
Cuando nos abre las puertas de su luminoso apartamento del barrio de Dokki, en el centro de El Cairo, Leila Sueif, de 63 años, lleva 43 días de huelga de hambre. Tuka, su border collie, inspecciona al visitante con sus ojos color azur. La voz de la madre de Alla Abdel Fattah se ha debilitado, pero su mirada sigue igual de penetrante. No es la primera huelga de hambre de esta opositora de larga data y profesora de matemática en la Universidad de El Cairo, adonde sigue impartiendo clases, a pesar de su estado de salud. Pero esta vez, dice estar dispuesta a ir “hasta el final”, es decir, hasta “la pérdida del conocimiento o la muerte”. “Llegué a un punto en que ya no puedo más. Hace diez años que sigo el rastro de Alaa, en vano”, se lamenta Leila Sueif, mientras observa por la ventana.
Rebobinemos : en 2011, Alaa Abdel Fattah, de 29 años, informático, bloguero y militante, era una de las figuras más destacadas de la revolución que derrocó al presidente Hosni Mubarak. En el tormentoso decenio consiguiente, entró y salió de prisión varias veces, bajo todos los regímenes que ha tenido el país, desde el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas hasta los Hermanos Musulmanes, en condiciones de detención precarias. Fue encarcelado en 2019 y condenado en 2021 a cinco años de prisión por “difusión de noticias falsas” luego de compartir una publicación de Facebook escrita por un tercero que acusaba de tortura a un oficial. Alaa Abdel Fattah, que se ha convertido en el prisionero político más famoso de Egipto, debió haber sido liberado el 29 de septiembre de 2024.
Pero el fiscal decidió no contabilizar los dos años de prisión preventiva ya cumplidos. Así, recién debería ser liberado a comienzos de 2027. “Pero si encontraron un pretexto para no liberarlo ahora, van a encontrar otro para hacer lo mismo dentro de dos años”, desconfía su madre, cuya lucha cuenta con el apoyo de Amnesty Internacional, Reporteros Sin Fronteras y un sinfín de organizaciones de defensa de los derechos humanos.
Presión sobre el Reino Unido
Para lograr su cometido, Leila Sueif viaja con frecuencia a Inglaterra, su país de origen. Su hijo obtuvo la nacionalidad británica en 2021, desde su celda penitenciaria. Recientemente, su madre se reunió en Londres con miembros del Parlamento para impulsar su causa. No es la primera vez que la familia de Alaa Abdel Fattah intenta movilizar al Reino Unido. En octubre de 2022, cuando Egipto se disponía a recibir la COP27, su hermana Sanaa realizó una sentada frente al Ministerio de Relaciones Exteriores. El ex primer ministro británico Rishi Sunak le escribió una carta en la que le garantizaba que su gobierno estaba “totalmente dedicado” a la resolución del asunto. Pocos días más tarde, al margen de la conferencia, en Egipto, el inquilino del 10 Downing Street, sin haber logrado ningún avance en pos de la liberación del prisionero político, se daba un apretón de manos con el presidente Abdel Fattah al Sissi frente a las cámaras del mundo entero. Las fotos resultaron una bendición para un régimen egipcio en busca de reconocimiento internacional, y un golpe duro para la familia de Alaa Abdel Fattah.
Pero Leila Sueif espera que el cambio de gobierno británico incline la balanza a su favor. Cuando estaba en la oposición, el actual ministro de Asuntos Exteriores, David Lammy, había tomado partido por su hijo, y hasta se había sumado a la sentada de Sanaa. La profesora exige:
Ahora [Lammy] tiene que pasar a la acción. Son dos potencias amigas, Egipto no es un paria como Irán o China. Así que hay margen de maniobra, sobre todo en lo relativo a los acuerdos comerciales.
A comienzos de noviembre, mientras el régimen de Al Sissi negociaba nuevos acuerdos con Londres, 15 organizaciones de defensa de los derechos humanos redactaron una misiva al Ministerio exigiéndole congelar la cooperación financiera entre ambos países en tanto en cuanto Alaa siguiera en prisión.
Pérdida de esperanza
Porque el presidente egipcio no parece impermeable a las presiones externas. En 2022, en el período previo a la COP27 y en el marco del “diálogo nacional” que debía permitirle al país abordar sus problemas sin anteojeras, algunos prisioneros políticos fueron liberados. El movimiento resurgió el año pasado, especialmente con la liberación del poeta Ahmed Douma y del abogado Mohamed el-Baqer, que a su vez es el abogado defensor de Alaa Abdel Fattah, quien no fue beneficiado por esa ola de gracias presidenciales.
Sin embargo, su caso suscitó una movilización sin precedentes. Además de las sentadas de su hermana en Londres, se ha publicado una antología de sus textos, You have not yet been defeated, que perpetúan el espíritu de la revolución de 2011 y fueron escritos, en parte, desde su celda. El propio Alaa inició una huelga de hambre en abril de 2022 como protesta contra su reclusión en aislamiento. En noviembre, durante la COP27, también dejó de hidratarse. Ante la desmejora de su salud, el Reino Unido, la Unión Europea y la ONU llamaron a su liberación. En vano.
Desde entonces, el militante parece haber perdido la esperanza. Su madre declara :
Si aguanta, solo es por respeto a nosotros. Si durante una visita se comete el error de hablarle del futuro o de su hijo, reacciona abruptamente: “Críenlo como si fuera huérfano”, nos dice.
En los últimos años, el prisionero insistió en que, si fuera liberado, su única prioridad sería alejarse de los tormentos de la política egipcia y subirse a un avión hacia el Reino Unido para ocuparse de su hijo, de 13 años, autista, a quien casi no conoce. Abandonar el territorio fue la única opción que le dieron a otro prisionero político, Ramy Shaath. Detenido en 2019 por “complot contra el Estado”, este activista egipcio-palestino, figura de la revolución de 2011 y portavoz de la causa palestina, fue liberado en 2022 y expulsado hacia Francia, país del que poseía la nacionalidad, a cambio del abandono de su nacionalidad egipcia.
¿Por qué las autoridades egipcias no aplican la misma receta con Alaa? “Hace mucho tiempo que dejé de tratar de comprender las intenciones del gobierno. Pero el régimen le tiene pánico a los que se destacan”, afirma Leila Sueif. Alaa es el más conocido de ellos, incluso para la nueva generación de egipcios, para quienes sigue siendo fuente de inspiración.
De la inédita movilización de 2022, Alaa Abdel Fattah solo obtuvo como beneficio la mejora de sus condiciones de detención. Fue trasladado desde la prisión de Tura, en los suburbios de El Cairo, hasta la de Wadi al Natrun, entre la capital y Alejandría, presentada por el régimen como “un hotel 5 estrellas” que respeta las últimas normas internacionales en materia de derechos humanos. Allí comparte su celda con otros dos presidiarios. Si bien todavía no puede respirar aire fresco, al menos tiene algo para leer, puede ver televisión y escribir correspondencia. Pero solo tiene derecho a una visita de 20 minutos por mes, mientras que el reglamento prevé dos visitas mensuales de una hora cada una. La medida fue implementada durante los años de la Covid-19 y nunca fue eliminada.
Apoyo internacional para el régimen
Dos años después de la COP27, la situación regional ha mutado, pero lo que no ha cambiado es la posición de Egipto en la escena internacional. A pesar de los 60.000 presos políticos que existen en el país según las ONG, el régimen conserva el apoyo de las potencias occidentales. Al comienzo del año, firmó un acuerdo de 7.400 millones de euros con la Unión Europea a cambio de reforzar el control en las fronteras. Y a pesar de la guerra actual en Gaza y en Líbano, el país sigue siendo un aliado de Estados Unidos y de Israel, con quien mantiene su frontera impermeable a lo largo de la Franja de Gaza.
A casi un año de la reelección triunfal de Abdel Fattah al Sissi, el panorama es desolador para la familia de Alaa Abdel Fattah, cuyos miembros –todos o casi todos– tuvieron su paso por la prisión: el padre, ya fallecido, un abogado y militante de los derechos humanos que sufrió la tortura; Leila Sueif, liberada bajo fianza en 2021; su hijo, desde luego, pero también su hija Sanaa, encarcelada en 2014 y en 2020, liberada en ambas oportunidades poco después de cumplir un año de reclusión.
¿Tanta pena valió la pena? “Sí”, insiste Leila Sueif:
No hay que comparar la situación actual con la de 2011, sino considerar un período mucho más amplio, cuando el estancamiento era total y a los opositores los mantenían aislados durante decenios. Dado el contexto actual, en particular la crisis económica que atraviesa el país, no es imposible que la situación cambie más rápido de lo que pensamos.