El realismo sin ilusión de Rusia en Afganistán

Moscú ha estado en contacto con los talibanes en Afganistán durante varios años. Desde su conquista de Kabul, estos contactos se han intensificado, siendo el objetivo de Rusia tanto aprovechar la retirada estadounidense como evitar que el país se convierta en una base de retaguardia del terrorismo. Pero sin muchas ilusiones.

Moscú, 9 de noviembre de 2018. El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, y representantes de los talibanes antes de una reunión internacional sobre Afganistán.
Yuri Kadobnov/AFP

El 3 de octubre de 2021, una explosión en Kabul causó por lo menos 19 muertos y más de 30 heridos afganos. Este ataque contra una mezquita fue reivindicado por Estado Islámico del Gran Jorasán, una rama de la tristemente célebre organización terrorista. Moscú fue uno de los primeros en condenar este atentado atroz y se comunicó con los talibanes, que se limitaron a garantizar que ningún país tercero sería blanco de ataques desde su territorio. El ministro de Asuntos Exteriores ruso publicó un comunicado en el que destacó “la necesidad de proseguir los esfuerzos en aras de erradicar el terrorismo en Afganistán”.

El comunicado, si bien es breve, basta para dar cuenta de las prioridades de Rusia en relación a Afganistán y al régimen talibán. Desde principios de la década de 2000, Rusia clasifica como “organización terrorista” a los talibanes, quienes además fueron la única entidad extranjera en reconocer a la autoproclamada República Chechena de Ichkeria, un esbozo de Estado separatista que Moscú combatió durante años hasta que el presidente Vladimir Putin terminó con la secesión. Pero, como suele decirse, el mal se vuelve un bien cuando se está frente a lo peor: cuando Estado Islámico de Irak y Siria (Islamic State of Iraq and Sham, ISIS) prevaleció sobre los otros grupos terroristas para imponerse como la amenaza número 1 y manifestó su intención de recurrir a la violencia de masas para concretar sus aspiraciones extremistas globales, Moscú pasó a considerar a Estado Islámico (EI) como el objetivo primero de su combate contra el terrorismo. Y al mismo tiempo, los talibanes empezaron a ser vistos solamente como un fenómeno circunscrito al ámbito afgano. Aunque el movimiento es objeto de muchas críticas en Moscú, donde muy pocos juzgan sus bases ideológicas de manera favorable, la decisión rusa se apoya de momento en la idea de que los talibanes representan una amenaza menos seria para su seguridad que EI. Dado que Moscú no prevé ninguna solución militar a la cuestión de los talibanes, y dado que otros actores destacados –como China y Estados Unidos– entraron en contacto con los talibanes, los altos responsables políticos rusos estiman que no deben mantenerse al margen si quieren garantizar la seguridad de su país.

Marcar líneas rojas

El 9 de julio de 2021, incluso antes de la caída de Kabul, Moscú recibió a una delegación de la “rama política” de los talibanes. Durante las negociaciones, el enviado especial de Rusia para Afganistán, Zamir Kabulov, puntualizó cuatro temas de preocupación esenciales para Moscú relativos a la situación en Afganistán: los riesgos de una eventual contaminación de la inestabilidad de Afganistán a Asia Central; la amenaza que pueda representar EI desde el suelo afgano para Rusia y sus aliados; un posible aumento del tráfico de drogas hacia Rusia; los riesgos para la seguridad de las misiones diplomáticas rusas.

Durante la reunión, los talibanes se empeñaron en tranquilizar a sus interlocutores rusos sobre esos cuatro aspectos. Prometieron “no quebrantar las fronteras de los países de Asia Central” y “ofrecer garantías para la seguridad de las misiones consulares y diplomáticas extranjeras en Afganistán”. También se comprometieron a “erradicar la producción de droga en Afganistán” y dijeron estar “firmemente determinados a terminar con la amenaza que representa EI en Afganistán”.

Casi dos meses después de su llegada al poder en Afganistán, los talibanes parecen respetar los compromisos asumidos. Pero en Moscú, casi nadie cree en sus declaraciones. Los dirigentes rusos terminaron por creer que si los talibanes abren negociaciones tras bambalinas con los chinos y los iraníes y si mantienen conversaciones regulares con los rusos y los norteamericanos es para estabilizar sus relaciones internacionales mientras ganan tiempo para consolidar su poder y obtener una legitimidad de hecho, o incluso, idealmente, ayuda material. En otras palabras, los talibanes están muy interesados, por el momento, en respetar sus compromisos. Y eso es compatible con los intereses rusos actuales.

Durante los últimos años, el ejército y la economía rusos fueron requeridos en varios frentes, desde Europa oriental y el mar Negro hasta el este del Mediterráneo y el Cáucaso. Con el recuerdo del fiasco soviético todavía fresco, es evidente que Afganistán pasó a ser una distracción innecesaria. La estabilidad en Asia Central, la seguridad de Rusia en su frontera meridional y los riesgos de expansión de las ideologías radicales son temas que por lo general le interesan personalmente al presidente Vladimir Putin. Se trata de problemáticas a las que siempre estará dispuesto a dedicarles tiempo y recursos, y para las cuales demuestra un verdadero apetito político, sobre todo ahora, porque piensa que el ejército ruso dispone de muchos más recursos que los que poseían los soviéticos para “joderles la vida a los talibanes” sin tener siquiera necesidad de intervenir militarmente en el país. Esto significa que para Rusia, las negociaciones de julio con los talibanes fueron menos un simple intercambio de preocupaciones y de compromisos que una oportunidad para marcar líneas rojas.

“Lo que fracasó en Irak y en Siria funcionó en Afganistán”

En Rusia, mucha gente se muestra muy preocupada por la victoria de los talibanes. Argumentan que el éxito de los islamistas y la restauración del emirato islámico transmiten un mensaje peligroso a quienes comparten las mismas ideas en el resto del mundo. Solo un pequeño grupo de expertos y de universitarios se interesa en analizar las divergencias políticas y teológicas entre EI y los talibanes. La mayoría de la gente, sobre todo los jóvenes con una identidad musulmana extremada, piensan como el dirigente chino Deng Xiaoping: “No importa el color del gato, siempre y cuando atrape al ratón”. Es decir que no importa que los talibanes tengan una visión del Estado, consignas, una base de apoyo y una comunicación diferentes de EI, sino que lo verdaderamente importante es que representan una success story. “Lo que fracasó en Irak y en Siria funcionó en Afganistán” y por lo tanto podría reproducirse. Por este motivo, mientras Rusia mantiene contactos con los talibanes por vía diplomática, también realiza ejercicios militares conjuntos con soldados tayikos y uzbekos y refuerza las capacidades militares de sus aliados de la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva (OTSC), que agrupa a Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán. Los ejercicios tienen que ver con la simulación de una “respuesta interejércitos contra ataques transfronterizos”, y para ello se movilizan tanques, transportes blindados de personal, aviones de ataque Su-25, helicópteros y otros armamentos.

A Rusia no le entusiasma en absoluto la idea de tener un emirato islámico a poca distancia de sus fronteras. Pero mientras el proyecto de los talibanes quede circunscripto a nivel local y no tenga ambiciones a nivel global –contrariamente a EI–, y mientras se concentre sobre la imposición de la ley islámica solamente en Afganistán –sin importar el precio que tenga que pagar su población–, Rusia cree que puede acomodarse a este nuevo escenario. Los servicios de inteligencia militar de Rusia (el GRU) se mantendrán en alerta para vigilar la situación. El Ministerio de Defensa deberá desarrollar la cooperación militar con sus pares de Asia Central; el Servicio Federal de Seguridad (FSB) estará al acecho de señales de un eventual ascenso del islamismo en Asia Central y en Rusia; el Servicio Federal de Control de Drogas de Rusia estará en estado de alerta máxima para detectar nuevos circuitos de producción de heroína y los flujos hacia Rusia. Pero hasta ahora, para Moscú esta parece ser la mejor opción, preferible a una implicación militar sin objetivos políticos precisos y a costos potencialmente elevados. Resta saber por cuánto tiempo más seguirá siendo válido este análisis.

La “desamericanización” del orden internacional

Cuando se analizan los desafíos del caso afgano para Rusia, es importante recordar que el tema no se limita solamente a Afganistán. El discurso dominante de los políticos y de los expertos rusos en relación a la evolución de la situación en ese país se articula en torno a tres temas principales. Dejando de lado la preocupación en materia de seguridad para Asia Central, el debate está dominado por las críticas a los veinte años de presencia estadounidense en el país y a las autoridades pronorteamericanas que lo dirigieron.

Los dos primeros ejes de discusión apuntan en primer lugar a lo que se considera como un fracaso total de Estados Unidos en la construcción de un ejército afgano operativo capaz de resistir a los talibanes. Desde el comienzo, el intento de “nation building” norteamericano fue motivo de severas críticas. Rusia subrayar en sus redes de información que el colapso del Estado afgano frente a los talibanes es una consecuencia directa del fracaso estadounidense. Esta explicación es retomada ante países que, desde el punto de vista de Rusia, confían demasiado en el apoyo de Estados Unidos, como Ucrania y Georgia. En sus esfuerzos de persuasión ante dirigentes o fuerzas de oposición de países devastados por conflictos en curso, Moscú presenta la siguiente advertencia: “No solo los estadounidenses no los ayudarán, sino que incluso podrían agravar las cosas”. El objetivo es producir un cambio de posición y convencerlos de tratar con Rusia, que se presenta como un socio serio. En otras palabras, la situación en Afganistán ofrece una oportunidad para insistir en la “desnorteamericanización” del orden internacional. En junio de 2021, durante la cumbre de Ginebra para la cooperación en favor de Afganistán, Putin no le propuso a Joe Biden –como informó erróneamente la prensa– poner las instalaciones militares rusas a disposición de las tropas estadounidenses. Al contrario, buscaba cortar en seco cualquier eventual presencia militar estadounidense en el territorio de aliados de Rusia en Asia Central. Claro que Moscú está dispuesto a efectuar intercambios de información con Washington, pero sin que eso implique la presencia de personal estadounidense.

Por el momento, Rusia adopta una posición expectante. Está implicada con los principales actores en los asuntos en Afganistán, y defiende la necesidad de una mayor cooperación regional. La posibilidad de que la UE pueda intervenir de manera positiva solo fue contemplada en contadas ocasiones.

La nueva configuración requerirá que Rusia destine más recursos y atención a su periferia inmediata y a la política interior de los Estados de Asia Central. Y para evitar que la situación explote más allá de su frontera, tendrá que promover una “gestión de las responsabilidades” junto a los países aliados y llevar adelante una diplomacia delicada con los talibanes, que por el momento parecen dispuestos a negociar, aunque a los grupos islamistas bien les cabe el refrán “el apetito viene al comer”. Los talibanes podrían buscar difundir su ideología y lanzarse en aventuras geopolíticas calculadas. Varias potencias regionales como Pakistán, Turquía y algunas monarquías del Golfo podrían considerar que la situación en Afganistán les ofrece una oportunidad para aumentar su propia influencia en la región e incluso más allá. Durante los últimos años, la intervención de Rusia en Siria fortaleció la influencia de Moscú, no solo en la región sino también en la escena internacional. La política rusa en Afganistán pronto podría cumplir ese mismo rol.