Desde que las provocaciones de la extrema derecha israelí en Jerusalén Este han reavivado los enfrentamientos entre el ejército y Hamás, hemos comprobado una vez más la importancia de las opiniones independientes sobre el terreno, a menudo de los corresponsales de las agencias de prensa y de los medios impresos. Sus despachos y sus documentos desmontan las mentiras del gobierno de Benyamin Netanyahu, ampliamente difundidas sin matices -sobre todo en Francia por una parte de los medios audiovisuales- por los partidarios de Israel que forman un vasto lobby político y mediático. El partido parece desigual, tan masiva es la apisonadora propagandística. Sin embargo, no está perdido.
Tres periodistas que cubrieron Israel-Palestina, de tres redacciones y en tres períodos diferentes relatan –garantizado el estricto respeto de su anonimato– las llamadas telefónicas intempestivas, las amenazas apenas disimuladas y el juego a dos bandas de sus jefaturas de redacción. El primero, al que llamaremos Étienne, fue corresponsal en Jerusalén para un diario francés; el segundo, Marc, para un medio audiovisual, y el tercero, Philippe, el enviado especial regular de un semanario.
Al igual que la mayoría de los corresponsales y enviados especiales en Israel, elogian la “fluidez” del trabajo en ese país: allí la prensa es diversa, las fuentes son numerosas, están disponibles, y los temas son variados. Solo la información relativa a la “seguridad nacional” está supeditada a un comité de censura militar, y a veces se prohíbe su publicación, principalmente para impedir la identificación de soldados en los medios audiovisuales. Pero eso sucede sobre todo con una prensa israelí con frecuencia combativa, que mantiene ese carácter a pesar de las grandes maniobras de Benjamín Netanyahu y de sus amigos megamillonarios de los medios para hacerla entrar en vereda. La manipulación del ejército israelí destinada a dar la impresión, el jueves 13 de mayo, de un ataque terrestre contra Gaza es, desde este punto de vista, una primicia, fuertemente condenada por la prensa internacional.
Numerosos corresponsales de los diarios Le Monde, Libération o de otras redacciones publicaron a su regreso de Israel obras tan apasionantes como críticas sobre la sociedad israelí1.
Así que el problema es menor en Israel: “Ahí se trabaja bien, la gente está acostumbrada a la prensa, se puede ir a cualquier lugar, todo es muy abierto2”, dice por ejemplo René Backmann, que durante mucho tiempo colaboró en Le Nouvel Observateur y ahora escribe en Médiapart. “Donde nos joden es en Francia”, agrega3. Para ser más precisos: ahí joden a los periodistas e ignoran a los intelectuales críticos de la política israelí.
Citemos más extensamente a estos tres periodistas.
Étienne, excorresponsal de un diario:
La primera sorpresa ocurre cuando me instalo en Jerusalén. Uno de los redactores en jefe del diario viaja a visitarme y me presenta a uno de los viejos “amigos” del Mosad, que me pone en contacto con un agente más joven del contraespionaje israelí que se hace llamar Paul y que es uno de los oficiales responsables de la prensa extranjera. Paul me envía regularmente documentos en carpetas plásticas que yo no utilizo, porque no puedo verificarlos con una segunda fuente o porque la información que contienen es insignificante. Pero en varias oportunidades encuentro esas “revelaciones” en el diario, con la firma del redactor en jefe mencionado, que regresa a Israel sin avisarme. Incluso llega a entrevistar al primer ministro sin hacerme partícipe, contrariamente a la rutina, que determina que el corresponsal siempre esté presente en las entrevistas en el país que cubre. El redactor en jefe me lo comunica por teléfono: “Solo quiere verme a mí”, y luego me pasa al oficial del Mosad asignado a la prensa extranjera, que me dice: “Lo siento, es verdad”, etc. Y con razón: sus editoriales reflejaban la posición israelí en esa época.
Unos meses más tarde, recibo un pedido –algo poco habitual– de la sección Sociedad del diario: un artículo sobre los judíos franceses que emigraban a Israel debido al antisemitismo en Francia. Una investigación rápida me demuestra que las cosas son muy diferentes. La cantidad de inmigrantes provenientes de Francia no aumentaba en ese momento, y todas las personas con las que me reúno en Israel me dicen que no hicieron su aliyá por temor, sino por sionismo, y que por cierto, “el país donde los judíos están verdaderamente en peligro es este”. Un contacto en la Agencia Judía me facilita estadísticas recientes que revelan el perfil bien militante de los inmigrantes: más del 90% pasaron en Francia por escuelas u organismos judíos. Una enorme mayoría confirma que vino por razones ideológicas: eso no le gusta a la periodista de la sección Sociedad encargada de mi artículo, que –yo lo ignoraba– era cercana a la derecha israelí. Al día siguiente, encuentro en el diario mi artículo, con supresiones y sin algunas cifras molestas. Además, la misma periodista publica un artículo indulgente sobre “la comunidad judía francesa, furiosa contra la prensa”.
Como yo iba regularmente a Cisjordania y a Gaza y les deba la palabra a los palestinos, el Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia (CRIF) protestó ante la dirección del diario. Pero la única noticia que yo recibí fue de parte del propio presidente del CRIF. Al final de una conferencia en la que él participaba en Jerusalén, me pregunta, a solas: “¿Lo llamó su director?”. Yo le pregunto a qué título pueden interesarle las comunicaciones internas del diario, y él me responde: “Mi director no me llama nunca, me tiene una confianza total”, antes de que yo lo deje plantado ahí mismo. El quid de la cuestión lo comprendí un poco más tarde, estando de paso por París. Me encuentro con el director de la redacción, que me explica: “El CRIF me invitó a un viaje por Israel, fui para no generar revuelo, pero no quise hablarte para no molestarte ni influirte, y por supuesto, no escribí nada”. Cuando el director fue remplazado debido a un cambio de accionarios, yo ya había vuelto a París. Su sucesor se jactará en todas partes de haber convertido al periódico en “un diario pro-Israel”.
Marc, corresponsal de un medio audiovisual:
Israel busca desde hace mucho tiempo normalizar su imagen en el exterior, pero al fin y al cabo el problema no es tanto Netanyahu, sino sus representantes en Francia. Cuando hacemos un reportaje en Cisjordania, dicen de todo en las redes sociales y en sus sitios webs, nos acusan de antisemitismo, de fake news: un delirio total. El problema que tenemos en los medios audiovisuales es que, contrariamente a la prensa escrita, que no tiene vigilancia externa, a nosotros nos supervisa el Consejo Superior Audiovisual (CSA). Sus miembros no saben nada, ni siquiera saben cómo trabajamos, pero consideran que debemos “velar por un tratamiento equilibrado del conflicto”, y pueden expedirnos “advertencias”4. Es una espada de Damocles. Así, en julio de 2020, el CSA le regañó a Radio-France haber difundido un reportaje en la radio France Inter sobre la destrucción efectuada por el ejército israelí de una clínica móvil anti-Covid en los territorios ocupados. La Coordinación de las Actividades Gubernamentales en los Territorios (Coordination of Government Activities in the Territories, COGAT), el brazo del ejército israelí encargado de la autoridad en los territorios ocupados, desmintió la investigación bien documentada de France Inter, pero suele decir disparates, porque la transparencia no es la razón de ser de un ejército de ocupación. Quien había recurrido al CSA es Meyer Habib, que considera que France Inter es un refugio de “bobós”5 islamo-izquierdistas. Así que tengo que prestar atención, pensar dos veces antes de proponer un tema. No quiero que me hostiguen permanentemente, y mi jefe de redacción no tiene ganas de oír hablar del CSA.
Philippe, enviado especial de una revista:
Iba con frecuencia a Israel y Palestina, aunque no era el tema central de mi trabajo. La primera vez que estuve ahí fue hace más de veinte años, en un viaje de descubrimiento organizado por el American Jewish Committee (AJC) de París. En la revista yo no era ni el primero ni el último en hacer ese tipo de viaje. Todo estaba perfectamente organizado, con todos los gastos incluidos. Por cierto, el AJC invitaba a colegas de todo tipo, no solo a reporteros de los servicios extranjeros, sino también a editorialistas, redactores en jefe y columnistas. En mi grupo había un periodista especializado en transporte y una colega que cubría el consumo y la vida cotidiana en una redacción de noticias en televisión. Todo estaba bien aceitado, dimos una vuelta en helicóptero por el Néguev, nos encontramos con algunos diputados y ministros, y hasta con un representante del bando de la paz. Que yo recuerde, nadie escribió sobre el viaje, y por cierto, no nos pidieron que hiciéramos nada. Pero evidentemente, cuando uno es invitado no tiene ganas de aguar la fiesta.
Al principio no tenía ningún inconveniente para publicar mis artículos, a pasar de que uno de los redactores en jefe publicaba editoriales cada vez más proisraelíes, que contradecían bastante lo que yo escribía… Luego de publicar uno de mis artículos, recibí varios correos electrónicos hostiles, y sé que la jefatura de redacción también, y seguramente llamadas telefónicas de “amigos” influyentes que tenía la revista. Entonces, poco a poco, sin que nadie me dijera nada, se volvió cada vez más difícil seguir trabajando. “¿Estás seguro? Esto no les interesa realmente a los lectores”, “¿No es un poco caro?”, me decían. En la revista le habían dado rienda suelta a la opinión proisraelí, sin contrabalancearla con reportajes más matizados.
Guillaume Gendron fue corresponsal de Libération en Israel-Palestina entre 2017 y 2020 y ha escrito numerosos artículos en los últimos días en su periódico, en línea con esta observación inicial publicada por el diario el 16 de diciembre de 2020, que describe el ascenso de la extrema derecha en la sociedad israelí:
Actualmente, Israel y Palestina están más engranados que nunca, realidades que no son paralelas sino que están superpuestas, con destinos concatenados. Mientras los colonos se arraigan, dándole a Cisjordania un aire de Texas kosher, un Trumpland bis donde los cowboys de kipá lanudo vuelven a escenificar el mito de la frontera con pick-up y fusiles M16 frente a los indígenas de Arabia, el albañil de Yenín se gana la vida en las construcciones de Tel Aviv, del otro lado del muro cruzado con o sin permiso. Mientras tanto, la juventud palestina, generación khalas (“ya basta”) privada de perspectivas, solo sueña con el mar.”
Unas semanas más tarde, cuando Gendron fue recibido por Dominique Vidal en el Instituto de Investigación y Estudios Mediterráneo y Oriente Medio (iReMMO)6 para relatar su experiencia profesional de tres años, lamentó, al igual que todos los periodistas franceses que cubren la actualidad en Tel Aviv, Jerusalén y Ramala, el hostigamiento de algunos zelotes empecinados en defender Israel… en Francia. “Existe una manera muy organizada de gestionar el ultraje, hay gente que injuria todo el día en las redes sociales”, dice Gendron. Esas personas se encargan de escudriñar los reportajes de los corresponsales en busca de supuesta desinformación. “Al comienzo, yo contrargumentaba –continúa Guillaume Gendron–, pero frente a personas con tanta mala fe, dispuestas a deformar las palabras, hay momentos en que no se puede continuar con el debate, porque en realidad no es un debate”.
Entre “silencios” al aire y memorias esquivas, no resulta simple evaluar la situación mediática de la relación Francia-Israel. Estos últimos meses me han repetido de diversas maneras que se trata de un “tema irrelevante”, pero sin embargo algunos vigías bien posicionados se encargan de ajustar cuentas con periodistas que solo hacen su trabajo, que es informar: el periodista Clément Weill-Raynal y su sitio web InfoEquitable, el abogado Gilles William Goldnagel, invitado en varios programas televisivos de la derecha audiovisual, y el infaltable diputado Meyer Habib, quien con frecuencia hostiga a los periodistas y es un habitué del canal I24News. Esas intervenciones son casi sistemáticamente retomadas por el CRIF y diferentes personalidades como Alain Finkielkraut, Jacques Tarnero, Shmuel Trigano y numerosos internautas y sitios web franco-israelíes con una audiencia más limitada, como JJS News, así como en las redes sociales.
Para ellos, contra toda razón y simple sentido de la observación, la demonización de Israel en la prensa francesa resulta escandalosa. Reclaman información “equilibrada”, como si ese término tuviera algún sentido. “Tienen una idea falsa de la información ‘equilibrada’, que para ellos debe ser sistemáticamente favorable a Israel”, explica un colega con base en Jerusalén. Varios periodistas recuerdan la célebre fórmula atribuida a Jean-Luc Godard que define la objetividad en la televisión: “Cinco minutos para los judíos, cinco minutos para Hitler”. Uno de ellos, criticando su cobertura de Palestina, asegura que Meyer Habib transformó completamente esa fórmula por “cinco minutos para los judíos, cinco minutos para Israel”. Piotr Smolar, excorresponsal de Le Monde en Jerusalén, los califica de “hormigas odiosas”. Y según René Backmann, “terminaron imponiendo la ley del silencio. Mis colegas tienen cada vez mayores dificultades para trabajar, y les dicen que no vale la pena hacer una nota sobre Palestina, que ya está, que hay que pasar a otra cosa”.
El “caso” Mohamed al-Durah es solo un ejemplo. Tras su reportaje sobre la muerte de ese niño palestino de 12 años asesinado por francotiradores en Gaza en el año 2000, Charles Enderlin, corresponsal de France 2, padeció una larga guerrilla pública y judicial. En su libro Un enfant est mort (“Murió un niño”) (Don Quichotte, 2010) y en sus recientes memorias profesionales, De notre correspondant à Jérusalem (“De nuestro corresponsal en Jerusalén”) (Seuil, 2021), el periodista relata en detalle las acusaciones de mentiroso que debió soportar. Tuvieron que pasar trece años de procesos para que Enderlin fuera totalmente exculpado por la justicia francesa y para que su principal acusador, Philippe Karsenty, fuera desestimado y condenado a pagar las costas judiciales.
Pero la herida es profunda, y el rumor, persistente. Hacerse tratar de manipulador, de mentiroso, escuchar “muera Enderlin” en reuniones públicas fue terrible para el periodista. Y si bien su empleador lo apoyó durante todo el proceso, así como su redacción, que firmó casi unánimemente una petición lanzada por el Sindicato Nacional de Periodistas (SNJ, según sus siglas en francés), “Charles fue apartado rápidamente y no tuvo una vida fácil”, relata Dominique Pradalié, secretaria nacional del SNJ y una de sus excolegas en France 2. “Dejaron de transmitir sus reportajes, y David Pujadas, que en ese entonces era el conductor del noticiero de las 20 horas, lo había puesto en la lista negra”, agrega Pradalié.
Otra petición para apoyar a Enderlin, creada por René Backmann, reunió cientos de signatarios, entre los cuales había varios periodistas del diario semanal Le Canard Enchainé, Le Nouvel Observateur, la Agencia France-Presse y medios audiovisuales. Pero el texto no fue firmado por ningún propietario de medios de prensa, salvo Didier Pillet, de La Provence, y Claude Perdriel (y su mano derecha en ese momento en L’Observateur, Denis Olivennes). “Las jefaturas” de los diarios, para emplear el término empleado por Dominique Pradalié, no manifestaron la más mínima solidaridad hacia Charles Enderlin, cuando lo que estaba en juego era el deber de informar. Al contrario, Denis Jeambar, director de L’Express, fue uno de sus principales acusadores, y diarios como Le Figaro retomaron en varias oportunidades los argumentos de Karsenty y de sus colegas, como Luc Rosenzweig, o Élisabeth Lévy de la revista en línea Causeur. Y ni que hablar de algunos sitios más restringidos, cuya masa de desinformación es casi imposible de rastrear y que siguen denunciando a Enderlin. ¿Un signo de los tiempos? Francia 2 tardó más de dos semanas en mayo 021 en enviar un enviado especial...
Además, otros procesos iniciados por proisraelíes, en particular contra Edgar Morin, Danielle Sallenave y Sami Naïr (absueltos por la Corte de Casación en nombre de la libertad de expresión por una tribuna publicada en Le Monde en 2002) o el periodista Daniel Mermet, que tenía un programa de radio en France Inter (también absuelto), ciertamente fracasaron, pero terminaron convenciendo a las jefaturas de redacción de que era mejor mantenerse al margen. Aunque todos los acusados ganaban ante la justicia, los proisraelíes, amarga ironía, salían vencedores de las polémicas envenenadas que iniciaban. Lamentablemente, no podemos decir que todo resultó mucho ruido y pocas nueces.
Así que ahora impera el silencio. Hay mucha información que hoy simplemente ya no se difunde. Por ejemplo, ¿dónde ha podido leerse en Francia, a fines de abril de 2021, que oficinas de “seguridad” israelí habían abusado de la identidad de periodistas para montar operaciones secretas en beneficio de “clientes” de Abu Dabi? La información del sitio norteamericano The Daily Beast fue ampliamente retomada en Estados Unidos, en Reino Unido y… en Israel. Pero no en Francia, donde los medios audiovisuales parecen todavía más timoratos sobre Israel que la prensa escrita, porque sus responsables son más pusilánimes, o más proisraelíes. De hecho, en contadas ocasiones se han visto voces críticas en los estudios de televisión. Rony Brauman, israelí como Charles Enderlin, asegura que, al igual que muchos otros, no lo invitan más a los medios: “soy persona non grata, salvo en France 24. Una vez me invitaron tras una nota en el programa ‘Complément d’enquête’ sobre los judíos en Israel. Me cancelaron la invitación el día anterior, y me remplazaron por Bernard Henri Lévy. Parece que la productora determinó que yo era ‘un tipo polémico’”.
“Se puede criticar a Israel en Francia, nadie va en prisión por eso. Pero el que critica a Israel va a tener en su contra a los amigos de Israel, que son numerosos”, explica un embajador de Francia jubilado. “No lo dramatizo, cada uno es libre de pensar lo que quiera, pero en Francia hay protecciones legales contra el antisemitismo, así que uno podría pensar que el debate está abierto, lo cual no es el caso”. “La ofensiva política para hacer pasar el antisionismo como un nuevo antisemitismo les permitió ganar algunos puntos en la opinión pública”, señala Frédérique Schillo, universitaria también francoisraelí. “Fue una jugada exitosa y significó un beneficio doble para Israel: poder decir que actualmente el antisemitismo se disfraza de muchas maneras y bajar el nivel de lo prohibido en el marco de la crítica política”.
El temor de ser acusado de antisemitismo paraliza a varios colegas, y la adopción de parte de diferentes colectividades –las ciudades de París, Mulhouse, el Consejo General del departamento de los Alpes-Marítimos– de la definición de la International Holocaust Remembrance Alliance (IHRA) que asimila la crítica de Israel al antisemitismo no facilita las cosas, ni siquiera en las redacciones. El espectro político que se ha sumado a la dichosa defensa de Israel, de Manuel Valls a Gérard Darmanin, de Anne Hidalgo a Emmanuel Macron, no carece de influencia en la esfera mediática.
En lo referido a la defensa de Palestina y el derecho de los palestinos, “no es un tema muy popular”, agrega Bruno Joncour, diputado del Movimiento Demócrata (Modem) de Saint-Brieuc. “Así que muchos prefieren evitar ese asunto, algo que no es ni valiente ni glorioso”. “En Francia todavía hay una adhesión profunda a la causa palestina, hay un movimiento de solidaridad impulsado por las asociaciones, pero no hay ningún tipo de cobertura mediática, nadie dice una palabra, todo está muy tapado”, asegura Jacques Fath, exresponsable internacional del Partido Comunista Francés (PCF). Los estragos causados por el terrorismo islamista jugaron un papel fundamental en ese silencio. Los proisraelíes no dejan de repetir que apoyar a los palestinos significa apoyar a Hamás y por lo tanto, el terrorismo. El argumento, falaz, hizo y sigue haciendo mella.
Los medios ya no se comprometen. Desde el fracaso de los procesos de Oslo, el tema se volvió secundario, y las amenazas de hostigamiento de los proisraelíes más empecinados llevan a los redactores en jefe a mantener el perfil bajo y a imponérselo a su redacción. ¿Autocensura? ¿Cobardía? ¿Pereza? ¿Aprobación? “Un poco de todo”, dice suspirando el director de Orient XXI, Alain Gresh, quien sigue el desarrollo de la región desde hace décadas y quien, como Brauman, fue “desinvitado” por los medios audiovisuales, para luego ni siquiera ser invitado.
Continuando con la metáfora animal de las “hormigas odiosas”, podríamos hablar de sus compinches: las lagartijas perezosas y los topos miopes. Nos referimos sobre todo a los numerosos directores y subdirectores en el marco de una profesión bastante jerarquizada, que dicen que la opinión pública ya no está interesada en el tema, lo cual es una manera de evitar abordarlo. Y mientras tanto, les dan columnas y aire a muchísimos proisraelíes. Hay que darle la razón a Frédéric Encel, conocido proisraelí. En una conferencia brindada en Estrasburgo en 2013 que Pascal Boniface sacó a la luz7, Encel alardea como un gallo vencedor cuando habla de los medios de comunicación y de Israel: “En términos generales, la situación está… iba a decir bajo control, pero es más bien favorable. Encontramos medios verdaderamente favorables a Israel, equilibrados, honestos, en todas partes: esto es cierto para la prensa escrita, la radio y la televisión”. Para Rony Brauman, “Encel hablaba objetivamente de un lobby que existe objetivamente. Es algo asumido, reivindicado”. Por cierto, en ese momento Frédéric Encel contribuía a la gloria mediática israelí con su trabajo temporario como cronista de geopolítica durante el verano en France Inter, un puesto que le debió a Philippe Val, otro proisraelí que en ese momento dirigía la radio.
“Los mismos que reclaman una ‘objetividad’ imposible sobre Israel de parte de los periodistas son por lo general los más intolerantes”, escribió Piotr Smolar, excorresponsal de Le Monde, que perdió la cuenta de las injurias y la difamación luego de la publicación de algunos de sus artículos. Es una situación particularmente francesa, porque los medios israelíes, norteamericanos y británicos son más libres en su tónica como en la elección de los temas8.
Es cierto que son menos numerosos –el canal de televisión TF1 cerró su oficina en Jerusalén, el corresponsal permanente del diario Libération fue de momento sustituido por colaboradores autónomos de calidad –, pero varios colegas, sobre todo independientes, están presentes en Tel Aviv, Jerusalén y Ramala, y ofrecen una cobertura exhaustiva y variada de la situación en esos lugares. Deben hacer malabares entre la cobardía de los directores parisinos y las invectivas en línea de los cabilderos de la derecha israelí, por no hablar de su precariedad económica. De ahí que sus observaciones sean aún más preciosas, aunque tengan cada vez menos espacios para informar. Su silencio significaría la más amarga de las derrotas. Eso todavía no sucedió.
1Entre los libros de excorresponsales de Le Monde, Michel Bole Richard, Israël, le nouvel apartheid (Les liens qui libèrent, 2013), Piotr Smolar, Mauvais Juif (éditions de l’équateur, 2019) o del diario Libération, Alexandra Schwartzbrod, Jérusalem (Tertium, 2008) y Jean-Luc Allouche, Les jours redoutables. Tampoco hay que olvidar el gran relato de Charles Enderlin, De notre correspondant à Jérusalem, le journalisme comme identité (Le Seuil, 2021).
2Salvo en Gaza, el acceso al territorio está sujeto a la autorización israelí, que actualmente se niega a los periodistas. La destrucción del edificio que albergaba a la agencia de noticias estadounidense AP y a la cadena de televisión qatarí Al Jazeera es una prueba más del deseo de Israel de controlar la información en el territorio.
3Backmann le dedicó un libro al muro de separación (Un mur en Palestine, 2006, Fayard) y confirma que en esa oportunidad estuvo en contacto varias veces con fuentes militares. Cuando yo mismo escribí Mirage gay à Tel-Aviv (Libertalia, 2017), tuve reuniones con responsables del Ministerio de Turismo, funcionarios de la alcaldía de Tel Aviv, etc.
4Según el artículo 3-1 de la ley del 30 de septiembre de 1986 relativa a la libertad de comunicación, el CSA está a cargo de velar por la “deontología de la información y de los programas” audiovisuales. El Sindicato Nacional de Periodistas siempre se opuso a ese texto, porque el CSA es una institución política cuyos dirigentes son nombrados por el presidente de la república, el Senado y la Asamblea Nacional de Francia.
5NDT. Palabra compuesta por las primeras sílabas de los términos “bourgeois bohème”, utilizada para mofarse de un grupo social de extracción burguesa y con gustos bohemos/hippies.
7Les Intellectuels faussaires. Le triomphe médiatique des experts en mensonge, Gawsewitch,Paris, 2011
8Tampoco es cuestión de idealizar la prensa estadounidense. Como lo demostró el documental sobre el lobby proisraelí en Estados Unidos, algunos medios no dudan en publicar “reportajes” enlatados provistos gratuitamente y desde luego favorables a Israel.