
Las imágenes son impresionantes: el 9 de junio al amanecer, en la avenida Habib Bourguiba, en el corazón de la capital tunecina, miles de personas flamean banderas palestinas alrededor de decenas de autobuses y de automóviles. La multitud vino a celebrar la partida de la caravana Sumud , un convoy humanitario con destino al puesto fronterizo de Rafah. “Vamos a levantarnos contra la entidad sionista y a permitir el ingreso de la ayuda a Gaza”, explicó en FM Mosaique un portavoz de Coordinación de Acción Común por Palestina, la organización creada a fines de 2024 que planificó el proyecto.
Al igual que la Flotilla de la Libertad, la caravana Sumud tenía la esperanza de captar la atención en torno al bloqueo humanitario impuesto por Israel a los gazatíes. El convoy cruzaría Libia y luego se sumaría a los participantes de la Marcha Global a Gaza que debían arribar en simultáneo a El Cairo por avión, antes de dirigirse hacia el puesto fronterizo de Rafah, que separa a Egipto de la Franja de Gaza. Era un objetivo ambicioso, dadas las divisiones políticas que atraviesan el Magreb y considerando la política de El Cairo. De los 1700 participantes que partieron de la ciudad de Túnez el 9 de junio, había unos 200 argelinos, además de algunos nacionales marroquíes y mauritanos, a los que luego se sumaron algunos libios.
“Estaba convencida de que nos detendrían antes de llegar a Rafah”, explica Suad (el nombre ha sido modificado), una tunecina que participó en el convoy, pero recuerda que “otros participantes estaban seguros de que llegaríamos a la frontera, y hasta tenían la esperanza de entrar a Gaza”. La joven sospechaba la reacción hostil del régimen del presidente egipcio Abdelfatah El-Sisi, conocido por su cercanía con Israel, no obstante las tensiones que surgieron desde el comienzo del año. En realidad, la caravana Sumud no llegó a salir del territorio libio: luego del cruce accidentado de la Tripolitania, fue bloqueada en Sirte por el Ejército Nacional Libio (LNA, por sus siglas en inglés) del mariscal Jalifa Hafter, que controla el este y el sur del país.

Acogida calurosa e “intento de instrumentalización”
Las primeras imágenes de la entrada en Libia son, sin embargo, alentadoras. Mientras cruzaban Túnez de norte a sur, en cada etapa se sumaban más activistas. El 10 de junio, el convoy cruzó el paso fronterizo de Ras Jedir. La población libia simpatiza por completo con la causa palestina, de este a oeste, y le reservó una acogida calurosa. Las escenas de alegría se sucedieron en todas las ciudades de la Tripolitania. “Durante el camino, la gente nos daba packs de jugo de frutas y botellas de agua, nos tiraban pétalos y rociaban los vehículos de agua de rosas”, recuerda Suad.
El 11 de junio, el primer ministro libio, Abdul Hamid Dbeibé, también publicó un posteo en Facebook en el que declaraba estar “orgulloso de su pueblo” y de “esta iniciativa humanitaria fraterna”. Un acto para nada desprovisto de segundas intenciones, mientras desde hacía un mes se repetían las manifestaciones para reclamar su renuncia. Unos días antes de la entrada de la caravana a Trípoli y Sabratha, el 6 y el 8 de junio, hasta se reanudaron los combates entre grupos armados opositores al primer ministro y las milicias afiliadas al gobierno. Si bien recibía el reconocimiento popular, el convoy Sumud cruzó un territorio bajo tensión, con una escolta importante.

Suad recuerda haber visto “un conjunto impresionante de uniformes y de unidades”, sobre todo vehículos de la Fuerza Antiterrorista (Counter Terrorism Force, CTF), una milicia de la ciudad de Misurata. Potentes aliados del clan Dbeibé, los grupos armados de esa ciudad costera situada a 180 kilómetros al este de Trípoli son criticados ferozmente por los opositores al Gobierno de Unidad Nacional (GUN). “Hubo un intento de instrumentalización política”, lamenta un representante de la asamblea comunitaria de Sūq al-Jum’a. Ese barrio popular de Trípoli, epicentro de la protesta contra el primer ministro, fue eludido por el itinerario de Sumud. Sin embargo, la población de esa zona “apoya con fuerza al convoy”, según el representante comunitario, que lamenta no haber podido reunirse con los activistas.
El 12 de junio, durante su llegada a Misurata, la caravana también fue recibida con pancartas que decían “La ciudad de la resistencia recibe a la caravana de la resistencia”. Cuatro crías de camellos fueron sacrificadas para un gran banquete al que fueron invitados todos los militantes del convoy. “Fue excepcional. Es la ciudad donde nos recibieron de la manera más organizada e institucional”, recuerda Suad. Tras ese último punto en la etapa Tripolitania, partieron rumbo a Sirte esa misma tarde.
De El Cairo a Sirte, militantes bloqueados y detenidos
Sirte marca la entrada a Cirenaica, una región controlada por el Ejército Nacional Libio (LNA). Pero el convoy ni siquiera tuvo tiempo de llegar allí: fue bloqueado por una barrera de soldados unos veinte kilómetros antes. Era de noche, se formó un embotellamiento enorme, y los vehículos de la caravana se estacionaron en la banquina. Los soldados anunciaron que simplemente querían verificar los papeles de los militantes. El día anterior, el Ministerio de Asuntos Exteriores, con sede en Bengasi, había publicado un largo comunicado en el que explicaba que “tomaba en consideración” la posición del gobierno egipcio, que, por su parte, había mencionado “la necesidad de obtener autorizaciones previas para las visitas en la zona fronteriza con Gaza”. Aliado del clan Hafter desde 2014 y la guerra contra los grupos islamistas en Libia, Abdelfatah El-Sisi sigue brindando un importante apoyo político y militar a Bengasi, sobre todo, entrenando unidades del LNA, mientras las empresas egipcias participan desde 2023 en los mercados de reconstrucción de la Cirenaica.
El comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores de Bengasi subrayaba “la importancia de respetar los controles y una coordinación completa con las autoridades competentes para garantizar la seguridad de los participantes y el éxito objetivo de la caravana”, mientras celebraba esa “iniciativa popular y valiente, que demuestra la adhesión profunda magrebí y árabe a la causa palestina”.
En los hechos, el convoy fue rodeado por hombres armados del LNA. La tensión empezó a aumentar. Finalmente, los activistas no tuvieron otra alternativa que plantar sus carpas allí, en pleno desierto. La caravana pasó dos noches en ese campamento improvisado, sin posibilidad de recibir alimentos del exterior ni de continuar con su avance. “Las condiciones eran horribles, sin baños ni duchas”, describe Suad. “Habían cortado la red de internet y del teléfono en 50 kilómetros a la redonda”. El 13 de junio, una decena de miembros del convoy fueron interrogados y detenidos por soldados del LNA. El portavoz de la caravana, Wael Naouar, aseguró que lo agredieron violentamente.
El bloqueo del convoy coincidió con la llegada de los primeros militantes al aeropuerto de El Cairo, donde la policía egipcia detuvo y expulsó a muchos viajeros, sobre todo tunecinos y argelinos, que habían llegado para participar de la Marcha a Gaza. Para justificar la represión, Egipto mencionó en un comunicado “la importancia de respetar las leyes y las regulaciones que rigen la entrada al territorio”, un argumento también utilizado por las autoridades de Bengasi para bloquear al convoy. “Negociamos más de cinco horas con los organizadores”, explica una fuente diplomática del este de libia, y asegura que “los viajantes del convoy no contaban con las autorizaciones de seguridad”, un documento que el gobierno de Bengasi exige en tiempos normales a cualquier visitante extranjero, incluso a los exentos de visa.

En un acontecimiento infrecuente, el 15 de junio se organizó en Bengasi una manifestación en denuncia de los crímenes israelíes y en apoyo a la población de Gaza, pero al mismo tiempo se confirmaba la negativa a que la caravana Sumud entrara a esa región del país. “Aquí la gente no está a favor de la caravana, porque no respetó los procedimientos de seguridad”, explica un periodista de Bengasi. Una fuente diplomática señala que esa reacción se comprende también por “la profunda adhesión del pueblo del este a la paz y a la estabilidad de Libia”, en una región todavía marcada por los estigmas de las últimas guerras civiles. En las redes sociales libias, varias publicaciones y comentarios acusaban incluso al convoy Sumud por haber buscado “deteriorar las relaciones entre los libios”.
El Magreb, aún dividido
Una vez lanzadas, esas acusaciones permitieron legitimar el bloqueo del convoy en Sirte, a pesar del alineamiento de la opinión pública en torno a la causa palestina. “La gente empezó a decir que la frontera israelí empieza en Sirte”, señala Suad. Y agrega que la publicación de información falsa contribuyó al aumento de las tensiones. Luego de tres días, la tarde del 14 de junio, la caravana se vio obligada a emprender el camino de regreso, a regañadientes, mientras exigía la liberación de todos los detenidos antes de su regreso a Túnez. Al cabo de tres días, todos habían sido liberados.
Ni Argelia ni Túnez, dos regímenes que apoyan oficialmente a Palestina, emitieron declaraciones oficiales sobre los ciudadanos detenidos en El Cairo o en Sirte. Sin embargo, el presidente tunecino, Kaïs Saied, da muestras regularmente de su apoyo firme a la causa palestina. Unos días después del 7 de octubre de 2023, el jefe de Estado aseguró que “el apoyo a los palestinos no debe limitarse a las declaraciones” . El sábado 14 de junio, en varias ciudades palestinas se organizaron manifestaciones para exigir la liberación de los detenidos y permitir el paso del convoy. En la capital, centenas de personas cuestionaron al jefe de Estado por su falta de apoyo a la caravana. Nada de eso ocurrió en Argelia, donde los llamados a la movilización popular suelen ser reprimidos con firmeza.
La diplomacia tunecina no está involucrada en los incidentes ocurridos en El Cairo, donde también fueron detenidos ciudadanos tunecinos. Desde su primer viaje a Egipto, en abril de 2021, Kaïs Saied se muestra cercano a El-Sisi, y el presidente tunecino nunca criticó la posición egipcia en el conflicto. En las redes sociales de Egipto, se denuncia el “complot” contra el país y se acusa de “traición” a quienes apoyan la caravana Sumud. Lo mismo ocurre entre los defensores del régimen marroquí: en Rabat, que desde 2021 mantiene relaciones oficiales con Israel, el presidente de la Liga Marroquí para la Defensa de los Derechos Humanos (LMDH), Adel Tchikitou, lamentó “la presencia de infiltrados teleguiados por regímenes como el de Argelia, que manipula la causa palestina”, luego de que se difundiera en línea la foto de un vehículo de Sumud enarbolando un mapa de Marruecos sin el Sahara. No debe confundirse la LMDH, conocida por su cercanía con el régimen, con la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), que, por el contrario, criticó públicamente “la represión de las autoridades egipcias” a las iniciativas populares en favor de Gaza.
La ausencia de apoyo oficial a las iniciativas populares a favor de Gaza revela la deriva hacia el autoritarismo de los regímenes de África del Norte. En Marruecos y en Egipto, se vigila con atención los llamados a manifestar contra la política de normalización de los gobiernos. En Argelia y en Bengasi, la sociedad civil dispone desde hace años de un espacio de expresión extremadamente reducido en todos los asuntos. Incluso en Túnez, donde desde octubre de 2023 se organizaron importantes manifestaciones que reunieron a las diferentes corrientes políticas, los activistas propalestinos ahora son sometidos a una represión cada vez mayor. Wael Naouar también había sido víctima de un allanamiento violento a fines de 2024 . Si bien hoy afirma que en el futuro quiere volver a lanzar la iniciativa Sumud, mientras no haya un verdadero despertar democrático en la región, sus chances de éxito parecen cada vez menores.