El 10 de abril de 2019, tras el derrocamiento y arresto del presidente Omar al Bechir, Sudán conoció una frágil cohabitación entre la sociedad civil y unas « fuerzas armadas » semiprivadas. Sin embargo, este enero, el primer ministro Abdalla Hamdok, que encarna la corriente civil del poder, declaró ante una delegación del Congreso estadounidense en visita a Jartum que «la asociación entre civiles y militares sudaneses podría servir de modelo para otros países». Esa declaración, lejos de ser una simple fanfarronada triunfalista, plantea interrogantes sobre lo sucedido en los últimos meses en Sudán.
El regreso de la sociedad civil
Tras veinticinco años de dictadura, el régimen islamista no tenía nada para presentar sino sus repetidos fracasos y su corrupción galopante. Lo que hizo desbordar el vaso fue la debacle económica. En 2018, el precio del kilo de lentejas aumentó 225%, el del arroz 169%, el pain 300%, y los combustibles 30%. La población carecía de gas para cocinar, y también de agua corriente. Al mismo tiempo, sobre un presupuesto total de 173.000 millones de libras (casi 35.000 millones de euros) en 2018, los gastos militares absorbían casi 24.000 millones, la educación poco más 5.000 millones y la salud poco menos de 3.000 millones.
Desde octubre de 2013, la sociedad civil había empezado a responder a ese descenso al infierno con una auto-organización espontánea. Los grupos de trabajadores crearon organizaciones profesionales y actualmente existen dieciséis, aglutinadas en la Asociación de Profesionales de Sudán (SPA). Este sindicalismo clandestino operaba con un rigor organizativo digno de los leninistas de antes de 1917, pero sin una ideología marcada, más allá de un democratismo inicial y del rechazo de la violencia. El lema « ¡Silmiya! » (¡no violencia!) se volvió la consigna que congregó a los manifestantes, y los partidos más o menos olvidados durante los treinta años de la dictadura militar islámica recobraron (un poco de) fuerzas, federados en las Fuerzas de la Libertad y el Cambio (FFC).
Increíblemente popular, ese apetito democrático tenía sin embargo tres puntos débiles: era demasiado urbano, reagrupaba sobre todo a los Walas al Beled (los árabes de las provincias centrales) y estaba muy dividido, excepto los sindicalistas de la SPA.
Un general apoyado por los emiratíes
El contexto de comienzos de 2019 era particular. El régimen militar islamista ya no tenía nada de islámico, y el ejército competía con las fuerzas paramilitares que se habían autonomizado cuando Bechir les había pedido participar en terreno extranjero. El envío de « voluntarios » de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) a Yemen ordenado por su jefe, el general Mohamed Hamdan Dagalo, más conocido como Hemeti, jugó un papel fundamental. Tras haber detenido a Bechir, Hemeti se convirtió en vicepresidente del Consejo Militar Transitorio (CMT), cuyo presidente oficial era el general Abdel Fattah Abdelrahman Burhan, aunque en los hechos Hemeti era quien lo dirigía.
Un punto que no se puede soslayar es que el armamento de los voluntarios de las RSF es mejor que el del ejército regular de Burhan, ya que proviene de los Emiratos Árabes Unidos, que suministraron los recursos técnicos.
Hábil, brutal, inteligente a pesar de haber tenido una escasa educación formal, Hemeti se volvió millonario con la explotación de las minas de oro del oeste. Sirvió como jefe de milicia en Darfur, donde cometió violencias en masa antes de derrocar al presidente Bechir, que lo veía como su « protector ». De allí la ambigüedad de la situación. ¿Hubo un golpe de Estado militar o una revolución democrática? El levantamiento popular fue una mezcla de kermesse, de mitin político permanente y de solidaridad social. Todo el mundo se ocupaba de los innumerables niños, las mujeres estaban omnipresentes, y los provincianos descubrían la capital. Consignas de base: « silmiya » (no violencia), « hurriya » (libertad), « thawra » (revolución), « didd al haramiyya » (abajo los ladrones), « madaniya » (el poder al pueblo). Campamento, fiesta, espacio de alegría y de celebración, el sit-in tenía una naturaleza revolucionaria.
Pero mientras los soldados fraternizaban con la multitud, otros, sobre todo en las provincias, mataban y herían a los partidarios del cambio. Los que disparaban contra los manifestantes no eran los soldados del ejército regular (Fuerzas Armadas de Sudán, SAF), que hacían todo por protegerlos: eran los mercenarios de las RSF provenientes de Darfur, un batallón operativo del Servicio de Inteligencia y Seguridad Nacional (NISS) —los servicios de inteligencia— creado por Salah Gosh.
El levantamiento de Darfur ya había echado por tierra la imagen de una « homogeneidad nacional » conducida por un islam radical y había puesto al desnudo la realidad de un régimen mafioso reconvertido al comercio ilegal durante su período de sueño petrolero (1999-2011). El « Estado profundo » construido por los islamistas funcionaba como un doble ideológico (y financiero) de un Sudán que se había vuelto artificial. Los acontecimientos de 2019 fueron para muchos en Sudán la ocasión de un regreso al momento de la independencia en 1956, y en los debates populares se discutía de todo: la « guerra civil » con el sur alógeno, los golpes de Estado, la retórica hueca de una democracia vivida a los sobresaltos, el islamismo como solución milagrosa, el colonialismo del centro hacia todas las periferias. Hasta el arabismo recibió su dosis de crítica. En esa increíble sed de desmitificación, el régimen derrocado parecía encarnar todos los errores del pasado.
Los síntomas de la revolución nostálgica
Esta « revolución nostálgica » fue muy mal comprendida por la comunidad internacional. Por supuesto que hay paralelos con las « primaveras árabes », la misma hostilidad hacia la dictadura, la misma aspiración a la democracia, pero ningún interés por el islamismo político, que provocaba una hostilidad perceptible entre los manifestantes, sin duda debido a la heterogeneidad étnica de Sudán. El general Hemeti emergió de la periferia de Darfur y reunió bajo la bandera de las RSF a numerosos soldados perdidos de las guerras del Sahel (chadianos, nigerianos, centroafricanos e incluso desertores de Boko Haram). Hemeti no es hostil al islam, porque es demasiado consustancial a la cultura sudanesa para ser rechazado. Pero los islamistas que prefieren el « Estado profundo » islamista antes que su patria sudanesa ya no controlan a la población. Por ese motivo el intento de Arabia Saudita y de los Emiratos Árabes Unidos de proteger a un régimen islamista sin los Hermanos Musulmanes tiene pocas chances de ser exitoso.
Limpieza en los cuarteles del NISS
A esa conclusión llegó el líder de los Emiratos, Mohammed bin Zayed Al Nahyan, antes que sus « aliados » saudíes y que el general Hemeti. El 14 de enero, cuando los semi-desmovilizados del NISS se amotinaron en dos de los cuarteles donde mataban el tiempo, la reacción de Hemeti fue inmediata: sus hombres atacaron los cuarteles y los combates duraron hasta bien entrada la noche. Los amotinados acababan de enterarse de la disolución de la unidad operativa de su servicio, que se ocupaba de las extorsiones, los secuestros y los impuestos ilegales.
Los grupos del NISS perdieron la confrontación y sus muertos fueron presentados como un daño colateral. Sin embargo, el general Hemeti se vio obligado a desplazarse hasta Abu Dabi para explicar la dimensión precisa de su accionar ante Mohammed bin Zayed. Aunque Hemeti es un aliado de los emiratíes en Sudán, lejos está de ser un instrumento regional pasivo. Mohammed bin Zayed lo comprendió cuando Hemeti se disculpó por no poder enviar refuerzos al mariscal libio Jalifa Hafter, que sigue rondando Trípoli sin lograr apoderarse de la capital. Los emiratíes quedaron reducidos a reclutar « guardias de seguridad » a través de anuncios clasificados por intermedio de la empresa Black Shield Security Services, pantalla de Abu Dabi.
Otro ejemplo de la autonomía del general de Darfur: el 11 de enero, en Wad Madani, en el centro de Sudán, grupos vinculados al « Estado profundo » islamista intentaron organizar manifestaciones antigubernamentales. Hemeti no hizo nada por ayudarlos y terminaron pagando a trabajadores agrícolas desempleados para engrosar sus filas.
¿Entonces las declaraciones que hizo ante los estadounidenses el primer ministro Abdalla Hamdok dan cuenta efectivamente de un « modelo » de relaciones cívico-militares en Sudán? A medias. Cuando se dice « los militares », se alude a Hemeti, porque el ejército regular ya no tiene control de la situación política ni militar. En las negociaciones en Yuba entre la guerrilla del Movimiento de Liberación Popular de Sudán-Norte (Sudan People’s Liberation Movement-North, SPLM-Norte) que subsiste en Kordofán, en el sur del país, Hemeti ganó la partida y obtuvo un acuerdo marco podría ser confirmado el 14 de febrero próximo.
Un primer ministro acusado de inmovilismo
Según el acuerdo de distribución del poder firmado el 5 de julio último, no habrá elecciones antes de 2021 y los actores de la actual transición no tendrán derecho a ser candidatos. Por supuesto que el primer ministro Abdalla Hamdok hace lo que puede. Pero lo hace con una lentitud irritante para una población que luchó con una determinación asombrosa hasta junio de 2019. Y por ese motivo Hamdok acaba de despedir a la ministra de asuntos exteriores, cuya negligencia había hundido a la renaciente diplomacia sudanesa, luego de treinta años de parálisis y de corrupción.
Hamdok sigue pidiendo ante el Banco Mundial una ayuda que los estadounidenses siguen negando en virtud de las sanciones votadas antaño contra el régimen islamista y hoy obsoletas. Hemeti parece mantener relaciones correctas, pero no cordiales, con el primer ministro. Entró en contacto con partidos antiguos como Al Uma de Sadiq al-Mahdi, y se informa por medio de otros partidos de un modo más discreto. Sus hombres efectúan distribuciones gratuitas de productos alimenticios y de medicamentos. Hemeti hoy recluta soldados no solamente en su Darfur natal, sino en el corazón del país, entre los Awlad al-beled del valle del Nilo.
Por su parte, los habitantes de Darfur —algunos de cuyos padres fueron masacrados por Hemeti— hacen antesala en las oficinas de Hemeti en Jartum: « Al menos a él lo conocemos, sabemos cómo tratarlo. Y también sería un placer tener a alguno de los nuestros en la presidencia, después de haber sido colonizados ». ¿Hasta dónde irá el otrora vendedor de camellos convertido en jefe de milicias? Con frecuencia se le objeta su falta de educación y su origen no sudanés. Pero eso no le impide volverse un actor clave de la escena nacional y regional.