Egipto. La revolución perdida del 25 de enero de 2011

Once días después de la renuncia de Zine El Abidine Ben Ali en Túnez, y a pesar del estado de emergencia en vigor desde 1981 en Egipto, varias asociaciones egipcias llaman a salir a la calle. Bajo la consigna “Pan, libertad y justicia social” (‘Aich, horreya, ‘adala egtima’iya), al principio los manifestantes reclaman más derechos económicos, sociales y políticos. Pero enseguida pasan a exigir la caída del régimen de Hosni Mubarak, instalado en el poder desde hace casi 30 años.

Fecha simbólica

Al contrario de lo sucedido en Túnez, el inicio de la revolución egipcia no es espontáneo. La fecha del 25 de enero es simbólica: es el Día de la Policía, en homenaje a las fuerzas del orden que en 1952 enfrentaron a las tropas de ocupación británicas. Cincuenta y nueve años más tarde, la policía había pasado a ser el símbolo de la represión del régimen. Su violencia había quedado plasmada con el caso de Khaled Saïd, que murió asesinado a golpes por dos policías en Alejandría en junio de 2010. Su comité de defensa, “Todos somos Khaled Saïd” (Kollena Khaled Saïd), así como el movimiento “Kefaya” (Basta), formado en 2004, e incluso el Movimiento Joven 6 de abril, constituido tras las huelgas obreras de 2008, firman la convocatoria del 25 de enero. Los manifestantes denuncian el Estado policial, así como la política económica neoliberal del régimen de Mubarak.

La ola de revueltas sacude a todo el país. En El Cairo, los manifestantes acampan día y noche en la Plaza Tahrir. Cuentan con el apoyo de los ultras (“barrabravas”) –hinchas de fútbol organizados y acostumbrados a los enfrentamientos con la policía–, que los apoyan sobre todo en la lucha contra los baltagiya, los bandidos a sueldo del poder.

“El pueblo y el ejército son uno”

El 11 de febrero de 2011, abandonado por el ejército, que no apreciaba que los allegados del presidente le disputaran la economía del país, Mubarak renuncia a su cargo. Los manifestantes cantan “El pueblo y el ejército son uno” (Echa’b wel guich, id wahda), mientras que el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) anuncia que se hará cargo de la transición hasta las próximas elecciones legislativas y presidencial. Pero el Estado profundo sigue en su lugar.

La luna de miel durará poco tiempo. Vuelven a surgir tensiones entre el ejército y los civiles, que temen un régimen militar. Prueba de ello son los acontecimientos de Maspero, sede de la televisión oficial, donde el 9 de octubre de 2011 reprimen a una multitud de manifestantes. El saldo será de 25 muertos y más de 300 heridos.

Las elecciones legislativas se celebran entre fines de noviembre y mediados de enero de 2012. La alianza de los Hermanos Musulmanes, clandestina bajo Mubarak pero bien implantada en la sociedad gracias a su red de caridad, funda el Partido Libertad y Justicia (PLJ), que obtiene el 47% de los votos.

El primer presidente civil… e islamista

El PLJ presenta a Mohamed Morsi para la elección presidencial de mayo de 2012. En la segunda vuelta electoral, Morsi enfrenta a Ahmed Shafik, general y último primer ministro de Mubarak, y obtiene un triunfo ajustado, con el 51% de los votos, gracias al apoyo de parte de la izquierda y de los liberales.

Pero los Hermanos Musulmanes tienen dificultades para consolidar su base política, sobre todo porque no buscan mantener las alianzas que a Mohamed Morsi le aseguraron la victoria. Se topan con la resistencia de los militares y del sector jurídico, y con la hostilidad de la mayoría de los medios de comunicación. A los militares les conceden una amplia autonomía, sobre todo financiera, aunque en agosto de 2012, Morsi destituye al mariscal Tantawi, jefe del CSFA, para nombrar en su lugar a un tal Abdel Fattah al-Sisi. Con los magistrados se genera una disputa, y el presidente es acusado de querer eliminar cualquier contrapoder y de “hermanizar el Estado”.

La aguda crisis económica y las penurias alimentan el descontento de la población. Las manifestaciones se reanudan, con violentos enfrentamientos entre pro y anti islamistas, y culminan con el llamado del 30 de junio de 2013 a destituir a Morsi. Si bien esa manifestación refleja el rechazo hacia los islamistas, también es el resultado de la manipulación del Estado profundo.

Regreso de los militares

Esta vez, el ejército le impone un ultimátum al presidente y le ordena plegarse a “la voluntad popular”. El 1º de julio, Morsi es destituido y arrestado. Contra sus partidarios se desata una ola de represión terrible, sobre todo en la plaza Rabaa al-Adawiya, donde el 14 de agosto son masacrados más de 800 de sus seguidores. La hermandad se disuelve y sus miembros son detenidos y juzgados de manera expeditiva. Algunos reciben pena de muerte.

Al-Sisi se pone al mando del país. La alianza que se había forjado el 30 de junio se desintegra. Desde entonces, se prohíbe cualquier voz disonante, ya sea de periodistas, de artistas o de militantes de los derechos humanos.