La revolución tunecina, el sabor amargo de algo inacabado

Tras un primer libro sobre Túnez, Olivier Piot, gran reportero y conocedor de Oriente Medio vuelve a los motivos del levantamiento de 2011. También nos cuenta por qué, durante diez años, la esperanza de un cambio real ha dejado lugar a la desilusión.

© Olivier Piot

Entre diciembre de 2010 y enero de 2011, Túnez pasó una página de su historia: la revolución del jazmín. Un hermoso nombre para lo que podría haber sido una gran historia. Pero, por el momento, lo que ha seguido a la caída de la dictadura de Zine El-Abidine Ben Ali deja a las y los tunecinos un cierto amargor.

Con ayuda de testimonios, Olivier Piot describe el fracaso de los partidos políticos y la forma en que algunos han buscado confiscar el movimiento popular. El lema de las y los manifestantes de los primeros días: «Empleo, libertad, dignidad» sigue siendo, por tanto, de actualidad. Nada ha terminado. Al otro lado del Mediterráneo, un pueblo no espera su destino, lo sigue trazando.

Un joven orgulloso

[Las “buenas páginas” que publicamos a continuación se refieren en primer lugar a la génesis del movimiento. Todo surgió en Sidi Bouzid y el suicidio dándose fuego de Mohamed Bouazizi, un joven orgulloso.]

Veinticinco kilómetros más adelante, aparece el letrero «Sidi Bouzid» en una carretera bordeada de casas bajas, la mayoría de ellas sin terminar. Un pueblo en construcción, marcado por el paro, y una fuerte presencia policial, incluso antes de los enfrentamientos de diciembre de 2010. Cerca de la gran mezquita y de la comisaría, decenas de policías con casco y armados, miembros de las BIG (Brigadas de Intervención de la Gendarmería) y BOB (Brigadas de Orden Público), están estacionadas. Entre el 17 de diciembre de 2010 y el 9 de enero de 2011, tres hijos de Sidi Bouzid se prendieron fuego, de los cinco casos de suicidio por fuego registrados en todo el país. ¿Por qué esta ciudad, presentada durante mucho tiempo como modelo del famoso desarrollo económico y social elogiado por Ben Ali, ha pagado un precio tan alto? “Estás aquí en uno de los baluartes regionales de la RCD (Rassemblement Constitutionnel Démocratique, Agrupación Constitucional Democrática, partido de Ben Alí), una creación del partido gobernante y un modelo de corrupción local”, susurra Wassim, de unos cuarenta años, profesor en una de las escuelas secundarias de la ciudad. “Después del sacrificio de Mohamed, el gobernador fue destituido, pero toda la estructura local de la RCD permaneció en su lugar, más arrogante que nunca”.

Así pues, es aquí, frente al edificio de la prefectura, donde Mohamed Bouazizi, se prendió fuego, el 17 de diciembre de 2010. El 28 de diciembre su familia descubrió en los periódicos la foto de Mohamed – con el Presidente a su lado-, envuelto en vendas, con el cuerpo carbonizado, el rostro ennegrecido, entre la vida y la muerte, en un lejano hospital de Túnez. Su madre y su hermana mayor fueron incluso recibidas por Ben Ali. Más al norte, a unos veinte kilómetros, el cuerpo de este hijo y hermano perdido, sacrificado, yace desde el 5 de enero cerca del pueblo de Garaat Bennour. Sidi Bouzid, chispa de la Revolución del Jazmín. Sidi Bouzid, los primeros disturbios, desde el 18 de diciembre, primer foco del incendio social tunecino. Sidi Bouzid: en un mes, otros dos de sus hijos (50 y 30 años), presentes el 5 de enero en el entierro de Mohamed, decidieron hacer lo mismo que él.

Inmolación, el último grito de desesperación para una ciudad, una región, un pueblo amordazado durante décadas.

Al oeste de la ciudad, el barrio obrero de Ennour Gharbi, uno de los suburbios más pobres de esta gran aldea. Fachadas decrépitas, callejas estrechas y sucias, llenas de cubos de basura. En uno de estos callejones profundos e insalubres, la familia de Mohamed vive en una casucha de cemento gris. Una pequeña habitación, justo al entrar, a la izquierda. En el suelo, unos cojines colocados sobre una alfombra. Ni una foto. “¡Demasiado caro!”. Paredes sobrias, por tanto, casi desnudas. Leïla saluda, de pie. De 24 años, es la mayor de las tres hermanas de Mohamed. Su madre también está sentada con las piernas cruzadas: Manoubia, 55 años. Un pañuelo en la cabeza, los mismos ojos azul claro de su hija. Solo habla árabe dialectal, el del pueblo. Sus hijas traducirán. Frente a ella, sentadas, atentas, Samia, 15 años, en segundo de bachiller, y Basma, 19, que acaba su bachillerato a fin de año. “El mayor de los cuatro hermanos se ha casado. Se ha ido, dice Basma, la más habladora de las tres. Otros dos hermanos viven con nosotros, el menor tiene 8 años. Mohamed era el más joven de los chicos”. Y luego está el tío, Ammar, que acaba de unirse a nosotros. Ammar, de 38 años, tiene un cuerpo delgado y una salud frágil. Es el hermano del padre de Mohamed, que murió hace mucho tiempo “de una enfermedad cardíaca”. Un tío soltero y desempleado que también vive aquí. “Por nuestra seguridad”, indica Leïla. En Sidi Bouzid, un hombre maduro en una casa es importante. Incluso enfermo, incluso sin trabajo.

“Mohamed era el único de la familia que traía dinero”, continúa Leïla. Su rostro está lívido, marcado por el drama. Licenciado en 2003, a Mohamed le hubiera gustado continuar sus estudios. Como ella, matriculada en el tercer año de educación superior en una línea técnica. “Gracias a él mi hermano pequeño, mi hermana y yo vamos al colegio”, suspira de pronto Samia, la más joven. Silencio en la habitación. “¿Para qué sirven todos estos diplomas?” exclama en árabe Manoubia, silenciosa hasta ahora. “¡Ya veis a dónde lleva todo esto!” Las hermanas traducen. Nuevo silencio. Manoubia guarda silencio. Con el rostro cerrado, ya no hablará. “Hizo esto por nosotros”, continúa Basma, con las manos entrelazadas. “Es horrible lo que hizo. Pero mire ahora, todo el país se está levantando para seguirlo. ¡No murió en vano!”

La tentación de una nueva ruptura

[Tras llevarnos al corazón del reactor, Olivier Piot analiza los distintos mecanismos que, en diez años, han llevado a esta revolución inacabada. Como conclusión de su libro, repasa los posibles escenarios para el futuro.]

Al trazar los contornos de lo que se ha estado desarrollando en Túnez desde hace una década, al hacer transparentes los excesos de corrupción del nuevo sistema y sus tendencias liberticidas, exacerba las tensiones y aumenta la presión sobre las élites y sus responsabilidades en el balance. posrevolucionario. El retorno a un Estado fuerte está ganando terreno en el país. Desacreditada por sus sucesivas dilaciones, la clase política se ve amenazada globalmente. Hay quienes dicen que después de una contrarrevolución política lenta y amortiguada, en marcha desde 2014, se trata de un desenlace clásico hacia el surgimiento de posturas populistas. Una cosa es cierta, cuantos menos logros concretos en materia de justicia social y de equidad produce la revolución, mayor es la tentación de una nueva ruptura.

¿De dónde vendrá esta ruptura, ya madura desde hace muchos meses en Túnez? ¿De un nuevo y ambicioso contrato social sostenido conjuntamente por el nuevo presidente, Kaïs Saïed, y el sindicato central UGTT? ¿Del proyecto basado en una rehabilitación de las regiones a través del surgimiento de una democracia local y participativa encarnada en congresos territoriales al servicio de la República? Hay quienes esperan que sí. ¿Del programa antiislámico, conservador y de seguridad promovido por el regreso desinhibido del antiguo personal de Ben Ali? ¿A partir de esta corriente popular, encarnada en el Parlamento por la diputada Abir Moussi, líder del Partido Desturiano Libre (PDL) y nada menos que antigua subsecretaria general adjunta a cargo de la mujer bajo Ben Ali? Muchos lo temen.

Existe una tercera opción, aún más sombría: la entrada del ejército tunecino en el escenario político. En 2011, por cultura y tradición, pero también por la debilidad de su papel económico y político en el país, este ejército popular heredado del período de Bourguiba no intervino frontalmente para reprimir la protesta social y política de 2011. Pero en diez años este ejército ha cambiado su rostro, estructuras y cultura. El ascenso de los movimientos sociales, la lucha contra el terrorismo, por no hablar de la inteligencia, el frente libio y la emigración clandestina a Europa, son otras tantas misiones que han justificado el enorme aumento de sus recursos y el fortalecimiento de los asignados a diversas estructuras, como el Grupo de Fuerzas Especiales (GFS) o la Unidad Especial de la Guardia Nacional (USGN ).

Entre 2012 y 2018, el gasto en defensa se duplicó con creces, al igual que el del infame Ministerio del Interior. En 2015, Túnez también se convirtió en un importante aliado no miembro de la OTAN y se integró en nuevas redes de cooperación internacional, como la del G7 + 6 ... En varias ocasiones, de 2017 a 2020, las fuerzas armadas tunecinas han sido movilizadas en operaciones de mantenimiento del orden y contra movimientos de protesta social ... Es cierto que esta evolución aún no le da a este ejército el peso adquirido por sus vecinos, egipcio o argelino, pero ante una descomposición de la esfera política, ante la parálisis de las nuevas instituciones, podría no querer seguir siendo el gran mudo del juego político tunecino.

Queda un último escenario para Túnez: un nuevo estallido de la ira social, hasta una segunda revolución. Este rumbo lo marcó la victoria sin precedentes, a fines de 2020, del movimiento social iniciado tres años antes en la pequeña ciudad de Al-Kamour. ¿Será éste un punto de inflexión hacia una nueva oleada de demandas sociales en el país? ¿O solo una etapa antes de otras movilizaciones, también numerosas, por venir? Debido a que fue espontánea y había logrado escapar de las recuperaciones políticas, la agitación social de 2011 dio lugar a una revolución mediante el derrocamiento del régimen. En muchos sentidos, la efervescencia de la protesta social en Túnez también se ha organizado en gran medida fuera de las estructuras del nuevo sistema (sindicatos, partidos, organizaciones, etc.)

Desde 2017, esta efervescencia social es, por excelencia, el lugar de aprendizaje de nuevos actores y nuevas formas de movilización. Como tal, nadie podía predecir, a principios de 2021, qué orientaciones y objetivos adoptarán estas luchas. ¿Podrán unir y federar un nuevo impulso popular y político? ¿Serán fragmentadas, desviadas, recuperadas? Como escribe el sociólogo Mounir Saidani: en Túnez “el antiguo contrato social establecido por el Estado poscolonial sigue resistiéndose a su muerte anunciada en 2010-2011. Los últimos años han demostrado que esta muerte no ocurrirá repentinamente, sino a través de las pequeñas victorias que los movimientos sociales están ganando aquí y allá, a través de las diferentes etapas de su evolución y los desafíos a los que se tienen que enfrentar".

Traducido del francés por Viento Sur