Ciudadanía, nacionalidad, religión. ¿Quiénes son las “minorías” en Israel?

En 1959, llega a Israel el judío polaco Shmouel Oswald Rufeisen. También es… un sacerdote católico que se había convertido al cristianismo durante la Segunda Guerra Mundial, donde actuó heroicamente en Polonia rescatando a los judíos de la persecución nazi. Rufeisen se presenta como “monje católico y judío”, dice ser cristiano de religión y judío de “nacionalidad”. El término “nacionalidad” debe entenderse aquí en su acepción predominante en Europa Oriental desde el siglo XIX: la “nacionalidad” no está relacionada con la ciudadanía, sino que refiere al grupo étnico de origen. Se podía ser ciudadano de los imperios austrohúngaro o zarista y tener nacionalidad rutena, kazaja, alemana, judía, etc.1. En virtud de una ley de 1950 que otorgaba automáticamente la ciudadanía israelí a cualquier judío que lo solicitara, Rufeisen pidió gozar del “derecho de retorno”. Pero se lo denegaron. Entonces Rufeisen se presentó ante la Corte Suprema, pero perdió otra vez. “Cualquier judío que se convierte a otra religión pierde su acceso preferencial a la ciudadanía israelí”, determinó la Corte. El padre Daniel luego fundaría una comunidad de Santiago en Haifa.

Ese proceso judicial, que hoy ha quedado en el olvido, es revelador por varios motivos. En primer lugar, porque dice mucho de la relación de Israel con la judeidad: un judío solo tiene una identidad unívoca, donde nacionalidad y religión se vuelven una sola cosa. El caso también es revelador por el tipo de nacionalismo que promueve. En Europa del Este, donde nació el sionismo, los judíos eran los más oprimidos y discriminados de todos. Muchos de los que luchaban por su emancipación se volcaron hacia una de las versiones del socialismo. Pero otros optaron por un nacionalismo comparable al de otros pueblos: un nacionalismo etnicista. El sionismo adhirió a él desde su origen. Ciento veinte años más tarde, este tipo de nacionalismo logró la aprobación de la ley fundamental “Israel como el Estado-nación del pueblo judío”, que inscribe en el derecho fundamental israelí la existencia de dos categorías: los ciudadanos que gozan de la totalidad de los derechos (los judíos) y aquellos que están parcialmente privados de ellos, los no judíos, es decir, los palestinos de Israel, que representan sin embargo el 21% de la población.

MUSULMANES, CRISTIANOS, CHERKESES, DRUSOS

En consecuencia, el estatus individual otorgado por los gobernantes de Israel desde su creación se basaba en la inserción de tres nociones diferentes en los papeles administrativos (documento de identidad y estado civil): la ciudadanía, la nacionalidad (en el sentido de etnicidad) y el culto. La conjunción de los tres elementos permitía aligerar el peso de la ciudadanía. Y presentaba otras ventajas: unía a los judíos israelíes con una identidad común –todos son ciudadanos de Israel y judíos de nacionalidad y de religión– y dividía a los otros –que también eran israelíes– en múltiples identidades: estaban separados en árabes y no árabes –los de origen cherkés (circasiano), por ejemplo, que son musulmanes pero no árabes– o entre musulmanes y cristianos. Además, permitía diferenciar el estatus de poblaciones árabes específicas: los beduinos, los drusos y otras poblaciones de menor importancia (los armenios, por ejemplo).

Así, la concepción etnicista permitió que durante décadas el Estado se refiriera a un grupo presuntamente coherente, los judíos israelíes, y a otros que supuestamente carecían de identidad colectiva, designados con el vocablo de “minorías” (la población judía decía simplemente “los árabes”). En Israel, durante mucho tiempo existió un “ministro de las Minorías”. Los palestinos, por su parte, “no existían”, al igual que la identidad nacional palestina. Esta ficción discursiva duró 40 años. Empezó a desgastarse en 1987, con la primera intifada palestina. El proceso se intensificó seis años más tarde, con los Acuerdos de Oslo, donde Israel y la Organización de Liberación de Palestina se “reconoc[ían] mutuamente”. Hoy en día, el término “palestinos” es de uso común en Israel, aunque todavía lo rechaza la extrema derecha.

Desde entonces, ha habido modificaciones. La religión siempre figuró en los registros del estado civil, pero la referencia a la nacionalidad fue retirada de los documentos de identidad en 2002 por un ministro de Interior ultrarreligioso que se negó a otorgar la calidad de “judío” a las personas convertidas por rabinos no “ortodoxos” (ultraconservadores). Pero aun en ese caso, en los registros del estado civil se sigue inscribiendo la nacionalidad-etnicidad. A pesar de que en Israel ahora es frecuente la utilización de términos colectivos como “árabes israelíes” o “palestinos de Israel”, en la administración pública se sigue empleando la vieja nomenclatura para hablar de ellos.

1La naciente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas siguió esa visión. Tras la Revolución de 1917, Lenin otorgó una “nacionalidad” a numerosos pueblos de la Rusia soviética, incluidos los judíos.