Deuda

Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el FMI

FMI: tres letras que merodean por la actualidad económica de muchos Estados que lograron la independencia tras la Segunda Guerra Mundial. La institución financiera internacional envía a sus expertos al “rescate” de países en dificultades en todos los continentes. ¿Por qué? ¿Cómo? Orient XXI responde sus preguntas.

Stefani Reynolds/AFP

¿Por qué un Estado soberano recurre al FMI?

De los 193 Estados miembros de la ONU, solo tres no pertenecen al Fondo Monetario Internacional (FMI). ¿Qué extraña paradoja lleva a un Estado soberano –que por consiguiente debería estar en condiciones de tomar decisiones políticas, económicas o diplomáticas con total independencia– a compartir con una lejana institución financiera medidas capaces de pesar fuerte sobre la vida cotidiana de sus compatriotas? Para los 33 países que en la actualidad tienen un acuerdo firmado con el FMI, la respuesta es idéntica: lo que los lleva a golpear su puerta es la crisis económica y social.

Las causas de las desgracias de los países son múltiples, y lo más frecuente es que se acumulen. Internamente, la política monetaria, las prácticas fiscales, el excesivo gasto público y una tasa de cambio inadecuada generan tarde o temprano un bloqueo del crecimiento económico y una creciente penuria de divisas. Entonces se vuelve imposible comprar lo esencial –como los alimentos y la energía–, pagar el flete de los barcos que los transportan, garantizar las exportaciones o trasladar a los grandes enfermos a hospitales de tecnología de punta en el exterior… En pocas palabras, en Pakistán, Túnez, Sri Lanka o Ghana, la culpable es la “mala gobernanza”. Y los factores externos pueden ser fenómenos como por ejemplo la desaparición del turismo –por una epidemia o por campañas terroristas para disuadir a los viajeros de visitar el país–, el derrumbe de los precios de una materia prima particularmente importante para la economía nacional (como el cobre en Chile) o el alza de las tasas de interés en todo el mundo.

En concreto, ya sea por factores internos o externos, el resultado es el mismo en ambos casos: el Estado en dificultades necesita de manera urgente un prestamista que le otorgue una importante asistencia financiera; en pocas palabras, se necesitan divisas para reparar la máquina.

¿Existen alternativas?

Si no hay acuerdo entre el Fondo y el Estado, ¿se puede ir a golpear a otra puerta? No realmente. Por el lado privado, los mercados financieros organizados, vigilados por las grandes agencias de calificación como las norteamericanas S&P y Moody’s o la francesa Fitch, se cierran por completo. Algunos prestamistas marginales pueden otorgar algunas migajas, pero en condiciones financieras extravagantes que en realidad agravan el sufrimiento del “beneficiario”. Poco después de las independencias de las colonias, los imperios como Francia siguieron brindando ayuda a sus excolonias, para evitar que sus rivales se inmiscuyeran en los asuntos de la “Françafrique”. Pero eso ya no sucede más desde hace mucho tiempo. Lo mismo ocurre con los antiguos satélites de la Unión Soviética. Hasta su desaparición, la URSS descartaba que sus protegidos recurrieran al FMI, y ella misma pagaba sus deudas. Actualmente, algunas petromonarquías del Golfo siguen firmando cheques para sus amigos políticos, pero solo después de que hayan firmado su acuerdo con la institución internacional. Se trata solamente de una ayuda complementaria, incapaz de remplazar al crédito esencial, que siempre proviene del FMI.

¿Qué pasa si no hay acuerdo?

Sin acuerdo con el Fondo, el Estado rechazado debe hacer el esfuerzo de reequilibrar sus cuentas externas y públicas en solitario. El Estado tiene que reducir sus gastos en divisas y en moneda nacional en proporciones aún más importantes. De allí que a lo largo de la historia se hayan constatado tan pocos de estos casos. Tarde o temprano, el Fondo vuelve a tomar las riendas e inicia negociaciones con el díscolo para llegar a una solución menos costosa que el ajuste salvaje, pero más onerosa que el proyecto inicial previo a la ruptura. El esfuerzo en solitario es excepcional, y pocos países (o ninguno) han podido sobrellevarlo. Un ejemplo memorable es la Rumania de Nicolae Ceaușescu, quien hambreó a su pueblo durante veinte años para pagar la deuda externa del régimen. Ceaușescu murió ejecutado. En una situación similar, lo más frecuente es que las cosas se agraven y que al poco tiempo el propio Estado se encuentre ante la amenaza de la quiebra. Uno de los pocos ejemplos tal vez es Somalia, asolado por una guerra civil de más de treinta años.

¿Cuáles son los montos de los préstamos?

Cada miembro del Fondo dirige un capital constituido por la suscripción pagada en el momento de su adhesión y por distribuciones de acciones gratuitas a través de los años. Los préstamos adquieren varias formas dependiendo de su duración, breve por principio (tres o cuatro años en promedio). En contrapartida, el tríptico de base incluye medidas en tres ámbitos: la recuperación de las cuentas públicas, reformas estructurales y el saneamiento de un endeudamiento demasiado profundo.

Los objetivos, múltiples, están atados a condiciones más o menos severas que varían en función de la importancia del préstamo solicitado. Cuanto más dinero se solicita, más duras y prolongadas son las condiciones. Los desembolsos están escalonados en el tiempo (con frecuencia uno por trimestre) y se concretan si el gobierno que firmó el acuerdo con el Fondo respeta las cláusulas del préstamo.

La magnitud del préstamo depende de la relevancia económica y diplomática del contrayente, de la coyuntura y de sus relaciones con Washington. Tomemos el caso de Túnez, que desde hace varios meses negocia con el Fondo. El Tesoro tunecino prevé para 2022 un déficit presupuestario de 408 millones de dinares (MDT) o aproximadamente 128 millones de euros, compromisos externos por un monto total de 293 MDT (92 millones de euros) y un colosal servicio de la deuda de 5.000 MDT (1569 millones de euros), que representa diez veces el déficit presupuestario del país. Las reservas de divisas oficiales del Estado tunecino no están a la altura de los vencimientos, así que el espectro de la cesación de pagos –la incapacidad de pagar un vencimiento– acecha las finanzas públicas del país. Las necesidades de financiamiento de Túnez ascienden a 2.000 millones de dólares (o de euros) por año.

¿Cuánto puede otorgarle el Fondo a Túnez? Depende, en parte, de su cuota de 545,2 millones de derechos especiales de giro (DEG), una moneda de cuenta en la que el dólar y el euro representan más del 70% de su valor. Si el préstamo asciende al triple del valor de la cuota –una norma adquirida, pero que dista de ser automática–, Túnez podrá satisfacer sus necesidades de financiamiento para el ejercicio siguiente. Pero los desembolsos del Fondo serán fraccionados en dos o tres años, y Túnez solo cubrirá una parte de sus necesidades de financiamiento. Y a partir de aquí ya no reina la aritmética, sino la política. Si Túnez recupera la confianza de sus acreedores gracias al modo en que se implemente el acuerdo, se le abrirá la posibilidad de pedir préstamos a otras instituciones internacionales (Banco Mundial, Banco Africano de Desarrollo, bancos públicos europeos…) como socios diplomáticos y comerciales del país. La operación sería entonces un éxito y el país volvería a salir a flote.

Pakistán hizo otros cálculos. Su nuevo ministro de finanzas solo solicita 1.170 millones de dólares (o de euros) a la institución, mientras que sus necesidades de financiamiento superan los 35.000 millones de dólares (o de euros). China es su principal acreedor y, al igual que Arabia Saudita, estaría dispuesta a permitir el aplazamiento de los vencimientos, mientras los sectores financieros, sobre todo saudíes, parecen dispuestos a convencerse de que las perspectivas son mejores de lo previsto.

Otro ejemplo un tanto caricaturesco: el gobernador del banco central de Ucrania solicita 20.000 millones de dólares (o de euros). Su país está en guerra, pero la institución duda por temor a quedar catalogada como un instrumento de la diplomacia occidental y no como una organización globalizada no alineada. Más prudente, un asesor del presidente Volodomir Zelenski habla de 5.000 millones de dólares (o de euros).

¿Quién decide?

El FMI está dirigido por un Consejo de Administración integrado por 24 miembros, de los cuales 8 son permanentes. El Tesoro de los Estados Unidos es el principal accionista (16,50%), seguido por Japón (6,14%) y China (6,08%). Los países europeos poseen en su conjunto la misma cantidad de acciones que Estados Unidos. La reforma del Fondo está bloqueada desde 2010 debido a la oposición de Washington, que se rehúsa a reducir su participación en beneficio de nuevos participantes como China. La parte estadounidense posee derecho de veto, lo que le permite prohibir cualquier operación que considere contraria a sus intereses. En el otoño boreal de 1956, por ejemplo, durante el ataque británico, francés e israelí contra Egipto, la Casa Blanca bloqueó un préstamo solicitado por Londres y puso en aprietos a la libra esterlina, lo que obligó al gobierno británico a renunciar a la expedición de Suez.

Y en la actualidad, el mariscal presidente egipcio Abdel Fattah al Sisi estaría tratando con sus “amigos” europeos para que el Fondo ablande su posición en torno al monto de su préstamo a cambio de una baja del valor de la libra egipcia. El Cairo pretende obtener un préstamo importante por una pequeña devaluación de su moneda. El FMI resiste, sostenido seguramente por el Tesoro de los Estados Unidos. La asistencia europea podría aligerar las condiciones.

Esos debates se dan en el Consejo de Administración del FMI, mejor posicionado que los expertos para evaluar los problemas diplomáticos, políticos y de seguridad que puede generar una reforma técnica del mercado de cambios. Una liberalización demasiado amplia corre el riesgo de devaluar la moneda nacional y encarecer las importaciones, en particular de los alimentos.

En muchos “clientes” del Fondo, la población destina por lo menos la mitad de sus ingresos a la alimentación. Un alza muy fuerte de los precios puede provocar manifestaciones, disturbios, incluso revoluciones. El riesgo no debería ser tomado a la ligera: en un año, la inflación alimentaria alcanzó el 332% en el Líbano, el 94% en Turquía y el 80% en Sri Lanka.

Europa teme que la rigidez de las políticas del Fondo desestabilice a algunos países vecinos y aumente el flujo de migrantes a sus playas. De ahí su relativa “comprensión” de los problemas de esos países. La vigilancia permanente del Fondo, que cuenta con representantes en sus principales clientes y con 17 departamentos especializados en su sede, le permite seguir de cerca las políticas implementadas por los deudores, gracias, en particular, al artículo IV de sus estatutos, que exige que los países miembros presenten cada año un informe sobre su situación, que incluye una parte redactada por los funcionarios del Fondo y las respuestas de las autoridades nacionales.

El FMI está presente de manera permanente en muchos países que fueron colonias. Ghana, independiente desde 1957, concertó 17 programas con la institución, es decir, uno cada dos años y medio, y actualmente negocia el 18º.

¿De dónde proviene el dinero de los préstamos?

En principio, los acuerdos plurianuales fijan la contribución de los Estados miembros y financian la política de la institución. Actualmente, sus reservas serían de más de 1 billón de dólares (o de euros). El último verano boreal, se creó el equivalente de 650.000 millones de dólares (o de euros) en DEG, que fueron distribuidos entre los 189 países miembros según su participación en el capital. Si los compromisos, que actualmente alcanzan los 200.000 millones de dólares (o de euros), superan los montos autorizados, una opción es recurrir al mercado financiero internacional. El Fondo es muy discreto sobre su propia política financiera, de la cual se sabe poco y nada. La única certeza es que, en caso de que el país contrayente atraviese dificultades financieras, el FMI tiene el privilegio de que sus préstamos tienen que ser pagados antes que todos los otros.

¿Tiene un sesgo ideológico?

Los objetivos oficiales son la cooperación internacional, la defensa de la moneda y la convergencia hacia un sistema financiero donde los obstáculos a los intercambios sean lo más modestos posible. Entre los objetivos centrales del fondo están la libre circulación de los capitales y, antes de eso, el establecimiento de mercados cambiarios donde la mano del Estado esté ausente. Cabe señalar que en los últimos treinta años se han logrado avances considerables en este sentido. La fe casi exclusiva en los mecanismos de mercado explica que todos los informes del FMI, desde el Reino Unido hasta Pakistán, repitan la necesidad imperiosa de que el Estado se retire de su papel como operador económico.

A lo largo de los años no han faltado los proyectos de reforma, sobre todo con la globalización de la economía mundial. En ellos se destaca la aspiración a una mayor coordinación entre los actores y una menor dominación de los más ricos sobre el resto. Pero hasta ahora, ninguno de los proyectos ha llegado a buen puerto, ya que el Congreso de Estados Unidos defiende con uñas y dientes el statu quo y se muestra intransigente con los acuerdos que aseguran la preeminencia indiscutida del Tío Sam. ¿Por cuánto tiempo más?