Túnez. La omnipotencia del presidente Kais Saied

Desde 2013, con método y determinación, Kais Saied se abre camino con su proyecto de democracia directa. Está convencido de que su tarea es cambiar el sistema político tunecino invirtiendo la pirámide del poder. Sin partido político, sin programa claro y sin aliados de peso, se apoya en los jóvenes y enarbola la consigna heredada de la revolución de 2011: “el pueblo quiere”.

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Fathi Belaid/AFP

Kais Saied, el hombre que actualmente concentra todos los poderes en Túnez, le tomó el gusto a la política de la pos revolución. Partidario de una reforma total de las prácticas y del sistema político, integró el frente que en 2011 se levantó para expresar su rechazo a los dos gobiernos formados por el entonces primer ministro Mohamed Ghanouchi, durante la presidencia de Zine el Abidine Ben Alí. Acompañado por aliados favorables a una ruptura política total, Kais Saied conformó un grupo cuyos miembros provenían de sensibilidades políticas muy diversas y que incluía a nacionalistas árabes, un exmilitante del partido de izquierda radical Watad –Ridha El-Mekki, alias Lenin–, pero también su propio hermano Naoufel Saied, muy influido por el pensamiento del iraní Ali Shariati (1933-1977), cuya reflexión y relectura del islam y del chiismo giraba en torno a los oprimidos.

En 2013, Saied y sus amigos participaban en reuniones políticas muy modestas que reunían a jóvenes que tenían la firme convicción de que les habían robado su revolución. Como Saied, detestaban a los partidos políticos, no creían en los cuerpos intermedios y estaban convencidos de que su movimiento triunfaría, de que solo era una cuestión de tiempo. Con esa convicción crearon el movimiento Mouassissoun (“fundadores”), cuyos seguidores eran jóvenes que aspiraban a un cambio radical en la vida política y que estaban dispuestos a visitar ciudades y pueblos remotos para predicabar la palabra de un tal Kais Saied. Además de propiciar el contacto directo con los tunecinos, conscientes de que Túnez contaba con 8 millones de abonados a Facebook, crearon una página en esa red social, donde participaban activamente difundiendo las ideas de su ídolo y defendiendo la centralidad del pueblo en cualquier toma de decisión política.

La victoria de los independientes

Saied y su grupo observaban el devenir de la vida política y estaban convencidos de que la gobernanza del país no respondía de ninguna manera a las expectativas de los tunecinos. Ninguno de los actores y los gobiernos que se sucedieron había trabajado en pos del espíritu de la revolución en materia de igualdad, dignidad y justicia. Y se percataron de que muchos tunecinos estaban de acuerdo con esa conclusión. En 2018, en las primeras elecciones municipales celebradas después de la revolución, se impusieron las listas independientes encabezadas por la sociedad civil. Ennahda, el Partido del Renacimiento, perdió la mitad de su electorado en comparación con el escrutinio legislativo de 2014, y Nidaa Tounès, el partido modernista de Béji Caid Essebsi, perdió dos tercios de los votos. La clase política sufrió un duro castigo que benefició a los partidos políticos no tradicionales. Kais Saied y los jóvenes que lo rodeaban no fueron insensibles al triunfo de esos independientes que, sin estructura y sin ideología, parecían aportar una solución a la gestión de la política para cambiar las cosas de raíz.

Algunos alcaldes independientes pensaban que la dinámica que los había impulsado podría transformarse en una fuerza política capaz de conducirlos a la Asamblea de Representantes del Pueblo (ARP). Organizaron reuniones para preparar las elecciones legislativas de 2019, pero los encuentros estuvieron orientados más bien a elegir los candidatos que a elaborar programas que permitieran constituir un verdadero frente y pesar sobre el escrutinio futuro. Eso causó una decepción suplementaria, pero su éxito demostró que los tunecinos aspiraban a otro tipo de gobernanza, con otros actores.

En busca de un salvador

En julio de 2019, el calendario electoral se vio alterado por la muerte del presidente Béji Caid Essebsi: la elección presidencial se celebró antes de las elecciones legislativas y la atención estuvo puesta en encontrar un “salvador”. El proyecto de cambio político desde abajo podría haber prolongado la victoria de los independientes en las elecciones municipales, pero fue abandonado porque la campaña electoral estuvo marcada por una oferta populista inédita que sin duda perjudicó al proyecto de conformación de una fuerza política sustitutiva integrada por políticos locales independientes.

Las elecciones se celebraron en un contexto de estancamiento económico, de agitación social en las regiones desfavorecidas del interior del país y con un paisaje político reconfigurado. La tasa de desempleo rondaba el 16% y el endeudamiento público alcanzaba el 90% del PIB. El país era inviable financieramente y se volvió cada vez más dependiente de las instituciones financieras internacionales, en particular, el FMI, al que probablemente se le pediría un cuarto crédito en solo 10 años.

Pero la crisis también era moral. Ante las enormes dificultades que tenían para pagar sus gastos y educar a sus hijos, los tunecinos se preguntaban qué sentido tenía la democracia. Por medio de una conclusión apresurada, muchos culpaban a la revolución y la apertura política por las dificultades que padecían en la vida cotidiana, en lugar de atribuir sus padecimientos a la mala gobernanza. La esperanza de encontrar un hombre providencial y soluciones rápidas, y la necesidad de hacer que el pueblo abandonado fuera tenido en cuenta, alimentaron el surgimiento de un populismo con variantes. A los numerosos partidos políticos que ya existían vinieron a agregarse nuevas formaciones políticas.

Era un momento de posiciones radicales, con el surgimiento del partido Karama, que se situaba a la derecha de Ennahda y denunciaba la transigencia de ese histórico partido islamista, primero ante los modernistas del partido Nidaa Tounès y luego ante los de Tahya Tounès. También emergió un partido nostálgico del antiguo régimen, algo impensado ocho años antes: el Partido Desturiano Libre (PDL), creado por Abir Musi –ex secretaria general de la Agrupación Constitucional Democrática (RDC), el partido de Ben Alí–, para quien la revolución de 2011 solo era un complot urdido desde el extranjero y apoyado por tunecinos traidores a la patria. Musi encarnaba la contrarrevolución. Y finalmente, con otro registro, calificado de liberal-social, Nabil Karoui, el magnate de los medios de comunicación que se oponía firmemente al islamismo (al menos hasta 2019), se abrió paso con un discurso contra la pobreza extrema.

“El pueblo quiere”

Kais Saied, por su parte, encarnaba un populismo de ruptura con las clases políticas, las instituciones y, en un sentido más general, las élites. Pensaba que era el momento oportuno para implementar su proyecto político y que simplemente debía capitalizar los errores de sus predecesores. Sus declaraciones atraían cada vez más a los jóvenes decepcionados por una revolución que no cumplió sus promesas. Con una base cada vez más amplia, Saied realizó una campaña absolutamente singular, poco costosa, sin mítines, sin herramientas ni recursos brindados por el Estado, que se apoyó en la convicción de los jóvenes, persuadidos de que el cambio tan esperado no podía realizarse sin su ídolo. Sin programa y sin partido, solo contaban con folletos que mostraban la foto de Kais Saied y la famosa consigna: “El pueblo quiere”. Hacían hincapié en la promesa de cambio formulada por su candidato, sin un programa preciso. ¿Pero de qué tipo de cambio se trataba?

Para Saied, tenía que ver con privilegiar el cambio de conciencia a nivel individual. Y los jóvenes que hacían campaña por él subrayaban lo que les parecía importante en ese hombre: su rectitud, su probidad, su integridad y su constancia desde 2011. Aun con propuestas difusas, Saied logró establecer un lazo de confianza con quienes lo apoyaban y pensaban que su propuesta no era una utopía. Al poner en evidencia los errores de la transición, Saied fomentó la confianza mutua. De hecho, sus discursos se articulaban en torno a la necesidad de luchar contra la corrupción, denunciar la falta de obediencia de las leyes constitucionales y situar al pueblo y los jóvenes en el centro de la vida política. Saied también insistía en la neutralización de los partidos políticos y la restauración de un Estado fuerte y gobernado por un presidente que encarnara la voluntad popular.

Aunque nadie creía en ese candidato fuera de lo común, llegó a la segunda vuelta electoral y tuvo que enfrentar a Nabil Karoui, que hizo su campaña desde la cárcel, sospechado de lavado de dinero y corrupción. Para la segunda vuelta, la victoria de Kais Saied parecía inevitable, porque contó con el apoyo de otras figuras que participaron en la primera vuelta de la elección, como el socialdemócrata Moncef Marzouki, el islamista Abdelfateh Mourou, el islamista radical Seifeddine Makhlouf, del partido Karama, y el conservador Lotfi Mraihi, pero también recibió el apoyo de la izquierda, sobre todo de la corriente demócrata (Mohamed Abbou), sin olvidar a los nacionalistas árabes. Excepto algunas formaciones de izquierda y el partido nostálgico del antiguo régimen, Kais Saied fue apoyado por todos, y hasta en un primer momento obtuvo la indulgencia de Rached Ghanuchi y de Ennahda, el Partido del Renacimiento. Gracias a todo esos apoyos, el 13 de octubre de 2019, Saied ganó ampliamente la elección presidencial con el 72,71% de los votos, contra el 27,29% de su competidor, Nabil Karoui.

Un jefe de Estado con un papel limitado

Kais Saied accedió a la presidencia tras una victoria aplastante, pero se dio cuenta de que disponía de un margen de maniobra muy limitado. Como desconfiaba de los actores políticos tradicionales, eligió a sus consejeros entre sus compañeros de viaje. Sus prerrogativas eran reducidas, y tenía que lidiar con un parlamento multipartidario y potente, presidido por Rached Ghanuchi, que tenía la sensación de haber sobrevivido a lo peor y pretendía imponerse en el plano nacional e internacional. Ghanuchi no parecía tomar en serio a Kais Saied y acaparaba algunas de sus atribuciones, ejerciendo una especie de diplomacia paralela. En octubre de 2019, fue recibido en Estambul por Recep Tayyip Erdogan. Y en enero de 2020, visitó una vez más Turquía, sin que se diera a conocer el verdadero motivo de sus viajes. Hasta el propio Erdogan realizó una visita “sorpresa” a Túnez, mientras Turquía estaba aliada plenamente al Gobierno de Acuerdo Nacional de Fayez al Sarraj. La proximidad entre el jefe de Estado turco y el presidente del parlamento tunecino fue percibida como una provocación y una humillación por Kais Saied.

El tema de las prerrogativas de las tres “cabezas” del poder (presidencia, Asamblea de Representantes del Pueblo y jefe de gobierno) derivaría en una verdadera crisis política durante el invierno boreal de 2021. Kais Saied se acercó a los jóvenes y protagonistas de las protestas sociales y los alentó a reclamar, se alejó de la vida institucional y cargó contra el jefe de gobierno, a quien hizo responsable de una situación política cada vez más difícil. En enero de 2021, cuando en varios lugares del país estaba a punto de estallar la rabia social y los jóvenes que ignoraban el toque de queda instaurado para luchar contra la pandemia de coronavirus rompían fachadas y destruían comercios y automóviles para cometer saqueos, el jefe de Estado optó por diferenciarse del jefe de gobierno Hichem Mechichi, quien criminalizó a los manifestantes.

Saied también apostó a sacar provecho del deterioro de la situación institucional, negándose a que se les tomara juramento a los ministros nombrados en una reforma de gobierno y a que se promulgara una ley orgánica relativa a la instauración de la Corte Constitucional. También evitó pronunciarse sobre el desorden que reinaba en la ARP y que llevó a muchos tunecinos a exigir la disolución del órgano legislativo. La paralización de la vida política resultó muy perjudicial para la gestión de la segunda ola de Covid-19.

Apoyo de la policía y del ejército

El 25 de julio de 2021, durante una reunión en su palacio de Cartago, Kais Saied decidió suspender por treinta días las actividades del parlamento –donde el partido Ennahda desempeñaba un papel clave–, quitar la inmunidad de los diputados y destituir al primer ministro Hichem Mechichi. De ese modo, se deshizo de la ARP y de su presidente, con quien mantenía relaciones execrables, y destituyó al jefe de gobierno, con quien estaba en conflicto abierto. La ira de los tunecinos que ya sufrían los efectos de la crisis económica y social que venía a sumarse a la inacción política y a la crisis sanitaria explican el fervor que muchos de ellos expresaron al conocer la decisión del presidente, que en ese momento parecía capaz de sacar al país de la impotencia pública. Sin embargo, el escepticismo invadía a otros tunecinos, que se preguntaban cuál era el “peligro inminente” que había motivado que el jefe de Estado activara el artículo 80 de la Constitución. Según ese texto, el jefe de gobierno, el presidente de la ARP y el de la Corte Constitucional deben ser consultados en semejante circunstancia, pero ese no fue el caso, y la Corte Constitucional todavía sigue sin establecerse. ¿El meticuloso constitucionalista habría actuado por fuera de las reglas constitucionales?

Lo que más sorprende es que Kais Saied haya decretado el estado de emergencia apoyándose en la policía y el ejército, porque el respaldo de la policía al poder ejecutivo trae a la memoria la época más oscura del antiguo régimen. El ejército, por su parte, siempre se ha mantenido al margen de las decisiones políticas desde la independencia del país, en 1956, pero su participación en el juego político podría suscitar tentaciones para algunos de los altos mandos. Lo cierto es que el ejército respaldó al jefe de Estado en su acto de fuerza, sobre todo al impedir que el presidente del parlamento, Rached Ghanuchi, accediera a la ARP el 26 de julio.

El escenario político se reconfiguró, y a pesar de los apoyos que recibió el presidente Saied, Túnez, la cuna de las revoluciones árabes, parecía encaminarse al autoritarismo. Dos meses más tarde, cuando Kais Saied emitió nuevas disposiciones excepcionales que reforzaron sus poderes, ya no quedó ninguna duda sobre el rumbo que había tomado. El decreto 117 determinó que los textos legislativos se adoptaran mediante decretos leyes y fueran promulgados por el presidente de la República. El texto también señalaba que el presidente ejercía el poder ejecutivo con la asistencia de un consejo de ministros dirigido por un jefe de gobierno, y que el jefe de Estado presidía el consejo, pero podía delegar la presidencia al jefe de gobierno. El presidente también podía designar y destituir a los ministros, nombrar a los diplomáticos, efectuar designaciones en la alta función pública, y el gobierno pasaba a ser responsable ante él.

Así, se observa una fuerte presidencialización de un sistema político cuyo aspecto híbrido, decidido deliberadamente en 2014, tenía como objetivo evitar que un solo hombre acaparara el poder en perjuicio del pueblo. Kais Saied concentra todos los poderes, aunque declara que su acción está destinada a establecer “un régimen democrático donde el pueblo es definitivamente el titular de la soberanía y la fuente de los poderes, que ejerce a través de representantes elegidos o por medio del referéndum”. A través de la consulta popular digital que comenzó el 1º de enero de 2022 y que continuará hasta el 20 de marzo, Saied pone en funcionamiento su proyecto. Cree que de esa manera inyecta más democracia directa en el sistema político tunecino. La respuesta a esa consulta debería servirle de base para una revisión de la Constitución. De modo que Kais Saied ahora es el único que maneja el timón. Decretó el estado de excepción, durante el cual se suspenden las normas de derecho previstas para proteger las libertades y el funcionamiento del Estado, pero el riesgo es, naturalmente, que el estado de excepción pase a ser un modo de funcionamiento, lo que Pierre Hasner denomina “el estado de excepción permanente”.

La oposición, inexistente

Sadri Khiari escribe con razón que Kais Saied no es un actor autónomo, sino el producto de circunstancias, de relaciones de fuerza y de lógicas que lo exceden. De hecho, si bien capitaliza los errores cometidos durante la gestión de la transición política, su proyecto aprovecha también los espacios vacíos que dejaron los partidos políticos, que perdieron parcialmente sus identidades por haberse excedido en la transigencia. La trayectoria de Ennahda, el Partido del Renacimiento, es reveladora en este aspecto. El partido se construyó como una “contrasociedad”, cuya identidad estaba condicionada por el sistema de referencia religioso. Su estrategia de acercamiento a los partidos modernistas, que podía parecer contra natura, le resultó perjudicial. Por un lado, ese acercamiento no permitió elaborar un proyecto común en pos de la transición, y por otro, hizo menguar su capacidad de movilización y disipó gran parte de su base. El punto culminante de esa mutación fue el congreso de 2016, donde Rached Ghanuchi, cofundador del partido, proclamó la “reconciliación total” ante la presencia de Béji Caid Essebsi, del partido Nidaa Tounes. Ennahda se fundía entonces en una mayoría política mal definida, pero consolidaba su presencia en el paisaje político tunecino. Ante las medidas adoptadas por Saied el 25 de julio de 2021, Rached Ghanuchi se presentó como el defensor de la democracia parlamentaria, pero no pudo ir más lejos en su crítica. Por un lado, el “fenómeno Saied” se hizo realidad porque el partido creado por Ghanuchi ha sido incapaz de ofrecer soluciones a las expectativas populares. Y además, la justicia dispone de documentos que fueron disimulados en el Ministerio de Interior y que demuestran la existencia de un servicio de inteligencia paralelo que podría llevar a los abogados que trabajan en el caso a asociar a Ennahda con los asesinatos políticos de Chokri Belaid y Mohamed Brahmi en 2013.

Pero Ennahda no es un caso aislado. Cuando Saied apareció en la escena política, todos los partidos políticos se vieron confrontados a la doble cuestión de la representatividad y la pertinencia de su identidad política. A eso se le añade el hecho de que en Túnez la sociedad civil se apropió de cuestiones que deberían haber figurado en los programas de los partidos políticos. El Foro Tunecino de Derechos Económicos y Sociales (FTDES), por ejemplo, realiza análisis sobre la cuestión social, la migración y las desigualdades regionales. Las soluciones y alternativas propuestas en esos informes y publicaciones no aparecen en el programa de ningún partido político. El marco legal no permite ningún puente entre los partidos y las asociaciones. Sin embargo, aunque existen vínculos entre el FTDES y la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), no se traducen en términos de oferta política o de oposición al poder. Eso significa que la debilidad de la oposición también se debe al hecho de que existe una dificultad para pasar de la acción asociativa a la oferta política estructurada. Si bien las cuestiones sociales son analizadas en profundidad por diferentes organizaciones de la sociedad civil, no figuran en los programas políticos, no están encarnadas por figuras del mundo político ni tienen existencia y peso en una elección. Una militante de la izquierda tunecina admite: “Dentro del Frente Popular, hemos pensado mucho en la democracia participativa y en la consulta electrónica. Kais Saied lo ha hecho. Encarnó un contrapoder en el seno mismo del poder”.

Un dirigente del partido Al-Qotb confiesa: “En la izquierda no lo vimos venir, y le dejamos el terreno libre al populismo. El que encarna el discurso de la izquierda hoy es Saied, pero para su propia ventaja”. El dirigente pone como ejemplo el levantamiento de la juventud en enero de 2021 y dice que durante esas noches de disturbios sociales, la calle no era ni islamista ni partidaria del antiguo régimen: y los jóvenes actuaban en nombre de Saied, que se puso de su lado, mientras culpabilizó al primer ministro Mechichi y generó aún más dificultades entre la dirigencia de Ennahda.

De hecho, Saied no tuvo problemas para situarse del lado de la izquierda, que le parecía incondicional. Entre la primera y la segunda vuelta de la elección presidencial de 2019, casi todos los partidos de izquierda, excepto Al-Qotb y el Partido de los Trabajadores, llamaron a votar por Saied, en particular porque se oponía a Nabil Karoui, defendía un discurso antiélite y antisistema, y pretendía actuar con el pueblo y para el pueblo. Al oponerse firmemente a Ennahda, Saied tampoco tuvo problemas para ganar el apoyo del Partido Desturiano Libre. Saied fue más lejos que Abir Musi, marginó a Ennahda sin situarlo en la oposición, y puso una espada de Damocles sobre la cabeza de sus dirigentes implicados en casos de corrupción. Todos estos ejemplos demuestran que las posturas individuales y las plataformas democráticas que se han conformado en oposición a la omnipotencia de Kais Saied son muy débiles frente a un presidente que goza del apoyo de los conservadores, de muchos musulmanes, de quienes se identifican con el pueblo y de todos los que aspiran a tener un presidente fuerte en el poder.