LGBTQ+ en el mundo árabe

El nacionalismo, valor refugio de los homosexuales marroquíes

Los homosexuales y las lesbianas distan mucho de formar un grupo homogéneo en Marruecos. Por lo general se manejan con discreción, pero ahora los divide una militancia de la visibilidad que a muchos les parece importada de otras partes del mundo. El nacionalismo, muy en Marruecos, y la cuestión religiosa también son asuntos que generan opiniones encontradas.

La imagen presenta un fondo en tonos morados con ondas, en el que se repite la palabra "HARAM". En el centro, hay un personaje con una expresión serena, cabello rizado y barba. El personaje parece estar sumergido en un entorno que sugiere agua, con algunos pequeños barcos en la parte inferior. La combinación de elementos refleja un ambiente introspectivo y simbólico.

“Ana njilik men lakher, te lo digo claramente: solo soy un hombre al que le gusta hacer el amor con otros hombres, es un asunto que solo me compete a mí”. Abdelatif se balancea sobre su silla de plástico, junto a la entrada de un edificio de apartamentos en el este de Casablanca. Es viernes, y nos encontramos gracias a una aplicación de citas. Cuando hablo del alboroto reciente en torno a los militantes homosexuales marroquíes, sus rasgos se endurecen: para él, “los que son gays, que hagan lo que quieran, pero que no me vengan a joder aquí con su visión francesa de las obligaciones”.

Abdelatif sigue balanceándose. En una mano sostiene su teléfono, que refleja la luz naranja y azul de esa aplicación que en 2020 fue blanco de una persecución de una parte de la población contra los usuarios que mantenían relaciones homosexuales. No parece preocuparse mucho y agrega: “No tengo ganas de que me defiendan, sobre todo si los que lo hacen son kufars1… La gente va a descubrirnos”.

El anonimato como espacio social de resistencia

El refrán dice que “vivir a escondidas” implica necesariamente “vivir feliz”. Sin embargo, los arrestos a diestra y siniestra, las preocupantes desapariciones que en muchos casos no son denunciadas, la violencia y los –mucho menos frecuentes– homicidios llevan a pensar que vivir a escondidas no significa necesariamente “vivir feliz”, sino “vivir seguro”. Y paradójicamente, desde hace tres años, las minorías sexuales han ganado visibilidad gracias a una cobertura mediática más intensa y a la intervención de los militantes, ya sea en el propio país o desde la diáspora. Sus esfuerzos aunados obligaron, por ejemplo, a realojar a personas con “comportamientos desviados” que habían quedado en la calle tras haber sido denunciadas por familias, amigos o vecinos.

La visibilización del combate de algunos militantes permitió que aquellos y aquellas que se sentían “diferentes” se quitaran un peso de encima, pero a su vez hizo que esos militantes sufrieran tanta violencia que se vieron forzados a abandonar el país. Dina, por ejemplo, apareció en la tapa de la revista marroquí Telquel el 11 de marzo de 2019, y unos días más tarde fue víctima de agresiones en el espacio público que la obligaron a partir al exilio en España. También, luego de una entrevista con el medio WeLoveBuzz –que tiene una fuerte llegada a los jóvenes gracias a sus 2 millones de seguidores–, el bloguero y artista gay Iameddine sufrió amenazas de todo tipo de agresiones. Y más recientemente, un hombre homosexual marroquí proveniente de España para pasar las vacaciones sufrió una violenta agresión que le dejó el rostro desfigurado por una cicatriz.

Las intervenciones en defensa de los derechos de las minorías, ampliamente criticadas o apoyadas por el público marroquí, también suscitaron comentarios de personas que se definen como homosexuales o con relaciones homoeróticas y que critican vehementemente la visibilidad porque “al final solo hizo que la gente equipare todo a esas personas y la situación se volvió más peligrosa, porque el debate está tan dividido que hay más posibilidades de que haya actos de violencia”, dice Omar, de 22 años, un estudiante de comercio que me recibe en su casa después de asistir a clase. “Quiero vivir sin que me molesten. No parezco gay y no lo soy. No tengo ganas de ser el gay de servicio. Si algunos quieren hacerlo, que lo hagan, ¿pero para qué crearles problemas a los que no pidieron nada?”

El nacionalismo como valor final

Muchos homosexuales le dan más importancia a su condición de ciudadanos marroquíes que a la identidad sexual o de género que otros reivindican. Eso significa que “antes de ser gays, somos marroquíes”, simplifica Hamed, de 23 años.

“Soy marroquí y después soy gay, no me gusta cuando quieren categorizarme inmediatamente como gay, como si de esa forma negaran que soy marroquí. Por cierto, en primer lugar soy partidario de que Marruecos se desarrolle, y después veremos las cuestiones de los gays y todo eso”, resume Idder, estudiante-desempleado de los suburbios de Rabat. Para Idder, declararse gay es ponerse en una situación de vulnerabilidad. “Además eso no soluciona el verdadero problema de Marruecos, que es económico, y no tiene en cuenta el verdadero valor de la religión, que nos mantiene a todos unidos”. Desde su punto de vista, la lucha por los derechos de las minorías sexuales debería relegarse a un segundo plano, porque el tema es menos importante que otros, como el desempleo o la educación. “Yo me siento más un ciudadano marroquí cuando defiendo a los desempleados que cuando defiendo a los gays. Elijo definirme como desempleado porque de esa manera estoy seguro de tener algo en común con los otros. Después tendremos tiempo para ocuparnos de las cuestiones de sexualidad”, señala Idder.

Esta tendencia también se apoya en la religión. Para muchas personas, las luchas LGBT van en contra de las leyes del islam tal como las comprende la mayoría de la población. “Marruecos es un país islámico. Yo amo a Marruecos, lo respeto, mi sexualidad es una cuestión personal y no tengo ganas de imponérsela a otros”, explica María, emprendedora, sentada al lado de Idder en un café de Agdal.

El eco de Sarah Hegazy

Y en cierto modo, el rechazo de la visibilidad, la aceptación de la violencia del Estado y la denigración de aquellos y aquellas que salen del armario está relacionado con la trayectoria de una figura extranjera: Sarah Hegazy.

Sarah Hegazy fue víctima de una violencia de Estado orquestada, pensada e implementada para destruirla y hacerla partir al exilio, donde tampoco encontró la paz. La distancia de Egipto, su país, y de su punto de apoyo fue una de las razones de su suicidio, acaecido unos meses más tarde. Esa violencia y ese destino pusieron de relieve un elemento clave, el hecho de querer permanecer en el país, el territorio propio. “¿Para qué me sirve ser yo misma en un país donde no pueda volver a encontrarme con personas que, aunque no me quieran, se parecen mucho a mí?”, comenta Leila, estudiante de Medicina en Marrakech. “Si eso implica amoldarse a la situación, habrá que hacerlo. Prefiero existir olvidada, negada por los otros, pero sin negar mi propia existencia, y eso es lo que piensan mis amigos homosexuales”, concluye Leila.

La toma de conciencia de las dificultades provocadas por el exilio y los dolorosos testimonios de las personas que permanecieron en Marruecos tienen un sabor amargo. Tener que elegir entre la pérdida de la nación o la pérdida de los lazos sociales es una elección traumática que todos intentan aplazar lo máximo posible, aunque los atormente en el presente.

Eso es al menos lo que se deduce de una conversación mantenida en 2020 en un grupo de WhatsApp entre amigos, conocidos y figuras de organizaciones clandestinas que organizan fiestas LGBT o que regulan la prostitución de los hombres con los turistas extranjeros, con frecuencia franceses o ingleses. La propuesta de reiterar el beso militante entre dos hombres, esta vez frente al Parlamento marroquí, fastidió a dos miembros del grupo. “¿Pero qué hacemos? ¿Dejamos que los otros hagan todo? ¿Siempre tienen que ser los de la diáspora los que luchen por nosotros? Estoy harto de esperar”, lanza un miembro del grupo, que utiliza como imagen de perfil la cabeza de una cheikha2 marroquí. “¡Adelante! ¡Hazlo! Pero luego no me pidas que te vaya a buscar a la comisaría”, le responde un participante. La discusión dura 20 minutos sin que se llegue a un acuerdo sobre las acciones a tomar. Al día siguiente, alguien propuso: “Vamos a pegar sobre la fachada del Parlamento fotos de hombres gays y de mujeres lesbianas besándose, nadie nos verá”. La actividad nunca pudo concretarse debido al contexto de Covid-19 y a la oposición de varios miembros del grupo.

El último mensaje de ese grupo de WhatsApp, del 21 de septiembre de 2021, termina con un “no nos convirtamos en Sarah ni en Hatem3. ¿Para qué vamos a defender a los que no quieren que los defendamos?”

1Término peyorativo utilizado para designar a los “irreligiosos”.

2Denominación atribuida a algunas cantantes magrebíes.

3Asesinado en la región de Sus-Masa.