Así encubrió Europa los asesinatos de palestinos en su territorio
Entre 1972 y 1973, una serie de directivos palestinos fueron asesinados en Europa y en todo el mundo. El pretexto era vengar las muertes de los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972. Pero el verdadero objetivo era destruir a la Organización para la Liberación de la Palestina (OLP), con la esperanza ilusoria de terminar con la lucha de los palestinos. Los servicios secretos europeos, sobre todo los de Francia, contribuyeron a esa estrategia de eliminación llevada a cabo, a veces, en el Viejo Continente.
8 de diciembre de 1972 a la mañana. En un apartamento de la calle Alesia, en el distrito 14 de París, suena el teléfono. Un hombre responde. “¿Usted es Hamchari?”, le pregunta la voz del otro lado del teléfono. “Soy el periodista italiano que lo contactó”. Apenas el otro confirma su identidad, explota una bomba disimulada en la mesita sobre la que está apoyado el teléfono. Herido de gravedad, Hamchari es trasladado al hospital, pero tiene tiempo de responder a los investigadores y de relatar que unos días antes había sido contactado para brindar una entrevista. Su declaración desmiente los rumores ampliamente difundidos en la prensa de que Mahmoud Hamchari, representante de Fatah y de la Organización para la Liberación de la Palestina (OLP) en Francia desde 1969, habría muerto manipulando explosivos. Hamchari murió unas semanas más tarde, el 9 de enero de 1973, como consecuencia de sus heridas. Fue inhumado en París, ya que las autoridades israelíes se negaron a permitir que fuera inhumado en su tierra natal, Palestina.
La policía afirmaba que no tenía ninguna pista, mientras los amigos y los allegados de Hamchari en París –algunos de ellos fueron interrogados– señalaban a los israelíes como los organizadores del atentado. Algunos periódicos franceses lo sugirieron en los días siguientes. Lo que se ignoraba en ese instante era la estrecha colaboración entre los servicios israelíes y los europeos, que fue revelada por primera vez por la investigadora suiza Aviva Guttmann en su libro Operation Wrath of God: The Secret History of European Intelligence and Mossad’s Assassination Campaign (“Operación Cólera de Dios: la historia secreta de la inteligencia europea en la campaña de asesinatos del Mossad”, sin traducción al español).
Tras el ataque en los Juegos Olímpicos de Múnich, en septiembre de 19721, la primera ministra israelí, Golda Meir, había creado un grupo encargado de asesinar, incluso en territorio de países considerados como aliados, a los presuntos responsables de la organización Septiembre Negro, que había reivindicado la operación. Esto lo sabíamos desde hace mucho tiempo, pero los documentos inéditos del libro van mucho más allá. Revelan la existencia del llamado Club de Berna, creado en 1969 por los servicios secretos europeos con el objetivo de intercambiar información. El grupo incluiría al poco tiempo a varios países occidentales, incluidos Israel y Estados Unidos2.
Una decena de asesinatos en un año
La autora explica:
En octubre de 1971, Israel sugirió la apertura de un canal de comunicación encriptado para compartir alertas e inteligencia sobre las actividades terroristas palestinas en Europa. El canal enviaba telegramas con el alias “Kilowatt”. Así se desarrolló un fructífero mecanismo de cooperación. Kilowatt era utilizado a diario por las agencias para seguir a las organizaciones palestinas y compartir información sobre los métodos operativos de los terroristas, los ataques previstos, las compras de armas y las innovaciones en materia de técnicas terroristas.
Así:
La información sobre los sospechosos (principalmente en Europa) incluía, por ejemplo, el hotel donde se había alojado un presunto terrorista palestino, los números de teléfono a los que había llamado, el itinerario de vuelo si procediere, su dirección, su pasaporte y cualquier otra información pertinente que pudiera ser recabada.
Así que el Mossad y el Shin Bet recibían información directamente sobre los objetivos a los que iban a asesinar, incluso en Europa. Eran informados a medida que avanzaban las investigaciones, como lo demuestran los telegramas en relación con Hamchari.
En el plazo de un año, se sucedieron en Europa una decena de asesinatos, incluidos tres solo en Francia. En orden cronológico: Wael Zouaiter (Italia, 16 de octubre de 1972); Mahmoud Hamchari (Francia, 9 de enero de 1973); Hussein Bachir Aboul Kheir (Chipre, 24 de enero de 1973); Basil Al Koubaisi (Francia, 6 de abril de 1973); Zaid Mouchassi (Grecia, 11 de abril de 1973); Abdel Hadi Nakaa y Abdel Hamid Shibli (Italia, 17 de junio de 1973); Mohammed Boudia (Francia, 28 de junio de 1973) y Ahmed Bouchiki (Noruega, 21 de julio de 1973). Esa última operación fue un fiasco. Bouchiki era solo un pobre camarero marroquí que había sido confundido con Ali Hassan Salameh, un dirigente de Fatah, que sería asesinado en Beirut mucho más tarde, el 22 de enero de 1979.
“Contrariamente al mito según el cual el Mossad sería una fuerza omnipotente, la agencia se apoyaba largamente en la inteligencia europea”, señala Aviva Guttmann en una entrevista con el periódico Haaretz3.
Un objetivo, liquidar a la OLP
El asesinato de Bouchiki en el pueblito de Lillehammer, en Noruega, llevó al arresto de seis agentes del comando israelí, que recibieron una condena liviana y luego fueron liberados discretamente sin haber cumplido su pena. La investigación también condujo al desmantelamiento de una enorme red de vigilancia, sobre todo en París, lo que vino a confirmar el papel de la capital francesa como punto nodal del Mossad. Esas revelaciones podrían haber permitido la reapertura de investigaciones sobre los asesinatos en Francia de Hamchari, Boudia y Koubaisi. La OLP lo exigió, pero las autoridades francesas se negaron, y la cooperación con los servicios israelíes continuó como si no hubiera pasado nada.
El pretexto aducido de esas operaciones era perseguir a los responsables del ataque durante los Juegos Olímpicos, pero enseguida la autora escribe:
Ya no era necesario establecer un vínculo directo con la masacre de Múnich. Cualquier persona reconocida como partidaria declarada de la lucha armada palestina o involucrada de manera activa en la preparación de atentados terroristas era un blanco potencial para el equipo del Mossad.
Dicho de manera más directa, el objetivo era eliminar a los dirigentes de la OLP con la esperanza absurda de asestarle un golpe fatal a la reivindicación palestina. Y cuando la autora habla de las personas “implicadas”, ¿qué quiere decir?
“Los archivos del Club de Berna muestran claramente –afirma Aviva Guttmann– que el Mossad disponía de información de cada una de las víctimas de la operación ‘Cólera de Dios’ que indicaba que estaban implicadas directamente en la planificación y la ejecución de operaciones terroristas, ya sea como agentes activos o en el rol de apoyo”. ¿Pero se puede tomar la información que brinda el Mossad a sus pares como una fuente fiable? Así, se aseguraba que el apartamento de Hamchari, donde vivía con su joven esposa y su hija, contenía un escondite de armas de Septiembre Negro. Hamchari era diplomático y realizaba sus actividades a la vista de todos. Disponía de un estatus oficioso validado por el gobierno francés, con el que negociaba desde hacía varios meses que Francia se mantuviera a salvo de las acciones realizadas por la resistencia palestina en el exterior. El caso Hamchari, como el de Wael Zouaiter4 en Italia, ilustra que para Israel no hay ninguna frontera entre blanco político y blanco militar, lo que se confirma todos los días en su guerra genocida contra Gaza.
“Muertos por Palestina”
Un documental corto, un poco improvisado, Muertos por Palestina, realizado por el sirio Mamoun Al Bonni en 1974 en el marco de un proyecto de tesis en la Universidad de París 8–Vincennes, reconstruye a través de entrevistas el retrato de Hamchari y de otras víctimas de las operaciones israelíes, como el dramaturgo argelino Mohammed Boudia. Allí da su testimonio Jean Genet, a quien Hamchari le facilitó el viaje a los fedayines de Jordania en 1970-1971, del cual da cuenta su obra maestra Un cautivo enamorado. También aparece Michelle Beauvillard, la abogada que defendió a los militantes del Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino. El cortometraje también revive otros ataques, esta vez en Beirut, como la eliminación del poeta Ghassan Kanafani (8 de julio de 1972) o de tres dirigentes de la OLP (abril de 1973).
Imágenes de la época, en blanco y negro, y algunos fragmentos de noticieros radiales ilustran el racismo de los medios franceses, cuyo punto de partida era que un palestino solo podía ser un “terrorista”. En esa época se multiplicaban en Francia los asesinatos de árabes –una “epidemia” que el libro del periodista Fausto Giudice describió como “arabicidios”5–, unos años después del final de la guerra de independencia argelina y tras la nacionalización del petróleo por ese país que había logrado su independencia. El odio a los árabes y a los palestinos ya se entremezclaban.
¿“Idiotas útiles” o cómplices?
Una pregunta lacerante atraviesa el libro. Al brindar información sobre grupos palestinos en la plataforma “Kilowatt”, al favorecer acciones terroristas en su propio territorio, ¿los servicios de inteligencia franceses y europeos eran “idiotas útiles” o cómplices conscientes de Israel? Como subraya la autora:
Los documentos muestran un desfasaje entre las condenas políticas oficiales de Europa respecto de Israel y su apoyo secreto y continuo a la política antiterrorista de este último. En esencia, las capitales europeas jugaron a dos puntas: por un lado, mantenían buenas relaciones oficiales con los Estados árabes y adoptaban públicamente una posición muy crítica respecto de la colonización israelí, y por el otro, ayudaron secretamente a Israel en su combate contra la lucha armada palestina.
Queda claro por qué las investigaciones nunca llegaron a buen puerto.
El libro decepcionará a los amantes de las revelaciones. Los telegramas confirman en particular que utilizar el modo de lectura “guerra contra el terrorismo” para analizar Oriente Próximo no aclara nada. Al contrario, enceguece. Los servicios occidentales son incapaces de comprender la naturaleza de Septiembre Negro, sus relaciones con Fatah y, lisa y llanamente, el sentido del combate palestino. Para ellos, “la guerra contra el terrorismo” es un combate “técnico”, sin dimensión política. La propia autora no se salva de esa visión simplista. Como explica Sarah Khalaf (Abou Lyad), en ese entonces el número 2 de la OLP: “Septiembre Negro sirvió de auxilio a la resistencia, en un momento en que no estaba en condiciones de asumir plenamente sus tareas políticas y militares”, debido sobre todo a su expulsión de Jordania, en 1970-1971. Durante el año 1973, se repone de los golpes recibidos, se implanta en los territorios ocupados con la creación del Frente Nacional Palestino en 1973 y ve que su combate es reconocido por cada vez más países no alineados o del ex bando soviético. Incluso Europa empezó a tomar en cuenta el factor palestino. La OLP decidió entonces abandonar las “operaciones exteriores” fuera de la Palestina histórica, sin ninguna relación con los asesinatos cometidos por Israel.
Sin embargo, el Club de Berna no desapareció. Aviva Guttmann explica:
La cooperación cobró magnitud. Es la red informal de comunicación más importante en materia de inteligencia anterrorista entre Europa y sus socios; solo cambió el alias, que pasó de “Kilowatt” a “Phoenix” en la década de 1990.
No sabemos si quienes la rebautizaron son simplemente ignorantes o están dotados de un importante sentido del humor negro, ya que el programa “Phoenix” fue una de las operaciones secretas realizadas por Estados Unidos en Vietnam a partir de 1969 para luchar contra el ala civil de la resistencia, y produjo miles de asesinatos, desapariciones forzadas y permitió el uso extendido de la tortura. Era una copia de la estrategia contrainsurreccional inaugurada por el ejército francés durante lo que denominó “La batalla de Argel” (1957). De Argelia a Palestina, pasando por Vietnam, las guerras coloniales dejan a su paso el mismo olor fétido de crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad.
Caja negra
Interrogada sobre el motivo que le dio acceso a esos documentos ultrasensibles, la investigadora respondió a Haaretz:
Es una muy buena pregunta, pero desconozco la respuesta. Una explicación posible es que los documentos hayan sido archivados con las etiquetas “Kilowatt entrante” y “Kilowatt saliente”. Kilowatt era el alias del canal de telecomunicación encriptado utilizado por el Club de Berna, pero solo podían saberlo los profesionales de inteligencia. Es posible que el archivista encargado de otorgar el acceso no se haya dado cuenta de que “Kilowatt” hacía referencia a una red multilateral sensible de inteligencia y que las carpetas contuvieran mucho más que simples archivos suizos.
1Durante los Juegos Olímpicos, un grupo de palestinos que se autoproclamaban de Septiembre Negro tomó de rehenes a atletas israelíes y exigió la liberación de prisioneros palestinos. A pesar de las negociaciones, la policía alemana se lanzó al asalto. Al final, resultaron muertos once rehenes, cinco miembros del comando y dos policías alemanes.
2Para Francia, participaron la Dirección Central de Inteligencia General (RG, según sus sigas en francés) y la Dirección de Seguridad del Territorio (DST). El 1º de julio de 2008, ambas se fusionaron en una nueva dirección, la Dirección Central de Inteligencia Interior, que en 2014 se convirtió en la Dirección General de Seguridad Interior (DGSI).
3Yossi Melman, “Wrath of God, Revisited: How Europe Enabled Mossad’s Secret Campaign of Assassinations After Munich”, Haaretz, 14 de mayo de 2025.
4Ver el bello homenaje del profesor Maxime Rodinson a Wael Zouaiter en Peuple juif ou problème juif ?, La Découverte, 1981.
5Fausto Giudice, Arabicides. Une chronique française. 1970-1991, La Découverte, 1992.