Entre Yemen y Arabia Saudí, la historia de una larga desconfianza

Como vecinos, Yemen y Arabia Saudí dominan demográficamente la Península Arábiga, con poblaciones similares de unos 30 millones de habitantes, y sus respectivas políticas tienen implicaciones para toda la región. El legado histórico, la situación económica y la evolución política explican las tensiones fundamentales entre los dos países.

Riad, 26 de marzo de 2015. El príncipe Mohamed Ben Salman recibe al presidente yemení Abd Rabbo Mansour Hadi a su llegada a una base aérea de la capital saudí
HO/SPA/AF

Ni Yemen ni Arabia Saudita consideran que sus relaciones forman parte de su política exterior. Son vecinos, tienen poblaciones similares, de unos 30 millones de habitantes, dominan la península arábiga en el plano demográfico, y sus respectivas políticas también tienen efectos sobre el resto de la región. Las principales diferencias subyacentes entre ambos explican las tensiones fundamentales que determinan sus relaciones. Arabia Saudita es la principal monarquía absoluta de la región, con un dirigente autoritario y autocrático, mientras que Yemen es la única república, a pesar de su actual fragmentación o, antes de la guerra, de las numerosas deficiencias de sus procesos democráticos. Mientras que el 85% de los residentes saudíes viven en zonas urbanas, en Yemen el 70% de la población vive en hábitats rurales dispersos. Por lo menos el 30% de la población de Arabia Saudita está conformada por extranjeros, cuya presencia es temporal. Entre ellos hay numerosos yemeníes, que no gozan de ninguno de los derechos humanos fundamentales, ni de los relativos al derecho internacional del trabajo. En cambio, Yemen está poblado casi exclusivamente de yemeníes.

En el plano financiero y económico, Arabia Saudita vive de los ingresos de sus exportaciones de petróleo, cuya producción ronda los 10 millones de barriles por día (BPD), un nivel de producción que convierte al reino en un actor importante en la escena política mundial. Yemen, por su parte, es el Estado más pobre del mundo árabe, y un productor de petróleo insignificante (alcanzó un pico de 400.000 BPD en el año 2000, y desde entonces, su producción no deja de disminuir, una caída que se aceleró con el conflicto interno). Yemen no tiene los recursos para pesar en la estrategia internacional, excepto por su control del mar Rojo a través del estrecho de Bab el Mandeb que lleva hasta el canal de Suez, y por su fama (inmerecida) de refugio del terrorismo islámico.

La hostilidad saudí hacia los “comunistas ateos”

El reino saudí fue fundado en 1932. Apenas dos años más tarde inició un conflicto armado con el Imamato de Saná que se saldó con la incorporación de tres provincias –Najran, Jizan y Asir– a partir de acuerdos renovables cada veinte años. Durante las décadas siguientes, mientras Arabia Saudita era pobre, las relaciones con el imamato, así como con Adén y sus protectorados, dominados por los británicos, no experimentaron ningún cambio significativo.

En 1962, Arabia Saudita se opuso, como era de esperar, a la creación de la República Árabe de Yemen (RAY), y más aún a la República Democrática Popular de Yemen (RDPY), el único Estado socialista del mundo árabe. El rechazo saudí se debía a que eran repúblicas, y por definición, cuestionaban la monarquía. Era la época en que el republicanismo tenía el viento en popa, en que otras monarquías eran derrocadas (en Irak, Egipto y Libia) y en que, en el tercer mundo, las colonias accedían a la independencia y se convertían en repúblicas. Así, en la década de 1960, los monarcas eran percibidos como una especie en vías de extinción. Entre 1962 y 1970, durante la guerra civil en la RAY, el régimen saudí apoyó abiertamente al bando de los imamistas/realistas. Medio siglo más tarde, el confesionalismo es presentado en muchas ocasiones como la causa de las tensiones. Arabia Saudita apoyó en esa oportunidad a un monarca chií zaidista contra un régimen republicano suní. Durante la guerra, el reino saudí lanzó su política de apoyo y fortalecimiento de los jefes tribales zaidistas en el extremo norte de Yemen, incluidas las principales confederaciones tribales de Hashed y Bakil. Esta política continuó tras la derrota de las fuerzas del imán, mientras el régimen saudí apoyaba al mismo tiempo a las autoridades centrales de Saná y de ese modo se aseguraba de que el Estado yemení siguiera siendo débil y estuviera desafiado por los poderes tribales rivales establecidos más al norte. Así, Arabia Saudita implementó en la RAY el método “dividir para reinar”.

Durante los 23 años de existencia de la RDPY, una característica constante de la política saudí fue su hostilidad hacia el régimen “comunista”. El reino apoyó a los grupos de exiliados en el plano diplomático, financiero y mediático, pero también alentó las incursiones armadas en la RDPY. La situación se apaciguó ligeramente después de 1976, cuando se establecieron relaciones diplomáticas, pero Arabia Saudita siguió siendo fundamentalmente hostil al régimen.

Dividir para reinar discretamente

Arabia Saudita no recibió favorablemente la unificación de Yemen en 1990 porque consideraba que un Yemen unido, con una población importante, representaba una amenaza. Temiendo que los saudíes y los opositores internos intentaran impedir la unificación, el presidente de la RAY, Ali Abdullah Saleh, y el secretario general del Partido Socialista Yemení (PSY), Ali Salem al Beidh, aceleraron el proceso. Apenas cuatro años más tarde, durante la guerra civil de 1994, los saudíes alentaron a la facción secesionista del sur a reafirmar su independencia. Poco tiempo antes, sin embargo, se habían opuesto activamente al grupo, al que calificaban de “comunista ateo”. Así que el reino saudí no reconoció al Estado separatista declarado por Ali Salim al Beidh en Adén, en mayo de 1994. El reconocimiento internacional podría haberlo ayudado a sobrevivir. Las fuerzas de Saleh le propinaron en cambio una dura derrota a los separatistas.

Desde mediados de la década de 1990 y hasta el comienzo de la guerra actual, en 2015, los saudíes siguieron pesando fuerte en la política yemení, pero lo hicieron sobre todo de una manera discreta. Percibían a Yemen fundamentalmente como una amenaza, y su estrategia consistía en lograr que el país fuera al mismo tiempo lo suficientemente fuerte y débil para no estar en condiciones de desafiar activamente al reino. Hasta 2011, la política saudí respecto a Yemen estuvo bajo el control del príncipe Sultán bin Abdulaziz, que dirigía la Oficina Especial de Asuntos Yemeníes, donde seleccionaba a los beneficiarios de los subsidios saudíes. Su presupuesto anual ascendía a 3.500 millones de dólares (3.320 millones de euros). Durante los años siguientes, mientras varios príncipes estuvieron a cargo de la relación con Yemen, el régimen del rey Abdalá redujo su involucramiento en los asuntos yemeníes.

El régimen de Saleh, entre la dependencia financiera y el intento de mantener la independencia política, hizo lo posible por manejar esa relación difícil con Arabia Saudita. Saleh tuvo que encontrar un equilibrio entre la necesidad de obtener respaldo financiero para su gobierno y el apoyo que los saudíes les brindaban a los poderosos jefes tribales que cuestionaban su autoridad. La actitud ambigua de Arabia Saudita para con Saleh quedó perfectamente ilustrada en 2011, cuando el yemení fue enviado en avión a Arabia Saudita para ser tratado allí luego de haber sido gravemente herido por una bomba en la mezquita de su palacio, el 3 de junio, en Saná. Pero,dos meses más tarde, Saleh pudo pasar nuevamente a Yemen y reafirmar su autoridad mientras seguía boicoteando los esfuerzos de Arabia Saudita y de otros países para sellar el acuerdo del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) destinado a terminar con su gobierno en Yemen y generar una transición hacia un régimen más aceptable para el pueblo yemení. Finalmente, presionado también por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Saleh se vio obligado a firmar el acuerdo y a abandonar la presidencia del país. Para terminar con el problema que representaba el dirigente yemení, las autoridades saudíes podrían haberlo dejado morir en Yemen o proporcionarle un tratamiento ineficaz en Riad. El tratamiento que recibió ese invitado probablemente no habría sido el mismo a partir del año 2015. El líder efectivo desde entonces en Arabia Saudita, Mohammed bin Salmán (MBS), ha encarcelado de hecho a saudíes de alto rango en hoteles de lujo e incluso ha organizado el asesinato de uno de ellos en el consulado de su país en Estambul.

Transferencia de fondos e influencia ideológica

No hay que soslayar un elemento importante de las relaciones entre Arabia Saudita y Yemen: durante las últimas décadas, en el reino han vivido y trabajado millones de yemeníes. Las representaciones sociales y populares están influenciadas por dos mecanismos principales: en primer lugar, hasta hace muy poco tiempo, los yemeníes que vivían en Arabia Saudita (legalmente o no), dependían de sus ingresos para su subsistencia y la de su familia. Por extensión, la economía yemení en su conjunto depende de las transferencias de fondos de esos migrantes, claramente superiores a la ayuda internacional para el desarrollo. Los yemeníes también están influenciados ideológicamente a diario por las obligaciones de la cultura wahabita.

La influencia ideológica saudí también cobró fuerza, primero en la RAY y luego en la República de Yemen, gracias al financiamiento y al apoyo del sistema educativo yemení por medio de maestros egipcios y sudaneses. Durante las décadas de 1970 y 1980, se contrataron maestros de los Hermanos Musulmanes de sus respectivos países para difundir la cultura islamista en las ciudades y los pueblos donde trabajaban. Además, en las universidades saudíes se formaron dirigentes religiosos que operan en todo Yemen, no sólo en las zonas de mayoría suní, sino incluso en las zonas zaidistas, donde en 1980 el conocido instituto de formación salafista Dar Al-Hadith, que se convirtió en un centro neurálgico del fundamentalismo suní.

Más allá de los cambios en la ideología oficial saudí, se necesitará tiempo para que las décadas de promoción del islamismo integrista dejen de ser un factor político y cultural relevante en Yemen, y también en muchos otros países.

Una guerra contra los civiles

En 2015, cuando Salmán se convirtió en rey, ningún alto dirigente saudí estaba bien informado de las sutilezas de la política en Yemen, en particular en las altas mesetas del norte. Si bien no se dudaba de que Riad intervendría en el conflicto entre el régimen de Abd Rabbo Mansur Hadi y los hutís, lo que sorprendió a muchas personas fue la forma que cobró esa intervención. Durante los períodos anteriores, Arabia Saudita se había tomado el cuidado de actuar en Yemen por medio de intermediarios, en lugar de conducir una acción militar abierta. En 2009, su intervención limitada en la guerra contra los hutís, en apoyo al régimen de Saleh, había dejado en evidencia la debilidad militar saudí y confirmó los prejuicios en el exterior sobre la capacidad global de las fuerzas del reino.

A comienzos de 2015, con la llegada al poder del hijo preferido de Salmán, Mohamed, las décadas de discreta injerencia saudí en los asuntos yemeníes llegaron a su fin. Eso coincidió con la toma oficial y definitiva de la capital yemení, Saná, por parte del movimiento que en ese entonces asociaba a Saleh y los hutíes, y con la fuga del presidente yemení, Abd Rabbuh Mansur al Hadi, que recurrió al CCG en busca de ayuda para restablecer su gobierno “legítimo”. Ignorando cualquier forma de prudencia, Mohamed (MBS), que acababa de ser nombrado ministro de Defensa, lanzó en marzo de 2015 la operación aérea Tormenta Decisiva. Pensaba obtener una victoria fácil y rápida gracias al costoso y sofisticado armamento de última generación que el reino le había comprado a Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y otros países. Evidentemente, MBS desatendió la advertencia de su abuelo, que en 1934 había dicho que Yemen “es montañoso y tribal; nadie puede controlarlo… El Estado otomano fue el último de los invasores que fracasó. No quiero meterme en Yemen, ni involucrar a mi pueblo”.

La coalición antihutí, que oficialmente se presenta como dirigida por Arabia Saudita, obtuvo muy pocos resultados durante sus ocho años de existencia y causó 100.000 víctimas directas de la guerra y otras 220.000 víctimas indirectas, debido al bloqueo aéreo y marítimo, la crisis humanitaria, la destrucción de gran parte de la infraestructura –incluida la médica– y la fragmentación social. En sus primeros cinco años, las ofensivas aéreas dirigidas por Arabia Saudita han matado a centenares de civiles en ataques contra escuelas, hospitales, mercados y eventos sociales, como casamientos y ceremonias funerarias.

Si bien los ataques disminuyeron de manera considerable a partir del año 2020 y ahora se limitan a blancos militares, en la memoria de los yemeníes todavía persisten los bombardeos, y nunca se estableció ningún tipo de responsabilidad por los ataques que han sufrido. No se ha tomado ninguna otra medida seria para indemnizar a las víctimas y a sus allegados, y menos aún para reconocer estos hechos como crímenes de guerra. El único observador independiente, el Grupo de Eminentes Expertos Regionales e Internacionales sobre Yemen del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, fue disuelto en 2021, resultado de la influencia saudí en dicho Consejo. Una de las pocas intervenciones internacionales es el Government’s Accountability Department de Estados Unidos, que cuestiona la utilización de armas y de municiones estadounidenses por la coalición dirigida por Arabia Saudita y, en consecuencia, plantea la responsabilidad estadounidense en la muerte de los civiles.

Los principales frentes de la guerra incluyen las gobernaciones de Sa’ada y de Hajja, desde donde los hutís lanzaron incursiones en las provincias de Asir, Najran y Jizan, anexadas definitivamente por Arabia Saudita tras el acuerdo fronterizo final firmado en el año 2000. Estas regiones son montañosas y culturalmente muy similares a sus vecinas yemeníes, con una importante presencia de comunidades ismaelitas. Si se considera su historia y composición social, así como su nivel inferior respecto al resto de Arabia Saudita en términos de inversiones y servicios disponibles, el régimen saudí tiene motivos para dudar de la lealtad de esa población. Las medidas tomadas por el gobierno saudí para enfrentar la situación, en particular el desplazamiento de los habitantes de muchos pueblos para concentrarlos en menor cantidad de comunidades más importantes, podrían contribuir al desafecto de esas poblaciones contra Arabia Saudita.

Salir del “embrollo yemení”

Desde hace cierto tiempo queda claro que los saudíes quieren salir del embrollo en que se ha convertido Yemen. Dentro del reino, la guerra hoy es impopular, sobre todo debido a las incursiones terrestres cada vez más frecuentes de los hutís en las provincias del sudoeste saudí y a sus ataques con drones y misiles contra las instalaciones petroleras en varias regiones del país. Si bien en 2022 el presupuesto saudí está impulsado por el precio extraordinariamente elevado del petróleo, el costo mensual de la guerra, estimado entre 5.000 y 7.000 millones de dólares (entre 4.740 y 6.630 millones de euros), sigue representando una sangría importante de los recursos del reino, sobre todo en un momento en que MBS necesita miles de millones de dólares para financiar diversos proyectos de prestigio cuyos beneficios para la población del reino son poco evidentes.

En el plano internacional, la intervención militar saudí en Yemen agravó el renombre ya mancillado del país, que fue calificado de “Estado paria” por Joe Biden durante la campaña presidencial estadounidense, tras el asesinato del intelectual saudí Yamal Jashogyi en 2018 en el consulado saudí de Estambul. Mientras se escriben estas líneas, y el presidente Biden se traga sus palabras y le rinde homenaje a MBS con una visita a Arabia Saudita, resulta conveniente recordar su posición anterior, más fundada sobre principios.

Tras una cantidad de medidas vacilantes desde 2020, el régimen saudí pasó a la acción en abril de 2022 y volvió a su estrategia más tradicional de actuar detrás de bambalinas. Con el pretexto de una conferencia interyemení organizada por el CCG en Riad, centenas de políticos yemeníes fueron testigos de la destitución del vicepresidente Ali Mohsen al Ahmar y luego, de la puesta en escena de la renuncia del presidente Hadi, que trajo a la memoria la del primer ministro libanés Saad Hariri, en noviembre de 2017. Sin tener en cuenta la historia de los fracasos de los anteriores consejos presidenciales en Yemen, un Consejo Presidencial de ocho miembros compuesto principalmente por jefes de guerra antihutís fue conformado para reemplazar a Hadi. El mandato del Consejo incluye explícitamente la negociación de un acuerdo de paz con el movimiento hutí. En paralelo al apoyo saudí e internacional a la tregua inicial de dos meses organizada por el nuevo enviado especial de las Naciones Unidas, estas medidas sugieren que el régimen saudí podría adoptar un enfoque más discreto en relación a Yemen, pero también señalan que el reino quiere seguir manteniendo el control de la situación política del país. Resta saber si lo logrará.

Sea como sea, Arabia Saudita seguirá siendo el principal actor exterior de la vida política y económica de Yemen. No hay otra solución, ni para Yemen ni para Arabia Saudita: son vecinos, y más allá de las restricciones impuestas por el régimen, Arabia Saudita es el destino de los trabajadores yemeníes. Con la agravación de la crisis climática, que se manifiesta en Yemen principalmente por la escasez de agua, es muy probable que en las próximas décadas muchos yemeníes se conviertan en migrantes climáticos forzados y que partan rumbo al reino. Es poco probable que Yemen pueda prescindir del apoyo financiero de Arabia Saudita, aunque probablemente sea muy inferior a las expectativas yemeníes. Las percepciones que tengan los yemeníes respecto a Arabia Saudita afectarán las relaciones entre ambos Estados, que van de la dependencia del gobierno reconocido internacionalmente hasta la hostilidad explícita y firme del movimiento hutí. En la población en general persistirán las representaciones ambiguas que se han construido a lo largo de las décadas.