Las fuerzas armadas turcas perdieron su esplendor

Luego de dos décadas de gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo, ¿ha desaparecido la influencia de las fuerzas armadas, que en otra época intervenían directamente en la gestión de Turquía? El hostigamiento del personal militar retirado y en servicio demuestra que el gobierno no tiene ni por asomo una confianza ciega en las fuerzas armadas.

Ankara, 3 de mayo de 2016. Visita del presidente Recep Tayyip Erdoğan al Mando de las Fuerzas Especiales
Yasin Bulbul/Oficina del Primer Ministro turco/AFP

En 2002, cuando el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) ganó las elecciones legislativas anticipadas y accedió al poder, esa nueva formación que se definía como conservadora y demócrata parecía ser capaz de sacar al país del marasmo en el que lo había sumido medio siglo de intervenciones militares cíclicas (1960, 1971, 1980, 1997). Como señaló Steven A. Cook , el ejército turco pasó a ser un actor político en un sistema donde está en el poder, pero no gobierna1.

Es cierto que, históricamente, los militares han desempeñado un papel central en la fundación del Estado nación turco contemporáneo, pero su participación en la esfera política a partir de 1960, cuando salieron por primera vez de sus cuarteles luego del comienzo del período republicano, fue una cosa diferente. Mustafa Kemal Atatürk era un general que, cuando pasó a ser jefe de Estado, pretendía ser un presidente civil reformador. Durante el período kemalista, el ejército cumplía una función de mantenimiento del orden, pero no era un organismo que influyera de manera determinante en el manejo de los asuntos del Estado. Luego de la Segunda Guerra Mundial –en la que, por así decirlo, no participaron– las fuerzas armadas parecían incluso una institución envejecida, en cierta forma “anticuada”, como la definía con sorna el primer ministro del Partido Demócrata, Adnan Menderes, que accedió al poder en 1950 luego de la liberalización del régimen unipartidista del kemalismo. En esa época, la carrera militar se había vuelto mucho menos atractiva.

Un doble poder

El golpe de Estado del 27 de mayo de 1960 les permitió a las fuerzas armadas instalarse en el centro del nuevo sistema parlamentario y fijarle algunas reglas: seguiría siendo pluralista, pero debía garantizar la sostenibilidad del Estado nacional fundado en 1923 y respetar las prerrogativas que concedía a las élites (militares, jueces, altos funcionarios, etc.). Así que en ese sistema cohabitaban dos poderes: un gobierno civil resultante de elecciones competitivas en el marco de un régimen parlamentario, y un poder de Estado que asumía tareas soberanas (seguridad, defensa, diplomacia), incluso algunas hegemónicas (enseñanza superior) y vigilaba a las instituciones civiles.

La sociedad turca no es dócil, y las profundas crisis que atravesó llevaron al ejército a intervenir en varias ocasiones a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Tras una nueva y difusa intervención en 1971, los militares forzaron a la democracia a atravesar un largo purgatorio en 1980 en el que se disolvió el sistema de partidos y se aprobó una Constitución que reforzaba o implementaba cierta cantidad de protecciones institucionales favorables a los militares, como el Consejo de Seguridad Nacional (Milli Güvenlik Kurulu, MGK) o el Consejo de Enseñanza Superior (Yüksek Öğretim Kurulu, YÖK). La nueva Constitución representó el punto culminante del intervencionismo militar turco. Instauró un sistema donde las fuerzas armadas disponían de una influencia tan sofisticada que cuando algún organismo civil cruzaba la línea roja, ya no tenían necesidad de sacar los tanques a la calle, sino que bastaba con algunas posturas o declaraciones que sus destinatarios imprudentes entendían de inmediato. En 1997, el “golpe de Estado posmoderno” permitió que la institución militar se deshiciera del gobierno dirigido por el islamista Necmettin Erbakan, lo cual demostró la eficacia del sistema establecido, pero no resolvió sus problemas de fondo, ya que cinco años más tarde el AKP obtuvo una victoria indiscutible.

Del entendimiento al enfrentamiento

Cuando Recep Tayyip Erdogan tomó las riendas del gobierno, en la primavera boreal de 2003, no era el momento de tomarse revancha. Marcado por el doloroso recuerdo de su encarcelamiento en 1998 debido a una provocación verbal, el nuevo primer ministro defendía el consenso, una postura compartida por el entonces jefe del Estado Mayor, el general Hilmi Özkök. Hubo que esperar hasta 2007 para que, con motivo de la elección presidencial, estallara un conflicto abierto con los militares. Los esfuerzos del establishment político-militar para impedir la elección de un miembro del AKP a la presidencia de la república fracasaron, y el gobierno de Erdogan salió fortalecido de la prueba. A partir de entonces, Erdogan se lanzó al ataque de las fuerzas militares turcas, y les quitó a los tribunales militares sus privilegios judiciales, como el derecho a juzgar a los civiles, y habilitó a los tribunales civiles a juzgar a los militares.

Sin embargo, el debilitamiento del peso del ejército en el sistema se materializó principalmente a través de los procesos Ergenekon y Balyoz, que otorgaron el marco judicial para una serie de juicios por conspiración encabezados por fiscales especiales nombrados por el régimen y vinculados sobre todo al Movimiento de Gülen. En olas sucesivas, fueron detenidos centenares de personalidades laicas y particularmente oficiales superiores retirados o activos, incluido el exjefe del Estado Mayor (2008-2010) İlker Basbuğ, condenado a prisión perpetua en 2013. Mientras tanto, Recep Tayyip Erdogan había tomado el control efectivo del Consejo Militar Supremo (Yüksek Askeri Şura, YAŞ), que tiene a su cargo los ascensos en el ejército y en particular designa a los miembros del Estado Mayor.

El AKP, movimiento contestatario proveniente de la periferia, llegó así hasta el corazón del sistema, ¿pero podía seguir arremetiendo contra el Estado y sus fuerzas armadas, justo cuando los peligros se acumulaban en sus fronteras debido a la profundización del conflicto en Siria? Y además, quienes habían comandado la intensa lucha del partido mayoritario contra el poder del Estado se vieron dotados de un peligroso poder. Después de haber acallado a los militares, el Movimiento de Gülen –un verdadero Estado dentro del Estado– se permitió desafiar al gobierno y hasta amenazarlo directamente durante una primera ola de arrestos lanzada en diciembre de 2013 contra los círculos dirigentes. Fue el comienzo de un combate sin piedad entre el partido en el poder y sus antiguos cómplices, que se tradujo por una primera purga severa de la justicia y de la policía, donde los gülenistas poseían importantes puntos de apoyo. Sin embargo, la denuncia de sus fechorías llevó a la liberación y posterior reivindicación de sus víctimas, comenzando por los militares afectados por los casos Ergenekon y Balyoz. A su vez, esos juicios pasaron a ser presentados como puras maquinaciones urdidas por lo que se denominó el “Estado paralelo”.

El golpe de Estado fallido del 15 de julio de 2016, que se inició con el levantamiento de unidades fuertemente infiltradas por los gülenistas –sobre todo en la fuerza aérea y la gendarmería– y al que se unieron actores con motivaciones variadas, pareció el último acto de la guerra que enfrentaba al AKP con sus antiguos aliados. Además, el hecho de que las fuerzas armadas pasaran a estar bajo las órdenes del Ministerio de Defensa parecía marcar el fin de la injerencia política de los militares turcos, y el gobierno tuvo que plantearse la nueva composición, la fidelidad y el posicionamiento político de las fuerzas militares.

Un nuevo paradigma político-militar

El antiguo paradigma según el cual el ejército turco era una institución unificada instalada en el corazón del sistema pasó a ser historia. El golpe de Estado fallido de 2016 reveló una institución permeable a las influencias exteriores y profundamente dividida. Luego vinieron purgas y defecciones significativas, en particular de militares que ocupaban puestos en órganos de la OTAN. A partir de entonces, el problema del gobierno ya no era protegerse de una institución con una fuerte influencia política, sino administrar una comunidad desestabilizada por tantos cambios recientes que la habían vuelto imprevisible. En semejante contexto, colocar a las Fuerzas Armadas bajo el mando del Ministerio de Defensa pareció no solo su sumisión final al poder civil, sino también un intento de proteger la integridad de la institución, al ponerla bajo la autoridad de su exjefe del Estado Mayor, el general Hulusi Akar, que permaneció leal durante el golpe y se convirtió en una personalidad política en el nuevo régimen.

Dentro de las fuerzas armadas que sobrevivieron al golpe cohabitaban principalmente los miembros de la vieja guardia de oficiales laicos que no se levantaron, nuevos dirigentes cercanos al AKP, provenientes, por ejemplo, de algunas cofradías islámicas como los Süleymancı, y sobre todo una red cada vez más influyente de oficiales ultranacionalistas que ya no dudaban en exhibir su identidad musulmana. En realidad, este aspecto religioso del nacionalismo militar no era nuevo. Le daba la espalda a la tradicional orientación atlantista de las fuerzas armadas que databan de la época de la Guerra Fría y en cambio optaba por los valores “euroasiáticos”, en la mayoría de los casos muy antioccidentales, un giro que deleitó a un activista radical incendiario como Dogu Perinçek, que siempre ha adherido a esas ideas. Por supuesto, esas orientaciones estaban vinculadas con las tendencias panturquistas del nacionalismo turco de comienzos del siglo XX (el movimiento Jóvenes Turcos), pero en la época actual también recuerdan el acercamiento de Turquía con Rusia2.

Este equilibrio precario oculta sobre todo una carrera por renovar las fuerzas armadas a través de sus alistamientos de esa época y posteriores. En primer lugar, tras el golpe fallido de 2016, el gobierno disolvió las academias de guerra, liceos militares y escuelas secundarias, que constituían las reservas del reclutamiento militar autónomo, y sus cadetes fueron relocalizados rápidamente y al azar en las universidades tradicionales. Las academias fueron remplazadas por la nueva Universidad Nacional de Defensa, que pronto alistó a reclutas allegados al AKP. Cabe señalar que desde entonces se permitió el alistamiento de egresados de las escuelas religiosas iman hatip.

En segundo lugar, el Ministerio de Defensa, que controla el Estado Mayor, aceleró el alistamiento de “sargentos especialistas” (uzman çavuş). Solo debían poseer un título secundario y recibían un entrenamiento de seis meses. Este nuevo método de alistamiento de moda, sumado a la necesidad de una modernización de las fuerzas armadas, volvió necesaria su profesionalización a expensas de la conscripción, considerada, al igual que en otras partes del mundo, costosa e inadecuada. Gracias a reformas recientes, además de la reducción del servicio militar, los conscriptos también pueden reducir su tiempo de servicio pagando una compensación.

Junto con la redefinición de las misiones de las fuerzas armadas, estas medidas contribuyeron a disminuir la cantidad de efectivos, compensada en parte por el alistamiento de personas comprometidas políticamente, como los uzman çavuş, cuya movilización se volvió necesaria debido al aumento de la cantidad de unidades desplegadas en teatros de operaciones exteriores. Por lo tanto, podría concluirse que quienes controlan a los profesionales de estas tropas (cuyos efectivos totales se elevan a 355.200 hombres), y sobre todo a sus “sargentos especialistas”, ejercerán sobre ellos una influencia decisiva.

Una institución cada vez más fragmentada

Sin embargo, el ministro de Defensa no se desentiende de los generales. Él mismo participa en política, pero no soporta que algunos de sus colegas en actividad intenten hacer lo mismo que él y tal vez le hagan sombra convirtiéndose en jefes de guerra demasiado mediáticos y se ganen en algunos casos los favores de la presidencia. El comandante del 2º Cuerpo del Ejército durante la intervención en Afrin en 2018 (Metin Temel) o el almirante que en 2019 influyó fuertemente en la política adoptada por Turquía en Libia (Cihat Yaycı) lo han sufrido en carne propia cuando recibieron “ascensos” que los terminaron marginando. El gobierno desea preservar la autoridad del responsable de las fuerzas armadas que se plegó al acuerdo establecido tras el golpe de Estado de 2016, sobre todo porque en las fuerzas armadas han aparecido nuevas divisiones.

En primer lugar, algunos oficiales superiores cuestionan las intervenciones exteriores de Turquía. En septiembre de 2021, la crítica situación del ejército turco en el enclave de Idlib, en el norte de Siria, motivó la renuncia de dos generales experimentados que todavía parecían lejos del retiro. En segundo lugar, dejando de lado las purgas, las recientes reclasificaciones oficiales realizadas por razones técnicas –principalmente, la reducción de la cantidad de coroneles– fomentan un sentimiento de incertidumbre e incluso de injusticia entre los militares. En tercer lugar, los militares de alto rango retirados siguen constituyendo un grupo de presión que puede salir de su reserva si lo consideran necesario, como lo demostró en abril de 2021 la carta firmada por 104 almirantes retirados preocupados por la situación de la Convención de Montreux que rige los estrechos de Dardanelos y del Bósforo luego de que el presidente proyectara construir un canal paralelo a uno de los estrechos y planteara retirarse de los tratados mediante un simple decreto.

Finalmente, la reanudación de la guerrilla kurda y la multiplicación de las intervenciones del ejército turco en el exterior favorecen la difusión de sentimientos chauvinistas, etnicorreligiosos y abiertamente ultranacionalistas entre los altos rangos de las fuerzas armadas, algunos de los cuales recuperaron sus funciones luego del proceso Ergenekon. Al mismo tiempo, este fenómeno refuerza la influencia lograda dentro del nuevo régimen presidencial por el Partido de Acción Nacionalista (MHP) de Devlet Bahçeli, que al AKP le permitió adoptar la reforma constitucional de 2017, conservar la mayoría en el Parlamento y lograr la reelección de Recep Tayyip Erdogan en la primera vuelta las presidenciales de 2018. En este sentido, la convergencia de las posiciones del jefe de Estado y del líder del partido de extrema derecha, que reclaman la disolución del Partido Democrático de los Pueblos (Halkların Demokratik Partisi, HDP) o califican de “terroristas” a los estudiantes que duermen en parques de Estambul para protestar por el aumento del precio de los alquileres, es reveladora. Sin duda se explica por el rol de hacedor de reyes que adquirió a partir de 2016 la formación de Devlet Bahçeli, pero también tal vez sugiere que esa influencia se limita a los círculos civiles.

1Ruling But Not Governing. The Military and Political Development in Egypt, Algeria, and Turkey, John Hopkins University Press, 2007.

2Jean Marcou y Mitat Çelikpala, Regard sur les relations turco-russes. De la rivalité dans un monde bipolaire à la coopération dans un espace eurasiatique ?, Institut français d’études anatoliennes, Istanbul, 2020.