Mundo árabe. El derecho a la vivienda bajo alta tensión

Túnez. Modernización a marchas forzadas en la ciudad de Ariana

La gentrificación se acelera en Ariana, en la periferia norte de la ciudad de Túnez. Los sectores populares son expulsados poco a poco, y sus viejas viviendas tradicionales son remplazadas por resplandecientes torres de oficinas y edificios modernos, sin ningún reparo por la historia y las costumbres de vida de las generaciones anteriores.

La imagen muestra la fachada de un edificio moderno de varios pisos, con ventanas de cristal y estructura metálica. Al lado, hay una pared de una construcción más antigua, que presenta desconchones y una textura envejecida. Se pueden ver persianas de color azul en algunas ventanas y un aire acondicionado montado en la pared. La mezcla de elementos arquitectónicos modernos y antiguos crea un contraste visual interesante, resaltando la historia y evolución del entorno urbano.

En el centro histórico de Ariana, a pocos metros del mausoleo de Sidi Ammar, el santo patrono de la ciudad, se alinean casas construidas a la antigua, con un patio central y un piso superior denominado tradicionalmente “Al-Ali”. Con el tiempo, algunas de esas casas han sido vendidas y transformadas en edificios modernos de varios pisos, mientras que otras todavía resisten al derrumbe o a los proyectos de reconversión. El aumento galopante de los precios inmobiliarios en el barrio aceleró la gentrificación.

Mehreziya vivió más de sesenta años en una de esas casas. Tenía apenas unos treinta años cuando se mudó allí. Pero ahora la señora mayor se encuentra en la calle. Los nuevos propietarios del lugar la expulsaron hace un mes. Sus pocos bienes –su ropa, sus viejos recuerdos– quedaron amontonados dentro de la casa, y ella se quedó en la calle. Su sobrina, la activista Rania Majdoub, pasó toda su infancia en esa casa, ahora vedada. A Rania la acompaña su otra tía, Sarrah, ambas movilizadas para defender los derechos de su familiar.

Actualmente, Mehreziya se aloja en la casa de una de sus hijas, a un cuarto de hora de su antigua casa, en un barrio construido hace poco tiempo. La casa parece moderna, con un pequeño jardín en la entrada. La señora mayor, acostada en un banco de madera, evoca tristemente sus recuerdos de la casa de la que fue expulsada.

Me mudé a la casa frente a Sidi Amar en 1961. Antes vivía en la ciudad de Túnez, en el barrio de Lafayette. Me gustaba mucho ese lugar, pero después tuvimos que mudarnos a Kairuán, por el trabajo de mi esposo, que era chofer de los vehículos de un cine itinerante. Después volvimos a la capital, y mi marido me dijo que nos instalaríamos en Ariana. Al principio no me gustaba el lugar, pero hasta mi expulsión, nunca más dejé la casa.

“¿Dónde estás, Sidi Amar?”

Con un hilo de voz entrecortado por la emoción, la abuela tararea fragmentos de una vieja canción escrita por Ali Riahi para la artista Fethia Khairi. La letra del estribillo ensalza el aire revitalizante de Ariana y las propiedades de las aguas de sus fuentes. Mehreziya recuerda el mausoleo, que todos los años recibe a mujeres que destilan agua de rosas y flores de azahar. Mientras levanta los ojos hacia el cielo raso, invoca al santo patrón de la ciudad: “¿Dónde estás, Sidi Amar?”

Durante unos minutos, Mehreziya habla sin interrupción de la propietaria de la casa que ella alquilaba y de los vecinos judíos con los que compartía el alquiler antes de convertirse en la única inquilina de la propiedad. Después recuerda las paredes del mausoleo, que exhibían imágenes de la epopeya de Habib Burguiba y la construcción del país antes de que esas representaciones fueran borradas. Mehreziya habla de sus hijos, uno de los cuales padece ceguera, y se alude tiernamente a la piel morena de su otro hijo. Asediada por los recuerdos, la señora mayor recuerda su proximidad con la cantante Oulaya y sus relaciones con la esposa del fallecido violinista Ridha Kalai.

Le da mucha alegría relatar la visita a su casa de los antiguos ministros Chedly Klibi y Mohamed Masmoudi. Su shakshuka, un plato popular y muy condimentado, había sido particularmente apreciado por los ilustres visitantes, asegura Mehreziya. Y relata con orgullo que su marido fue chofer de artistas célebres como Fahd Ballan, Farid El Atrache, Laure Daccache, Abdelhalim Hafez, Fairuz y Myriam Makeba durante sus giras por Túnez.

El día que retransmitieron un concierto de Umm Kalzum, Mehreziya sacó el televisor a la calle para compartir el espectáculo con los vecinos y los transeúntes. “Fue una jornada de alegría, todos bailaban frente a mi casa”, recuerda. “Las mujeres que iban al mercado de Ariana pasaban a verme para tomarse un descanso. Yo solía preparar unos platos de comida para los transeúntes y los pobres. En 1984, abrí la puerta de mi casa para los perseguidos por la policía durante la revuelta del pan”.

Pero la señora se pone a llorar cuando relata su expulsión:

Eran las 6 de la mañana. Yo dormía en una habitación, y mis hijos estaban en la otra. Los policías irrumpieron en el lugar y primero expulsaron a los nenes, antes de hacer lo mismo con el resto de la familia. Mi casa era un caos, y yo temía que rompieran mis cosas.

La partida forzada le reaviva dolores antiguos:

Hace tiempo que no voy al barrio de Lafayette, donde viví durante años. Me gustaba mucho ese lugar y me dio mucha pena irme de ahí y dejar a mis amigos italianos. Ahí conocí a la artista Naâma. Me ocupaba de sus hijos cuando ella brindaba sus espectáculos. Pero preferiría no haber vivido en la ciudad de Ariana.

La abuela llora cuando se acuerda de la humillación que le hizo sentir el gobernador de la localidad cuando fue a quejarse por su expulsión : “Al principio me prometió que encontraría una solución. Después me amenazó con internarme en un hospicio para ancianos. Este Estado es igual que Israel”.

Demolición de la memoria

Los inversores apuntan a adquirir propiedades viejas para demolerlas y en su lugar construir edificios de varios pisos, que en el barrio ya ha pasado a ser una práctica extendida. Así, por ejemplo, una casa enfrente de la de Meherziya fue vendida antes de ser demolida y remplazada por un edificio con una fachada resplandeciente. Y en el mismo barrio, la casa de la emblemática cantante tunecina Oulaya le cedió su lugar a un edificio nuevo.

De este modo, los recuerdos de muchos habitantes de Ariana quedan sepultados bajo los escombros. Y los propietarios no hacen nada para salvar a sus casas del deterioro. Así intentan recuperar los terrenos sobre los que están construidas sus propiedades evitando el proceso de expulsión de los antiguos inquilinos, que con frecuencia residen en las viviendas desde hace largos años.

No queda mucho de la vieja ciudad de Ariana, de una fuerte tradición rural y con una historia que remonta al siglo XIII. Los nuevos edificios residenciales y comerciales desfiguraron la ciudad.

Según el sociólogo Foued Ghorbali, el Estado adoptó una lógica de limpieza de la población rural orientada a proteger las características de la ciudad moderna. Para Ghorbali, el Estado llevó adelante su lógica de depuración en los barrios más viejos. El sociólogo lamenta que la mayor parte de las ciudades tunecinas hayan sido construidas negando su dimensión demográfica, y sin siquiera tomar en cuenta algunos valores. Ghorbali señala que esas ciudades se basan en la sociedad de consumo y el individualismo, y que el individuo mismo está rodeado de oficinas y de edificios comerciales.

Los habitantes del campo han sido cercados para que no afecten a las zonas urbanas, y los ricos atraviesan las fronteras residenciales de los pobres para construir edificios de varios pisos. Esos barrios pobres quedan rodeados y sus habitantes sin forzados a vivir un modo de vida que les es impuesto, dice Ghorbali. “La disposición del espacio público crea violencia contra las mujeres, y la ciudad, con su forma consumista e individualista, abre posibilidades de discriminación contra las mujeres y contra el individuo en general”, señala Ghorbali.

Las ciudades tunecinas se apoyan en una planificación urbana basada en consideraciones económicas, dejando de lado cualquier tipo de consideración social y cultural. “Después de haber sido despojados de su territorio de origen y de su memoria, los habitantes de las ciudades más antiguas sienten una profunda alienación”, concluye el sociólogo.

Los habitantes “despojados de su memoria”, según las palabras del investigador, sintieron un enorme dolor tras las expulsiones del Estado o de los propietarios privados. Así, Meherziya dice que padeció un gran dolor al tener que abandonar a sus vecinos y a sus viejos conocidos del mercado popular pegado a su casa. Aunque era modesta, la casa encerraba todos sus recuerdos. Su nieta Rania Majdoub lamenta que el Estado no haya intervenido para evitar que una mujer mayor quedara en la calle, en un contexto marcado por una grave epidemia.

Inacción de las autoridades locales

Las autoridades locales, por su parte, no parecen estar dispuestas a ayudar a los grupos vulnerables en caso de expulsión de su domicilio. El blog Nawaat no pudo comunicarse con el intendente de Ariana, Fadhel Moussa, que dio la orden de dispersar el sit-in organizado en apoyo a Meherziya escudándose en la “ocupación ilegal de la acera pública”. Según la encargada de información de la municipalidad, el servicio social de la intendencia no cuenta con un presupuesto destinado a las mujeres, los ancianos, los niños y los discapacitados susceptibles de ser expulsados de su vivienda. El tratamiento de esos casos no forma parte de las prerrogativas de la municipalidad, pero podría corresponderle a la gobernación, señaló la encargada. Sana Ben Achour, expresidenta de la Asociación Tunecina de Mujeres Demócratas, que actualmente dirige la asociación Beity, critica con dureza las leyes que rigen la vivienda en Túnez. Ben Achour declaró a Nawaat que las leyes no han sido enmendadas para tratar casos humanitarios como el de Meherziya. “Las leyes deberían regir las relaciones para mejorarlas, no para avivar las tensiones”, recalca.

La expulsión de una mujer mayor de su vivienda en época de epidemia es un crimen del cual el Estado es cómplice, repite Ben Achour.

La ley tunecina les garantiza a los inquilinos el derecho a quedarse. Pero para eso es necesario que puedan acreditar su condición de inquilinos. Ahora bien, desde 2009, el propietario de la casa donde vivía Meherziya no quiso cobrar el alquiler. De ese modo, la señora perdió su condición de inquilina, y por lo tanto ahora se encuentra privada del derecho a quedarse en la vivienda.

Sanaa Ben Achour dice oponerse firmemente a esa ley. Y agrega:

La buena fe debería bastar para que los sectores vulnerables o las personas en situación crítica puedan gozar de ese derecho. Meherziya debe poder gozar de ese derecho, porque es una mujer mayor. La autoridad local debe protegerla y evitar que se convierta en una sintecho.

Sin embargo, la crisis habitacional golpea de lleno a las mujeres. “Muchas mujeres tunecinas son despojadas de sus bienes y expoliadas por sus hermanos de su herencia, en particular cuando se trata de una vivienda. Por eso la asociación solicitó en su informe la promulgación de leyes que otorguen el derecho a una vivienda decente para las mujeres víctimas de violencia conyugal”, señala Ben Achour. Y concluye:

En Túnez, las mujeres y las personas mayores están protegidas por leyes. Nuestro país ratificó sin reservas el pacto internacional relativo a los derechos económicos, sociales y culturales. El artículo 21 de la Constitución tunecina dispone que el Estado debe garantizar a sus ciudadanos condiciones de vida decentes. Por lo tanto, el Estado está obligado a proteger esos derechos.

Pero todavía falta que, de una buena vez por todas, los artículos constitucionales promulgados hace siete años sean respetados en la práctica.