El fantasma de un genocidio en Palestina, presente desde 1907

El debate sobre la pertinencia del paradigma colonial para la comprensión de la historia del sionismo y, por lo tanto, del Estado de Israel es antiguo. Si bien la cuestión fue planteada hace ya mucho tiempo por las y los palestinos, el movimiento sionista la discutía desde sus orígenes, como lo demuestra una serie de cartas de 1907.

La imagen muestra un paisaje agrícola en blanco y negro, donde se pueden ver varias personas trabajando en un campo. Algunos están montando caballos, mientras que otros recolectan o manejan las plantas. El entorno parece ser rural, con un terreno amplio y montañas al fondo. El ambiente refleja una actividad agrícola tradicional, donde la comunidad se une para realizar labores en el campo.
Degania, febrero de 1948. En un campo, campesinos levantando una barrera y hombres armados a caballo.
Boris Carmi/Wikimédia

Un texto que suele ser citado en el debate sobre la pertinencia del prisma colonial para comprender el sionismo es el artículo programático “Muro de hierro”, de Vladímir Jabotinsky, cuya publicación, en 1923, marcó el inicio de la corriente llamada revisionista. La tesis principal es que el sionismo debe asumir prácticas violentas respecto de la población árabe de Palestina. Jabotinsky infiere que la violencia es necesaria debido a la naturaleza colonial del proyecto sionista, que intenta establecer una soberanía judía en Palestina, para perjuicio de la población autóctona. A esa población, como a cualquier otra población autóctona, continúa Jabotinsky, no le queda más opción que oponerse a ese proyecto. El texto contradice a los órganos oficiales del movimiento, que buscaban negar u ocultar esa dimensión colonial y violenta.

Pero no era la primera vez que el movimiento sionista discutía la cuestión. Dieciséis años antes, en 1907, una carta publicada por el semanario hebreo Ha-Olam (“El mundo”) –el periódico oficial de la Organización Sionista Mundial (OSM) – demuestra que el potencial violento del sionismo ya era en ese entonces un asunto de debate. Tres años antes, en 1904, había muerto Theodor Herzl; 10 años antes se había celebrado el primer congreso sionista, en Basilea, y casi treinta años antes había comenzado la inmigración sionista a Palestina (la “primera aliyá”, de 1881 a 1903) y se habían fundado las primeras colonias agrícolas judías de Petaj Tikva y Gei Oni. Es el período posterior al rechazo del movimiento sionista al “plan Uganda” y la reafirmación del interés por Palestina.

La segunda generación de colonos

También es la segunda generación del movimiento sionista, marcada por los pogromos del Imperio ruso, así como por las reacciones internacionales y las manifestaciones de apoyo a los judíos. Su sionismo se construyó en diálogo con las otras corrientes políticas, en particular socialistas y revolucionarias, que atraían a los jóvenes judíos. Esta nueva generación asumió la ruptura con la religión, cuyo discurso y prácticas eran considerados como obsoletos, sobre todo porque prolongaban el estado de exilio, mientras que los sionistas buscaban establecer de manera más declarada la soberanía nacional. Este sionismo de la “segunda aliyá” (1903-1914) presenta una característica militante más marcada que la “primera aliyá” y más abierta a la violencia, como lo demuestra la fundación de la organización Hashomer, “el guardián”, en hebreo.

El proyecto colonial se transformó y se definió. En 1908 se fundó en Londres la empresa Palestine Land Development Company (PLDC), cuyo nombre en hebreo, Hakhsharat Ha-Yishouv, significa literalmente “la preparación del poblamiento”. Estaba dirigida por Arthur Ruppin, un sociólogo formado en Alemania que introdujo los principios de la organización moderna del trabajo y del método estadístico. Como demostró el investigador israelí Etan Bloom, Ruppin encuadró la cuestión demográfica –es decir, la necesidad para el movimiento sionista de instalar una mayoría judía en Palestina– en un dispositivo racista, inspirado por el eugenismo alemán de la época1. Eso se refleja no solo con los árabes palestinos, sino también con los judíos que inmigraron de Yemen en la década de 1920, quienes ingresaron para servir de mano de obra barata. El objetivo declarado de la empresa dirigida por Ruppin era ayudar a los nuevos inmigrantes judíos, provenientes de Europa del Este, a radicarse como campesinos en Palestina. La empresa compró tierras para instalar granjas. Además, en esa época también se proyectaron otras formas de poblamiento diferentes a la colonización rural, como la planificación de Ahuzat Bayit, el primer barrio de Tel Aviv, fundado oficialmente en 1909.

Durante ese período, la desposesión de los árabes palestinos se efectuó por medio de procedimientos considerados como lícitos. Compraban las tierras a sus propietarios, con frecuencia ausentes —los grandes propietarios inmobiliarios residían en el Líbano o en Siria–, y obligaban a los campesinos árabes a irse, a veces por medio de una indemnización económica.

También es la época de los ideales sionistas del “trabajo hebreo” y la “guardia hebraica”. Se hablaba de conquista del trabajo: los jóvenes judíos que llegaban de Europa del Este entraban a competir con los trabajadores palestinos empleados en las colonias agrícolas. También es el período en el que se conceptualizó el hebreo moderno, que, al servicio del movimiento nacional, se convirtió en su lengua oficial. El renacimiento lingüístico se inscribió en el marco del renacimiento nacional y apuntaba a modernizar la lengua de la Biblia y de la literatura rabínica según los criterios filológicos y gramaticales europeos de la época.

A un amigo marxista

El periódico HaOlam fue fundado en 1907. Su redactor en jefe era Nahum Sokolow, el heredero de Herzl como secretario general de la OSM. La sección literaria del periódico publicó, en cuatro números consecutivos de la primavera boreal de 1907, una serie de 26 cartas. El título de la serie es “Un paquete de cartas de un joven trabajador con la mente perturbada”. El subtítulo hace la siguiente mención entre paréntesis: “escrito por un trabajador de la tierra de Israel”. El autor, que hoy en día es anónimo, se dirige a un amigo de su infancia llamado David, un intelectual marxista urbano que se quedó en Europa.

La serie puede leerse como el borrador de una novela de aprendizaje sionista. Las cartas siguen el devenir espiritual y corporal de su autor, un joven inmigrante de la “segunda aliyá”, desde el momento en que llega y padece un enorme vacío, hasta que descubre su “nuevo yo”: un campesino-guerrero que transforma “el arado en espada y la pala en lanza”2. Así, la carta que concluye la serie describe la culminación de su transformación:

Podrás encontrarme cerca del yunque, martillando y transformando el arado en espada, y la pala en lanza (…) En ese momento, podrás contemplarme de lejos, desde las alturas de las montañas, [yo estaré] de pie, apoyado sobre la culata de mi fusil, esperando, acechando… Recuerda, ¡soy un campesino! …Y tú, luce la apariencia de un labrador, ¡y que por tus venas corra la sangre de los devotos!

Las cartas previas describen la vida del narrador en Palestina, sus viajes a las colonias y sus sueños de soberanía judía. En cierto momento, se pasea con amigos por la cumbre del monte Tabor, en Galilea, desde donde contempla el valle fértil de Jezreel, que todavía no pertenecía a las organizaciones sionistas. El joven campesino ve claramente que el valle está habitado y cultivado, y se lamenta de que no esté en manos de los sionistas (que intentaban comprarlo desde fines del siglo XIX). Relata:

El valle se extendía ante nosotros como una alfombra de seda de múltiples colores, con numerosos campos magníficos. Cada pequeño campo, cultivado por manos ágiles, brillaba a lo lejos como un ramillete de flores… En lo alto de la montaña, contemplando ese paisaje sublime, se despertó en mí un dolor… Una nostalgia terrible. Me hubiera gustado devorar todo el valle, abrazarlo y ofrecérselo como regalo a nuestro pueblo, tan magnífico como él… ¡El valle de Jezreel! ¿Ves hasta qué punto nos es cercano…? ¿Y por qué no está en nuestras manos? ¿Por qué veo a lo lejos esas imágenes sombrías, los rebaños de los beduinos? Y sin embargo, ¡solo nosotros tenemos derecho sobre él!

La guerra de exterminio contra los hereros y los namas

En la carta siguiente, de fecha junio de 1907, encontramos un fragmento muy intrigante. Trata sobre el genocidio de los hereros y de los namas3, cometidos entre 1904 y 1908 por las fuerzas alemanas en el territorio de la actual Namibia. La palabra genocidio no aparece, pero la violencia colonial alemana es mencionada en el marco de una discusión sobre la relación del movimiento sionista con los árabes de Palestina. De modo que ya en ese entonces, mucho antes de las masacres y las expulsiones de la Nakba, el potencial genocida del movimiento sionista era un asunto de discusión pública en HaOlam, el periódico oficial del movimiento, que al poco tiempo prefirió marcarlo como un tema a evitar.

La carta relata una pelea entre el joven campesino y un colono, el señor G., “un tipo muy interesante, de pelo largo, que reivindica el humanismo y a quien le gusta hablar de la humanidad que abre caminos”. La pelea gira en torno a los árabes: según el joven campesino, G. se preocupa demasiado por el bienestar de esa comunidad. El joven campesino relativiza el sufrimiento de los árabes en relación con la importancia del proyecto sionista: construir un hogar para recibir a millones de judíos perseguidos. G. le hace el siguiente comentario:

Sí —me respondió—, excusas conocidas, frases lindas. Pero el homicidio seguirá siendo un homicidio, por más que sea idealista. ¿Y entonces qué nos diferencia de los alemanes que combaten ahora contra los negros en África? Allí también puedes escucharlos jactarse de que matan a los negros sobre el altar de la Haskalá (Ilustración judía).

Eso enfurece al joven campesino. Entonces lanza una diatriba, escupe a su anfitrión en la cara y se va de su casa:

–¡Judío! –le dije, temblando–. ¿Escuchas lo que sale de tu boca? ¡La guerra en África y el regreso a Sion! ¡El pueblo alemán! ¿Sabes por qué hace esa guerra (…)? Por una saciedad hasta la náusea, por saturación, por avaricia, por el deseo de dominar y de gobernar, de exterminar pueblos. Pero nosotros, aunque supongamos que se haya hecho alguna injusticia a particulares, ¿conoces el origen de esa injusticia? (…) ¿Has visto los subsuelos oscuros (…) mohosos y podridos, donde viven miles de familias? ¡A ellas las llamas verdugas y opresoras! (…) ¿Y qué quieres? ¿Que, si encontramos obstáculos en nuestro camino, nos detengamos y no los quitemos? (…) Yo mismo no siento ninguna falta en mi humanidad al participar de este guerra. ¡Así aplasta los arbustos espinosos el león cuando huye de sus perseguidores! ¿Y por qué, señor, este exceso de humanismo, esta ociosidad? ¿Acaso quieres fundar una asociación de amigos de los árabes? ¡Es muy idealista!

Un debate sobre las palabras más que sobre la realidad

En noviembre de 2023, el medio AOC publicó un artículo de Didier Fassin titulado “El fantasma de un genocidio en Gaza”, que recuerda el genocidio de los hereros y de los namas . El objetivo detrás de la mención, empleada también por otros intelectuales como la pensadora y militante canadiense Naomi Klein, era encender la alarma: las similitudes estructurales entre ambas situaciones indican que la ofensiva israelí en Gaza podría inscribirse dentro de una dinámica genocida que excede el argumento del derecho a la autodefensa planteado por Israel. En Francia, la yuxtaposición de ambas situaciones fue criticada severamente y considerada como impertinente por varios intelectuales4. En particular, la revista K publicó el 15 de noviembre de 20235 una crítica de Eva Illouz que nos recuerda que, para algunos, el debate trata menos sobre los hechos que sobre la manera de abordarlos. Así, Illouz escribió que “en el período convulsionado en el que vivimos, elegir las palabras justas es un derecho moral e intelectual”. Ese mismo cuidado parece expresarse en una entrevista publicada en Le Monde el 19 de abril de 2024 titulada “La izquierda ya no sabe hablar de lo que ocurre en Oriente Próximo”. ¡Como si el debate sobre las palabras fuera más urgente que el debate sobre la realidad! ¡Como si, dado que vivimos en un “período convulsionado”, el análisis crítico debiera adaptarse al conformismo reinante! Lo característico del pensamiento crítico, no obstante, es justamente expresarse en cualquier contexto y trastocar las zonas de confort.

  • Autor anónimo, “Un paquete de cartas de un joven trabajador con la mente perturbada”, HaOlam, junio de 1907.

1Etan Bloom, Arthur Ruppin and the Production of Pre-Israeli Culture, Brill, 2011.

2Casi 40 años después, en 1945, Agnon deconstruiría ese modelo de aprendiaje en su novela magistral Thmol Shilsom (“Esto pasó ayer”).

3Didier Fassin, « Le spectre d’un génocide à Gaza », AOC, 1º de noviembre de 2023.

4Bruno Karsenti, Jacques Ehrenfreund, Julia Christ, Jean-Philippe Heurtin, Luc Boltanski y Danny Trom, « Un génocide à Gaza ? Une réponse à Didier Fassin », AOC, 13 de noviembre de 2023. Ver también la respuesta de Didier Fassin: « Ne pas renoncer à penser — réponse à Bruno Karsenti et al. », AOC, 14 de noviembre de 2023.

5Eva Illouz, « Génocide à Gaza ? Eva Illouz répond à Didier Fassin », K. La Revue, 15 de noviembre de 2023.