Arabia Saudita-Pakistán, un pacto que desentona
Arabia Saudita y Pakistán anunciaron la firma de un tratado de defensa mutua en septiembre de 2025. Aunque todavía no hay nada formalizado, Riad podría beneficiarse con el paraguas nuclear de su aliado. Y eso cambia la situación en materia de seguridad en la región.
El 17 de septiembre de 2025, cuando el primer ministro de Pakistán, Shehbaz Sharif, saludó en Riad al príncipe heredero del reino saudí, Mohamed bin Salmán, nadie dudaba de que sería un día histórico. Ambos dirigentes firmaron un “acuerdo estratégico de defensa mutua” inédito que “estipula que cualquier agresión contra uno será considerada como una agresión hacia el otro”, según la agencia de noticias oficial saudí SPA. La formulación recuerda el artículo 5 de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), aunque por ahora no es más que una declaración de intención.
Islamabad es atractivo para Riad porque conformó un poderoso ejército que demostró toda su destreza derribando varios aviones, incluido un Rafale, durante el ataque de India contra su territorio en mayo de 2025. Y sobre todo, Pakistán posee el arma atómica. ¿La pondrá a disposición de Arabia Saudita? En el acuerdo que se ha hecho público no hay nada que lo confirme, pero tampoco nada que lo niegue.
El paraguas nuclear de Pakistán
El ministro de Defensa de Pakistán, Khawaja Mohammad Asif, parecía confirmarlo en una declaración a un canal de televisión local: “En conformidad con el acuerdo, pondremos a disposición [de Arabia Saudita] las capacidades que poseemos”. Sin embargo, al día siguiente indicó que la cuestión nuclear no estaba “en agenda”. Por su parte, Ali Shihabi, analista designado por la corte real saudí, se mostró categórico: el acuerdo “nos coloca bajo el paraguas nuclear [de Pakistán] en caso de ataque” De hecho, como explica Bruno Tertrais, investigador de la Fundación para la Investigación Estratégica, “es imposible conocer todos los detalles de un eventual acuerdo en ese aspecto; forma parte de la disuasión. Es lo que con frecuencia se denomina ambigüedad estratégica”. Así, Arabia Saudita, que históricamente goza de la “protección” estadounidense desde 1945, ahora sería capaz de recurrir al paraguas nuclear pakistaní. Una prueba más de los cambios tectónicos en la región.
Desde luego, la cooperación entre Islamabad y Riad no es una novedad. Desde 1951, justo después de la caída del Imperio Británico y la partición del subcontinente indio entre India y Pakistán, ambos países firmaron un tratado de amistad. Su colaboración militar siempre se mantuvo activa. Arabia Saudita tiene dinero, pero fuerzas militares reducidas; Pakistán carece de fondos, pero posee un ejército eficaz (y tentacular). ¡Fueron hechos para entenderse! Oficialmente, las tropas pakistaníes custodiaron la frontera norte de Arabia Saudita durante la Guerra Irán-Irak de 1980-1988. Los servicios de inteligencia entre las fuerzas armadas trabajaron en estrecha colaboración para hacer circular los fondos de Estados Unidos y Arabia Saudita para los combatientes afganos durante la lucha contra la ocupación soviética En la actualidad, en el suelo saudí siguen presentes casi mil soldados pakistaníes como consejeros y capacitadores.
En secreto, las relaciones se fortalecieron luego del primer ensayo nuclear indio, en 1974. Antes de ser derrocado (en 1977) y luego ahorcado (dos años más tarde), el primer ministro de Pakistán en ese entonces, Ali Bhutto, había obtenido el apoyo indispensable del rey Fáisal de Arabia (1964-1975) para dotar a su país de la bomba atómica y enfrentar los embargos decretados por los países occidentales. Una ayuda contante y sonante que cobró la forma de donaciones, petróleo a bajo precio y préstamos a baja tasa de interés, y que desde entonces nunca se ha interrumpido. Ali Shihabi no se priva de recordarlo: “Pakistán no olvida que el reino financió en gran medida su programa (nuclear) y lo apoyó cuando era blanco de sanciones”. Y lo confirma el comandante pakistaní retirado Feroz Hassan Kahn: “Arabia Saudita proveyó un apoyo financiero importante a Pakistán, lo que permitió continuar con el programa nuclear” Naturalmente, el financiamiento saudí nunca fue totalmente desinteresado. La concordia entre Ali Bhutto y el rey Fáisal se gestó luego de la derrota de los países árabes frente a Israel en 1973. Pero como señala el exmilitar Kahn, “nunca hubo un acuerdo escrito”. Hasta ahora, el acuerdo permanecía en el ámbito de lo implícito. Hacerlo público lo equipara a “un matrimonio luego de un largo concubinato” y cambia la situación estratégica en la región y en el mundo.
Es la primera vez, con excepción de Estados Unidos, que un país dotado del arma nuclear extiende la posibilidad de una disuasión a aliados no nuclearizados1. Un país que pertenece al mundo musulmán y no al bando occidental. Un país no signatario del Tratado de No Proliferación, al igual que Israel, por cierto, que ni siquiera reconoció poseer esas armas.
Por el momento, no se prevé la instalación de ojivas nucleares. Pero el pacto paquistaní-saudí tiene el efecto de un mini terremoto. El anuncio con bombos y platillos llega en un momento en que el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y su gobierno están tomados por una desmesura homicida tras enviar sus bombas al corazón mismo de Catar, fiel aliado de Estados Unidos, y luego de haber arrasado Gaza y bombardeado Líbano, Siria, Yemen, Irán… La coincidencia es sorprendente. Pero el acuerdo no es de ningún modo circunstancial. “Trabajamos en este proyecto desde hace más de un año y nos apoyamos en diálogos que iniciamos hace dos o tres años”, declaró un funcionario saudí citado por The Financial Times. “El reino se mantiene apegado a la no proliferación nuclear”, agregó.
Mientras la guerra total amenaza a Oriente Próximo, y Asia Meridional y el Sudeste Asiático están desestabilizados por el enfrentamiento sinoestadounidense, Islamabad y Riad sintieron la necesidad de clamar a sus aliados históricos (y al mundo) que podían tomar caminos que hasta el momento estaban sin explorar.
Las bases de Estados Unidos no garantizan ninguna protección
A Mohamed bin Salmán, el acuerdo le sirve para demostrarle a Estados Unidos que su país puede acercarse a otras fuentes de seguridad. Su confianza en Washington ya se había derrumbado ante la falta de reacción de Estados Unidos al ataque de sus instalaciones petroleras reivindicado por los hutíes de Yemen en 2019, y luego de los ataques de drones hutíes contra Abu Dabi en 2022. El inmovilismo del presidente estadounidense luego del bombardeo de Doha por parte de Israel el 9 de septiembre de 2025 para eliminar a los dirigentes de Hamas con quienes el poder catarí negociaba un alto el fuego en Gaza terminó de convencer a Bin Salmán y a los dirigentes de los países del Golfo: las bases militares de Estados Unidos en Arabia Saudita, Catar, Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Kuwait no ofrecen ninguna garantía de protección a ninguno de esos países. Es una lección dura. Desde luego, el 29 de septiembre de 2025, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, presionó a Benjamín Netanyahu para que presentara sus excusas formales a Doha. Sobre la marcha, firmó un decreto que afirmaba que “cualquier ataque contra Catar” sería considerado como “una amenaza para la paz y la seguridad de Estados Unidos”. Pero no se puede asegurar que sea suficiente para tranquilizar a su aliado, y parece más prudente salir de la dependencia de Estados Unidos en materia de seguridad.
En mayo de 2025, durante la visita de Donald Trump a la región, los dirigentes habían tirado la casa por la ventana: Catar le regaló un Boeing de lujo, y Arabia Saudita prometió invertir 600 mil millones de dólares (casi 514 mil millones de euros) en Estados Unidos. Mohamed bin Salmán esperaba sellar con Washington un tratado de defensa que venía negociando desde hacía años. En vano. Estados Unidos se negó a un tratado saudí-estadounidense sin un acuerdo de normalización con Israel y la firma de los Acuerdos de Abraham. En pleno genocidio en Gaza, ningún dirigente, por más autoritario que sea, puede imponer esa normalización a la población.
El pacto con Pakistán representa una forma de presión para Washington. También es un mensaje para Irán, que aspira a manejar armamento nuclear y con quien Arabia Saudita pacificó sus relaciones, bajo los auspicios de China, en marzo de 2023.
Si bien el acuerdo diversifica las posibilidades de seguridad y ofrece una solución alternativa en caso de incumplimiento de Estados Unidos, no pone en cuestión el papel decisivo de Washington en la región. Tampoco las relaciones privilegiadas de Arabia Saudita con India, enemigo hereditario de Pakistán. La cooperación entre ambos se desarrolló en torno al petróleo (Riad es su tercer proveedor) y las nuevas tecnologías. Por lo demás, el primer ministro indio, Narendra Modi, fue recibido con gran pompa en mayo de 2025. Para el analista saudí Ali Shihabi, “India comprenderá las necesidades de seguridad de Arabia Saudita. El reino mantiene excelentes relaciones con India”.
Entre el apoyo de Estados Unidos y las muletas de China, un equilibrio difícil
Por su parte, Pakistán no tiene interés en transformar el tratado en arma estratégica orientada a aislar a Nueva Delhi, otro poseedor de armamento nuclear en la región. La misma precaución se impone con Irán, porque las tensiones persisten, sobre todo en Baluchistán. Es probable que la reanudación de las relaciones entre Teherán y Riad haya facilitado el pacto pakistaní-saudí y haya permitido eliminar el temor de Irán a quedar rodeado.
Islamabad también tiene que mantenerse muy prudente respecto de Estados Unidos, del que depende financieramente, en un momento en que su economía está en grandes dificultades, su deuda explota y su población se rebela. El equilibrio entre el apoyo estadounidense y las muletas chinas es muy precario. Por lo tanto, debe tener mucho cuidado. No será suficiente para preservarlo de multiplicar las adulaciones dirigidas a Donald Trump: el primer ministro, Shehbaz Sharif, lo propuso para el próximo Premio Nobel de la Paz con el objetivo de reconocer “su liderazgo audaz y visionario”.
Desde luego, sus fuerzas nucleares son débiles –170 ojivas, según el Instituto International de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI)2–, y los términos del tratado son difusos. Sería exagerado verlo como una alianza estrecha e indefectible. Hay que recordar que, a pesar de las presiones y las extorsiones, el parlamento pakistaní se negó a unirse a la coalición dirigida por Arabia Saudita contra Yemen en 2015. De cualquier modo, al prever la utilización de su fuerza de disuasión en beneficio de un aliado, Pakistán “demostró su importancia creciente en la arquitectura de seguridad en Medio Oriente”, señala el especialista Syed Ali Zia Jaffery, del Centro de Investigación de Estrategias y Políticas de Seguridad (CSSPR) de la Universidad de Lahore.
Aunque Estados Unidos sigue siendo decisivo en la región, perdió su monopolio en materia de influencia económica debido al ascenso de China, y también, tras el acuerdo paquistaní-saudí, perdió su monopolio en seguridad. Lentamente, el paisaje geopolítico se transforma.
1Cabe notar que Rusia estacionó misiles nucleares en Bielorrusia en 2023.
2India posee aproximadamente la misma cantidad; Francia, 290; Rusia, cerca de 4.400, y Estados Unidos, 3.700, según el SIPRI.


