Enseñar historia de manera diferente

Las cruzadas desde el otro lado

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Desde la película Kingdom of Heaven (Ridley Scott, 2005) hasta el videojuego Assassin’s Creed (Ubisoft, 2007), las cruzadas son una fuente de inspiración recurrente para diferentes producciones culturales, a tal punto que este fenómeno histórico nos resulta bastante conocido, o por lo menos, familiar.

Sin embargo, nuestras representaciones comunes, muy marcadas por el orientalismo, pueden ser reinterrogadas provechosamente gracias a la investigación universitaria, y en particular, al libro de Gabriel Martinez-Gros titulado De l’autre côté des croisades [“Del otro lado de las cruzadas”]. En esta obra reciente, el profesor emérito de historia en la Universidad de Nanterre relativiza largamente nuestra visión tradicional de las cruzadas basándose en dos grandes historiadores árabes y permite efectuar un verdadero descentramiento del punto de vista.

La visión tradicional de las cruzadas en Occidente

Según el historiador Michel Balard, la cruzada se define tradicionalmente como “una peregrinación en armas cuyo objetivo es la liberación del Santo Sepulcro en Jerusalén”. Iniciada por medio de una bula pontificia, la cruzada ofrece a quienes parten a combatir por Cristo diversos privilegios como la suspensión de las deudas, y en particular, la absolución de los pecados cometidos. Este proyecto tendiente a la “liberación” de Jerusalén se extiende en líneas generales desde fines del siglo XI, con el llamado de Clermont del papa Urbano II en 1095, que da comienzo a la primera cruzada, hasta el siglo XIV, cuando se abandona poco a poco la perspectiva de reconquista de los Estados Latinos de Oriente, perdidos en 1291. Sin embargo, el término “cruzada” recién aparece en Occidente a mediados del siglo XIII para reemplazar expresiones como “el camino”, “el viaje a Jerusalén” e incluso “las expediciones de ultramar”.

Sin embargo, este nombre de “cruzada” y esta noción centrada en la Tierra Santa tienden a ocultar la diversidad del fenómeno. Además de Jerusalén, las cruzadas también tenían como blanco muchas otras regiones, como algunas de las que controlaban los musulmanes (España o Sicilia) o los territorios “paganos” de Europa del Este como Prusia, espacio de conquista para los caballeros teutónicos desde fines del siglo XII. Las cruzadas también tuvieron como escenario el corazón mismo del Occidente cristiano y su blanco eran los heréticos, es decir, los cristianos que no respetan las doctrinas oficiales de la Iglesia de Roma. Tal es el caso, por ejemplo, de la cruzada en el sur de Francia contra los cátaros albigenses, entre 1209 y 1229.

¿Guerras religiosas o guerras imperiales?

Si bien en Occidente la cruzada se entiende como una guerra santa iniciada por el papado, esa dimensión religiosa no aparece verdaderamente entre los árabes. El califa de Bagdad pensaba que los cruzados eran simples mercenarios al servicio del emperador bizantino Alejo I Comneno (1081-1118) o de la dinastía chií Fatimi en Egipto. Cuando el historiador Ali Ibn al-Athir relata el desencadenamiento de la primera cruzada, presenta a Jerusalén como un objetivo irracional. Para al-Athir, la conquista de la Tierra Santa es una absurdidad en el sentido de que, para los occidentales, África del Norte presentaba perspectivas mucho más lucrativas ; en ese entonces, Jerusalén tenía un valor simbólico mucho más importante en Occidente que en el mundo musulmán. Por otra parte, al-Athir ni siquiera menciona al papa Urbano II en su relato.

Basándose en sus fuentes, Gabriel Martinez-Gros propone asimismo otra interpretación de los objetivos de las cruzadas. Si bien es evidente que no es el primero en demostrar que la reconquista de Jerusalén no es el único objetivo de las cruzadas, Martinez-Gros considera que la “memoria imperial” del papado en realidad es más importante que la dimensión religiosa. Así, los occidentales buscarían antes que nada reconstruir el imperio romano y reconstituir el Mare Nostrum, es decir, la hegemonía romana en el Mediterráneo. Así es como los árabes comprenden y asocian las expediciones realizadas en Siria, Sicilia y la península ibérica. Esta perspectiva imperial también permite comprender mejor la importancia fundamental que para los cruzados tenía Constantinopla, controlada por los francos de 1204 a 1261: lejos de ser un simple “desvío” o un simple accidente de la cuarta cruzada, la toma de Constantinopla se explica por la competencia que existía entre bizantinos y francos en torno a la reivindicación de la herencia del imperio romano.

Una amenaza muy secundaria para los árabes

Por último, si las cruzadas ocupan un lugar central en nuestra historia medieval, De l’autre côté des croisades nos permite relativizar un poco esa importancia para otras culturas. En el siglo XI, cuando ocurre el desembarco de los primeros cruzados en Oriente Próximo, lo que preocupa antes que nada a los musulmanes es el gran conflicto entre chiíes y suníes. Para Ibn Jaldún, los francos solo representan una fuerza entre otras tantas (bereberes, turcos, mongoles) que buscaban aprovechar la debilidad del imperio islámico para extender sus territorios y apoderarse de nuevos recursos. Las bajas humanas causadas por los cruzados en realidad tuvieron una importancia relativa. En el V tomo de la gran obra de Ibn Jaldún, El Libro de los ejemplos, los cruzados solo ocupan un lugar muy secundario. La gran amenaza que pesaba sobre el imperio islámico provenía en realidad de Oriente y la encarnaban los mongoles: tras masacrar a la dinastía reinante de los abasíes y exterminar a la población de Bagdad en 1258 y a la de Alepo en 1260, los mongoles dejan al islam al margen de su nuevo imperio, cuyo centro es Pekín. En definitiva, las cruzadas en Tierra Santa apenas atañen a Siria y Egipto, mientras que en el corazón del poder musulmán, es decir en Irán e Irak, no representan en absoluto una preocupación mayor.