¿Cuáles son las minorías étnico-religiosas en Irán?

A pesar de lo que se piensa, la mayor parte de los iraníes no son persas. Según una encuesta realizada en 2002 por el Centro de Estadísticas de Irán y el equipo del CNRS-Mundo Iraní, la etnia persa solo constituye una mayoría relativa, es decir, aproximadamente el 46% de la población. El persa tampoco es la única lengua hablada en Irán: un quinto de la población, por ejemplo, es turcoparlante, y el 3,5% es arabohablante. Pero con la urbanización y las migraciones, el bilingüismo se generalizó y todo el mundo habla persa, incluso en las zonas rurales.

En efecto, en el país hay numerosas etnias, como azeríes (16% de la población), kurdos (10%, en el noroeste), baluchis (sudeste), árabes (sudoeste), turcomanos (noreste) y armenios (noroeste). Se trata de una diversidad étnica que sin embargo nunca puso en cuestión la unidad política.

A esas minorías étnicas se superponen y se suman minorías religiosas, cuya cantidad sin embargo decrece desde hace algunos años. En este país, oficialmente chií, se estima que hay 300.000 cristianos, entre 30.000 y 35.000 zoroastristas, 20.000 judíos, y entre un 10 y un 15% de la población es suní, procedente de las minorías árabe, baluchi y kurda, arraigadas principalmente en el sur del país. Los zoroastristas practican la religión histórica del Imperio persa, cuyas fiestas sigue celebrando el conjunto de la población, como Noruz, el Año Nuevo persa; Yalda, la noche del 21 de diciembre que celebra el nacimiento del dios sol, e incluso Chaharshanbe, la fiesta del fuego. En Irán también hay 300.000 bahaíes, que practican una religión monoteísta esotérica fundada a mediados del siglo XIX y no reconocida por el Estado.

Desde los Pahleví

La marginación de las etnias no persas fue una consecuencia del discurso nacionalista persa que la dinastía Pahlaví (1925-1979) erigió como doctrina de Estado. Con la Revolución islámica de 1979, la identidad nacional adquirió una dimensión religiosa. La nueva Constitución proclama el islam chií duodecimano “religión oficial”, excluyendo de facto aproximadamente al 15% de la población y marginando por partida doble a quienes pertenecen al mismo tiempo a una minoría étnica y religiosa.

Sin embargo, reconoce a algunas minorías religiosas como los zoroastristas y la “gente del libro”, es decir, los judíos, los cristianos y los otros musulmanes. Esas minorías disponen de una relativa libertad de culto –en Isfahán, por ejemplo, hay un barrio armenio; también está Oudlajan, el barrio judío de Teherán, y en todo el país hay numerosas iglesias o templos– y su estatuto personal y su escolaridad pueden ser confesionales. También tienen una cierta cantidad de escaños reservados en el Parlamento (2 para los cristianos armenios, uno para los cristianos asirios, uno para los judíos y uno para los zoroastristas). Las comunidades no reconocidas, como los bahaíes, padecen una fuerte discriminación, y no gozan ni de subvenciones del gobierno ni del derecho a la herencia.

Minorías y manifestaciones

Si las minorías étnico-religiosas iraníes están presentes en las manifestaciones –como las de noviembre de 2019 contra el aumento del precio del combustible, o incluso las del Juzestán (sur del país) entre 2003 y 2006– se debe principalmente a su marginación política y socioeconómica. Esas comunidades, ignoradas en los programas políticos de los sucesivos presidentes y víctimas de un giro represivo con el presidente Mahmud Ahmadineyad (2005-2013), viven con frecuencia en las periferias (norte, sur, provincias meridionales), que son también las regiones más desfavorecidas. Pero sus revueltas son denunciadas de inmediato por Teherán como tentativas de secesión, sostenidas por “agentes del exterior”, como Arabia Saudita, sospechada de apoyar las reivindicaciones de los baluchis suníes.

Esa misma retórica fue empleada durante las manifestaciones de 2019 para denunciar a la oposición kurda, acusada de ser funcional a los Estados Unidos o a Israel. Según un informe de Amnesty International, más de la mitad de las víctimas se registraron en las regiones kurdas, lo que revela el temor del régimen de ver a los kurdos convertidos en líderes de las protestas, en un contexto regional marcado por tentativas autonomistas, como en el Rojava sirio.