista que adoptan, al mismo tiempo marcial y paternalista, también dice mucho sobre el ejército francés.

Soldados franceses en Tombuctú, 27 de abril de 2017
defense.gouv.fr

Aunque por ahora es poco abundante, la biblioteca de libros de testimonios escritos por militares que participaron en la guerra de Francia en el Sahel aumenta cada año. El más reciente es un libro destinado a los niños. Concebido por dos oficiales que desearon mantener el anonimato (se trata de los tenientes Y para el texto y Z para las ilustraciones), Les aventures de Bonhomme en Afrique [“Las aventuras de monigote en África”] narra la vida cotidiana de los soldados franceses en el desierto maliense –la dificultad para encontrar agua, las comidas insípidas, los campamentos improvisados– sin entrar jamás en los detalles de las operaciones ni en el meollo del asunto. No se sabe por qué combaten ni contra quién. Solo sabemos que se trata de un “viaje extraño” y que sus enemigos son “malhechores”. Los soldados franceses, trazados con los rasgos de diversos animales, están allí para “ayudar a defenderse a pueblos lejanos”.

No hay ninguna enseñanza para extraer de esta obra destinada para los niños, en particular para los hijos e hijas de militares que sufren regularmente la partida de sus padres en misión1, salvo las inevitables generalizaciones que perpetúan la imagen de un continente estático, cuya realidad sería la misma en todas partes (“bajo el duro sol de África”), y sobre todo con tierras salvajes desiertas de hombres y mujeres.

La identidad del editor no es un dato anodino. Nos sumerge en el universo del cual surgieron gran cantidad de oficiales y suboficiales franceses. Pierre Téqui es “una editorial católica fundada en 1868” por un hermano marianista, puede leerse en su sitio web. En ese entonces, su objetivo era producir y promover “libros doctrinalmente irreprochables, moralmente sanos y literalmente interesantes”. Se trata de una obra de “defensa y de promoción de la familia” que la editorial dice seguir promoviendo. “Más que informar, se trata de formar”, reivindica su gerente, François Lemaire.

Reconquista del norte de Mali

Las otras obras de esa joven biblioteca de libros de guerra son ensayos. Son mucho más interesantes de leer y de analizar para quien desee comprender el funcionamiento del ejército, los móviles ideológicos que lo impulsan y su visión del continente africano. Los dos primeros fueron publicados en 2015, es decir, aproximadamente dos años después del inicio de la operación Serval (enero de 2013). Son dos testimonios de oficiales que tuvieron un papel importante durante la “reconquista” del norte. Opération Serval, notes de guerre [“Operación Serval, notas de guerra”] es el cuaderno de bitácora del general Bernard Barrera, que comandó la operación2. En el prefacio, el general Henri Bentégeat recuerda que Barrera “ganó en el terreno, en el norte de Mali, una de las batallas más duras que el ejército francés haya librado después del fin de la guerra de Argelia”.

Libérez Tombouctou. Journal de guerre au Mali [“Liberen Tombuctú. Diario de guerra en Mali”], publicado en la misma época, es una obra del teniente Frédéric Gout, enviado a Mali tras el inicio de la operación Serval como comandante del 5º regimiento de helicópteros de combate (RHP) con base en Pau. La tercera obra, Entre mes hommes et mes chefs. Journal d’un lieutenant au Mali [“Entre mis hombres y mis jefes. Diario de un teniente en Mali”], fue publicada en 2017. Se trata del diario de Sébastien Tencheni, joven suboficial que combatió en Mali en 2014, cuando la operación Serval se convirtió en operación Barkhane y se extendió a otros cuatro países de la zona: Mauritania, Burkina Faso, Níger y Chad. “Escrito como un diario de guerra, día a día, bajo el calor del desierto maliense”, esta obra es una sucesión de “impresiones en caliente”, pero también incluye reflexiones y opiniones que el autor admite que pueden escandalizar, pero que asume plenamente.

Esas publicaciones sin duda fascinarán a los fanáticos de las operaciones militares. En cierta medida, permiten comprender la realidad militar de un terreno complejo –tanto en el plano humano como en lo relativo al clima y la topografía– y por lo tanto la realidad de una operación particularmente delicada, pero también dejan entrever las dificultades con las que puede toparse un jefe militar en plena acción. El lector crítico también detectará elementos que dicen mucho sobre la manera de pensar de los oficiales y su visión de un teatro que les resulta extranjero, y del que evidentemente no manejan todos los hilos.

¿La época bendita de las colonias?

Al leer las tres obras, se desprende una evidencia: aunque “la época bendita de las colonias” resulta lejana, sigue estando bien anclada en la memoria de los militares. Barrera, que se formó en la escuela militar de Saint-Cyr (promoción Monsabert, 1982-1985), “la escuela de los ideales, del servicio y de la tradición”, recuerda que “los militares sienten apego por la historia de sus unidades, al igual que los antiguos”, y que “construyen su orgullo y su singularidad a partir de esas referencias”. Ahora bien, en el ejército de tierra, muchas de esas referencias remontan a la conquista colonial.

Barrera relata que en enero de 2013, durante el avance de las tropas francesas en dirección a Tombuctú, la historia con mayúscula volvió a aparecérsele al observar un mapa de Mali:

Al leer los nombres, distingo el itinerario de la expedición francesa de 1894, de Bamako a Tombuctú, la época del Sudán francés, ¡la historia militar al servicio de las operaciones! Léré, Niafunké, Gundam: la marcha agotadora de la formación del coronel Bonnier, seguida por la del teniente coronel Joffre, futuro vencedor de la batalla del Marne, atacados regularmente por los tuaregs insumisos que llegaron para efectuar razias contra los negros sedentarios del río Níger. Al leer Niafunké en el mapa, veo a mi abuelo, un viejo oficial colonial, que en su palacete marsellés me relataba las expediciones pasadas durante las noches de verano.

Niafunké fue “liberada 119 años después de su conquista por los tiradores de Joffre, el 20 de enero de 1894, con un costo de 100 rebeldes muertos”.

Barrera continúa:

Observo mi mapa: Niafunké, Gundam, y 35 kilómetros más lejos, el objetivo, el de Joffre (…). Me compadezco del coronel Bonnier y de su estado mayor: 13 franceses, 63 tiradores caídos el 15 de enero de 1894 en Tacoubao.

Una vez que la ciudad de Tombuctú queda limpia de yihadistas, Barrera se lanza tras los rastros de otro de sus ídolos, René Caillié. La situación parece bajo control, así que atraviesa la ciudad para visitar la casa de Caillié, “el primer occidental que haya entrado en la ciudad, el 20 de abril de 1828”. Se había hecho la promesa de ir allí luego de leer L’esclave de Dieu [“El esclavo de Dios”], el libro de Roger Frison-Roche que traza las aventuras de Caillié.

Más al norte, Barrera encuentra los paisajes que le hicieron soñar siendo niño:

El macizo argelino de Ahaggar, el maliense de Adrar de los Iforas y el nigerino de Air poblaron mi imaginación durante mi juventud, cuando leía los relatos de los meharistas.

Barrera por poco lamenta “haber nacido demasiado tarde para conocer las grandes expediciones saharianas”. ¿Pero cuáles, más exactamente? Algunas de ellas dejaron muy malos recuerdos entre esos pueblos de África que él dice estar orgulloso de haber liberado del yugo yihadista. En 1899, una de las misiones más conocidas, y también la más sangrienta, llamada Voulet-Chanoine, por el nombre de los dos capitanes encargados de conquistar lo que luego se convertirá en el país de Chad, causó la destrucción de varios pueblos y la muerte de cientos de hombres y de mujeres en las poblaciones que se negaban a alimentar a la formación.

“Una cierta idea de la civilización europea”

Cuando se encuentra en el fuerte de Araouane, en pleno desierto, Barrera encomia a “esos hombres que debían tener una vida interior fuerte y una vocación profunda para vivir meses y años entre esas dunas fuera del tiempo”. Y concluye con esta oda a la colonización:

La acción del Estado se inscribía en el tiempo. Los maestros, los ingenieros, los técnicos, los administradores seguían a las formaciones y aportaban una cierta idea de la civilización europea. (…) En África, la historia nunca está lejos. Aunque los pueblos hayan accedido legítimamente a la libertad, guardan en la memoria las referencias y los recuerdos de una autoridad ya desaparecida, sinónimo de seguridad.

Frédéric Gout (formado en la escuela de Saint-Cyrien, como Barrera), cuyo relato es mucho menos impresionista y se contenta principalmente con detallar el desarrollo de las operaciones, tampoco escapa a un pequeño momento de nostalgia cuando se encuentra en Gossi. “Tengo la sensación de volver a encontrar mis lecturas de aventureros de otra época”, escribe.

Pero la nostalgia colonial, tan presente en el ejército, salta literalmente a la vista, página tras página, en el relato de Sébastien Tencheni. Este joven oficial es egresado de la Escuela Militar Interarmas (EMIA), de la promoción Bigeard (2010-2012), en honor a uno de los principales protagonistas de las guerras de Indochina y de Argelia, para quien la tortura era “un mal necesario”3. Desde el comienzo, tras haber elogiado la leyenda del emperador Napoleón, y antes de escribir que el pueblo francés le parece “el más valiente y más extraordinario de los pueblos”, Tencheni avisa: “Si el lector se siente ofendido con algunas opiniones o reflexiones, que sepa que en efecto esos pensamientos son muy míos.”

¡Y qué pensamientos! África, ese “sueño colonial de toda la joven república”, ese “teatro magnífico” que atrae “mucho más que los fríos Balcanes”, esa tierra “de todos los peligros”, pero también de “todas las fantasías” y “de las antiguas glorias coloniales y del pasado glorioso de Francia”, recibió de la república “los beneficios de la civilización” y “fue liberada del yugo de los traficantes de esclavos árabes”. ¡Ah! La magia africana, esos paisajes maravillosos, esos pueblos ingenuos y generosos (“En esos países se necesita poco para hacer feliz a la gente”)…

Los nuevos Bertrand du Guesclin

Durante su misión, Tencheni, como Gout y Barrera, tiene la impresión de volver al pasado, porque en África se vive “en otra época”. “¿Estamos en 2014 o en 1350?”, se pregunta Tencheni. “¿Somos los nuevos Du Guesclin, llegados a Mali para expulsar a las bandas de mercenarios que oprimen al pueblo del campo y restablecer la paz?” Para él es obvio: en la misión de pacificar Mali, la “Belle France” tiene un papel para desempeñar, como hace más de un siglo. “Somos un país fuerte, poderoso y respetado: impongamos una tutela hasta que los problemas se solucionen (…) y podremos volver a empezar, manteniendo una mirada ‘paternal’”. ¡Es como volver al año 1890! Pero no nos equivoquemos: Tencheni es un joven de su época. “No perseguimos al infame inglés –aclara–, sino al loco de Alá.” Esta vez, Francia, “gran nación de corazón generoso, vuela al rescate de un pueblo oprimido por la barbarie islámica”. ¡Así que quedémonos tranquilos!

Además de esos torrentes de nostalgia rancia, los oficiales franceses a veces demuestran un desconocimiento de los países donde combaten, de los pueblos a los que están persuadidos de ayudar, o incluso salvar, y de los enemigos a los que dicen combatir. Para ellos no hay duda, por un lado están “los malos” y por el otro, “los buenos”. Esa visión binaria, defendida sobre todo por el historiador de extrema derecha Bernard Lugan, defensor incansable del régimen de apartheid sudafricano, muy apreciado por los oficiales, no deja ningún lugar a los matices.

Primero los “malos”: sus enemigos. “Terroristas”, pero también traficantes viles, “contrabandistas del desierto” (Barrera), “salteadores” (Gout). Los militares repiten hasta el hartazgo el mito del narcoterrorista que utilizaría el islam para realizar sus pequeños tráficos, y cuyo único y verdadero Dios es el dinero. Sin embargo, la mayoría de los especialistas de la zona deconstruyeron ese discurso hace mucho tiempo. “Sobre todo, no hay que confundir los actores criminales y los actores yihadistas. Es un error grave”, resumía recientemente el investigador Guillaume Soto-Mayor en una entrevista en Mondafrique :

Esa idea de que los grupos armados yihadistas serían salteadores envueltos en un velo de religión, cuyo principal objetivo sería pecuniario, es absurda e irrealista. (…) La etiqueta narcoyihadista es una obcecación voluntaria que con frecuencia obedece a objetivos políticos. El hecho de que una parte ínfima de los ingresos de los yihadistas provenga del tráfico, o de que algunos traficantes les den dinero, o de que los grupos armados yihadistas y algunos grupos armados cooperen en armonía en un territorio determinado no los convierte en traficantes.

Bárbaros sin proyecto

Todo sirve para despojarle a ese “malvado” toda ambición política y negarle incluso toda capacidad de razonamiento. Barrera, un hombre de saber y de mesura, no escapa a la caricatura cuando afirma:

El yihadismo saheliano preconiza un retorno a las fuentes, pero vive de los Toyota, de las computadoras y de los teléfonos satelitales. Para extender su poder e imponer su tráfico en regiones enteras, destruye sin construir, impone el retorno a la Edad Media a pueblos impotentes que sufren la dictadura de un pequeño grupo”. Y Barrera concluye con una comparación curiosa: “El comunismo, nuestro enemigo anterior, tenía una determinada visión de la sociedad, de los proyectos. Los nuevos bárbaros no tienen ninguna.

Gout, por su parte, parece haberse creado una idea precisa de lo que es el islam. Porque para él, los yihadistas sahelianos “no respetan nada ni a nadie, sobre todo el islam”. También se drogan, dicho sea de paso4. Para Tencheni, no son más que unos “incultos”.

Frente a esos “malvados”, estarían los “buenos”: los soldados franceses, por supuesto. Pero también los malienses, que por su parte “son pacíficos y suelen vivir en paz”, cree saber Gout. Los malienses, como todos los africanos, son ingenuos, cálidos, bondadosos, sonrientes. También “influenciables”, escribe Tencheni. Nada que ver con esos yihadistas oscuros. Pero las numerosas investigaciones realizadas en el terreno demuestran que el grueso de las tropas que constituyen las diferentes katibas activas en el Sahel fueron reclutadas a nivel local. Aunque Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) nació en Argelia y sus jefes provenían inicialmente de África del Norte, hace mucho tiempo que fueron reemplazados por hombres originarios de Mali, Burkina Faso o Níger. El jefe del Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM o GISM), que tomó la posta de AQMI en la región, Iyad AG Ghaly, es un tuareg maliense. El de la katiba Macina, una de los más activas en Mali, Amadou Koufa, es un peul –un pueblo también llamado fulani– maliense. El del grupo Ansaroul Islam, activo en el norte de Burkina, es un peul burkinés. Pero esa realidad no tiene cabida en el relato de los militares franceses. Sin embargo, eso no le impide a Tencheni afirmar que un militar “debe mantener el cerebro alerta y tener una visión mucho más completa que la versión simplista impuesta por los medios de comunicación y la educación nacional”.

Una visión caricaturesca de África

No es necesario ir demasiado lejos para encontrar las referencias ideológicas de Tencheni, que tiene “la sensación de que somos la última muralla (…), los últimos sobrevivientes de una determinada idea de Francia”. Nadie duda de que este adepto de Aymeric Chauprade, un exasesor de Marine Le Pen a quien cita como una referencia en materia de geopolítica, también devoró las obras de Bernard Lugan. Para este historiador desacreditado por la mayoría de sus colegas, en África todo es simple, todo remite a las etnias, todo está congelado en el tiempo. Ese también es el mensaje que transmiten estos autores militares. “En esa ciudad (Tombuctú) el tiempo se detuvo”, escribe Barrera. En relación a las “callecitas magníficas” de Tombuctú, Gout cree saber que “hace siglos que no cambia nada”. Es que, después de todo, como escribe Barrera, “estamos en África, aquí nada es racional”.

Esta visión caricaturesca del continente dice mucho sobre la manera en que la institución militar percibe al continente africano, su principal teatro de operaciones. Sin embargo, esa perspectiva no impide que afloren algunos momentos de lucidez. Aunque Barrera habla con justa razón de una victoria en la operación Serval (victoria “del soldado francés eterno, valeroso y generoso”, señala), también admite que desde 2015 esas conquistas tácticas “no tendrán sentido si no están seguidas por una nueva situación diplomática”, y recuerda una evidencia: “Ya han hablado las armas, pero la respuesta solo puede ser política.”

1Según un informe del Ministerio de las Fuerzas Armadas, “el censo de la población francesa en 2014 permitió contabilizar 283.265 niños a cargo de hogares compuestos por lo menos de un militar”. Entre esos hijos de militares, el 23% tienen menos de 3 años, y el 61%, más de 6 años. Más de 88.000 niños están en el jardín de infantes o en la escuela primaria.

2El 20 de octubre, Barrera dio su adiós a las armas en Los Inválidos, en París. Como muchos oficiales, encontró rápidamente una vía de reorientación porque a partir del 1º de noviembre se sumó a la empresa Thales, donde oficia como asesor de defensa-tierra del grupo.

3La promoción le dedica el siguiente canto: “un soldado que ennoblece nuestra historia (…) Que nuestra acción se inscriba tras sus pasos para siempre”.

4Es cierto que en el Sahel algunos combatientes yihadistas a veces utilizan drogas antes de partir al combate (sobre todo en la región del lago Chad). Pero ese fenómeno dista de ser general.