Colonialismo

Marruecos. Las luchas bereberes contra la presencia francesa

En agosto de 1933, en los confines del Atlas Medio y del Alto Atlas, se disputaron las últimas grandes batallas lanzadas por los combatientes bereberes contra la injerencia francesa en Marruecos. Aunque la cultura popular las considera como epopeyas de la resistencia contra el colonialismo, no aparecen en los manuales escolares ni en la historia oficial.

La imagen muestra a un grupo de personas en un entorno que parece ser un mercado o una reunión al aire libre. La mayoría de las personas están vestidas con ropas tradicionales, muchas de las cuales son de colores claros y están cubiertas con prendas que podrían indicar el clima cálido de la región. Hay un enfoque particular en una figura central que parece estar gesticulando o hablando, rodeada de un público atento. El ambiente es de interacción social y hay una variedad de expresiones en los rostros de las personas, que van desde la curiosidad hasta la concentración. El fondo muestra edificaciones simples, lo que sugiere un contexto urbano o rural.
Cuentacuentos indígena alentando a las tribus contra la dominación francesa, 1913, foto atribuida a Raymond Lavagne para la agencia Rol
BNF Gallica

Hubo que esperar hasta el año 1933, es decir, 21 años después de que el sultán Abd Al-Hafid firmara en 1912 el tratado de protectorado que dejaba Marruecos en manos de Francia, para que el país fuera íntegramente “pacificado”1 por el ejército ocupante de una Tercera República arrogante y colonizadora. Hasta esa fecha, Francia tuvo que librar una serie de batallas contra los resistentes marroquíes, sobre todo en las montañas del Rif, el Atlas Medio y el Alto Atlas. El último de esos enfrentamientos ocurrió hace justo 90 años.

Lo que desató el combate, un elemento al mismo tiempo histórico y político, se remonta a 1911, cuando las tribus bereberes se enteraron de que el sultán Hafid, que había sucedido a su hermano Abdelaziz en 1908, se disponía a entregar el país a los franceses luego de un endeudamiento colosal, cuyo principal responsable era su hermano. Apodado “el sultán de los cristianos” debido a su connivencia con la futura potencia colonizadora, Hafid estaba acorralado: seguido y asediado en 1911 por las tribus bereberes, se refugió en Fez, donde solicitó primero la protección de las personalidades de esa ciudad del centro de Marruecos, antes de solicitar la de los franceses.

Región sumisa, región insumisa

Fez fue durante años la capital de los sultanes alauitas. Allí habían nacido todos, y la ciudad pasó a ser el centro de su poder. Sus habitantes son en su mayoría descendientes de los musulmanes y de los judíos que habían huido de Andalucía a fines del siglo XV. Aún hoy conforman una burguesía comerciante y letrada, pero arrogante. Siempre formaron parte del Blad El-Mahzen, la región sometida a la autoridad del sultán, en contraposición con el Blad Siba, la región insumisa, mayoritaria y poblada fundamentalmente por tribus bereberes autónomas. A cambio de la protección militar del sultán y de su ejército, compuesto por mercenarios y esclavos emancipados, los fasis (habitantes de Fez) le brindaban apoyo económico y reconocían su legitimidad religiosa y política. Eso explica la fuga de Hafid en 1911 hacia Fez, donde fue asediado durante seis meses por las tribus bereberes antes de solicitar la ayuda militar de Francia.

Liberado en mayo de 1911 por el general Charles Émile Moinier al mando de un ejército de 23.000 hombres, Hafid firmaría el tratado del protectorado un año después con un tal... Hubert Lyautey. Pero a pesar de este acto militar casi fundacional de la presencia de las fuerzas francesas, vendrían largas y duras batallas contra los bereberes: “Conquistar Marruecos bereber no será un paseo en el parque”, advertía Lyautey.

La primera batalla fue la de El Herri, el bastión de la gran tribu de los Zayanes, en el Atlas Medio, cuyo 110º aniversario se celebrará en 2024. Liderada por Mouha o Hammou Zayani, una leyenda de la resistencia bereber en el Medio Atlas, y en el bando francés, por el teniente coronel René Philippe Laverdure, la batalla de El Herri tuvo lugar el viernes 13 de noviembre de 1914 cerca de Jenifra, la capital de los Zayanes. El ejército colonial fue diezmado en cuestión de horas: fueron asesinados 650 soldados y 33 oficiales (incluido Laverdure), y cerca de 180 resultaron heridos.

La batalla de Annual, mucho más conocida y de mayor envergadura que la de El Herri, tuvo lugar siete años después contra el ejército español en el Rif marroquí bajo el liderazgo de otra leyenda de la resistencia bereber, Abdelkrim Jattabi. La batalla se saldó con una derrota memorable del ejército ibérico y con el nacimiento de la República del Rif en el norte del país en 1921. Para vencer a Abdelkrim y sus seguidores, el ejército francés y el español crearon en 1926 una alianza con ayuda de los mercenarios del sultán Muley Yúsuf.

Una leyenda bereber

Pero los últimos grandes enfrentamientos se libraron en las montañas del Alto Atlas, con actos de barbarie colonial y con bajas humanas y militares considerables. Los combates comenzaron a partir de 1930, bajo el liderazgo de dos hombres: por un lado, en torno a la “montaña verde" conocida como Tazarut, que se eleva a más de 3.000 metros cerca de un pueblo llamado Anfgou, estaba el místico sufi llamado El-Mekki Amhaouch; y por otro lado estaba Assou Oubasslam, una leyenda bereber que efectuaría ataques en el corazón de las montañas de Saghro, en el Alto Atlas marroquí. Los franceses, por su parte, estaban bajo el mando del general Antoine Jules Joseph Huré. Frente a la tenacidad de los bereberes, cubiertos por una vegetación impenetrable y atrincherados en la “montaña verde” y sus barrancos escarpados, el ejército colonial utilizó aviones de combate que causaron estragos en la población local. Los resistentes, sus esposas e hijos fueron bombardeados y pasaron sed y hambre durante un asedio que los obligó a esconderse varias semanas en agujeros excavados al pie de los árboles.

Ante la magnitud de las masacres y tal vez por oportunismo, El-Mekki Amhaouch, en contra de la voluntad de la mayoría de los combatientes, decidió entregarse a los franceses el 14 de septiembre de 1932. Pocos días después, Lyautey lo nombró «caíd». Hasta el día de hoy, su rendición es «cantada» en bereber como una «traición» y es objeto de burla en la poesía local:

Sidi El Mekki te invitó a la fiesta,
¡Pero en realidad soñaba con el puesto de caíd!
¡Prometía ridiculizar al enemigo!
Y los acontecimientos rápidamente lo dejaron al descubierto.
¡Oh, Tazarut! Todavía escucho tus estruendos resonando en mí,
Y solo quien haya estado en Achlou puede sentirlos.
Ninguna fiesta podrá quitarme el luto que llevo por ti,
¡Ahora que estoy sometido y que me he convertido en cargador de mulas!
Yo me rendí después de tantas escapadas y cabalgatas.
¡Resistí el hambre y los bombardeos!
Ya no me queda nada de lo que tenía.

La rendición de Amhaouch no impidió que los combatientes y sus familias continuaran la resistencia. Tras la «caída» de Tazarut, se refugiaron en una montaña cercana, Jbel Baddou, llena de cuevas invisibles y de formaciones rocosas ideales para estrategias defensivas. Ouhmad Ouskounti tomó el relevo de Amhaouch para liderar la resistencia. El coronel Louis Voinot escribió en sus memorias: «A pesar de que la situación de Ouskounti se vuelve cada vez más crítica, él sigue igual de inflexible (...) Solamente el día 25 de agosto de 1933 el ejército perdió 13 soldados, incluido un oficial, y 31 resultaron heridos».

Finalmente, el general Huré decidió confiscar todas las fuentes de agua de la región, privando a los resistentes y a sus familias de ese recurso vital. Según el antropólogo franco-británico Michael Peyron, que habla bereber y es experto en la región, «al final, al igual que en Tazarut, el cerco de su bastión montañoso por parte de las fuerzas francesas, al impedir la llegada de suministros, quebrantó la obstinación de los defensores, que sufrieron más por el hambre y la sed que por la violencia de los bombardeos en sí». El último asalto del ejército francés, que marcó el final de los combates, tuvo lugar el 29 de agosto de 1933.

«¡La vida es bella!»

En paralelo a esos combates, ya habían comenzado otras batallas a pocos kilómetros de distancia, como la famosa batalla de Jbel Saghro, donde participaron dos icónicos oficiales franceses, el general Henri Giraud y el capitán Henri de Bournazel. De Bournazel, que ya se había hecho fama de invencible durante la Guerra del Rif contra Abdelkrim, era un mito viviente del ejército colonial.

Justo después de la masacre de Tazarut, el joven oficial francés escaló las montañas bereberes de Saghro, donde se enfrentó a los hombres del gran resistente Assou Oubaslam. La batalla decisiva comenzó el 21 de febrero de 1933 en Bougafer (Alto Atlas), pero la resistencia recién terminaría varios meses después. Desde los primeros días, De Bournazel, demasiado seguro de sí mismo, se destacó por sus actuaciones y por las extravagancias que más tarde construirían su «leyenda», antes de morir justo una semana después del inicio de los combates, el 28 de febrero de 1933. Apenas se instaló, De Bournazel quiso apoderarse de una colina que consideraba estratégica. Antes de lanzarse al asalto, se habría cubierto su famosa túnica roja con una chilaba bereber para luego gritar: «¡La vida es bella!». Entonces recibió la primera bala. Herido, volvió a la carga y fue alcanzado por una segunda bala, que sería fatal.

La guerra de «pacificación» del país bereber marroquí duró casi un cuarto de siglo, desde 1911 hasta 1934. Según cifras oficiales del ejército colonial, durante ese período murieron 8.628 militares franceses (incluidos 622 oficiales) y resultaron heridos otros 15.000. A estas cifras se suman más de 12.000 goumiers marroquíes que combatieron junto al ejército francés y que también murieron, así como un número similar de extranjeros llamados «indígenas» (sobre todo argelinos y senegaleses). Estas cifras no incluyen a los 16.000 soldados españoles muertos en la batalla de Annual, en el Rif, contra Abdelkrim. Del lado de los resistentes, los historiadores calculan que los muertos ascienden a 100.000, la mayoría de ellos bereberes.

1El término “pacificación” se suele utilizar en los textos de carácter colonialista para designar –y disimular– la represión militar contra los resistentes de los países ocupados.