La incomodidad de Turquía frente al drama uigur

Grupo étnico cercano a los turcos por la religión, la lengua y la etnicidad, los uigures de la región autónoma de Sinkiang en China sufren una represión feroz y sistemática que, bajo una indiferencia internacional casi total, ya ha confinado a más de un millón de sus miembros en «campos de reeducación». Y hasta Turquía parece abandonarlos.

Uigures reunidos delante de la mezquita Id Kah para el Eid al-Fitr (culminación del ayuno)
Preston Rhea/Flickr (2010)

Defensora tradicional de los pueblos turcoparlantes y de los uigures en particular, Turquía —salvo algunas críticas apenas audibles— se mantiene silenciosa ante una indefendible represión de Estado. Ese «abandono» cede ante una realpolitik económica y geoestratégica pragmática. Los lazos económicos entre Turquía y China se intensifican cada día más, y de manera inversamente proporcional, dificultan la independencia de Ankara. Pero esa dependencia económica no explica todo. Distanciada en cierta medida de Occidente, Turquía ahora es aliada y amiga de los regímenes autoritarios fuertes, ya que ella misma se ve tentada por esa deriva autoritaria y es blanco de críticas furibundas de sus aliados tradicionales, que a su vez se ven tentados por el estilo político populista y demagógico.

Un proceso de colonización

Pueblo turco-islámico durante mucho tiempo mayoritario en la región del Turquestán oriental, rebautizado a partir de 1949 como Sinkiang («nueva frontera») por el régimen de Pekín, los uigures se encuentran marginados y destinados a convertirse en una minoría débil en su propia tierra por una colonización china Han muy agresiva proveniente de varias provincias chinas. Desde entonces, la autonomía relativa y teórica concedida por el poder comunista no deja de perder su esencia. El proceso de colonización continúa a un ritmo tal que la gran ciudad de Urumchi, capital de la región, va camino de asimilar al 20 por ciento de los uigures restantes.

La política china de asimilación y marginación dio lugar a varias revueltas en Baren en 1990, en Urumchi en julio de 2009 y más recientemente, en 2015 en varias ciudades de la región autónoma. En efecto, desde el fin de la ex Unión Soviética, cuando los Estados turcoparlantes de Asia Central se volvieron independientes y sirvieron como modelo para el independentismo uigur, la conciencia comunitaria salió de su letargo para intentar resistir la presión destructiva china. Pero el margen de maniobra y las aspiraciones de los uigures siguen siendo modestos. La mayor parte de las organizaciones uigures exigen solamente el respeto de la autonomía tal como la define la Constitución china, la interrupción de la colonización y el fin de la discriminación y la opresión que sufren los uigures. De hecho, muchos de sus derechos más elementales son vulnerados: represión de las manifestaciones y expresiones de su cultura, restricciones a la libertad religiosa y sobre todo, intimidaciones y humillaciones individuales y colectivas cotidianas.

Represión y radicalización

La intransigencia china ya llevó a una parte de la disidencia a radicalizarse. Así, una parte también adoptó el yihad, de tipo afgano o sirio, como modo de resistencia al invasor, y de ese modo le ofreció al régimen chino una excusa ampliamente consensual a nivel internacional para legitimar y continuar su obra de opresión y de represión masiva. Para China, esa conexión —por más pequeña e insignificante que sea— entre una parte de la resistencia uigur y el fenómeno yihadista mundial es una bendición, porque le permite desacreditar las reivindicaciones y demonizar a todos los rebeldes como extremistas radicales peligrosos.

Desgraciadamente, la política de represión, que viene a ocultar una opresión lisa y llana, toma proporciones extremas con la reclusión de más de un millón de personas en «campos de reeducación», que algunos no dudan en calificar de «campos de concentración». La existencia de esos campos ha sido verificada por una comisión de Naciones Unidas, pero las críticas internacionales, demasiado tímidas, no bastaron para preocupar a Pekín y terminar con la injusticia. Turquía forma parte de los pocos países que expresaron críticas de manera oficial, pero insuficientes para los uigures, que esperaban más apoyo de sus hermanos turcos, porque Turquía es un respaldo aparte y singular.

Herencia otomana

Paradójicamente, en calidad de heredera del Imperio otomano, la república moderna laica de Turquía todavía se siente investida para asumir un rol internacional y diplomático de protectora y de país de asilo de las poblaciones musulmanas en dificultad en los países vecinos. Y en efecto, a través de su historia moderna, Turquía varias veces dio muestras de su interés y de su preocupación por los hermanos turco-musulmanes oprimidos. La situación de la minoría turca de Chipre llevó a Turquía a intervenir militarmente en esa isla en 1974. Del mismo modo, la situación de la minoría turca de Bulgaria y de Grecia ha sido con frecuencia motivo de discordia entre Turquía y sus vecinos.

A partir de 2002, bajo el gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), no solamente las minorías túrquicas, sino también poblaciones musulmanas en apuros —a veces muy alejadas de Turquía, como los rohingyas en Tailandia— gozaron de la atención y la ayuda material concreta de Turquía. Más recientemente, la causa palestina y la situación de la minoría turcoparlante tártara de Crimea, así como la situación de los turcomanos de Siria y de Irak suscitaron la atención de Turquía. Esas medidas, herederas de un compromiso moral, no están desprovistas de un interés diplomático y geoestratégico en aumentar el prestigio y la legitimidad de Turquía en la escena internacional, pero tienen el mérito de traducirse en gestos de ayuda y de apoyo concreto a un pueblo oprimido.

«Solidaridad parental»

¿Qué lugar ocupan los uigures en esa política de «solidaridad parental» de Turquía? Mucho antes de la República, el Imperio otomano mantenía muchos intercambios con los uigures de China. A la cabeza del emirato bajo protectorado chino entre 1864 y 1877, el kan Yaqub Beg, que reinaba sobre gran parte del territorio uigur actual, había tejido estrechos lazos con los sultanes otomanos. Para consolidar su frágil emirato, Yaqub Beg incluso había solicitado la protección y hasta la suzeranía otomana, que fue rechazada porque el imperio declinante ya no contaba con los medios de semejante política de influencia a miles de kilómetros de su centro. Con el advenimiento de la República, el interés por la cuestión uigur declinó.

Sin embargo, una de las paradojas de la República de Mustafá Kemal es que afirma un nacionalismo turco recentrado sobre Anatolia y al mismo tiempo cultiva un cierto interés por los «Turcos del exterior», en especial por los antiguos turcos de Asia central. En ese sentido, por decisión de Atatürk se crea un departamento de estudios chinos en Ankara. Desde luego, allí los eruditos estudian y documentan la historia de los turcos antiguos, pero la iniciativa resultó un estímulo en Turquía para la investigación sobre la cuestión uigur.

La conquista del poder en China por Mao Zedong y los suyos abre una nueva página en la historia de los uigures. Instaurador de un poder más fuerte y coercitivo, aún más limitante de los derechos y las libertades de las minorías oprimidas y marginadas, el poder comunista fuerza a miles de personas a exiliarse. Así, en los años posteriores a la instauración del poder comunista en 1949, muchos de los uigures parten rumbo a Turquía, donde se instalan con el apoyo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (HCR). Entre ellos había dos figuras eminentes del movimiento nacional uigur, Isa Yusuf Alptekin y Mehmet Emin Bugra. Así, alrededor de ellos se desarrolla muy rápidamente en Turquía una pequeña comunidad de la diáspora uigur, cuyo número crece a medida que se intensifica la represión en China.

Más que los gobiernos oficiales turcos, quienes se encargan de recibir y ayudar a esa comunidad instalada en mayor medida en Estambul pero también en otras ciudades como Kayseri y Antioquía son las numerosas fundaciones, asociaciones y círculos intelectuales nacionalistas y panislamistas creados por la diáspora. En paralelo, la mayor parte de los gobiernos turcos, con mayor o menor discreción, también dieron muestras de solidaridad y de apoyo explícito a los uigures. Así, Süleyman Demirel y Turgut Özal, que fueron ambos sucesivamente primer ministro y presidente de la República durante las décadas de 1980 y 1990, recibieron en varias oportunidades al líder de la comunidad uigur Isa Yusuf Alptekin. Y en 1995, se inauguró en la granza plaza histórica de la Mezquita Azul un parque en memoria de ese último.

«Un cuasigenocidio»

En 2009, Recep Tayyip Erdoğan fue más lejos y criticó vigorosamente la represión china contra los uigures utilizando el término de «cuasigenocidio». Sus declaraciones —que habían causado mucha irritación entre las autoridades chinas— estuvieron cerca de generar una ruptura de las relaciones de China con Turquía. Sin embargo, apenas un año más tarde, en 2010, esa minicrisis turco-china no impidió de ningún modo que los dos países firmaran un acuerdo de asociación estratégica. En efecto, a pesar de la fuerte simpatía del Estado y de la opinión pública turca por la causa uigur, la ayuda de Turquía a sus hermanos es cada vez más reducida y se limita cada vez más a posiciones retóricas. Así, mientras todos los días llegan desde China noticias alarmantes sobre la magnitud de la represión, Turquía, a pesar de la fuerte mediatización y de la publicación de una declaración oficial que calificaba la política china de «vergüenza para la humanidad», se mantiene prácticamente inaudible. Y prueba adicional, por si faltaba, de que Turquía no quiere realmente ofender a su socio chino es que en varias oportunidades Ankara se distanció de las asociaciones uigures de Turquía. Así, en el verano boreal de 2019, el poder turco decidió expulsar a miles de inmigrantes clandestinos. Entre ellos, una familia uigur fue expulsada a Tayikistán, que a su vez la extraditó a China, donde la madre fue detenida inmediatamente y enviada a prisión. En la gran balanza del cinismo, la amistad turco-uigur ya no pesa tanto como las consideraciones políticas, económicas y de seguridad entre China y Turquía.

¿Abandono o moderación?

Al escuchar a los organismos de defensa de la causa uigur en Turquía y en el resto del mundo, da la sensación de que Turquía se desolidariza y abandona a su triste suerte a sus hermanos turcoparlantes. Las acciones a largo plazo llevadas a cabo por Turquía rectifican en cierto modo esa sensación. Ankara no abandona su apoyo, pero lo modera, porque no puede permitirse tener malas relaciones con China, que acallaría totalmente la voz de Turquía, incluso en la cuestión uigur. El equilibrio es difícil de encontrar. Es verdad que hasta 1997, Turquía apoyaba la causa uigur más abiertamente, declarando incluso pública y abiertamente su simpatía por los sectores independentistas. Ankara podía permitirse ese apoyo porque las relaciones económicas con China eran limitadas. En cambio, a medida que China fue afirmándose en la escena internacional y que la apertura de la economía turca fue sacando provecho de esas relaciones, la política de Turquía ante la causa uigur se vio ampliamente afectada. De apoyo incondicional y de posición histórica, Turquía giró hacia un pragmatismo indulgente respecto a Pekín. Así, las razones pragmáticas que forzaron a Turquía a matizar y relativizar su apoyo a la causa uigur son de diversos órdenes.

Evidentemente, la economía prima sobre lo humano. Durante estos últimos años, la economía turca se benefició con los nuevos mercados chinos, y para hacerlo, necesita inversiones directas chinas en su propia economía. Los intercambios son ampliamente favorables a China y dificultan la soberanía económica de Turquía, que forma parte del tejido de la nueva política de planificación china de apertura hacia el mundo bautizada la «nueva ruta de la seda». La importancia de esta iniciativa para Turquía quedó patente en mayo de 2017, cuando el presidente Erdoğan participó en persona en el foro de lanzamiento de esa nueva estrategia china. Para el poder turco, la construcción ya terminada de la línea ferroviaria Bakú-Tiflis-Kars, los tres puentes sobre el Bósforo y el nuevo aeropuerto de Estambul forman parte de esa nueva ruta de la seda. Obligada a diversificar sus socios económicos en un contexto de enfriamiento de sus relaciones con sus aliados tradicionales —Europa y Estados Unidos—, Turquía tampoco puede permitirse criticar con dureza la política china respecto a los uigures, sean o no sus hermanos de sangre y de religión.

En busca de nuevos aliados

Turquía no puede criticar a China porque —y es la enseñanza esencial del síntoma uigur— en los últimos años se puso a revisar sus valores fundamentales. En cierta medida, puso en cuestión su voluntad de acercamiento con Occidente para inclinarse más hacia países autoritarios como Rusia, China o Irán, por citar solamente los más importantes para sus intereses vitales inmediatos. Reñida con sus propios aliados tradicionales y prácticamente en ruptura con Estados Unidos, Turquía ya no puede permitirse empañar sus relaciones con China o Rusia, aunque esos Estados ataquen a grupos étnicos cercanos a los turcos, como los tártaros de Crimea o los uigures.

Aislada en la escena internacional, blanco de sanciones incluso económicas de parte de Estados Unidos tras el caso del pastor evangélico Andrew Brunson encarcelado por «terrorismo», Turquía necesita más que nunca encontrar nuevos respaldos y socios en otra parte, sobre todo desplazando el cursor hacia el este, donde se concentra el vigor económico chino. Que Turquía adopte el lenguaje autoritario chino no sorprende, ni tampoco los acuerdos de cooperación derivados, sean políticos, económicos e incluso militares, como lo demuestra la compra ya pactada de misiles S-400 a Rusia. En 2013, Turquía estaba en negociaciones para la compra de misiles similares a China. Su elección recayó sobre la oferta rusa, pero la cooperación militar con China es de sumo interés para Ankara y representa un golpe para la OTAN y los aliados occidentales.

También la prudencia ostensible de la política turca de solidaridad con los uigures se explica por la legitimación del régimen chino de la represión contra el llamado yihadismo uigur. Aunque existen grupúsculos comprobados y activos, el vínculo que mantienen con la protesta independentista y su importancia son ampliamente exagerados por Pekín. Desgraciadamente, la realidad de grupos uigures participando en el terreno sirio desacredita la causa uigur y arruina su capital de simpatía y empatía. Si bien no se informó ningún regreso de yihadistas uigures desde Siria hacia China que pudiera poner en peligro la seguridad de sus ciudades, la propaganda china no retrocede ante ese tipo de amalgama engañosa. Para Turquía, ya acusada de laxismo respecto al fenómeno yihadista en Siria, resulta por lo tanto delicado defender la causa de los uigures sin dar la impresión de que avala el extremismo uigur en China.