Historia

Turquía - Grecia. Un siglo del intercambio de poblaciones o la construcción forzada de una identidad nacional

Hace un siglo, en virtud del Tratado de Lausana, los cristianos turcos se vieron obligados a exiliarse a Grecia, mientras que los musulmanes griegos se vieron igualmente forzados a desembarcar en las costas turcas. Las asociaciones intentan mantener vivo el recuerdo de esta minoría, cuyo desplazamiento contribuyó a la construcción de la identidad nacional turca.

La imagen muestra un puerto animado en un contexto histórico, con un barco de madera cargado de bultos y barriles en primer plano. Un grupo de personas, posiblemente trabajadores o comerciantes, está de pie sobre la embarcación. Al fondo, se puede ver una serie de edificios y una muralla de piedra que se eleva, sugiriendo la presencia de una ciudad costera. La escena tiene un aspecto antiguo, lo que sugiere que fue tomada en una época pasada, posiblemente a finales del siglo XIX o principios del XX. Las actividades portuarias y el diseño arquitectónico transmiten una sensación de vida cotidiana en el puerto.
Musulmanes griegos listos para abandonar Grecia en dirección a Turquía, 1923
Colección Pierre De Gigord/Proteus NY INC y Proteas

La abuela de Gamze Selvi recorrió a pie hasta en dos ocasiones la costa de Balıkesir, una extensión de más de cien kilómetros de la costa turca, buscando con su familia un lugar donde asentarse. Era 1923 y Donma, ya fallecida, llegó a Turquía en barco desde la isla griega de Creta, como parte del intercambio de población pactado entre Atenas y Ankara, un acuerdo que cumple un siglo. “Ella tenía cinco años cuando vino. Recordaba el trayecto en barco. Iban con sus padres y su hermano. Recordaba el miedo de toda la gente, los gritos, los pisotones. Creían que iban a matarlos los turcos”, explica Selvi. “Una niña murió de frío en el barco y la tiraron al mar. Mi abuela recordaba que querían darle el juguete de la fallecida y ella lo rechazó. Desde entonces nunca le gustaron los muñecos”, describe.

Conocido como “Mübadele” en turco, el intercambio de poblaciones de minorías religiosas formó parte del Tratado de Lausana, que puso fin a la guerra greco-turca (1919-1922) y delimitó las fronteras de la Turquía moderna. El pacto supuso uno de los mayores intercambios de población de la historia. Así, más de un millón de cristianos ortodoxos nacidos en Turquía y medio millón de musulmanes nacidos en Grecia fueron arrancados de sus tierras, donde habían vivido durante generaciones, y fueron reasentados más allá de sus fronteras. Sin la posibilidad de escoger, perdieron su ciudadanía de un día para otro y obtuvieron una nueva en el país vecino. El método para determinar quién era “griego” o “turco” se centró en la religión, provocando un traslado de cristianos de habla turca y musulmanes de habla griega a un país nuevo donde en muchas ocasiones, no podían comunicarse con sus compatriotas. Ciudades griegas como Tesalónica, Creta, Kos, Kavala o Drama, donde cohabitaron cristianos y musulmanes durante siglos, quedaron libres de éstos últimos. Mientras, en la costa del Mar Egeo y Mármara, quedó apenas rastro de los miles de cristianos ortodoxos que habitaban esas tierras. Por encima de esta categorización sobrevolaba la idea de que cristianos y musulmanes no podían seguir viviendo juntos.

“¿Por qué venís aquí ?"

La medida fue descrita como un intento de evitar masacres de las minorías tras la confrontación bélica. Sin embargo, también buscaba la homogeneización de la población de ambos países y tuvo un impacto en la formación de la identidad nacional y cultura de ambos.

“¿Por qué venís aquí si sois turcos? Le decían los griegos a mis abuelos. Atenas les gustó desde el principio pero era una ciudad muy hostil”, explica Elena Thea, cuyos abuelos nacieron en la ciudad turca de Kırklareli, en el noroeste del país. “Tardaron más de quince años en poder tener una vida digna a nivel económico. Vivían en un barrio a las afueras de Atenas y solo se juntaban con otros expatriados”, describe.

Adnan Kavur dirige una asociación de cretenses en Esmirna, donde investigan la historia y cultura de su población. “Nadie quería casarse con las mujeres musulmanas que venían de Grecia. Al inicio la comunidad sobrevivía ayudándose entre ellos, se casaban entre ellos y se cuidaban los hijos”, describe. “En cuánto pudieron aprendieron turco y no volvieron a hablar griego. Les daba miedo que la policía les parara por la calle y les pidiera identificarse, aunque oficialmente eran ciudadanos turcos”.

Kavur describe que el primer barco que llegó a Esmirna desde Creta el 3 de diciembre de 1923 “partió con 1.027 personas y llegaron 1.028. Kemal Kuru nació en el barco y así lo especificaba su carné de identidad”. Y añade: “Sus padres fueron primero a Ayvalik pero no encontraron trabajo, de ahí llegaron caminando a Esmirna, donde empezaron a trabajar en el campo, como la mayoría de musulmanes de origen griego”.

En su asociación estudian la contribución a la cultura de Esmirna de los que llegaron de Creta hace cien años. “Las mujeres en particular levantaron a la población. Desarrollaron un montón de recetas a base de plantas que encontraban en la calle porque no tenían dinero. Ahora forman parte de la cocina de la región del Egeo”, explica Kavur.

Moldear la identidad nacional

Este traslado forzoso de población a gran escala basado en gran medida en factores religiosos, contribuyó a moldear la idea de nación turca, dejando fuera a las minorías que no cumplían el estereotipo de ciudadano turco y musulmán: como los kurdos, los armenios o los alevíes. Estambul y la región griega de Tracia quedaron fuera del pacto. Gran parte de la población griega de Estambul huyó de la ciudad tras los pogromos de 1955, mientras que en Tracia continúa viviendo una minoría musulmana, cuyos derechos reivindica constantemente el Gobierno turco.

Para Asli Igsiz, profesora en la Universidad de Nueva York que estudia el intercambio de población turco-griega, este intento de crear Estados homogéneos fue un error desde el inicio porque la población trasladada no era uniforme. “Los musulmanes que llegaron a Turquía eran muy diversos. En Creta por ejemplo había venecianos que se convirtieron al islam para evadir los impuestos que el Imperio Otomano imponía a otras religiones”, explica. “No se habla de este tema. ¿Será por la forma cómo se imagina, se piensa y se crea el Estado? La idea de que la identidad de la nación turca es un techo y por debajo de éste todas las diferencias se mezclan en un crisol”.

“Mi familia es originaria de Macedonia, era una familia cristiana ortodoxa. Se mudaron a Creta cuando entró a formar parte del Imperio Otomano y mi familia se convirtió al islam”, explica Kavur. “Por eso nos trasladaron a Esmirna. Parte de mi familia no se convirtió y sigue viviendo en Creta. Hace unos años los encontré y conocí a sus bisnietos”, detalla.

Asimilación forzosa

Igsiz señala que la población llegó a Turquía al mismo tiempo en el que se estaba formando la identidad nacional del país y que durante las primeras décadas la cuestión del intercambio era tabú. “Creo que había cierta ansiedad entre ellos, por supuesto no puedo generalizar, para demostrar que podían integrarse en el tejido nacionalista turco”, describe. Esta característica se puede apreciar en las decenas de asociaciones culturales de “Mübadele” en Turquía, en la que muchos de sus miembros reivindican la figura de Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la República de Turquía y se definen como “patriotas”, al margen de explorar su pasado familiar en Grecia.

El historiador Onur Yildirim señaló que la religión como criterio principal del intercambio era “incompatible con la visión secular” de la Constitución turca y fue desacreditada como base “para la unidad nacional”. En cambio se intentó crear una idea de identitdad turca. “Este imaginario e imposición de la identidad nacional unificaría a las poblaciones por encima de su pertenencia étnica y territorial, excluyendo de esta narrativa otros sucesos históricos”, describe.

Debido a las características del intercambio, la población se consideró ciudadana de Turquía o Grecia en cuánto pisaron el país, quedando exentos de ayudas que a día de hoy se considerarían imprescindibles para una población refugiada. Durante décadas, esta población se consideró mano de obra barata para relanzar la economía de ambos países. “Pese al rechazo inicial de la población local, a ojos del Gobierno eran ciudadanos turcos. Hay una frase atribuida a Atatürk que decía: ‘les hablarás en turco, quizás te respondan en griego, pero os aseguro que las futuras generaciones, aunque les habléis en griego, responderán en turco”, señala Igsiz. “Era un proyecto para encontrar una base nacional. Eran refugiados pero no por definición. Eran ciudadanos turcos”, detalla.

La narrativa nacional sobre el intercambio también ha marcado las relaciones entre Turquía y Grecia. Atenas lo veía como una tragedia colectiva y el último evento tras perder su idea de “Asia Menor”, mientras que Ankara lo interpretaba como un evento más del proceso de creación nacional. El vaivén en las relaciones entre ambos países -con la disputa de Chipre, la presencia militar en las islas limítrofes o la exploración de gas turca- ha perpetuado un cierto distanciamiento y rechazo entre ambos pueblos. Para Adnan Kavur, la relación entre turcos y griegos es mucho más cercana que las relaciones diplomáticas entre ambos países. “Yo soy de Creta y soy turco. No tenemos ningún problema con Grecia. Somos el mismo pueblo. Comemos lo mismo, nuestra cultura es la misma, nuestra gente también. Nosotros hablamos turco y ellos griego”, explica. “De acuerdo, ahora tenemos religiones distintas, pero cuando piso Grecia me siento como en casa. Nunca he visto a un enemigo”.