La diáspora originaria de Turquía en todo el mundo está conformada en partes iguales por emigrantes y por personas nacidas en los países donde residen. Durante las elecciones de mayo de 2023, se instalaron urnas en 73 países, en 167 ciudades diferentes y en 53 puestos aduaneros, lo que demuestra la extensión de esta diáspora, que no puede reducirse a algunos países de Europa occidental que recibieron mano de obra inmigrante durante la década de 1960.
Durante décadas, los emigrantes originarios de Turquía en cinco países de Europa occidental –Alemania, Francia, Austria, Países Bajos y Bélgica– han sido percibidos de un modo crítico por la “madre patria”. El voto de los gurbetçi (expatriados) provocaba un debate recurrente en Turquía, ya que esos emigrados no solo eran considerados como temporarios, sino que también la burocracia nacionalista y laica en el poder con frecuencia los juzgaba demasiado islamistas, demasiado kurdos, y hasta en algunos casos, demasiado izquierdistas.
Autobuses para transportar a los electores
A partir de 1987, los expatriados comenzaron a poder votar para las elecciones nacionales, pero solo en los puestos aduaneros, lo que limitaba considerablemente su tasa de participación debido a problemas logísticos. Durante las décadas de 1990 y 2000, las organizaciones políticas e identitarias, en particular las del islam político, alquilaban autobuses para transportar a los electores a las fronteras.
Recién en 2012 se adoptó un decreto que permitió la instalación de urnas en las representaciones diplomáticas, de modo que la diáspora se convirtió en actor de la política interna turca. A partir de las elecciones de 2014, los nacionales turcos que vivían en exterior –fueran emigrantes o nacidos en los países donde residían, vivieran en Turquía o aunque nunca hubieran puesto un pie en ese país– pudieron votar en las representaciones consulares de sus respectivos países de residencia. En 2014, un sistema de atribución de turnos nominativos no solo limitó la participación sino que también violó el principio del voto secreto. Pero desde entonces las cosas han mejorado y ahora se puede votar en cualquier representación durante un período de 4 a 6 días.
Sin embargo, aún subsisten dos problemas. En primer lugar, el principio de escrutinio abierto es infringido sistemáticamente, porque las boletas electorales no son contadas bajo la vigilancia de los electores, sino que son transportadas a Ankara, donde son escrutadas al mismo tiempo que las boletas nacionales. Así, el elector no tiene la posibilidad de seguir su boleta.
Por otro lado –y este es el punto más importante–, este sistema no prevé ninguna circunscripción extraterritorial. Los nacionales turcos en el exterior no tienen la posibilidad de votar para elegir un representante. Tienen el derecho al sufragio, pero no el derecho de ser representantes públicos. A falta de representantes, los electores votan principalmente en función de preocupaciones identitarias y están más expuestos a la propaganda nacionalista y religiosa del Estado. Además, con este sistema, el voto de la diáspora tiene un impacto mínimo en las elecciones legislativas, mientras que tiene un verdadero impacto para el escrutinio presidencial (o los referéndums). Esta situación genera un debate incluso en Turquía, donde algunos suelen acusar a los electores que viven en países occidentales democráticos de favorecer la elección de un presidente autoritario sin tener que sufrir las consecuencias ni ser considerados responsables a través de representantes electos. Esto es precisamente lo que ocurrió durante las elecciones legislativas y presidenciales del 14 y 28 de mayo de 2023.
En Francia, una comunidad numerosa y diversa
En Francia, las personas de origen turco forman la segunda comunidad de la diáspora en cantidad después de Alemania. Unas 700.000 personas en Francia tienen lazos con Turquía, y la mitad son ciudadanos turcos, mientras que la otra mitad son ciudadanos franceses o poseen la doble nacionalidad. En las últimas elecciones de mayo de 2023, en Francia había poco menos de 400.000 electores. También hay –pero esto es una estimación– 100.000 personas originarias de Turquía que no poseen la nacionalidad turca porque primero fueron refugiados y luego nacionales franceses; y también están los hijos nacidos en suelo francés cuyos padres no los declararon a las autoridades turcas. Desde luego, estos últimos no son electores.
Además, desde 2016 se instaló un flujo de inmigrantes en Francia perteneciente al movimiento gülenista –por el nombre del predicador Fethullah Gülen, instalado en Estados Unidos, que en un comienzo era alabado por el presidente Recep Tayyip Erdogan y luego se convirtió en su opositor acérrimo– o a la clase intelectual, universitarios, artistas y periodistas que fueron expulsados del país de una manera más o menos coercitiva. Sean gulenistas o de izquierda, tampoco votan por carecer de una inscripción en debida forma en las listas de residentes turcos en Francia.
En 2023, fueron convocados a votar unos 400.000 electores (de doble nacionalidad o nacionales turcos con residencia en Francia) para las elecciones legislativas (14 de mayo) y presidenciales (14 y 28 de mayo). Para la segunda vuelta, donde el candidato saliente Recep Tayyip Erdogan enfrentaba a su rival Kemal Kılıçdaroğlu, los electores tenían la posibilidad de emitir su voto entre el 20 y el 24 de junio en las ciudades siguientes: Burdeos, Clermont-Ferrand, Lyon, Marsella, Mulhouse, Nantes, Orleans, París y Estrasburgo.
Para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, el índice de participación se elevó al 52%, y aunque parezca aceptable comparado con las elecciones nacionales en Francia, resulta relativamente bajo en comparación con el índice del 88% registrado en Turquía. Así, el peso de los 207.000 votantes en Francia es mínimo en relación a los 54.000.000 de electores.
Movilización para la segunda vuelta
Para sorpresa de los observadores, que esperaban una caída de la movilización debido a la confianza excesiva de los partidarios de Erdogan y/o a un sentimiento de desaliento entre los partidarios de Kılıçdaroğlu, la participación mostró un ligero aumento respecto a la primera vuelta. Los dos “bandos” se movilizaron a tal punto que, para la segunda vuelta, Erdogan sumó 10.000 votos más, mientras que Kılıçdaroğlu obtuvo 2.500 votos más que en la primera vuelta. Esta diferencia se explica por un endurecimiento del discurso del candidato opositor entre ambos escrutinios, orientado a sumar los votos del candidato de extrema derecha, lo que a su vez provocó un distanciamiento de una parte del electorado kurdo en Francia.
En Francia, Erdogan triunfó en la elección con el 67% de los votos, aumentando así su puntaje en un 3% en relación a las elecciones de 2018. Se pueden advertir importantes disparidades regionales que también se manifiestan a escala internacional. Desde luego, si tomamos el conjunto de la diáspora (3.400.000 electores), Erdogan ganó las elecciones con el 60% de los votos sufragados (el índice de participación del conjunto de la diáspora es del 56%). Sin embargo, en los países que presentan una historia migratoria clásica, basada principalmente en el trabajo y el reagrupamiento familiar, como Alemania, Francia, Países Bajos, Bélgica y Austria, Erdogan logró una victoria aplastante. En otros países europeos como Noruega, Suecia y Suiza, el resultado es mucho más parejo. En cambio, en Estados Unidos, Canadá, Australia y Reino Unido, donde residen comunidades de las clases medias y superiores, Kemal Kılıçdaroğlu obtuvo una victoria arrasadora.
Clermont-Ferrand, Lyon y Orleans, bastiones de la extrema derecha nacionalista
Esta disparidad relacionada con las diferencias de clases sociales también se encuentra en Francia. En algunas ciudades turcas con comunidades muy conservadoras, en particular de Anatolia central y de las costas del mar Negro, los resultados son muy favorables para Erdogan. Pero Clermont-Ferrand goza del récord mundial de votos a favor de Erdogan, donde cosechó el 92%, seguido por Lyon, con el 88%, y Orleans, con el 87%. Estas dos últimas ciudades también son conocidas por la presencia de la organización “Lobos Grises”, de la extrema derecha nacionalista turca. El cuatro lugar, con “solamente” el 82% de los votos a favor de Erdogan, lo ocupa la ciudad de Bayburt, situada en el noreste de Anatolia y conocida como un bastión de la ideología de la síntesis turco-islámica. Estrasburgo, Mulhouse, Burdeos y Nantes (donde Erdogan obtuvo entre el 60 y el 70% de los votos), se encuentran cerca del promedio francés. El Bajo Rin y el Alto Rin albergan una comunidad importante, con 70.000 y 40.000 nacionales turcos respectivamente, principalmente originarios de ciudades como Konya, Kayseri, Malatya y Erzincan, aunque en ellas se puede observar cierta diversidad.
Estrasburgo tiene la particularidad de ser al mismo tiempo el centro en Francia de Millî Görüş –un movimiento del islam político turco que formaba parte de la coalición de oposición–, del DITIB –la presidencia de asuntos religiosos o Diyanet İşleri Başkanlığı, el islam oficial que hizo campaña a favor de Erdogan durante todo el mes de Ramadán–, y de los alevís de Francia, que se inclinaron casi exclusivamente a favor de Kemal Kılıçdaroğlu. La ciudad también alberga una importante comunidad kurda, una población estudiantil y, por otra parte, funcionarios turcos de las instituciones europeas. En consecuencia, el 70% a favor de Erdogan y el 30% a favor de Kılıçdaroğlu registrado en esta ciudad oculta afiliaciones mucho más complejas. Una parte de los kurdos nunca poseyó (o poseía y dejó de poseer) la nacionalidad turca, lo que les impidió votar. En relación a los estudiantes y funcionarios europeos, con frecuencia laicos e individualizados y por lo tanto potencialmente a favor de Kılıçdaroğlu, muchos no han votado por descuido (olvidaron inscribirse), por comodidad o por desinterés. Así, la conformación política e identitaria de los abstencionistas no fue para nada equilibrada en esta ciudad.
En París, donde también residen poco más de 75.000 nacionales turcos, los resultados estuvieron mucho más en línea con los resultados nacionales, con el 52% de los votos a favor de Erdogan y el 48% para Kılıçdaroğlu. Esto se explica por el hecho de que en la región parisina las fracturas identitarias entre turcos y kurdos, entre suníes y alevíes, así como entre religiosos y laicos se han reproducido casi de manera idéntica. Por último, en Marsella, que alberga principalmente a kurdos y laicos entre los 25.000 nacionales turcos, el 56% se pronunció a favor de Kılıçdaroğlu y el 44% a favor de Erdogan.
De series de televisión a programas populares
Estos resultados ameritan un estudio más profundo, pero incluso en las generaciones nacidas en Francia se puede advertir la reproducción de las fracturas identitarias, tanto en el nivel macro como en el micro, que existen en Turquía. Una de las posibles causas de esta persistencia podría ser el relativo estancamiento del ascenso social de estas generaciones, como lo demuestra claramente la investigación titulada “Trayectorias y Orígenes” (2017) del Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED) y del Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos (INSEE). El entorno paternalista de Turquía, a través de un aparato ideológico extremadamente eficaz que trabaja para mantener el régimen establecido, impide también una toma de distancia respecto de la “madre patria”. Además, hay que tener en cuenta la oferta cultural diversificada y rica proveniente de Turquía, que incluye series de televisión, música y programas populares que proyectan una imagen muy envidiable de la vida allí, percibida como más favorable que en Francia. Todas estas razones, sumadas al carisma de Erdogan, que desafía a un Occidente ante el cual estas comunidades sienten la necesidad de tomarse revancha, explican en parte el apoyo de estos grupos al presidente turco.