¡Muéstreme sus papeles! Los orígenes de la porosidad de las fronteras en el Levante

Las fronteras entre el Líbano, Siria e Irak empezaron a cobrar relevancia hace un siglo, con la llegada al Levante del transporte automovilístico. Su situación fue variando con la implementación de reglamentos que permitían el paso de algunos viajeros privilegiados y frenaban el de los “no deseables”, que de todas formas solían encontrar el modo de colarse.

Frontera sirio-iraquí, februero 2013
Mike Fryer/Mines Advisory Group/Flickr

Esa noche del 18 de enero de 2018 hacía frío en la montaña que separa Siria del Líbano, pero el pasador le había dicho a Ahmad que el cruce solo duraría media hora. Así que Ahmad se adentró en la nieve con su familia. Eran tres generaciones huyendo de su país, sin los papeles en regla, intentando eludir el puesto fronterizo para evitar que les negaran el acceso. Después de siete años de guerra, su localidad, situada en la frontera con Irak, se había vuelto invivible. Pero al cabo de siete horas de caminata, la familia de Ahmad sucumbió al frío, informó la Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados. Al igual que Ahmad, estos últimos años miles de sirios se arriesgaron a atravesar la frontera entre Siria y el Líbano huyendo de la guerra y las persecuciones.

En 1925, casi un siglo antes, cuando Muhammad Jawad Mughniyya dejó su pueblo natal en el Jabal Amel, al sur del Líbano, y partió en sentido contrario con destino a Irak, todavía se estaba negociando la delimitación de las fronteras entre el Líbano, Siria e Irak. Él también viajaba sin papeles, y las autoridades de Beirut le negaron un salvoconducto con el pretexto de que su padre adeudaba el pago de impuestos sobre los bienes personales. Y a él también su chofer le indicó, poco antes de llegar a Palmira, en el desierto sirio, la manera de eludir un puesto de aduana sin ser identificado, y le prometió que lo esperaría del otro lado. En un puesto anterior, Mughniyya recién había logrado que el agente aduanero lo dejara pasar cuando le pasó encubiertamente algunas monedas. Esa vez, la estrategia para eludir el puesto de control funcionó, y Mughniyya retomó el camino con dirección a Bagdad a través del desierto de Siria. Unos centenares de metros más lejos, en el puesto fronterizo iraquí, repitió la misma operación, que también resultó exitosa.

Controles aduaneros y montones de arenas

Al contrario de Ahmad, Mughniyya no se convirtió en un clandestino para huir de un conflicto, sino para estudiar en la ciudad sagrada de Najaf. Su estadía en Irak contribuyó, por cierto, a que se volviera un exégeta y un pensador reconocido. Sin embargo, al igual que los solicitantes de asilo actuales, Mughniyya formaba parte de los viajeros considerados “no deseables”, para quienes el surgimiento de las fronteras resultó una peligrosa carrera de obstáculos.

En esa época, el ejército francés y el británico ocupaban el Levante. Tras la Primera Guerra Mundial, el desmantelamiento del Imperio Otomano dio lugar al surgimiento de nuevos Estados, como el “Gran Líbano”, proclamado por el general francés Henri Gouraud el 1º de septiembre de 1920 (llamado República Libanesa a partir de 1926). Los nuevos Estados implicaron necesariamente nuevos contornos territoriales. Pero las fronteras, en lugar de ser líneas sobre un mapa, son un conjunto de reglamentaciones y de controles aduaneros que crean alteridad diferenciando al ciudadano del extranjero y estipulando las condiciones de paso de un territorio a otro. En el momento en que Mughniyya realizó su viaje, el trazado de la frontera importaba poco: el control de los pasaportes se hacía anticipadamente en los numerosos puestos de policía repartidos entre Beirut y Bagdad. Así, cuando llegaban a dicha “frontera”, muchos viajeros se divertían al ver solo montones de arena o un poste indicador perdido.

Una frontera, dos clases de viajeros

Ironía del destino: esas nuevas reglamentaciones se establecieron en pleno auge del transporte automóvil, innovación tecnológica que multiplicó el número de viajeros que circulaban a través del Levante. Así que se construyeron nuevas rutas, que a veces eran caminos a través del desierto y conectaban las grandes ciudades con las regiónes más alejadas. Si el cruce del desierto de Siria antes tardaba varias semanas a lomo de camello, el automóvil redujo el tiempo del trayecto a dos o tres días. Por otra parte, los precios ofrecidos por las diferentes empresas de transporte bajaron fuertemente con el curso de los años y permitieron que salieran a la ruta viajeros de perfiles diversos. Entre el Líbano, Siria e Irak empezaron a circular políticos, empleados públicos, comerciantes, y también intelectuales, peregrinos y turistas. En esa época, poseer auto propio era poco común; la gente compraba más bien un asiento en un automóvil colectivo.

Si bien la cantidad de viajeros aumentaba, no todos eran recibidos de la misma manera. Por un lado, las autoridades veían con buenos ojos los desplazamientos de los turistas. Luego de la inauguración de un servicio regular de transporte en automóvil entre Irak y Siria, muchos turistas iraquíes pasaban el verano en las montañas del Líbano y Siria, y al mismo tiempo, los turistas europeos empezaban a visitar Irak cruzando Siria. Conscientes de la oportunidad económica, las autoridades francesas en Siria bajaron el precio de las visas turísticas y facilitaron las formalidades aduaneras para los turistas. Tras varias quejas de los turistas, las autoridades llegaron incluso a modificar la ley sobre la importación de cigarrillos hacia Siria para autorizar que los turistas atravesaran la frontera transportando varias centenas de cigarrillos. Además de esos turistas acomodados, los nuevos Estados facilitaron el paso de altos funcionarios, empresarios y militares a través de las fronteras.

Pero en cambio se reforzó el control de la circulación de toda una serie de viajeros y de migrantes considerados “no deseables”. Bajo ese término, los gobiernos designaban a todos aquellos que a sus ojos podían llegar a perturbar el orden público, amenazar la estabilidad política o representar un peso económico, y ponía en una misma bolsa a militantes, comunistas, ladrones, y también vagabundos, proxenetas y prostitutas.

Los desplazamientos de los peregrinos de La Meca también eran cada vez más controlados. Los nuevos Estados temían un aluvión de peregrinos sin dinero, cuya repatriación hacia su país de origen debía estar a cargo de los Estados mismos. Por otra parte, sospechaban que los peregrinos podían propagar enfermedades como el cólera desde India hacia Oriente Próximo y Europa. Todas estas razones, reales o imaginarias, llevaron a los gobiernos del Líbano, Siria e Irak a instaurar reglamentaciones específicas sobre la circulación de los peregrinos, forzándolos, por ejemplo, a seguir determinados itinerarios, o expidiéndoles un salvoconducto solo después del depósito de una garantía económica. Aunque a los peregrinos no les prohibieron el cruce de la frontera entre Siria e Irak, las formalidades que les impusieron limitaron fuertemente sus desplazamientos.

“Perjuicio ostensible”

Las bailarinas de cabaret europeas también pagaron el precio de las nuevas reglamentaciones fronterizas. En 1928, los franceses publicaron un decreto que les prohibía a las artistas europeas de dancing y de cabaret entrar al Líbano y Siria, por temor a que se entregaran a la prostitución y mancharan la imagen de Francia. El alto comisario francés justificó su decisión de esta manera:

Su presencia es objeto de las apreciaciones más desfavorables respecto a nuestros ciudadanos. Por medio de una generalización demasiado simplista, algunas mentes que nos son poco benevolentes no dejan de propagar comentarios inapropiados respecto de la honorabilidad de la mujer francesa. Ello significa un perjuicio ostensible para el prestigio francés y para la potencia mandataria.

Los británicos, por su parte, hacían lo mismo en Irak y restringían la movilidad de las mujeres europeas y estadounidenses prohibiéndoles los desplazamientos al interior del país si no estaban acompañadas por un hombre.

La viajera y escritora ítalo-británica Freya Stark, que realizó numerosos viajes en solitario en la región durante los años 1920 y 1930, comentó con sarcasmo la nueva reglamentación de las autoridades británicas en un relato de viaje:

Pensé, con bastante amargura, que si la Colonial Office administrara el paraíso, no tendría ninguna posibilidad de ingresar en él, y sentí alivio de que, según parece, ese no es el caso.

Estos ejemplos echan luz sobre el proceso de instauración de las nuevas fronteras en el Levante al término de la Primera Guerra Mundial. Esas fronteras fueron tomando cuerpo con el paso del tiempo, a medida que se efectuaban controles sobre el terreno y que las reglamentaciones definían las condiciones de paso. Así, la frontera entre Irak y Siria se construyó durante las décadas de 1920 y 1930, y se mantenía más o menos abierta en función de las circunstancias. En 1927, una epidemia de cólera en el sur de Irak llevó a las autoridades francesas en Siria a cerrar parcialmente su frontera. Durante un tiempo, el cruce del desierto entre Irak y Siria se volvió más rígido. Los choferes y pasajeros de los automóviles con destino a Damasco debían estar vacunados, y se erigieron nuevos puntos de control en las rutas para controlar e impedir el paso de los viajeros sospechosos de ser portadores de la enfermedad.

Más allá del acuerdo “Sykes-Picot”

La frontera es entonces una realidad dinámica, una institución social que se (re)construye a través del tiempo, contrariamente al relato en curso, según el cual las fronteras actuales del Levante habrían sido trazadas de un plumazo durante el «acuerdo Sykes-Picot». En 1916, Francia y el Reino Unido anticipaban el derrumbe del Imperio Otomano y encaraban negociaciones para repartir la región en varias zonas de influencia que favorecieran sus intereses económicos, políticos y estratégicos. Mark Sykes y François-Georges Picot definieron en ese entonces varias zonas cuyo control le correspondería a Francia o al Reino Unido. La imagen es fuerte: dos hombres vueltos sobre un mapa, analizando el futuro de la región, dos potencias europeas trazando “una línea en la arena” a modo de frontera, según la fórmula impactante, pero simplificadora, de James Barr .

Un siglo más tarde, la organización Estado Islámico (EI) utilizó esa imagen en su propaganda. En un video publicado en 2014, EI pretendía haber logrado “el fin de Sykes-Picot” creando un califato autoproclamado a caballo entre Siria e Irak. Sin embargo, la referencia al Acuerdo Sykes-Picot sirvió más para legitimar la nueva configuración territorial de EI en la región que para describir una realidad histórica. Dejando de lado incluso la idea de frontera como institución (re)negociada a lo largo del tiempo, el paralelo entre el Acuerdo Sykes-Picot y las fronteras de los Estados actuales en Oriente Próximo es inexacto. En realidad, la delimitación de la frontera entre Irak y Siria se prolongó al menos hasta comienzos de la década de 1930 a causa de muchas negociaciones, objeciones y ajustes que implicaron a varios actores locales.

Durante toda la década de 1920, los nuevos Estados del Líbano, Irak y Siria intensificaron su control sobre la circulación transfronteriza de los viajeros facilitando el paso de algunos privilegiados y dificultando la circulación de aquellos que no les depararían ningún rédito político ni económico. Ajustables y redefinibles en función de los intereses y de las circunstancias, las fronteras que se delinearon cumplieron así un papel de filtro que perdura hasta el día de hoy, a pesar del surgimiento de nuevos principios jurídicos internacionales como el derecho de asilo, que supone abrir las fronteras para las personas que huyen de los conflictos y las persecuciones. Pero como lo demuestra la historia de Mughniyya, algunos “viajeros no deseables” siempre logran colarse entre las redes.