Una guerra israelí perpetua

Israel-Irán, una carrera hacia el abismo

Una nueva conflagración entre Israel e Irán parece inevitable, y tal vez muy cercana. Los europeos eligieron alinearse deliberadamente con los halcones de la administración Trump en el litigio nuclear, con el riesgo de ser arrastrados a un conflicto significativo e incontrolable. Análisis.

A woman walks past two posters stating "Killed by Netanyahu," with flags nearby.
Teherán, 21 de junio de 2025. Una joven iraní lleva una bandera nacional y pasa frente a afiches que representan los retratos de excomandantes militares de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica asesinados durante ataques israelíes en junio de 2025.
Morteza Nikoubazl / NurPhoto / NurPhoto vía AFP

¿Israel se va a lanzar a otra guerra contra Irán? Teherán prevé el ataque y se prepara. Durante la última guerra, en junio de 2025, apostó a un conflicto a largo plazo y programó sus ataques de misiles con vistas a un conflicto prolongado. Pero para el próximo round, no se excluye que Irán ataque de manera decisiva desde el comienzo de las hostilidades con el objetivo de disipar cualquier idea de que pueda ser sometido a una dominación militar de Israel.

Así, la guerra que vendrá será probablemente mucho más sangrienta que la primera. Si el presidente estadounidense, Donald Trump, cede nuevamente a la presión de Tel Aviv y se involucra en el combate, Estados Unidos podría afrontar una guerra total contra Irán. La invasión de Irak, en 2003, pasaría a ser, en comparación, apenas como un paseo…

La guerra de los 12 días, en junio, nunca estuvo vinculada exclusivamente con el programa nuclear iraní. Fue, más bien, un intento de modificar el equilibrio de fuerzas en Oriente Próximo, porque, desde luego, las capacidades nucleares iraníes eran un factor importante, pero no decisivo. Desde hace más de 20 años, Israel presiona a Estados Unidos para que intervenga militarmente contra Irán para debilitar y restablecer un equilibrio regional que lo favorezca y que Israel no podría lograr solo.

Una guerra sin vencedor

En este contexto, los bombardeos israelíes, además de debilitar la infraestructura nuclear iraní, tenían tres objetivos principales: arrastrar a Estados Unidos a un conflicto militar directo con Irán, decapitar al régimen iraní y transformar a Irán en una nueva Siria o Líbano, países que Israel puede bombardear con total impunidad y sin ninguna reacción estadounidense. De los tres objetivos, solo se logró uno solo. Peor, Trump no “aniquiló” el programa nuclear iraní. Y la República Islámica no cayó en un punto tal que la cuestión pudiera ser considerada como resuelta.

En otras palabras, al atacar Irán en junio, Tel Aviv solo se llevó, en el mejor de los casos, una victoria parcial. Israel habría preferido que Trump se involucrara plenamente atacando a la vez las fuerzas convencionales y la infraestructura económica de Irán. Pero si bien Trump estaba a favor de una operación militar relámpago y decisiva, temía una guerra total. Su estrategia, que apuntaba a bombardear las instalaciones nucleares iraníes, tenía como objetivo limitar cualquier escalada antes que amplificarla. A corto plazo, Donald Trump triunfó –para disgusto de Israel– pero, a largo plazo, dejó que Israel lo hiciera caer en un ciclo de escalada militar.

Su negativa a atacar más allá de una campaña limitada de bombardeos es una de las razones por las cuales Israel aceptó un alto el fuego. A medida que la guerra se prolongaba, Israel sufría importantes bajas: su defensa aérea se deterioró e Irán se volvió más eficaz para penetrarla con sus misiles. Es probable que Israel hubiera continuado la guerra si Estados Unidos se hubiera involucrado plenamente, pero sus cálculos cambiaron cuando quedó claro que los ataques ordenados por Trump eran limitados. Por supuesto, Israel logró implicar a Trump y a Estados Unidos en el conflicto, pero no por mucho tiempo.

La ilusión de una revuelta

Los otros dos objetivos de Israel fueron claramente un fracaso. A pesar de los primeros logros de la inteligencia israelí –como el asesinato de 30 oficiales superiores y 19 científicos nucleares–, Tel Aviv solo pudo perturbar temporariamente las operaciones iraníes de comando y control. En un plazo de 18 horas, Irán remplazó a la mayoría, si no a la totalidad, de su jerarquía militar. También lanzó una potente cortina de misiles y así demostró su capacidad para absorber bajas importantes mientras lanzaba un contrataque intenso.

Israel esperaba que sus primeros ataques sembraran el pánico en el régimen iraní y precipitaran su caída. Según el periódico The Washington Post, agentes del Mossad que hablaban farsi con fluidez llamaron a los teléfonos móviles de altos dirigentes iraníes y los amenazaron con matarlos a ellos y a sus familias si no grababan videos que denunciaran al régimen y si no se declaraban desertores. Durante las primeras horas de la guerra, cuando la elite dirigente iraní todavía estaba consternada por las importantes bajas, se hicieron más de 20 llamadas de ese tipo . Sin embargo, no hay ninguna prueba de que haya capitulado un solo general iraní frente a esas amenazas.

Contrariamente a las esperanzas de Tel Aviv, el asesinato de oficiales superiores de la Guardia Revolucionaria (IRGC) no provocó manifestaciones masivas ni una revuelta contra la República Islámica. En cambio, los iraníes de todas las corrientes políticas se reunieron en torno a la bandera, si no al propio régimen, mientras por el país corría una ola de nacionalismo.

El régimen no cayó

Israel no pudo sacar ventaja de la impopularidad del régimen. Casi dos años después de haber cometido atrocidades en Gaza y de haber lanzado un violento ataque contra Irán en plena negociación sobre el programa nuclear, solo una minúscula fracción de iraníes –principalmente de la diáspora– consideran a Israel de manera positiva.

De hecho, en lugar de movilizar a la población contra las autoridades, Israel le dio aire a una República Islámica contra las cuerdas. Antes que condenar al régimen por haber invertido en el programa nuclear, la industria de misiles y una red de grupos aliados no estatales, hoy muchos iraníes están furiosos de que esos elementos de disuasión hayan resultado insuficientes. Es lo que describe un artista de Teherán a Narges Bajoghli, antropólogo de la Universidad Johns Hopkins, de Estados Unidos:

Yo era uno de los que, durante las manifestaciones, pedían que no se enviara dinero iraní a Líbano o a Palestina. Pero ahora comprendo que las bombas que nos lanzaron son una sola bomba y que, si no disponemos de defensas sólidas en toda la región, la guerra vendrá por nosotros.

No se puede asegurar que esa mentalidad dure mucho tiempo. Pero a corto plazo, los ataques israelíes, paradójicamente, parecen haber fortalecido al régimen afianzando la cohesión interna y reduciendo la distancia entre el Estado y la sociedad.

Campaña electoral en Estados Unidos

Israel tampoco logró transformar a Irán en una segunda Siria ni imponer a largo plazo un dominio del aire que no dependa de su aliado norteamericano. Aunque Israel tomó el control del espacio aéreo iraní durante la guerra, nunca pudo operar con total impunidad. Y la respuesta de los misiles le produjo daños inaceptables.

Sin una significativa ayuda estadounidense –como el uso de un cuarto de sus interceptores de misiles THAAD en solo 12 días–, es probable que Israel hubiera sido incapaz de continuar la guerra. Y eso es lo que vuelve más probable una nueva ofensiva israelí. El ministro de Defensa, Israel Katz, y el jefe del Estado Mayor, Eyal Zamir, no lo ocultan. La guerra de junio solo fue la primera fase, según Zamir, para que Israel “abra ahora una nueva fase” del conflicto.

Aunque Irán retome o no el enriquecimiento de uranio, Israel está decidido a no darle tiempo de recuperar su arsenal balístico y sus sistemas antiaéreos, ni de desplegar dispositivos mejorados. Esta lógica es central en la estrategia iraní llamada “cortar el césped” (táctica aplicada también en Gaza): atacar preventivamente y de manera repetitiva para impedir que el adversario desarrolle capacidades que pudieran desafiar el dominio militar israelí.

Eso significa que, ahora que Irán reconstituyó sus recursos militares, Israel tiene interés en atacar lo antes posible. El restablecimiento de las sanciones de Europa contra Teherán el 28 de septiembre de 2025 a través del mecanismo “snapback”1 en las Naciones Unidas podría darle a Israel un pretexto político para reanudar la guerra. En respuesta, Teherán amenazó con suspender su cooperación con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).

Además, la ventana para atacar se volverá a cerrar probablemente cuando Estados Unidos entre en campaña para las elecciones de mitad de mandato de noviembre de 2026, porque eso complicará el margen de maniobra política de Trump. Así, los ataques podrían producirse en los próximos meses.

“Cortar el césped”

Eso es, desde luego, lo que quieren impedir los dirigentes iraníes. Para disipar cualquier ilusión de que la estrategia israelí de “cortar el césped” funcione, Irán es capaz de atacar fuerte y rápido desde el inicio de la próxima guerra.

“Si la agresión se repite, no dudaremos en reaccionar de manera aún más decisiva e IMPOSIBLE de disimular”, prometió el 28 de julio de 2025 en X el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Abbas Araghchi. Los dirigentes iraníes estiman que los daños para Israel tienen que ser exorbitantes; si no, las capacidades balísticas de Irán se degradarán gradualmente y dejarán al país sin defensa.

Como la guerra de junio terminó sin una victoria clara, el resultado del próximo conflicto dependerá de qué bando haya aprendido mejor y sepa actuar más rápido. ¿Israel es capaz de restituir sus interceptores más rápido de lo que Irán puede reconstruir sus lanzamisiles y abastecer su arsenal de misiles? ¿El Mossad sigue implantado profundamente en Irán o la mayoría de sus recursos se agotaron durante la última guerra buscando en vano provocar la caída del régimen? ¿Teherán adquirió más conocimiento sobre cómo penetrar la defensa aérea israelí del que Israel adquirió para evitar esa penetración? Por el momento, ninguno de los bandos puede responder positivamente estas preguntas.

Y justamente, como Irán no puede asegurarse de que una respuesta más fuerte neutralice la estrategia israelí, es capaz de revaluar su postura nuclear, sobre todo ahora que resultaron ser insuficientes otros pilares de su disuasión, como el “eje de la resistencia” y la doctrina de la ambigüedad nuclear.

La respuesta de Trump a una segunda guerra entre Israel e Irán podría ser decisiva. El presidente norteamericano no parece dispuesto a involucrarse en un conflicto prolongado. Políticamente, los ataques que ordenó en junio provocaron una “guerra civil” dentro del movimiento MAGA (Make America Great Again).

En el ámbito militar, la guerra de los 12 días reveló lagunas graves en las reservas de misiles estadounidenses. Tanto Trump como el expresidente Joe Biden agotaron una parte significativa de los interceptores antiaéreos en una región que ni uno ni el otro consideran vital para los intereses fundamentales de Estados Unidos. Pero al darle luz verde a la primera salva israelí, Trump cayó en la trampa de Israel, y ahora no se puede afirmar que sea capaz de salir, sobre todo si se aferra al “enriquecimiento cero” como base de un acuerdo con Irán. Y probablemente ya no sea una opción un involucramiento limitado. Trump deberá o entrar de lleno en la guerra o mantenerse apartado. Y mantenerse distante exige más que una negativa definitiva: exige una resistencia sostenida frente a las presiones de Israel, algo que, hasta el momento, el presidente estadounidense no demostró tener.

Subordinación europea

El rol de Europa en esta ecuación se volvió cada vez más negativo. La troika europea llamada E3 (Alemania, Francia y Reino Unido) justifica el “snapback” como una palanca necesaria para presionar a Irán a que vuelva a la mesa de negociación, aunque Teherán estaba implicado seriamente en la vía diplomática cuando Israel decidió bombardear esa negociación. Si bien las exigencias de la UE respecto de Irán parecen razonables a primera vista –como la de darles a los inspectores de la OIEA acceso a sus sitios nucleares–, las reservas de Teherán no deben reducirse a una simple terquedad.

Los dirigentes iraníes sospechan desde hace mucho tiempo que la inteligencia israelí posee información sensible que fue compartida con la OIEA y que permitió la campaña de asesinatos del Mossad contra científicos nucleares iraníes. Teherán también teme que la divulgación de la ubicación de sus reservas de uranio enriquecido le entregue a Washington –o a Israel– un mapa de los futuros blancos para la próxima serie de ataques aéreos.

Mis conversaciones con los diplomáticos de la UE me dejaron la impresión de que el grupo E3 está determinado a activar el “snapback” pase lo que pase. En consecuencia, el grupo presentó sus exigencias sabiendo que Irán probablemente las rechazaría, al menos en parte. Los motivos de esa decisión se basan en cambios geopolíticos en Europa y en la mayor dependencia de Europa ante Estados Unidos luego de la invasión de Ucrania por Rusia.

Castigar a Teherán, seguir a Washington

En realidad, la decisión depende menos del programa de enriquecimiento de Irán que de cuestiones relativas a Rusia, Ucrania y las relaciones transatlánticas. El asunto nuclear iraní aparece como un simple peón en el tablero de la troika.

Para los europeos, la profundización de la asociación de Irán con Rusia en el conflicto en Ucrania resultó una amenaza directa. Los vínculos económicos de la Unión Europea con Teherán son insignificantes tras años de sanciones, mientras que la dependencia de Europa frente a la relación transatlántica –militar, política y económica– es mucho mayor que en 2003. En este contexto, la escalada con Irán satisface dos objetivos de los europeos: primero, castigar a Teherán por haberse alineado con Moscú y transmitir el mensaje de que cualquier apoyo a Rusia tiene un costo elevado. En segundo lugar, alinear a Europa con los elementos belicistas del gobierno de Trump, en un momento en que sus relaciones con Estados Unidos atraviesan una crisis histórica. Para los dirigentes europeos desesperados por conservar la buena voluntad de Washington, Irán se convirtió en una ofrenda, un sacrificio conveniente, aunque lleve a la guerra.

Juego peligroso

Nada de esto es producto de la especulación. El canciller alemán, Friedrich Merz, estimó hace poco que, al bombardear Irán, Israel “hace el trabajo sucio por nosotros”. Su comentario era de una sinceridad inhabitual. Así, Merz expresó lo que en privado admiten muchos en las capitales europeas: las acciones militares de Israel contra Irán sirven a los intereses de los europeos al debilitar a un Estado ahora aliado de Rusia.

Pero delegar la guerra a Israel es un juego peligroso. Se corre el riesgo de que Europa se vea implicada en un conflicto que no controlará y que no podrá contener. En caso de que la confrontación degenere en guerra regional extendida y arrastre a los Estados del Golfo, Europa no escaparía a las consecuencias, como perturbaciones en el abastecimiento energético mundial y represalias iraníes en toda la región.

Al restablecer las sanciones contra Irán, el trío europeo coloca el alineamiento táctico con Washington y Tel Aviv por encima de su propio interés a largo plazo en la estabilidad regional. El trío confunde castigo y estrategia, coerción y diplomacia. Y lo hace sabiendo perfectamente que el resultado más probable no sea el reinicio de las negociaciones, sino la reanudación de la guerra.

Hace veinte años, los europeos lo habían entendido perfectamente. En 2003, la valentía de resistir a la presión estadounidense para librar una guerra contra Irán permitió evitar un segundo desastre en Oriente Próximo luego de la imprudente invasión de Irak. Pero en 2025, Europa corre el riesgo de ponerse al servicio de otro desastre en la región.

1NDLR. Cláusula de salvaguarda introducida en 2015 en el Acuerdo de Viena sobre el programa nuclear iraní que permite que cualquier miembro signatario que constate una infracción recurra al Consejo de Seguridad.