Israel. El pacto de violencia que aglutina a la sociedad

La ocupación de Palestina ha dado un brutal giro militar. El empleo de la fuerza contra los palestinos no parece tener límite: hambrear a Gaza, dejar sin agua a Cisjordania, llevar adelante una limpieza étnica. Fundada en la complicidad colectiva de una sociedad dividida, reveladora de la fragilidad del poder, la violencia del Estado israelí, sin embargo, podría volverse en su contra.

Men in uniform gather around rifles on a table, exchanging greetings and smiles.
Ascalón, 27 de octubre de 2023. El ministro de Seguridad Nacional de Israel, Itamar Ben-Gvir (centro), observa la entrega de fusiles de asalto automáticos M5 a los voluntarios de la nueva unidad de la guardia civil, durante la ceremonia de inauguración de la unidad en la ciudad.
Menahem KAHANA / AFP

Luego del ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, las agresiones contra palestinos de Cisjordania han cobrado mayor violencia. A comienzos de 2025, el ejército israelí reforzó sus acciones en esa parte de los territorios ocupados, en una escalada inspirada por la guerra librada en Gaza. El 19 de enero, el gobierno israelí agregó a sus “objetivos de guerra” una nota referida a la “intensificación de las actividades ofensivas” en Cisjordania. El plan, llamado “doctrina Gaza” por la organización no gubernamental (ONG) israelí B’Tselem, enumera cuatro tipos de medidas: el empleo intensificado de los ataques aéreos; la invasión a gran escala y la destrucción de infraestructura civil; el desplazamiento masivo de la población, y una mayor mansedumbre hacia los autores de disparos contra los civiles palestinos.

Con este giro iniciado a principios de 2025, el ejército también emitió una señal perentoria a los colonos en favor de una coordinación más estrecha. Sus operaciones apuntan a acosar a las comunidades palestinas y a alentar la implantación de poblaciones judías donde están radicadas las comunidades palestinas. Y en paralelo, habilita otro derrape: la creciente militarización de las pandillas o de las milicias, con uniforme o disfrazadas de soldados, a plena vista de las autoridades militares.

Asaltos militares y bandas armadas

El 10 de febrero de 2025, un mes después del anuncio del gobierno israelí, Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas y ministro de la supervisión de Cisjordania en el Ministerio de Defensa, declaró frente a las cámaras:

Los residentes árabes de Judea y Samaria [Cisjordania] deben saber que, si persisten en su apoyo al terrorismo, su suerte será idéntica a la de los habitantes de Gaza. Tulkarem y Yenín se parecerán a Jabalia y Shujaiya; Nablus y Ramala se parecerán a Rafah y Jan Yunis, reducidas a montones de ruinas, donde será imposible vivir, y sus habitantes se verán obligados a la errancia, a buscar refugio en otros países.

En el terreno, las agresiones civiles y militares y la implementación de prácticas administrativas cada vez más restrictivas han alcanzado niveles nunca antes registrados. Con la operación militar “Muro de hierro”, lanzada el 21 de enero, el campamento de refugiados de Yenín se vació de sus 16.000 habitantes: primero fue sometido a ataques aéreos, luego evacuado, y finalmente arrasado. Nur Shams, cerca de Tulkarem, está destinado a correr la misma suerte. La expulsión ocurrió, pero por el momento, la Corte Suprema de Israel congeló la orden del ejército de demoler 104 edificios civiles del campamento, incluidas 400 viviendas. ¿Pero cuánto durará la suspensión?

A fines de mayo, en Al-Mughayyir, un pueblo situado a unos 20 kilómetros al este de Ramala, los colonos recurrieron a una nueva técnica: instalarse en el centro del pueblo, agredir y amenazar, y luego obligar a los habitantes a partir. Ocho días más tarde, el pueblo se quedó sin habitantes .

Envalentonados por sus victorias, los escuadrones de colonos atacaron Kafr Malik y luego Turmus Ayya, también en la región de Ramala. Tácticas de guerra y aumento masivo de la cantidad de atacantes son las últimas estrategias de las bandas organizadas para la ocupación de las tierras.

A comienzos de julio de 2025, llegó el turno del caserío de Al-Muarrajat. Allí, en el desierto del sur del valle del Jordán, decenas de colonos israelíes invadieron el lugar, entraron en las casas, robaron ovejas y ocuparon espacios del centro del pueblo. El Times of Israel, periódico en línea, escribió: “A los soldados reclutados como refuerzo no les bastó con no impedir el saqueo: protegieron a los partidarios del movimiento proimplantación cuando tomaron por asalto las casas”. Treinta familias — 177 personas —, se vieron forzadas a partir ante la amenaza de las armas.

El 11 de julio, fue atacado el pueblo de Sinjil. Hubo varios muertos, incluido Saif Al-Din Musalat, un joven ciudadano estadounidense-palestino que estaba de visita estival. Dos meses antes, en abril, el pueblo ya había quedado aislado por la construcción de un ancho muro de alambre de púa de cinco metros de alto que les impedía a los agricultores acceder a sus tierras.

El 27 de enero de 2025, el politólogo Ahron Bregman declaró en el programa de YouTube Face @ Face de Michele Boldron, un economista italiano, que el desplazamiento de la guerra en Gaza a Cisjordania sería un “regalo” de Netanyahu a su extrema derecha y a los colonos para que no abandonen la coalición. Es la implementación acelerada de la solución de soberanía total de Israel en Cisjordania.

Demoliciones y expulsiones

En el sur de Cisjordania, se emplearon recursos legislativos para lograr otro objetivo de la “doctrina de Gaza”, probablemente, la esencia del proyecto: el desplazamiento masivo de la población. La violencia administrativa se cruza, en una intrincación perversa, con el derecho de la construcción, el derecho de la propiedad del suelo y las prerrogativas del ejército.

El 17 de junio de 2025 se inició la expulsión en masa de los habitantes de Masafer Yatta, zona semidesértica del sudeste del distrito de Hebrón, que alberga, además de la ciudad de Yatta (más de 110.000 habitantes), una decena de pueblos y aldeas. El gobierno israelí acaba de requerir ante la Corte Suprema israelí la validación de la demolición de la casi todos los pueblos y la expulsión de sus habitantes. El objetivo es extender la zona de tiro 9181, es decir, someter el territorio al acceso exclusivo de las fuerzas armadas para autorizar en una segunda etapa la instalación de los colonos, como suele ocurrir casi siempre con este tipo de directivas.

El documento oficial del ejército se divulgó con celeridad. Indica que es necesario utilizar “toda la gama de herramientas civiles y de seguridad a disposición” y señala que todos los permisos de construcción vigentes o por venir presentados por palestinos deben ser bloqueados. Resultado: las construcciones levantadas, al no tener validación oficial, están destinadas a la demolición. Unas semanas antes, el pueblo de Khilet al-Dabe había sido arrasado como ningún otro antes en esa región de Masafer Yatta. La mayoría de las viviendas palestinas de los alrededores son “ilegales”: construidas por poblaciones expulsadas de sus tierras antes o después de 1948, nunca gozaron de autorización. Khilet al-Dabe fue ocupado de inmediato por un grupo de colonos. La región está sometida a una cantidad inédita de puestos de control militares, por no decir un bloqueo. Según las poblaciones afectadas y sus abogados civiles, los proyectos de demolición nunca habían alcanzado semejante proporción.

El 29 de julio, Awdeh Hathaleen, profesor de 31 años y militante pacifista, fue asesinado a quemarropa en las inmediaciones de su domicilio, en Umm al-Khair, en la zona de Masafer Yatta. Hathaleen había participado en el insigne No Other Land, galardonado en 2025 con el Oscar al mejor largometraje documental. Su asesino, Yinon Levi, de 32 años, es un colono conocido por las autoridades por sus agresiones repetidas, que, por cierto, le valieron sanciones de parte de la Unión Europea y del Reino Unido. En Estados Unidos, las sanciones decretadas por Jor Biden fueron suspendidas por Donald Trump. Detenido por las fuerzas policiales luego del homicidio, Levi fue liberado y luego sometido a arresto domiciliario.

La estrategia del agotamiento

Los actos más criminales del genocidio israelí se revelan en el homicidio deliberado de decenas de miles de civiles y en la tortura por el hambre impuesta a los palestinos, encerrados en el enclave gazatí. A esas dos maniobras, hay que agregar una nueva forma de acoso, pero cuyos términos tradicionalmente empleados, “desplazamiento” y “expulsión”, no bastan para dar cuenta de ella. Es la estrategia del agotamiento, que lleva a una lenta agonía y luego a la muerte. Siempre regresa la misma pregunta respecto a la rabia homicida de Israel: ¿Por qué tanto extremismo?

Nunca hay que perder de vista un hecho esencial: las acciones, así como las guerras libradas por Tel Aviv, son dictadas tanto por proyectos premeditados como por carencias endémicas, debilidades pavorosas. La fuerza bruta por un lado, la enfermedad por el otro.

Sin embargo, se subestiman las fisuras israelíes. Las causas de la huida hacia delante de Israel en una guerra total son múltiples, complejas, pero hay una que se inscribe en la sucesión de los acontecimientos de octubre de 2023: es la fragilidad inédita del poder, y seguramente de la sociedad en su conjunto, con el surgimiento de una grave crisis, revelada por los ataques de Hamás. Las respuestas brutales vienen a conjurar una amenaza de implosión, que se traduce en las numerosas manifestaciones callejeras en Israel después de octubre de 2023, su represión vigorosa, el descrédito terrible de la figura del primer ministro, de quien sabemos, por otra parte, que nunca carece de artimañas para mantenerse en el poder. Los juicios de corrupción entablados en su contra desde 2020 revelan también la importancia inédita que han tomado en Israel el dinero, los negocios, la especulación y el tráfico de influencias. Es probable que esos problemas hayan alcanzado un punto cúlmine en 2023, porque a través de las campañas conducidas en Gaza en el último decenio y el desarrollo de la industria del armamento se estableció una correlación entre la guerra y el lucro, dos espacios turbios.

“Guerra, dinero, colonización”, un tríptico fatal

Además de la amenaza de un vacío en la cima del poder, Israel atraviesa desde hace algunos años una intensa polarización social, cultural y religiosa que no encuentra ninguna traducción política. Los combates israelíes se apoyan en la complicidad en el crimen de guerra. A retaguardia de los frentes armados, la población israelí, con su negación, su voluntad obstinada de no ver nada, no desempaña, sin embargo, un papel neutro. Israel libra una guerra contra los palestinos, mientras el silencio culpable paraliza a la sociedad.

No obstante, no hay nada mejor que el delito común para aglutinar a un grupo apático. Para lograrlo, hay que declarar un enemigo, un beneficio excepcional, o ambos. En Israel, el enemigo estaba designado y el dinero vino con las tecnologías, las finanzas y la especulación inmobiliaria, potenciadas por la expansión colonial luego de 1967. La colonización, practicada por una minoría, es tolerada, consentida, silenciada por la mayoría; se convierte en un pecado nacional. Con el paso de los años, la sociedad israelí cobró un cariz más violento y criminal, pero con una dinámica lenta, que siempre va en la misma dirección, la de un dividendo extraído de esa violencia, pero adornado de diversos atavíos: la valentía, la inteligencia, el ardid, la grandeza tecnológica y militar. Además, el tríptico “guerra, dinero, colonización” se alimenta de una mentira, es fatal, y necrosa a la sociedad desde el interior. Conduce sistemáticamente al fracaso de sus reivindicaciones o esperanzas de cambio. Fragmentada y conflictiva, la sociedad israelí sigue cohesionada por un pacto diabólico.

Con la organización del espacio y de la sociedad proporcionada por la colonización, los guetos, los muros y los puestos de control, no solo han sido reducidos a fragmentos el paisaje y el territorio de los israelíes y los palestinos, sino también la sociedad, desgarrada en comunidades, grupos de interés, identidades replegadas sobre sí mismas. Al desmembramiento territorial corresponden estatutos atomizados, como los privilegios y las exenciones otorgadas a las colonias, o las numerosas leyes especiales, administrativas o seguritarias aplicadas a los territorios ocupados. Y la asfixia de los espacios palestinos terminó produciendo innumerables islotes judíos. Con la colonización como recurso esencial de la economía e impulsor de la mayoría de las actividades, el estallido terminó siendo ocultado en las mentes, pero no en el terreno. Otrora tierra abierta entre la Gran Siria y Egipto, Israel y Palestina están compuestos hoy en día por espacios confinados e improvisados, guetos extravagantes en muchos sentidos. Y estas aberraciones van de la mano de mentalidades, ideas, emociones y justificaciones a medida.

El genocidio en Gaza y la práctica de la “cacería humana” en Cisjordania se inscriben en este régimen político fragilizado, que perdió su legitimidad, y en una sociedad fragmentada en comunidades con intereses cada vez más divergentes. Esta persecución mortífera es al mismo tiempo un método de control, estrategia militar, herramienta política y factor de cohesión social. Y su corolario, la experiencia del desgarro, que se encuentra en la mayoría de las víctimas de las persecuciones israelíes y que también alimenta el profundo sentimiento de amargura y de dolor, la gran soledad de los israelíes.

Puede decirse que Israel interiorizó de un modo paranoico las experiencias de la persecución y de la guetización sufridas metódica y dramáticamente por los judíos a lo largo de la historia; que las trasplantó en un modo colonial y que terminó convirtiéndolas en una obsesión patógena que a su vez lo amenaza. Algunas psicosis, cuando alcanzan niveles elevados, son difíciles o imposibles de curar. Pero lo que cabe para los individuos no cabe necesariamente para una sociedad: factores externos, azares o catástrofes pueden modificar el curso de naciones. Es algo que ya ha sucedido.

1NDLR. La zona de tiro 918 engloba 12 de los 20 pueblos de Masafer Yatta. Israel la declaró zona militar cerrada a comienzos de la década de 1980 para desplazar por la fuerza a sus habitantes palestinos.