Netanyahu. A marchas forzadas hacia la anexión

Tras la crisis política más larga de la historia de Israel, Benjamín Netanyahu logró crear un gobierno cuyo principal objetivo es la anexión de gran parte de Cisjordania. Para hacer eso, dispone del apoyo de Donald Trump y de la pasividad-complicidad de “la comunidad internacional”.

El Valle del Jordán al norte de Jericó, en el corazón del proyecto de anexión israelí
Abir Sultan/AFP

Netanyahu se lo había prometido a sus compatriotas durante su última campaña electoral: pretendía anexar cuanto antes una parte sustancial de los territorios palestinos de Cisjordania. Vencedor en las elecciones, pasó a la acción. Firmado el 21 de abril con su principal competidor, el general Benny Gantz, líder del partido Azul y Blanco, el acuerdo para formar una gran coalición considera la anexión como su objetivo político prioritario y estipula que el proceso anexionista podrá implementarse a partir del 1º de julio.

Ahora Netanyahu aparece una vez más como el hombre fuerte indiscutido del gobierno. Él –él solo– es quien fija las prioridades. Como escribe cruelmente un cronista israelí, Netanyahu “contrató a Gantz como guardaespaldas para los próximos tres años”. Y además, Netanyahu encarna más que nunca las corrientes políticas profundas que impulsan a la sociedad judía israelí.

La capitulación de Benny Gantz

Gantz, ex jefe del Estado Mayor, cuya formación estalló luego de su adhesión a Netanyahu, parece un político anodino a su lado. Todo lo que pudo obtener con ese acuerdo de gobierno es que cualquier anexión tendrá que recibir previamente un “acuerdo total de Estados Unidos” (algo que de todas maneras Netanyahu habría buscado). Actualmente, el número dos de Azul y Blanco –Gabi Ashkenazi, otro ex jefe de Estado Mayor– da a entender que es hostil a una anexión, pero que su partido no podría hacer nada para impedirla, ya que incluso sin su apoyo, Netanyahu dispone de una mayoría indiscutible en el parlamento para validar una anexión. Si bien es un razonamiento lógico, no da muestras de un ímpetu político rebosante…

Los otros partidos, salvo el llamado “partido árabe”, que representa los intereses palestinos en el parlamento, no tienen casi nada para decir. La extrema derecha no espera más que una anexión que sea lo más vasta posible. A izquierda, el partido laborista histórico, o lo que queda de él (¡tres legisladores!), tuvo que comprometerse a respetar la disciplina de la coalición de gobierno para poder integrarla. Dicho de otro modo, eso implicaría votar a favor de las anexiones llegado el caso, lo que, visiblemente, ya no le plantea ningún problema al partido.

Empujar a los palestinos hacia los centros urbanos

¿Qué territorio pretende anexar Netanyahu? ¿La totalidad? Eso está casi descartado, porque aboliría de facto a la Autoridad Palestina (AP), algo que Israel no quiere en absoluto, al menos en este momento. Cualquier gobierno israelí preferirá dejarle a una AP impotente la apariencia de responsabilidad sobre la gestión de sus grandes centros urbanos. De hecho, desde hace por lo menos dos décadas uno de los elementos claves de la política colonial israelí en Cisjordania consiste en tomar las tierras de los palestinos de las zonas rurales para hacerlos reagruparse en la periferia de las ciudades y así ofrecerles a los colonos lugares de asentamiento lo más vacíos posible de población autóctona. Seguramente esa anexión implicará la totalidad del valle del Jordán (excepto, muy probablemente, la ciudad de Jericó, a ocho kilómetros del puente Allenby, único paso por carretera entre Israel y Jordania), y una parte más o menos importante de la llamada zona “C”, que luego de los Acuerdos de Oslo (1993) permanece en su totalidad bajo control israelí y cubre en total el 62% del territorio de Cisjordania.

Cisjordania, Zona C y Jerusalén Oriental (OCHAoPT, 2011)
En azul oscuro, la parte ya cerrada (mapa 2011) a cualquier construcción para los palestinos (70 %); en azul claro, el 30 % restante, donde el acceso está severamente restringido.

Esa zona C está dividida en siete grandes bloques desconectados, que a su vez están fragmentados. Allí viven unos 300.000 palestinos (un número casi equivalente ya se ha visto obligado a salir de esa zona en los últimos veinte años), mientras que ya viven allí unos 390.000 colonos, es decir, casi el 90% del total de los israelíes que residen en Cisjordania (sin contar los 250.000 que viven en Jerusalén Este). En Israel, las proyecciones sobre la dimensión de los futuros territorios anexados varían entre el 30 y el 40% del territorio palestino. Cabe recordar que el “plan de paz “ de Donald Trump, presentado en enero último, le otorgaba a Israel el derecho de apropiarse de aproximadamente el 35% de Cisjordania. En realidad es un 5 a 6 % más, habida cuenta de la extensión de las tierras estatales de las colonias.

Algunas voces disidentes

En Israel, la anexión programada fue objeto de un apoyo popular importante. Pero algunas voces se elevaron para cuestionarla. Como sucede con frecuencia en ese país, solo se atreven a manifestar su hostilidad a la política anexionista los altos responsables de seguridad que ocupan un puesto. Según Al Monitor, el actual jefe del Estado Mayor, Aviv Kochavi, el de Shin Bet, Nadav Argaman, y el de la inteligencia militar, Tamir Hayman, son algunos de ellos. A comienzos del mes de abril, 220 ex altos responsables de seguridad (ejército, Shin Bet, inteligencia militar) habían firmado una petición contra las anexiones programadas. El 22 de abril, el exalmirante y exjefe del Shin Bet, Ami Ayalon, el exdirector de la Mossad, Tamir Pardo, y el general de reserva Gadi Shamni publicaron en Estados Unidos una columna denunciando los “riesgos” de las anexiones previstas.

Según su parecer, el riesgo más importante se encuentra en Jordania, un país que “posee una población palestina significativa”, y del que temen que una desestabilización del régimen, la monarquí hachemí, podría tener un costo muy superior para Israel que el beneficio potencial concedido por las anexiones en Cisjordania. En Estados Unidos, 149 eminentes dirigentes de la comunidad judía también advirtieron a Israel contra la deriva política que emprendería el país en caso de anexión de Cisjordania. Pero esas voces, sobre todo en Israel, siguen siendo marginales. Es muy poco probable que ellas solas sean suficientes para hacer retroceder tanto a Netanyahu como a Trump.

Donald Trump en campaña presidencial

De esos dos hombres, Netanyahu es el más ávido de actuar expeditivamente. Para él, el tiempo apremia: el 3 de noviembre sabrá si Trump es reelecto o no. Así que tendrá que emprender el proceso de anexión antes de esa fecha. Si Trump es reelecto –algo que hoy no está garantizado–, todo irá viento en popa para él. Si es vencido, Netanyahu puede tener la esperanza de negociar en una posición de fuerza frente a un presidente demócrata sobre la base del hecho consumado. Trump, por su parte, es un personaje grotesco con frecuencia imprevisible, pero para lograr la reelección le es indispensable el apoyo más amplio posible de los evangélicos extremistas, que aportan los grandes batallones de “cristianos sionistas”.

Por lo tanto, el mandatario estadounidense debería apoyar esas anexiones. Por otra parte, sabemos que luego de la publicación de su “plan de paz”, se constituyó un comité estadounidense-israelí con el objetivo de elaborar los mapas de las futuras anexiones aprobadas por la administración estadounidense. No se sabe cuánto han avanzado esos trabajos, pero su sola existencia indica que las anexiones son coordinadas con la Casa Blanca.

La única cuestión, en este teatro de sombras, es saber si por alguna razón Trump preferirá aparecer como un “moderador” de la acción emprendida por Netanyahu o si accederá a respaldar la totalidad o casi totalidad de sus ambiciones territoriales. La lógica de la campaña electoral de Trump lleva a pensar que se impondría la segunda opción. Pero con ese hombre border line (el mismo que habló de la lavandina para purgar los pulmones del coronavirus…), todo es posible.

El “plan de paz” de Trump avalaba la casi totalidad de las ambiciones anexionistas de Netanyahu. Es difícil creer que el líder israelí pueda dar un paso atrás. Entonces todo es cuestión de timing. Lo más probable es que en el momento en que lo crea adecuado, Trump respaldará las anexiones previstas por Netanyahu. En ese aspecto, este último parece estar tranquilo. En un video dirigido a grupos de evangelistas europeos, defensores fanáticos del “Gran Israel”, Netanyahu describió recientemente el “plan de paz” de Trump como un documento que reconoce el derecho de Israel de acaparar todas las tierras donde están situadas las colonias. “Tengo confianza: en algunos meses esta acción será cumplida y podremos celebrar un nuevo momento histórico de la historia del sionismo”, les dijo Netanyahu. Tres días antes, Mike Pompeo había reforzado esa confianza. Las anexiones son “una decisión israelí”, había declarado el secretario de Estado estadounidense.

Los europeos –Emmanuel Macron a la cabeza– dieron a conocer todo el mal que pensaban de esas anexiones próximas. Pero según una analista israelí, a Netanyahu eso no le importa nada. “No habrá ninguna consecuencia. ¿Qué harán los europeos? Tomarán el té, pero furiosos. La historia de la ocupación es una historia infinita de lamentables condenas europeas.” Poco después de la declaración del representante francés en el Consejo de Seguridad, Nicolas de Rivière, que recordó que si se efectuaban, esas anexiones “afectarían las relaciones” de su país con Israel, algunos altos diplomáticos israelíes se mofaron de él al constatar que la Unión Europea había sido incapaz de adoptar una posición común respecto a ese asunto.

¿Joe Biden elevará la voz?

Durante este tiempo, el candidato demócrata putativo a la elección presidencial, Joe Biden, se ha mantenido callado. Ya no tiene nada para decir sobre las fallas del sistema de salud estadounidense frente al coronavirus, así que no esperen que se levante para denunciar la anexión de Cisjordania… ¡nada tan lejos de él! Sin embargo, dos importantes exmiembros del equipo de Obama en asuntos internacionales, Philip Gordon y Robert Malley, lanzaron un llamado urgente para pedirle “alzarse contra los planes israelíes de anexión antes de que sea demasiado tarde”. ¿Por qué esta urgencia? Según los dos exasesores, si bien Biden no será presidente el 1º de julio próximo, su palabra “podría impactar sobre lo que haga Netanyahu, sobre la posición de Gantz y la de los Estados árabes”.

Y es urgente que actúe porque es el único que dispone de esa posibilidad. ¿Para transmitir qué mensaje? En pocas palabras, que la anexión pone en peligro a la democracia israelí, ignora los derechos de los palestinos y es susceptible de llevar a la región hacia más inestabilidad y violencia.

Pero sobre todo, agregan, Biden debería sugerirle a Netanyahu que si persiste en sus intenciones, Estados Unidos, bajo su dirección, podría dictar sanciones financieras contra Israel. Algunos dirán, concluyen los exasesores, que semejante actitud solo podría forzar a Netanyahu a ir más rápido, y a Trump, a apoyarlo.

Desafortunadamente, “uno y otro no necesitan ningún incentivo para avanzar, y ambos piensan que una ferviente política de anexión los ayudará a mantenerse en el poder. En cambio, si Biden no habla hoy, después podría ser demasiado tarde, aunque sea electo en noviembre”.

El 29 de noviembre, durante una cena para recaudar fondos para su campaña, Biden se expresó respecto a Oriente Próximo. ¿Para evocar los proyectos de anexión de Netanyahu? En absoluto. Para decir, en cambio, que si es electo, no repatriará la embajada estadounidense de Jerusalén a Tel Aviv. Cabe recordar que cuando Trump había anunciado ese desplazamiento extremadamente simbólico, Biden había criticado una decisión “miope y frívola”. Pero actualmente, Biden explica que volver sobre el hecho consumado no aportaría nada al relanzamiento de un proceso de paz. Sin embargo, señaló que reabriría en Jerusalén Este el consulado estadounidense que Trump había cerrado.

Los israelíes saben leer este tipo de situación. Durante el invierno de 2009, su ejército había conducido uno de los peores bombardeos masivos sobre Gaza, seguido de una invasión terrestre. El saldo fue de 1315 muertos palestinos (el 65% eran civiles), 10 soldados israelíes caídos (4 de ellos por “tiros amigos”, es decir, por errores israelíes) y 3 civiles israelíes muertos. En ese entonces, Barack Obama esperaba ingresar a la Casa Blanca el 20 de enero. Algunos de sus asesores le suplicaron que hablara para detener los ataques israelíes. Obama se negó, y repitió que recién intervendría cuando ingresara a la Casa Blanca. Dos días antes de su asunción, los israelíes cesaron el fuego. Para ellos, en términos políticos, el mensaje de Obama había sido claro: no había impedido la continuación de su intervención.