El 17 de enero de 2022, la zona industrial de Abu Dabi, Musaffah, fue blanco de un ataque de drones que causó la muerte de tres trabajadores extranjeros. Al ataque le siguieron otros en las semanas siguientes, y revelaron la vulnerabilidad de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) frente a la potencia de fuego de los rebeldes hutís en Yemen. En un sentido más general, también pusieron en evidencia la importancia creciente de los drones –entendidos como pequeños aviones telecomandados y sin tripulación– en los conflictos de Oriente Próximo. Durante los últimos años, los drones han sido utilizados por todos los bandos, desde Libia a Gaza, pasando por Arabia Saudita. Aunque no han modificado la naturaleza de los enfrentamientos locales, sin embargo pueden contribuir a su escalada.
Recuerdos de la carrera de los misiles
En cierto modo, esta carrera regional por los drones parece recordar aquella en torno a los misiles balísticos de principios de la década de 1960, cuando Israel y luego Egipto, Irak y Siria buscaban desarrollar sus propios arsenales, ya sea mediante la adquisición a un país tercero (Francia en el caso de Israel hasta 1969 y luego la URSS para los países árabes) o por medio del desarrollo de sus industrias nacionales. Esta misma lógica se repite en la proliferación de los drones en Oriente Próximo.
Los países de la región compran cada vez más drones y se vuelcan cada vez más hacia China, que durante la última década ha pasado a ser uno de sus principales proveedores. Tal es el caso de Jordania y de Irak. Arabia Saudita, por su parte, compró en 2014 dos drones chinos de tipo CH-4, así como otros cinco Wing Loong II. Al mismo tiempo, Riad pretende desarrollar su propia industria en la materia gracias a una asociación con China Aerospace Science and Technology Corporation, que respalda al reino en la instalación de su propia fábrica. También los EAU se habrían dotado en 2017 de drones chinos Wing Loong II, a pesar de que hasta el momento las autoridades chinas y emiratíes se han negado a confirmar la información.
Este ascenso de China en el mercado de los drones en Oriente Próximo no dejó de provocar revuelo en Washington, donde el Congreso y el Departamento de Estado se niegan a exportar estas tecnologías hacia los países árabes. A pesar de todo, el Pentágono, determinado a evitar que sus socios del Golfo recurran cada vez más al armamento chino, respalda desde 2020 la venta de drones Predator a los EAU y de drones Reaper a Catar.
Refuerzo de la producción nacional de drones
Durante la última década, varios países recurrieron a sus industrias nacionales para desarrollar sus capacidades de producción. Tal es el caso en particular de Israel, que desde hace mucho tiempo es un actor de peso en el desarrollo de drones. Pero lo mismo sucede con Turquía, Irán e incluso Argelia. El caso turco amerita nuestra atención porque explica la rapidez con la que, en apenas unos años, ha cambiado el paisaje regional. A fines de la década de 2000, tras la disputa política entre Tel Aviv y Ankara, la industria turca recibió una orden de Recep Tayyip Erdogan para fortalecer sus propias capacidades y remplazar en particular el drone israelí Heron por un sistema que sería fabricado en el mismo país. En apenas una década, Turquía pasó de la categoría de importador a exportador de drones. Sus industrias han diseñado cerca de 130 modelos diferentes, entre los cuales se encuentra el Bayraktar TB2, una verdadera success story de la industria del armamento turco. El Bayraktar TB2 brindó servicios más allá de sus fronteras: en junio de 2019, en Libia, el ejército turco desplegó una decena de estos drones para apoyar al gobierno de Trípoli. En el Alto Karabaj, tuvieron un papel decisivo para Azerbaiyán, que los utilizó durante el conflicto de 2020 con Armenia. Por último, en el Magreb, Marruecos también adquirió drones Bayraktar TB2 de Turquía y drones israelíes. Rabat los ve como un medio para compensar su inferioridad convencional en el conflicto latente que lo enfrenta desde hace más de un año a Argelia, su gran rival, que por su parte habría recurrido a China para abastecerse de drones.
Función simbólica, función militar
Ya sea a través de la importación o de la producción local de drones, su incorporación responde a varias razones. Una parte para nada despreciable tiene que ver con el orgullo nacional, que ahora está vinculado con la capacidad de un país para dotarse de estos sistemas de defensa. Como antes sucedía con los misiles, ahora los drones cumplen una función simbólica de afirmación de la potencia nacional, que remite a una forma de “tecno nacionalismo”, según la expresión acuñada por Robert Reich1.
Pero más allá de esta utilización política, el drone también cumple una verdadera función militar. En primer lugar, los países de la región pueden compensar parte de las lagunas de sus ejércitos tradicionales. En este sentido, el drone puede cumplir el papel de una fuerza aérea de bajo costo que a los dirigentes de un determinado país les permitiría recuperar el atraso en materia de armamento y de recursos humanos. Y aquí volvemos a la comparación con la proliferación balística de las décadas de 1960-1970, cuando los países árabes veían el desarrollo de sus arsenales balísticos como un medio para paliar su atraso frente a Israel en lo relativo a la potencia aérea.
Para países del Golfo como Catar y los EAU, es un modo eficaz de eludir sus limitaciones en materia de recursos humanos: los efectivos militares cataríes y emiratíes ascienden respectivamente a 16.500 y 63.000 hombres, y solamente 2.000 y 4.500 de ellos integran sus fuerzas aéreas. Esto revela el asombroso contraste entre las ambiciones regionales de estos pequeños Estados y el pequeño tamaño de sus ejércitos, lo cual es una consecuencia lógica del reducido tamaño de la población ciudadana disponible para ser reclutada. Este parámetro demográfico explica por qué el hecho de recurrir a la robótica y a la inteligencia artificial se ha convertido en un eje fundamental de las políticas de seguridad de estos países, tanto interna (por ejemplo, con la introducción del robot policía en Dubái2) como externa (con el despliegue de drones).
El desarrollo de una flota de drones también les permite a los Estados de Oriente Próximo intervenir con mayor frecuencia fuera de sus fronteras. En el caso de Israel, los drones no sólo efectúan misiones de reconocimiento y recolección de inteligencia, sino que también realizan ataques selectivos contra adversarios en Gaza o en el Líbano. Si bien no sustituyen por completo a la fuerza aérea o a las fuerzas especiales israelíes, los drones se han convertido, para los decisores israelíes, en la opción privilegiada en situaciones consideradas extremadamente complejas y peligrosas.
Sin embargo, a pesar de este frenesí por comprar y utilizar drones, estos aparatos no han generado por el momento una revolución en la forma en que los países de Oriente Próximo se libran la guerra. Los ejércitos de la región no han experimentado un cambio fundamental en materia de doctrina o de organización como resultado de la implementación de estos nuevos sistemas. Para Israel y Turquía, los países más avanzados al respecto, los drones complementan el trabajo de sus fuerzas armadas, y a veces toman la posta, pero no han generado una marginación o una reducción de las fuerzas aéreas. En otras palabras, el drone exacerba la carrera armamentista regional, pero no cambia la naturaleza de los conflictos.
La trayectoria de Irán
En este paisaje de contrastes, la trayectoria de Irán es tal vez la que más revela una simbiosis entre los drones y la estrategia militar de un país o, en este caso, la estrategia de la Guardia Revolucionaria Islámica (GRI), que controla gran parte de la producción y de la utilización de los drones armados iraníes. Estos artefactos han sido utilizados sobre todo en Siria y en Irak contra los combatientes de Estado Islámico (EI) y de otros movimientos insurrectos. Los drones iraníes también habrían violado en muchas ocasiones el espacio aéreo israelí desde bases aéreas situadas en Siria.
Esta expansión de los drones iraníes es perfectamente coherente con la implementación de la estrategia militar de Teherán en el golfo Pérsico: los drones completan las funciones de los misiles balísticos y crucero de los Pasdarán fortaleciendo sus capacidades “asimétricas” frente a la superioridad convencional del ejército estadounidense o de los países del Golfo.
Irán tampoco ha dudado en transferir drones a grupos no estatales de la región. Así, los drones utilizados por el Hezbolá libanés y por Hamás en Gaza serían el fruto de una cooperación técnica con la GRI. Y lo mismo ha sucedido con los hutís en Yemen, lo cual le valió a Irán acusaciones de parte de la administración americana y del grupo de expertos de la ONU en Yemen.
Los grupos armados afiliados a la GRI supieron sacar provecho de la adquisición de los drones. Hezbolá los emplea desde hace varios años para realizar vuelos de reconocimiento en el norte de Israel. La guerra de mayo de 2021 en Gaza también estuvo marcada por la utilización por parte de Hamás de drones armados. Sin embargo, no alcanzaron resultados convincentes: seis fueron interceptados por Iron Dome, mientras que otro fue derribado en vuelo por un F-16 israelí. Por último, como ya se ha mencionado, los hutís también utilizaron drones en varias ocasiones, para atacar a las fuerzas de la coalición saudí en Yemen o para atacar los territorios de los EAU o de Arabia Saudita. Los hutís se mostraron particularmente adeptos al empleo de los llamados “drones kamikazes”: la organización habría enviado en varias ocasiones drones Qasef-1 (derivados del drone iraní Ababil-T) para atacar las baterías Patriot de la coalición saudí. Por otra parte, Irán no es el único país de la región en recurrir a los drones para fortalecer a actores no estatales. En Libia, los EAU utilizaron algunos drones importados de China para apoyar a las fuerzas del mariscal Jalifa Hafter durante sus ofensivas contra el gobierno de Trípoli entre 2019 y 2020.
A corto plazo, esta carrera por los drones no da muestras de desacelerarse, y la única respuesta que parecen prever los países atacados consiste –en caso de que tengan los recursos para hacerlo– en fortalecer sus capacidades de defensa aérea. Este fenómeno también se ve facilitado por la ausencia de herramientas de gobernanza regional que permitan controlar estas transferencias a actores no estatales. Por ejemplo, ningún país de Oriente Próximo firmó el Régimen de Control de Tecnología Misilística (Missile Technology Control Regime) y solo tres de ellos (Irak, Jordania, Libia) son signatarios del Código de Conducta de La Haya contra la Proliferación de los Misiles Balísticos.
Sería ilusorio esperar una desaceleración de la producción y la adquisición de drones en Oriente Próximo. La implementación de un código de conducta regional que evitara al menos la transferencia de drones militares a actores no estatales permitiría sin embargo reducir el riesgo de escalada, sin poner en cuestión las prerrogativas nacionales de los países de la región. Solo haría falta convencer al conjunto de los países de que una decisión semejante beneficiaría a todos y cada uno de ellos.