Túnez

Ennahda derrotado por la prueba del poder

A finales de febrero el partido islamista-conservador galvanizó en Túnez a sus partidarios para una demostración de fuerza en torno a su líder Rached Ghanuchi. Pero diez años después de su primera victoria electoral, Ennahda tiene dificultades para mantener un lugar preeminente en el tablero político.

Rached Ghanuchi, 27 de noviembre de 2013

El 30 de enero de 2011, Rached Ghanuchi pisó suelo tunecino después de más de veinte años de exilio. El líder del partido islamista Ennahda era aclamado por miles de personas que acudieron a recibirle al aeropuerto de Túnez-Cartago con los gritos de Tala’al badrou ’alayna (La luna llena se ha levantado sobre nosotros), una canción islámica tradicional que celebra la llegada del Profeta Mahoma a Medina. Este regreso, dos semanas después de la caída de Zine El-Abidine Ben Ali, marcó el renacimiento de un partido que el régimen autoritario había tratado de erradicar.

A pesar del encarcelamiento y exilio de gran parte de sus cuadros, el partido Ennahda, que obtuvo su legalización en marzo de 2011, pudo contar con una red militante establecida en todo el territorio nacional y en los principales países acogedores de una diáspora tunecina. Al excluir la nueva ley electoral automáticamente a los cuadros procedentes del antiguo régimen, el partido se convirtió en la mayor fuerza política del país. Frente a esta popularidad, una fracción nada despreciable de las nuevas élites posrevolucionarias, principalmente proveniente de la antigua oposición a Ben Ali, definió su estrategia electoral en función de Ennahda, sin dudar en retomar la retórica utilizada por el antiguo régimen para demonizar al movimiento de Ghanuchi. Al hacerlo, ayudó a ponerlo en el centro del juego político.

Hasta las elecciones a la Asamblea Constituyente en octubre de 2011, Ennahda evitó cualquier enfrentamiento directo con las autoridades constituidas. Sus dirigentes prefirieron recordar los sufrimientos padecidos bajo la dictadura, que los arrima firmemente al campo de la revolución junto a un sector de la opinión pública. El discurso anti-islamista difundido en los principales medios de comunicación reforzó esta postura de victimización. Todos estos son elementos que contribuyeron a su éxito electoral. A la cabeza en todas las circunscripciones, el partido obtuvo el 37 % de los votos y ocupó el 42 % de los escaños en la nueva Asamblea Constituyente.

Gobernar pero no demasiado

Pero, ¿cómo gobernar un país sin un mínimo de adhesión de sus élites políticas, culturales, mediáticas y administrativas? Ennahda se encuentró atrapada entre la presión de sus bases y la hostilidad de una parte significativa de los círculos influyentes, tanto en Túnez como en el extranjero. Despertó miedo entre algunos sectores de la población tunecina marcados por un escenario del tipo iraní o, peor, argelino.

Para tranquilizar y relativizar la imagen de una hegemonía islamista sobre todas las instituciones, el movimiento formó una coalición con dos partidos no islamistas: el Congreso por la República (CPR) liderado por Moncef Marzuki y el Foro Democrático por los Derechos y las Libertades (Ettakattol) de Mustapha Ben Jaafar. Los tres partidos se repartieron las tres presidencias, la del gobierno (Ennahda), la de la república (CPR) y la del parlamento (Ettakatol). En realidad, la mayor parte del poder ejecutivo estaban reservado para el jefe de gobierno y los principales ministerios y comisiones parlamentarias estaban controladas por el partido islamista.

El posicionamiento respecto a los islamistas se conviertió a partir de ahí en un leitmotiv electoral. Si bien no impide que el partido de Ghanuchi gane las elecciones (con una mayoría cada vez más relativa), este último deduce que su movimiento nunca debe gobernar solo para no concentrar la ira popular.

Béji Caïd Essebsi fue primer ministro durante el período de transición (febrero-octubre de 2011). Menos de un año después, en junio de 2012, aprovechó el desmoronamiento de la denominada oposición democrática para crear el partido Nidaa Tounès (Llamamiento por Túnez), que reunió a opositores históricos, sindicalistas y miembros del antiguo régimen cuyo único punto en común era la oposición a los islamistas. Pero una vez en el poder, este equipo no durará mucho.

¿Un escenario a la egipcia?

Armados con la legitimidad electoral de octubre de 2011, las y los partidarios de Ennahda entablaron una lucha despiadada contra cualquier expresión divergente, asimilada a un rechazo al veredicto de las urnas. Así, varios líderes de la oposición a Ben Ali fueron acusados de ser contrarrevolucionarios por la única razón de que no apoyaban la acción del gobierno. Una acusación realizada incluso contra abogados que habían defendido a acusados islamistas bajo el antiguo régimen. Durante el invierno de 2012 se organizó una sentada frente a las instalaciones de la televisión nacional, acusada de no reflejar la voluntad popular. Los líderes de esta protesta formarán las Ligas para la Protección de la Revolución (LPR), milicias que no dudan en atacar físicamente a la gente opositora. Nidaa Tounès también se convertirá en uno de sus principales objetivos, ya que el partido sube en las encuestas hasta el punto de convertirse en una seria amenaza para Ennahda.

Junto a este estallido de violencia con total impunidad, el ejecutivo, en nombre de la libertad religiosa, mostró tolerancia hacia las expresiones más radicales del islamismo. Varios predicadores extremistas como el egipcio Wajdi Ghoneim o el kuwaití Nabil Al-Awadi fueron recibidos con gran pompa por los líderes de Ennahda. Se autoriza al partido salafista Ettahrir, que aboga por el establecimiento de un califato islámico, y el movimiento Ansar Al-Sharia, afiliado a Al-Qaida, estar presente en la calle. Todo ello en un contexto de atentados terroristas contra las fuerzas armadas. El 18 de octubre de 2012, una manifestación de las LPR degeneró en Tataouine y un responsable local de Nidaa Tounès fue linchado hasta la muerte.

La violencia continuó con el asesinato de los líderes del Frente Popular (coalición de izquierda y extrema izquierda) Chokri Belaïd y Mohamed Brahmi en 2013. A finales de julio, tuvo lugar una gran sentada en el Bardo, frente a la Asamblea Constituyente, exigiendo la disolución de todas las instituciones resultantes de las elecciones de 2011. Estamos a pocas semanas del golpe de Estado del mariscal Abdel Fattah Al-Sisi en Egipto, apoyado o tolerado por la mayoría de los socios de Túnez, contra el presidente islamista electo Mohamed Morsi.

Mudar para sobrevivir

Los líderes de Ennahda entendieron que su legitimidad electoral no les protegía de un golpe de Estado. Entonces, decidieron acercarse a los enemigos de ayer, los desturianos, y optar por la estrategia del consenso. Sin embargo, este giro no fue un precedente: aunque el partido islamista y el CPR se habían embarcado oficialmente en una lucha contra el antiguo régimen en 2011 al proponer en particular una ley de depuración política, no habían dudado en nombrar a personas cercanas al poder benalista al frente de administraciones y empresas públicas mediando un cambio de fidelidades.

Ennahda aceptó dejar el gobierno y entregar el poder a tecnócratas responsables de dirigir el país hasta las elecciones de 2014. Nidaa Tounès ganó las elecciones legislativas y Béji Caïd Essebsi las presidenciales. Golpe de efecto tras una campaña de un enfrentamiento feroz: el partido islamista se negó a apoyar a su ex aliado, el candidato saliente Moncef Marzouki, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. En segundo lugar en las elecciones legislativas, Ennahda incluso terminó aliándose con Nidaa Tounès en nombre del interés nacional. Éste fue el primer paso hacia una larga serie de concesiones para el partido islamista, dividido entre las demandas de su base impulsadas por la ideología islamista y el imperativo de compromiso para garantizar su supervivencia política.

El quiquenato de Beji Caid Essebsi fue sin duda el momento que más benefició a Ennahda, pero también el período durante el cual experimenta sus mayores mutaciones. Al participar en el poder sin estar en primera línea, el partido vió aumentar su influencia a medida que el partido presidencial se disolvía socavado por las luchas internas. Los islamistas no dudaron en apoyar proyectos de ley controvertidos como la llamada ley de reconciliación, una amnistía otorgada a los funcionarios procesados por actos de malversación de fondos bajo el antiguo régimen.

También durante este período el partido revisó su organización interna. Más allá de la imagen que ponía el acento en la separación entre acción política y predicación, el décimo congreso de Ennahda en 2016 aumentó considerablemente las prerrogativas de Rached Ghanuchi, permitiéndole nombrar a los miembros del comité ejecutivo que serían validados por el Consejo de la Shura. Una paradoja para un partido que aboga por la instauración de un régimen parlamentario, supuestamente para limitar los abusos vinculados al poder personal. Algunos candidatos para las elecciones legislativas de 2019 pagarán las consecuencias, ya que el jeque no dudó en realizar cambios sustanciales en las listas que, sin embargo, eran resultado de las primarias organizadas a nivel de cada circunscripción.

Al contrario de lo que afirma mucha gente que denigra a las y los islamistas, la alianza entre Ennahda y Nidaa Tounès no era totalmente contra natura. Los partidos convergían en varios puntos, en particular en las opciones económicas y sociales. Los nahdauis apoyaban las demandas de reformas exigidas por los prestamistas internacionales y de ninguna manera cuestionaban el modelo de desarrollo que siguió el país desde la década de los ochenta, basado en una paulatina desvinculación del Estado y la apertura a acuerdos de libre comercio desigual.

Los límites del doble juego

Este incesante ir y venir entre la retórica revolucionaria y un ejercicio del poder ambivalente se paga en las urnas. Si el partido ganó en las elecciones legislativas de 2019, apenas controla una cuarta parte de la Asamblea y sigue viendo cómo su base electoral se reduce progresivamente, de 1,5 millones de votantes en 2011 a 560.000 en 2019.

Durante estas elecciones, el partido se inscribió de nuevo en el campo revolucionario, pero el surgimiento de dos bloques reaccionarios, el Partido Libre Destourien (PDL) de Abir Moussi y la coalición Al-Karama (La Dignidad) debilita la política del consenso. El primero desafía en voz alta a todo el régimen resultante de la revolución, mientras que el segundo, aunque es un aliado incondicional de Ghanuchi, está a su derecha e incluye un cierto número de militantes de las LPR.

Atrapado entre un ala a su derecha que juega a la puja en cuestiones identitarias, precisamente a las que Ennahda ha renunciado, y el trauma de quedar en minoría que llevaría a un escenario egipcio, el partido elige nuevamente una alianza con el antiguo régimen. Se acercó a Qalb Tounès, el partido de Nabil Karoui, un empresario actualmente en prisión preventiva por sospecha de blanqueo de capitales, que se hizo famoso bajo Ben Ali y estaba en el núcleo duro de Nidaa Tounès. Esta alianza le permitió a Rached Ghanuchi convertirse en presidente de la Asamblea, una consagración cuando sabe que la hostilidad en su contra le impedirá postularse a la presidencia de la República por sufragio universal directo.

Además, la elección de Kaïs Saïed en las elecciones presidenciales con una cómoda mayoría, y su popularidad poco erosionada por el ejercicio del poder, constituye un bochorno para las y los nahdauis. A diferencia de su predecesor, el nuevo presidente no es un hombre de compromisos. Recuerda constantemente las contradicciones y compromisos de sus oponentes sin nombrarlos, lo que explica los insolentes niveles de confianza de que disfruta a pesar de un balance bastante flojo.

Esta posición está en el corazón de la actual crisis política. El 16 de enero de 2021, después de una reorganización parcial del gobierno de Mechichi dictada por Qalb Tounes y Ennahda, Saïed se negó a organizar la ceremonia de jura del cargo de los nuevos ministros, una condición sine qua non para asumir el cargo. Mientras algunos partidos y organizaciones intentan mediar entre el presidente y el jefe de gobierno, Ennahda decide jugar la baza del enfrentamiento. El sábado 27 de febrero de 2021, el partido hace un llamamiento a sus simpatizantes a salir a las calles para apoyar a “las instituciones y la legitimidad”. Desafiando la prohibición de circulación entre regiones debido a la pandemia y sin molestarse por guardar los gestos de distanciamiento y portar mascarilla, miles de manifestantes de todo el país marcharon por la Avenida Mohamed V, una de las principales arterias de la capital. Esta demostración de fuerza también permitió cerrar filas en torno a un Ghanuchi amenazado con perder su cargo de presidente de la Asamblea.

Si bien su adaptabilidad permanente le permite a Ennahda permanecer en el poder a medio plazo, también amenaza su integridad a largo plazo. Primero, el electorado del partido tiende a reducirse a una base irreductible de militantes históricos unidos por un pasado de sufrimiento soportado bajo la dictadura. Incluso los colaboradores más cercanos de Ghanuchi están tirando la toalla. Además, la omnipotencia del jeque, al frente del partido durante treinta años sin interrupción, es cada vez más frágil. Las secuelas del décimo congreso siguen ahí y el undécimo, constantemente atrasado, tendrá que decidir entre el mantenimiento de Ghanuchi, imposible según los estatutos vigentes, o su sucesión. En septiembre de 2020, cien altos cuadros del partido firmaron una carta abierta pidiendo al presidente que no volviera a presentarse, un acto inédito en una estructura famosa por su disciplina interna.

Finalmente, si Ennahda ha integrado todos los estratos de la vida pública, el movimiento sigue despertando un rechazo de parte de las y los tunecinos, no solo de los erradicadores (parte de la izquierda y del antiguo régimen). Ciertos reflejos, heredados del período de clandestinidad, provocan la sospecha de los ciudadanos. Así, hemos podido observar en varias ocasiones a líderes administrativos o políticos presentados como independientes que provenían en realidad de Ennahda. Esto mantiene dudas sobre posibles estructuras paralelas, un clásico de los movimientos vinculados a los Hermanos Musulmanes.

Esta acusación se vio reforzada por los últimos enfrentamientos sobre la Unión Mundial de Ulemas Musulmanes (UMOM ), anteriormente presidida por el predicador egipcio Youssef Al-Qaradaoui. En efecto, la presidenta del PDL Abir Moussi organiza desde noviembre de 2020 una sentada frente a la sede tunecina de la organización, considerada la matriz ideológica de los Hermanos Musulmanes. El 9 de marzo de 2021 entró en ella y se apoderó de parte de su material educativo. Se organizó entonces una contra sentada por parte de personalidades vinculadas al Islam político. Entre ellas se encuentran los diputados de la coalición Al-Karama, parte del estado mayor de nahdaui, pero también antiguos responsables del partido que lo dejaron estrepitosamente. Esta defensa incondicional refuerza la idea de que más allá del partido, hay una fidelidad a un movimiento supranacional que quiere atacar al Estado nacional tunecino. Esta retórica ya justificó la represión de Bourguiba y Ben Ali y puede beneficiar a Abir Moussi, que quiere cerrar el paréntesis revolucionario.