Omán. Cómo el sah de Irán salvó al régimen

Una página olvidada de la historia · Qabus bin Said Al Said, el sultán de Omán, que falleció en enero de 2020, libró desde el comienzo de su reinado, en la década de 1970, una guerra plurianual contra los rebeldes de inspiración marxista de Dhofar. Para ello contó con el apoyo de las fuerzas británicas y luego con el refuerzo de la fuerza aérea y del ejército iraní, en una operación totalmente planificada por el sah de Irán que le permitió al sultán conservar su poder.

.«Irán nunca ganó una guerra» es una de las numerosas mentiras a las que nos tiene acostumbrados el presidente estadounidense Donald Trump, que omite un hecho de armas mayor del exrégimen imperial del sah Mohammad Reza Pahleví, derrocado por la revolución islámica a comienzos de 1979. En esa época, las imponentes intervenciones del ejército regular iraní, más que indignar, entusiasmaban a los políticos estadounidenses, ya fueran republicanos o demócratas.

El 30 de noviembre de 1971, una de esas intervenciones había permitido la conquista en aerodeslizadores de las islas árabes del Golfo y del estrecho de Ormuz (Tumb Menor, Tumb Mayor y Abu Musa, que debían volver bajo control de los Emiratos Árabes Unidos, que las siguen reivindicando), y sobre todo volar al rescate del sultán de Omán en la provincia meridional de Dhofar. Allí, un contingente iraní que contenía una media brigada «de elite» como punta de lanza había librado enormes operaciones helitransportadas, con el apoyo de una logística al estilo norteamericano.

Erradicar un combate «independentista»

Todo —o casi todo— comenzó en 1965, con el nacimiento en Dhofar de un movimiento armado de emancipación social y nacional que cuestionaba el poder del sultán Said bin Taimur (el padre de Qabus) y luchaba contra el dominio político-militar ejercido por los británicos en el conjunto de la región.

El Frente para la Liberación de Dhofar se fue politizando hasta convertirse en 1968 en el Frente Popular para la Liberación del Golfo Pérsico Ocupado, que resultó una amenaza para los intereses petroleros occidentales por la orientación marxista que adoptó y por su ambición de unificar el sultanato y los principados protegidos por Londres (Emiratos, Catar, Baréin y Kuwait) en un «gran Omán» o gran «Golfo» independiente y republicano.

Ese proyecto nacional —o ese sueño—, seductor para nacionalistas y progresistas, inquietaba mucho a quienes preferían que su futuro se circunscribiera a una división de tribus replegadas sobre sí mismas más que a una gran dilución nacionalista. Pero el retrógrado e indócil sultán Said bin Taimur mantenía las prohibiciones más impopulares, en lugar de enfrentar los peligros crecientes favoreciendo una modernización, posibilitada por la moderada renta petrolera y exigida por la escalada revolucionaria. Said bin Taimur permanecía encerrado en su palacio de Salalah, la capital de Dhofar, casi enteramente rodeada por las zonas «liberadas» de los combatientes independentistas.

En junio de 1970, cuando en el norte del país apareció un segundo foco de insurrección, el gobierno de Su Majestad se alarmó de ver que los combates se acercaban a las instalaciones petroleras del Golfo. Eso fomentó un golpe de palacio, cuya planificación y ejecución en julio de 1970 estuvo al mando de militares británicos que lograron la rendición de la guardia baluchi del sultán en una operación comando. Said fue reemplazado por su hijo Qabus, de 29 años, graduado de la academia militar real de Sandhurst1.

En ese entonces, la legitimidad del nuevo sultán era casi nula, y así se mantuvo durante varios años. Qabus heredó un poder controlado por los británicos, y el conflicto en curso apuntaba al exterminio de los combatientes «independentistas», todos ellos omaníes, que en las zonas liberadas implementaban medidas económicas y sociales emancipadoras ante un poder de naturaleza extranjera.

Un ejército dirigido por los británicos

Dos tercios del presupuesto nacional de Omán se destinaban a la guerra conducida por el consejo de defensa, cuyos miembros, excepto Qabus, eran en su totalidad británicos. En el terreno, el ejército «omaní» comandado por los británicos reclutaba principalmente como soldados y suboficiales a mercenarios baluchis paquistaníes. La única unidad verdaderamente árabe era un batallón de apoyo enviado por el rey Huséin de Jordania.

El general británico John Graham, que había participado en la planificación y la ejecución del golpe de Estado contra su empleador y dirigía las operaciones terrestres, aéreas y navales conducidas en Dhofar contra los revolucionarios, también se preocupaba por su propia legitimidad. Eso lo llevó a inscribir su combate independentista en el contexto de la Guerra Fría y a multiplicar las profesiones de «omanidad» personal, declarando, por ejemplo, en 1971:

La fórmula que hoy utilizo frente a mis soldados y oficiales ya no es «aplastar» o «vencer» la rebelión, sino «liberar a nuestros hermanos de Dhofar de la opresión de esos comunistas extremistas, crueles y pérfidos provenientes del extranjero».

Una distancia prudente con Pekín y luego con Moscú

Es verdad que en ese entonces China practicaba a escala planetaria, por intermedio de su número dos, Lin Biao, el proselitismo marxista-leninista, y alimentaba el antimperialismo y los impulsos independentistas del Frente. Como resultado, hasta mediados de 1971 se distribuyeron en Dhofar ejemplares del Libro Rojo de Mao. Tras la fusión con el Frente Democrático Nacional de Omán y del Golfo Pérsico activo en Omán interior2 en diciembre de 1971, el Frente Popular de Liberación de Omán y del Golfo Pérsico tuvo el mérito de preservar su independencia —y su imagen— evitando los «préstamos» ideológicos provenientes de Pekín y luego de Moscú, proveedores sucesivos de una ayuda limitada y luego consecuente de armamentos. A partir de fines de 1971, la ayuda soviética se volvió cada vez más importante, hasta la entrega en 1975 de lanzamisiles antiaéreos individuales SAM 7.

Sobre todo, al alinear solamente a «omaníes» —bareiníes incluidos3—, y al negarse a recibir, para su lucha como para su administración, a cualquier consejero extranjero, el Frente preservó su carácter nacional para emprender el combate político en la región de Mascate, en Omán interior y hasta en los nacientes emiratos. En las zonas liberadas de Dhofar, el tribalismo era combatido y se crearon nuevas relaciones sociales, en particular gracias al lugar específico otorgado a las mujeres, incluso en la lucha armada.

Técnicas de guerra antiguerrilla

Qabus, por su parte, con el tiempo fue tomando las riendas civiles del país, dejando a un lado el increíble arcaísmo de su padre y asegurando el acompañamiento lento pero real de la omanización del ejército, cuyos límites se encargó de señalar en 1973 en el diario An-Nahar, cuando declaró que «la arabización no debía realizarse en detrimento de la eficacia militar». Esa modernización del país había sido posible por el rápido incremento de la renta petrolera tras la disparada de los precios a fines de 1973.

En Dhofar, la escalada de los combates fue intensa durante los primeros dos años de poder del nuevo sultán. Los británicos no lograron ejecutar sus planes de reconquista de las zonas liberadas, pero sin embargo pudieron dañar la preeminencia del Frente con la intensificación de los bombardeos aéreos y la rendición generosamente remunerada de sectores tribales de Dhofar, los firaq watania «pasados» gracias a la pericia británica en el control de poblaciones que había sido adquirida en Malasia, Kenia o Borneo. Esas técnicas de guerra antiguerrilla incluían en particular el bloqueo o la destrucción de los alimentos (ganado, cultivos), del agua (envenenamiento) de las residencias, de los medicamentos y de los cuidados médicos.

En julio de 1972 fracasó el intento del Frente de tomar por asalto el fuerte de Mirbat, cerrojo de la última franja costera bajo control británico fuera de la llanura de Salalah. Sin embargo, en enero de 1973, el coronel Hugh Oldman, secretario de defensa omaní, admitió ante la prensa que el Reino Unido no había podido obstaculizar las actividades del Frente de liberación en Dhofar y que además, este se manifestaba a diario en la vida política del sultanato, e incluso de los Emiratos.

El ejército iraní al rescate

Esa era la situación cuando llegó la divina sorpresa de una oferta de servicios de parte del sah de Irán, que quería hacer alarde de su potencia regional y se moría de impaciencia por poner a prueba a escala real la eficacia de un poderío militar excepcional en el plano regional, desarrollado gracias a considerables adquisiciones de armas estadounidenses.

Esa motivación estuvo disfrazada por la paranoia que había generado la prensa occidental en torno al estrecho de Ormuz, calificado de «arteria vital», de «carótida», de «vena yugular» de Occidente. Sin embargo, las declaraciones del Frente, como los intereses evidentes de un eventual Omán «independiente», excluían cualquier amenaza a la navegación petrolera.

El sah Mohammad Reza Pahleví justificó su intervención en Omán declarando: Imaginen si esos salvajes se apoderan de la otra orilla del estrecho de Ormuz, en la entrada del golfo Pérsico. Nuestra vida está en juego. Y las personas que luchan contra el sultán son salvajes. Incluso podrían ser peores que los comunistas4.

A fines de 1973, desembarcó entonces en Dhofar un contingente expedicionario iraní cuyas puntas de lanza, una semibrigada con recursos helitransportados y un batallón de artillería, entraron rápidamente en acción con el apoyo de cazas Phantom y algunas unidades de la marina. Su primera misión era quitarles a los revolucionarios el control de lo que llamaban «la línea roja». Esa ruta estratégica llevaba desde Salalah a Thumrait hacia el norte a través de las colinas del Dhofar «verde» (de julio a diciembre, por efecto del monzón), y hasta Mascate por el desierto. La recuperación del control de esa ruta debía bloquear el envío de convoyes de asnos y de camellos que abastecían la región este de la «zona liberada», la más alejada de la frontera con Yemen.

Una vez conquistada, la línea roja fue confiada a un batallón jordano. Los iraníes recibieron la orden de establecer más hacia el oeste dos líneas fortificadas que cortaban de norte a sur, es decir, desde el desierto hasta el mar, las zonas liberadas más pobladas. La «línea Damavand», que lleva ese nombre en honor a la montaña más alta de Irán, se acercó a la frontera con Yemén tras la serie de puestos fortificados de la «línea Hornbeam», cuyos primeros puntos de apoyo habían sido implantados el año anterior por los británicos.

Desde su base aérea de Sarfeit, situada no lejos de la frontera con Yemen, en el desierto, los británicos, liberados de los combates frontales con el Frente, emprendieron acciones comando destinadas a desorganizar en el sur las vías de abastecimiento del Frente. Tributario de las lecciones del pasado, el Frente decidió restringir su campo de acción y de ambiciones únicamente al territorio del sultanato y se convirtió en el Frente Popular para la Liberación de Omán (FPLO).

Enormes bombardeos aéreos

Los combates se intensificaron, y la potencia iraní se desplegó por medio de bombardeos aéreos y la instalación de baterías en tierra de una potencia de fuego «a la soviética» helitransportada con laboriosidad al corazón del Frente. El 17 de septiembre de 1974, Jim Hoagland, enviado especial del International Herald Tribune, describió los combates de este modo:

Según reconocieron los servicios de seguridad de Omán, los planes [de eliminación de los revolucionarios] se han visto comprometidos por lo acaecido a los iraníes el viernes en Dhofar. Enviada al asalto de una altura estratégica situada entre Manston y Akloot, una unidad iraní de 200 hombres fue blanco de un ataque de 30 a 40 guerrilleros antes de poder instalarse. Los servicios de seguridad admitieron que en los posteriores combates cuerpo a cuerpo, los guerrilleros mataron a diez soldados iraníes antes de escapar sin haber sufrido la menor pérdida.

Los informes del ejército imperial dan cuenta de la falta de preparación y la desmoralización de las tropas en el sistema de rotación rápida, «para que cada uno pueda recibir su bautismo de fuego». Pero eso no bastó para desalentar al sah, cuyo esfuerzo militar en pos de una victoria final se acentuó en 1975, cuando un simple statu quo habría generado un efecto muy negativo para la coalición extranjera, habida cuenta de la desproporción de las fuerzas presentes.

«Un ejército está hecho para matar»

Si bien las pérdidas británicas en operación se volvieron cada vez más difíciles de ocultar, las pérdidas iraníes parecían en cambio generarle muy poca aflicción al sah, que observó:

Más que un fracaso, creo que fue un éxito rotundo. Justamente porque aunque hayamos sufrido pérdidas, la moral de nuestros soldados aumentaba día a día. Y por cierto, el enemigo también sufrió pérdidas. Y de todas formas, un ejército está hecho para matar, y en última instancia, para hacerse matar, sobre todo en semejante terreno5.

En el plano aéreo, los bombardeos de los Phantom se extendieron desde las zonas liberadas del FPLO hacia el Yemen del Sur vecino, que le proporcionaba ayuda y apoyo. En total, los revolucionarios afirmaron haber derribado 25 aviones y helicópteros durante los asaltos de 1975. En Dhofar, por ejemplo, un piloto iraní logró aterrizar luego de que su helicóptero fuera derribado por un tiro de arma ligera. El teniente Ashrafian relató que los rebeldes que lo extrajeron del aparato lo llevaron «a la selva porque los aviones ingleses bombardeaban el helicóptero» para borrar huellas y equipamiento6.

En el transcurso de ese 1975 decisivo, la coalición que defendía el poder del sultán en Dhofar contaba con mil británicos, incluido el Estado mayor, al menos 3.500 iraníes, 800 jordanos, 2.000 a 3.000 baluchis paquistaníes, baluchis omaníes y omaníes de ascendencia, consejeros israelíes7 y 1.200 supletorios dhofaríes, reagrupados en «aldeas estratégicas» según el modelo de la doctrina Nixon en Vietnam: «Let Asians fight Asians».

En enero de 1976, unos días antes de que Qabus declarara la victoria sobre la rebelión, el enviado especial en Omán del Times de Londres describió sus impresiones sobre el ejercicio real del poder en Omán:

La mayor parte de los funcionarios civiles y todos los oficiales del ejército que conocí en el país eran británicos, excepto uno solo. El mayor general Perkins [comandante en jefe del ejército omaní] nos aseguró que si Gran Bretaña se retiraba de Omán, sería «una catástrofe». […] El servicio brindado en Omán presenta el gran interés de servir de entrenamiento a los oficiales que allí son enviados. […] Es el único lugar del mundo donde puede conducirse una guerra como esta, una guerra de gran escala donde pueden utilizarse todas las variedades de armas.

En Omán permanecieron tropas iraníes residuales, cuya discordia con los británicos nunca había sido un secreto. Esas unidades se mantuvieron hasta la caída del sah, ya que incluso antes de su ascenso al poder, el ayatolá Ruhollah Jomeini había decidido que no tenían nada que hacer allí. La victoria sobre los rebeldes marcaría una nueva etapa de la vida política en Omán.

1Para un relato detallado de ese episodio y del conjunto de la revolución omaní, remitirse a la obra de referencia de Abdel Razzaq Takriti, profesor de la Universidad de Houston, Monsoon Revolution: Republicans, Sultans, and Empires in Oman, 1965-1976, Oxford University Press, 2013.

2Pero con restricción del campo de ambición independentista a un Omán «medio»: sultanato + Emiratos Árabes Unidos.

3Abdulnabi Al-Ekry, Du Dhofar à Bahreïn. Mémoires de luttes et d’espoir 1965-2011, ediciones Non Lieu, 2018.

4Entrevista del sah por C. L. Sulzberger, International Herald Tribune, 19 de marzo de 1975.

5Le Lion et le Soleil, entrevista del sah con Olivier Warin (Stock, París, 1976). Los cadáveres de varios centenares de oficiales y de soldados muertos en operación fueron repatriados en aviones especiales.

6Bruno Dethomas, «Le lieutenant Ashrafian, prisonnier iranien», Le Monde, 14 de noviembre de 1975.

7«En 1975, las relaciones entre Israel y Omán se intensificaron. (…) Se enviaron con urgencia consejeros militares israelíes a la zona y bajo la coordinación de Efraim Halevy, un responsable y posteriormente director de la Mossad, para ayudar a aplastar la rebelión», Haaretz, 20 de enero de 2020.