Tras las huellas de los comunistas del Líbano

Antimperialista a ultranza, el Partido Comunista Libanés era a fines de la década de 1960 el partido más grande de ese país, antes de perder influencia. Los comunistas, que en su mayoría eran chiítas, tenían relaciones difíciles con Hezbollah: estaban unidos en la resistencia a Israel, pero eran rivales en el plano político. Sus militantes buscan un nuevo impulso con el levantamiento popular libanés.

En el camino hacia el sur del Líbano, la presencia comunista
© Marguerite Silve-Dautremer, 28 de febrero de 2020

Esta mañana radiante hay un tráfico fluido en la ruta que lleva al sur del Líbano. Vamos rumbo a Deir Ez-Zahrani, a 75 kilómetros al sur de Beirut. En el auto que circula a toda velocidad bordeando el Mediterráneo celeste, Maro, miembro del Partido Comunista Libanés (PCL) y que será mi guía, relata sus recuerdos de joven militante, cuando empezó a participar en política a los 14 años y aprendió ruso en Moscú, costeado por la Unión Soviética. Allí conoció a su marido, Abdallah. Nostálgica y sonriente, se lleva la mano al pecho y murmura púdicamente: «Rusia es mi segunda patria».

Raíces en el sur del Líbano

El comunismo libanés se arraigó en el sur del país, históricamente pobre y en su mayoría chiíta. A partir de la década de 1930, la lucha contra las repetidas invasiones de colonos judíos articuló el combate de los comunistas libaneses, en una región ya pauperizada por 400 años de dominación otomana. Durante nuestro periplo, remontamos hasta 1936, cuando cayó el primer «mártir» del Partido, Assaf Al-Sabbagh, originario de Ebel el Saqi, frente a las bandas de la Haganá, organización paramilitar sionista encargada de defender a las comunidades judías en la Palestina bajo mandato británico.

Un poco más tarde se creó en el Líbano la Guardia Popular, primer núcleo de resistentes comunistas, con el objetivo de luchar contra los ataques sionistas en los pueblos del sur. El 16 de septiembre de 1982, cuando el ejército israelí penetró en Beirut, el PCL aliado con otras dos organizaciones de izquierda, la Organización de Acción Comunista Libanesa (OACL) y el Partido de Acción Socialista Arabe crearon el Frente Nacional de Resistencia Libanés, o Jammoul, según el acrónimo árabe.

Abou Fayad es uno de esos resistentes comunistas. El hombre de 72 años, de esbelta silueta, relata su historia mientras bebe un café aromatizado con cardamomo. Antes que él, su padre ya había enfrentado a los israelíes. Abou Fayad combatió desde la edad de doce años, impulsado por la dolorosa pérdida de un tío en los enfrentamientos. Desde Kfarkela, su pueblo, al que protegía durante la noche con cinco personas y dos metralletas improvisadas, participó en los albores de la Guardia Popular. Más adelante, unos palestinos refugiados en Siria y en Jordania les suministraron armas. El hombre, cuya mirada penetrante y cuyas arrugas faciales relatan los recuerdos de una vida intensa, se acuerda: «Yo hacía pasar las armas por el monte Hermón y la región de Shebaa. Tenía que detectar las posiciones de los israelíes río arriba, era muy peligroso».

Con el cigarrillo entre los labios, bajo la mirada indulgente de su esposa y una foto del Che, Abou Fayad explica que se volvió jefe de su grupo gracias a un entrenamiento de cinco meses con el ejército libanés, cuyo objetivo era defenderse de los colonos. Aguerrido, al año siguiente adhirió al PCL y combatió hasta 2006, durante la guerra de los 33 días que enfrentó el Líbano a Israel.

En la prisión de Khiam, tortura y humillación

En Nabatieh, Nahida Homayed nos recibe en su salón acondicionado en taller de costura. En la penumbra, la única ventana deja filtrar un delgado rayo de sol. Entre dos tragos de limonada casera, Nahida cuenta haber escuchado la palabra «comunista» por primera vez a los 11 años durante una disputa entre dos vecinas en Beirut. «Usted sabe, en el Líbano es una deshonra ser comunista», dice Nahida con una sonrisa y un dejo de malicia.

A los 14 años, la joven adhirió al PCL y repartía su diario Al-Nidaa. Después llegó la época de los combates. Nahida partió rumbo al sur, donde planificó operaciones en secreto desde su casa. Ahí fue cuando una mañana temprano la secuestraron frente a su casa los soldados del Ejército del Sur del Líbano (ALS): «Llegaron tres autos y unos soldados me subieron a uno con una bolsa en la cabeza. No me dijeron adónde me llevaban y yo no tenía derecho a hacer preguntas. No tenía miedo de morir. Nosotros los comunistas estamos preparados psicológicamente para eso».

Tras un corto silencio, Nahida retoma su relato. Su cuerpo contraído y su postura súbitamente cerrada revelan su traumatismo. Destino del auto: la prisión de Khiam, tristemente célebre por las atrocidades que allí se cometieron. Luego siguió un verdadero descenso al infierno: interrogatorios de 72 horas, intimidaciones, tortura, palizas hasta perder la conciencia… Nahida se despertó en una célula con otras nueve mujeres. Mientras le da unos golpecitos nerviosos a su cigarrillo sobre un estante, agrega, con un tono grave: «Había escuchado hablar de esa prisión, pero cuando llegué al lugar, fue un shock. Era indescriptible. Ni siquiera teníamos con qué protegernos durante nuestro período, teníamos la ropa manchada de sangre». Dos años después de su encarcelamiento, Nahida fue liberada tras un intercambio de prisioneros. Afirma conservar un gran orgullo de esa época, y mantiene la determinación: «Si vienen, ¡los espero!», lanza con un estallido de risa.

Un recuerdo doloroso sigue atormentando a los comunistas libaneses: el de los cuerpos de desaparecidos. Según el PCL, hay 9 cuerpos que nunca fueron restituidos a sus familias. Todos murieron en combates contra el ejército israelí, y sus familias no dejan de reclamar un hijo, un hermano o un marido desde hace más de 30 años. Tal es el caso de Wissam Fouani, dentista formada en la Unión Soviética y originaria de Kfar Remen, llamado en otra época «Kfar Moscú» («los suburbios de Moscú»), debido a la importante presencia de combatientes fieles a la URSS.

Wissam nos recibe en su casa, donde sobre una mesa ratona se destacan los retratos de sus hermanos y hermanas, cerca de una bandera en miniatura del Partido y una foto del Che. Entre las fotos está la de su hermano, Faralajah Fouani, fallecido a los 23 años en un enfrentamiento con el ALS mientras intentaba socorrer a uno de los suyos. Bajo la potencia de fuego israelí fue imposible recuperar su cuerpo, que permaneció entre las manos de la milicia libanesa, disuelta en el año 2000 durante el retiro de Israel del Líbano.

Ruptura mortal con Hezbollah

Unidos por la resistencia contra Israel y sus invasiones recurrentes en el sur, el PCL y Hezbollah mantenían sin embargo importantes discrepancias. En la ruta que nos lleva a la prisión de Khiam, nos encontramos con el exjefe de la resistencia del sur del Líbano (cuyo nombre no mencionaremos). De vez en cuando lanza una mirada furtiva por el retrovisor, mientras recuerda sus difíciles comienzos entre ambas formaciones, en un contexto de guerra civil: «Al principio, coincidíamos con Hezbollah en las operaciones, pero no había cooperación, porque nosotros, los comunistas, actuamos en el más absoluto secreto». Tras un acercamiento fallido con Hezbollah, este último finalmente tejió una alianza con su antiguo rival del Movimiento Amal (también conocido como Movimiento de los Desheredados), creado por el imán chiíta libanés-iraní Musa Sadr.

El exjefe de la resistencia continúa: «Luego vino una serie de asesinatos de intelectuales, todos miembros del PCL como Khalil Nahous, Souheil Tawilé, Nour Toukan, Hussein Mroueh, Mahdi Amel. Deseaban tener el monopolio de la resistencia; además, nosotros éramos comunistas, y por lo tanto ateos. Ellos, por su parte, parecían vivir para Dios». Para el exjefe de la resistencia, encarcelado durante un año en las prisiones del movimiento chiíta, no hay ninguna duda de que Amal estaba detrás de esos asesinatos selectivos. Pero Hezbollah era quien había dado la orden.

Sentada en el asiento del acompañante, Maro asiente. Ella también fue prisionera del movimiento chiíta durante 40 días. A partir de entonces, los comunistas rompieron todos los vínculos con ambos movimientos chiítas. «Hoy en día solo nos une la resistencia. Estamos en contra del intervencionismo de Hezbollah en Siria o en otros lugares. La resistencia es en el Líbano, no en un país que no es el nuestro», insisten.

Los jóvenes desdeñan al PCL

Cuando se le pregunta sobre las numerosas adhesiones de comunistas al partido chiíta, el exlíder explica: «Muchos de ellos estuvieron influidos por su comunidad, sobre todo los jóvenes, que tienen presiones de las familias o de su entorno. En cambio, otros solamente están interesados por la posición y el trabajo que les ofrece el movimiento».

Interrogado en Beirut, Walid Charara, editorialista en el diario Al-Akhbar y miembro del consejo consultivo para los estudios y la investigación, insiste en el aspecto religioso: «El islam tiene un potencial de resistencia importante contra las ocupaciones militares y las opresiones, como lo han demostrado las experiencias históricas. El islam es capaz de llevar a las masas a la lucha. En una relación de fuerzas desiguales, la parte más débil necesita movilizar recursos espirituales y simbólicos. Hezbollah demostró que era capaz de hacerlo».

Según el editorialista libanés, la revolución iraní de 1979 tuvo un impacto determinante. «El régimen del sah era uno de los regímenes más despóticos y autoritarios de la región. El hecho de que ese mismo régimen haya sido derrocado por una revuelta popular, la primera en Oriente Próximo que logró terminar con un régimen tan poderoso, tuvo el efecto de un terremoto. El islam revolucionario permite hablar una lengua que comprenden las masas populares».

La época de la reconquista

En el camino embotellado que lleva a la sede del PCL, en Beirut, los vestigios de las manifestaciones adornan las paredes de los edificios y el mobiliario urbano. Entre esos grafitis, el logo del Partido es frecuente y deja adivinar una recuperación de la estima por el movimiento comunista, durante mucho tiempo caído en el olvido de la política libanesa.

En el levantamiento contra el conjunto de la clase política que se sostiene desde octubre de 2019, el PCL pretende tocar su mejor música. En su oficina con las paredes cubiertas de fotos de antiguos líderes o de teóricos marxistas, su secretario general, Hannah Gharib, hace un balance de las últimas semanas: «La izquierda tiene que renovarse, porque ahora está en contacto directo con miles de personas, en particular los jóvenes que vienen de todos los horizontes. El PCL es la columna vertebral de la izquierda libanesa, que no podría existir sin él. Entonces eso implica grandes responsabilidades, en particular para el reagrupamiento de la izquierda».

Entre dos asambleas populares, el secretario general expone su plan de reconquista: llegar a un Estado democrático y laico, reivindicación clave de los manifestantes. El PCL recomienda la adopción de una nueva ley para las elecciones legislativas, pasar de una economía rentista a un modelo productivo, promover la protección social… la lista es larga. Las injerencias exteriores también están en el punto de mira de Hanna Gharib: «Hay una posición financiera y económica estadounidense que apunta a poner en marcha ‘el acuerdo del siglo’ y a saquear nuestras riquezas de petróleo y gas a favor del enemigo israelí. Ese plan también apunta a mantener a los sirios desplazados en el territorio libanés», dice, en relación al plan de Trump y a los recientes trabajos de exploración y de perforación que permitirán confirmar o no el potencial del Líbano en términos de hidrocarburos explotables.

El nuevo gobierno del primer ministro Hassan Diab no se salva de las críticas. Poco importa que se reivindique apolítico y tecnócrata: «Hassan Diab adoptó el presupuesto aprobado por su predecesor Saad Hariri, que es una continuación de las políticas económicas y financieras que arruinaron al país. Hoy el 1 % de la población posee la mitad de la riqueza nacional. La brecha de clase y las desigualdades aumentaron: los pobres se empobrecieron, los servicios públicos se deterioraron, como la salud, la educación, la electricidad, el agua, los transportes públicos, las rutas, las comunicaciones… hasta alcanzar niveles humillantes».

Respecto a la pérdida de influencia del PCL en el Líbano de estos últimos años, Hannah Gharib se justifica: «A mediados de la década de 1980, el país se encontraba en una fase de gran confusión intelectual y política. Entre esos hechos, estuvieron los asesinatos semicolectivos de jefes de partido y de dirigentes. A partir de mediados de la década de 1990 vino la confiscación y la pérdida de independencia del movimiento sindical, así como la caída de la Unión Soviética». Hoy el secretario general dice estar confiado y se apoya en el entusiasmo renovado que suscitan las concentraciones populares del PCL. Con un tono sereno, afirma: «Nuestro partido tiene una larga historia. Fue fundado hace 95 años y era la expresión de la madurez revolucionaria del Líbano. A través de esa herencia y en nuestra lucha cotidiana, construimos un futuro prometedor para el partido».