Diplomacia

Irán se replantea su política exterior

Con la entrada en funciones del nuevo presidente Ebrahim Raisi, Irán se plantea el rumbo de su política exterior, en particular sus relaciones con sus vecinos árabes. Entre defensa de los intereses nacionales y radicalización ideológica.

Teherán, 21 de agosto 2021. El Presidente Ebrahim Raissi en el Parlamento durante la sesión dedicada a la selección de su gabinete
Atta Kenare/AFP

La firma del acuerdo nuclear, el 14 de julio de 2015, ha sido una condición necesaria pero no suficiente para la desescalada militar en Oriente Próximo. Por supuesto que el retiro de Estados Unidos del acuerdo, en mayo de 2018, jugó un papel significativo en el fracaso de la normalización de las relaciones internacionales de la república islámica, pero lo que también ha impedido una mejora de las relaciones entre Irán y sus vecinos árabes del golfo Pérsico ha sido la potenciación desde 2009 del aparto de seguridad en Teherán y la crisis de legitimidad del régimen iraní. Lo cierto es que existe una tensión entre la defensa de los intereses nacionales de Irán (la estabilidad de las fronteras y la defensa de las minorías chiíes) y los intereses del aparato de seguridad, que preconiza un antiamericanismo militante. Para Teherán, por ejemplo, es difícil implementar una política afgana coherente sin traicionar las posiciones ideológicas del régimen. En otras palabras, la alianza con la comunidad hazara, que se benefició con la intervención norteamericana de 2001, entra en contradicción con el acercamiento a los talibanes de estos últimos meses, que se explica tanto por la realpolitik como por la dimensión ideológica antinorteamericana de la república islámica.

Una sola voz en Teherán

La llegada a la presidencia de Ebrahim Raisi el 5 de agosto de 2021 sin duda permite augurar una nueva era en las relaciones entre Irán y sus vecinos. En efecto, el Estado paralelo –con frecuencia designado en los medios occidentales con la denominación genérica “los conservadores”– ahora está al mando del gobierno de manera oficial, y las instituciones elegidas por sufragio universal están al total servicio del aparato de seguridad. Para los vecinos de Irán, eso significaría interactuar con un solo interlocutor diplomático y dejar de lidiar con la tradicional diplomacia a varias voces de Teherán.

En cambio, la implicación directa de los actores securitarios en la gestión del país también podría fortalecer la desconfianza de la república islámica ante lo que percibe como el orden hegemónico norteamericano en Oriente Próximo. La voluntad manifiesta del nuevo presidente iraní de darle prioridad a la mejora de las relaciones con los países vecinos al mismo tiempo que refuerza la capacidad de disuasión militar de Irán en el golfo Pérsico conlleva el riesgo de colocar a Riad y Abu Dabi ante una disyuntiva difícil: la normalización de las relaciones con Teherán o la continuación de sus alianzas con Washington. Este dilema securitario de los Estados situados en la orilla árabe del Golfo es por cierto una de las principales razones que explican el fracaso de las tentativas diplomáticas destinadas a instaurar una arquitectura de seguridad regional.

La idea de incluir las cuestiones regionales y balísticas en las negociaciones por el acuerdo nuclear se topa con varios obstáculos. En primer lugar, la negativa de Teherán a negociar con las grandes potencias la cuestión de las relaciones con sus Estados vecinos. Una solución podría encontrarse en el marco de un formato de negociación que involucre solamente a las potencias regionales, pero para eso se necesitaría que Riad, y en menor medida Abu Dabi, consideren posible que Teherán utilizará su capacidad de influencia regional no para causar perjuicio, sino de manera constructiva. En segundo lugar, la decisión tomada por Teherán de compensar su vulnerabilidad en el área de la aviación militar moderna construyendo su doctrina militar sobre la base de los misiles balísticos bloquea cualquier perspectiva de acuerdo extendido a estas cuestiones más allá de una discusión informal sobre el alcance de los misiles iraníes, que podría limitarse a 2.000 kilómetros.

Por último, Teherán se niega a incluir a los Estados árabes vecinos en las negociaciones por el acuerdo nuclear, mientras que la administración Biden se comprometió a consultar a los aliados de Washington en Oriente Próximo sobre este asunto para llegar a un “acuerdo ampliado” más eficaz que el obtenido en 2015 por la administración Obama.

Catorce explosiones misteriosas

Desde el punto de vista de Israel, la prioridad es impedir que Irán cruce el umbral nuclear, es decir, que se convierta en un Estado que disponga de la capacidad de fabricar armas atómicas tras haber tomado la decisión política de hacerlo; eso explica la multiplicación de las operaciones clandestinas y la voluntad de los “halcones” israelíes de volver a plantear la opción militar. Durante solamente el año 2020, Irán ha sido blanco de por lo menos catorce explosiones misteriosas e incendios inexplicados en sus sitios nucleares, sus bases militares, sus capacidades industriales, sus oleoductos, sus centrales eléctricas y otras instalaciones estratégicas.

Fuentes iraníes confirmaron que durante ese mismo año once buques mercantes iraníes también sufrieron ataques israelíes. Riad y Abu Dabi quieren dar prioridad a las cuestiones regionales y balísticas, así como al programa de drones iraníes, que amenazan directamente su seguridad nacional. Pese a las divergencias tácticas, se observa una convergencia entre Israel, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos en la necesidad de afrontar una “amenaza iraní” multidimensional.

En cierto sentido, el ascenso del aparato de seguridad y de los ultraconservadores viene a revelar la naturaleza del régimen de la república islámica y su ideología transnacional, que según los rivales regionales de Irán, siempre ha prevalecido sobre el sistema institucional. El fin del gobierno “moderado” fragiliza a los partidarios del diálogo con Occidente y los países vecinos, y al mismo tiempo deja al descubierto las ambiciones ideológicas regionales de Teherán. Esto es particularmente cierto en Irak, donde aún continúa la confrontación militar entre Teherán y Washington. El asunto está en manos de la Guardia Revolucionaria, y el creciente involucramiento de Hossein Taeb, responsable del brazo de inteligencia de los Pasdarán, muestra a las claras la prioridad que Teherán le da a la cuestión. Eso también demuestra que la fragmentación institucional esperada por los halcones norteamericanos tras el asesinato de Qasem Soleimani no ha tenido lugar, y que en la gestión de la influencia iraní en Irak prevaleció la continuidad institucional.

Además, el regreso de los conservadores a la presidencia de la república islámica marca el fin del proyecto de los “moderados” de abrir la negociación internacional a las cuestiones regionales, como esperaba en 2015 el presidente Hasán Rohaní. El nuevo presidente iraní, que hizo campaña sobre la base de un “Irán fuerte”, debe lidiar sin embargo con difíciles contradicciones. Por un lado, existe una fuerte influencia regional fundada en las redes de influencia securitaria, ideológica y económica. Por el otro, Irán enfrenta una grave crisis económica tras una década sin crecimiento entre 2010 y 2020. En este contexto de tensión, el principal objetivo del presidente Raisi será mejorar la situación económica a través del fortalecimiento de las relaciones económicas entre la república islámica de Irán y sus vecinos. El objetivo es construir un modelo económico que proteja a la economía iraní de la influencia de las decisiones políticas norteamericanas. En otras palabras, el levantamiento de las sanciones sigue siendo un objetivo prioritario –sobre todo para volver a ganar las cuotas de mercado petrolero perdidas debido a la máxima presión de la administración Trump–, pero para mejorar cualitativamente la economía y aumentar el volumen de los intercambios comerciales entre Irán, sus vecinos y Estados como China o Rusia.

Apertura hacia Riad

La postergación de las negociaciones en torno al programa nuclear iraní para el mes de septiembre de 2021 se debe a la necesidad de constituir un nuevo equipo de negociadores iraníes tras el cambio de gobierno, pero para Teherán también es una forma de demostrar que el gobierno no está nada apresurado. Al prolongar el proceso de negociación, los responsables iraníes también tienen la posibilidad de aumentar la puja en el ámbito nuclear para que el asunto se convierta en una urgencia para Occidente y de esa forma se evite negociar un acuerdo ampliado a las cuestiones balísticas y regionales. Por último, existen diferencias de método con el gobierno anterior, en especial en torno a la cuestión del levantamiento de las sanciones. Desde la óptica del presidente Raisi y del Guía supremo, para volver al acuerdo es necesario poder “verificar” el levantamiento de las sanciones, y ese proceso debería tardar varias semanas, incluso meses, mientras que el gobierno de Rohaní se conformaba con un plazo que se contaba en días. Un plazo de verificación más largo retrasa otro tanto la puesta en conformidad del programa nuclear iraní con los compromisos de 2015.

También se advierte una cuestión de política interna, reflejada en la voluntad del nuevo gobierno conservador de probar que puede obtener un mejor acuerdo que el gobierno anterior. Esta dimensión ahora constituye un obstáculo suplementario a la búsqueda y el establecimiento de un acuerdo a corto plazo.

La voluntad iraní de negociar solamente las cuestiones nucleares con las grandes potencias va acompañada de una nueva retórica diplomática que subraya su apertura a normalizar las relaciones diplomáticas con Arabia Saudita. Tal acuerdo sería un éxito diplomático significativo que permitiría un acercamiento al conjunto de los Estados del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) y funcionaría como un reconocimiento del papel regional de Irán como potencia ineludible.

Esa estrategia también apunta a reforzar las redes económicas iraníes para limitar la influencia negativa de las sanciones norteamericanas. Sin embargo, en el ámbito petrolero, las relaciones entre Irán y Arabia Saudita son bastante positivas y no se ven afectadas por los problemas geopolíticos. La diferencia con el gobierno anterior es que Rohaní quería utilizar el acuerdo nuclear como una primera etapa para una reconciliación con el rival saudí. Esta vez, la estrategia regional es definida independientemente del proceso de negociación sobre la cuestión nuclear. Un acuerdo sobre el programa nuclear es una condición necesaria (reducción de la tensión militar con Washington) pero no suficiente para una disminución de las tensiones militares en el golfo Pérsico.