La información fue mencionada rápidamente, a veces con sorpresa, y luego relegada a un segundo plano antes de desaparecer de las pantallas de los medios. Sin embargo, el acuerdo firmado el 29 de febrero de 2020 entre los talibanes y el gobierno de los Estados Unidos, el primero en la historia contemporánea negociado directamente entre un Estado y un movimiento guerrillero extranjero, o más bien una "organización terrorista” - debería poner fin a la guerra más larga emprendida por los Estados Unidos desde su creación. Si aún es demasiado pronto para saber si se aplicará, este texto debería haber provocado acalorados debates y algunas autocríticas contritas, tanto en los Estados Unidos como en los países europeos que participaron, durante dos décadas, en este triste episodio, especialmente entre los intelectuales y el puñado de orientalistas que lo justificaron.
Primero, debido a que el acuerdo confirma la estupidez de la fórmula, machacada hasta la saciedad : «nunca negociamos con terroristas». El gobierno israelí, tan rápido en denunciar la laxitud de los demás, ha estado negociando durante años con Hamas en Gaza. Luego, porque, con toda probabilidad, la retirada estadounidense entregará el país a los talibanes, lo que el presidente Donald Trump acaba de reconocer, es decir, que nos llevará de vuelta a la situación anterior a la guerra provocada por Estados Unidos después del 11 de septiembre, con nadie que pueda creer que el poder de Kabul, cuya corrupción y divisiones son patentes, cuyo presidente es elegido cada vez solo gracias a fraudes masivos (dos candidatos fueron autoproclamados ganadores el lunes 9 de marzo) pueda aguantar mucho tiempo. ¿Todo esto para eso?
Así, dieciocho años después del comienzo de la «guerra contra el terror», esta cruzada que movilizó a más de cuarenta países bajo el liderazgo de Washington, los resultados son desastrosos y, en primer lugar, para Afganistán1 : prosecución de la destrucción del país que la intervención soviética ya había comenzado; decenas de miles de víctimas a quienes queríamos «liberar», millones de refugiados y personas desplazadas, sin mencionar los crímenes de guerra contra la humanidad de Washington (y los talibanes) sobre los que la Corte Penal Internacional ( CPI ) ha decidido en marzo de 2020 abrir una investigación; la instalación y el fortalecimiento en ese país de la organización del Estado Islámico (OEI ).
Esta guerra ha sido sostenible a lo largo de estos años solo por las mentiras persistentes, confirmadas por el Washington Post en diciembre de 2019, de los sucesivos gobiernos estadounidenses que ocultaron voluntariamente la situación a su opinión pública , mientras se jactaban de imaginarios progresos en la guerra.
Un Iraq mil veces más hermoso
Si los medios estadounidenses contribuyeron en gran medida a esta omerta, ciertos intelectuales le dieron una base «científica». El más emblemático de ellos fue Bernard Lewis, fallecido en 2018. Reconocido orientalista, de origen británico, conocedor de la región, autor de un trabajo sustancial sobre el Imperio Otomano y Turquía, sin embargo se unió a la cohorte de falsos eruditos, alimentados solo por su ignorancia. Desde la llegada de George W. Bush a la presidencia de los Estados Unidos, cegado por su odio al islam (fue, mucho antes que Samuel Huntington, el inventor del «choque de civilizaciones»: así fue como, en la década de 1950, analizó el conflicto árabe-israelí), Lewis se convirtió en un asesor escuchado, cercano a los neoconservadores, en particular a Paul Wolfovitz. Este último, cuando era subsecretario de Estado de Defensa, le rindió un vibrante homenaje en estos términos en una ceremonia celebrada en su honor en Tel Aviv, en marzo de 2002: «Bernard Lewis nos enseñó comprender la compleja e importante historia de Medio Oriente y usarla para guiarnos hacia la próxima etapa a fin de construir un mundo mejor para las próximas generaciones»2.
Un año después, Bernard Lewis «guiaba» a la administración a su “siguiente etapa", Iraq. Explicó que la invasión de este país provocaría un nuevo amanecer, que las tropas estadounidenses serían bienvenidas como liberadoras, y que sería reconstruido un Iraq mil veces más hermoso.
En esta larga guerra para nada, la responsabilidad de Francia no puede ser desestimada. Tanto la derecha como los socialistas han seguido obstinadamente a Washington durante mucho tiempo y han enviado soldados que permanecieron allí hasta 2012. En una carta a los líderes socialistas el 16 de octubre de 2009, el presidente Nicolas Sarkozy escribió: “En primer lugar, me complace que afirmen Vds. que la oposición no cuestiona la participación de Francia en esta empresa esencial. Este compromiso es de crucial importancia para nuestro país”.
Sin embargo, a lo largo de los años, el compromiso francés se ha suavizado, siendo la opinión pública cada vez más hostil a esta lejana expedición. El 11 de marzo de 2010, bajo la administración de Obama, la CIA escribió una nota en la que se sugería «crear un sentimiento de culpa en los franceses, especialmente las mujeres, por haber abandonado a los afganos a su suerte» .
“Después de haber vencido al fascismo, el nazismo y el estalinismo”
Podían encontrar fácilmente la colaboración de muchos intelectuales invitados regularmente a los medios de comunicación, que contribuyeron a hacernos creer que estábamos involucrados en una tercera guerra mundial cuyo campo de batalla se extendía desde las montañas afganas hasta nuestros suburbios. Lo que proclamaba el 1 de marzo de 2006 una docena de intelectuales, desde Philippe Val a Caroline Fourest, y su manifiesto «Juntos contra el nuevo totalitarismo» : "Después de haber vencido al fascismo, al nazismo y al estalinismo, el mundo hace frente a una nueva amenaza global de tipo totalitario: el islamismo”. Entre ellos, el inenarrable Bernard-Henri Lévy, el mismo que escribió, después del derrocamiento del régimen talibán (Le Monde, 21 de diciembre de 2001): “Los estadounidenses [...] han ganado esta guerra haciendo en total unos cientos, quizás mil víctimas civiles ... ¿Quién puede hacerlo mejor? ¿De cuántas guerras de liberación del pasado se puede decir lo mismo? ¿Y qué esperan los agoreros para reconocer que se equivocaron?"
¡No esperamos de él que admita que estaba equivocado!
Pero fue, sin duda, el ex primer ministro Manuel Valls quien mejor expresó la ideología que alimentó el imaginario de esta «tercera guerra mundial»:
“Para combatir este islamofascismo, puesto que es así como debe llamarse, la unidad debe ser nuestra fortaleza. No debemos ceder ante el miedo o la división. Pero al mismo tiempo, deben plantearse todos los problemas: combatir el terrorismo, movilizar a la sociedad en torno al laicismo, combatir el antisemitismo […] Ahora debe haber una ruptura. El islam de Francia debe asumir plenamente sus responsabilidades”.
Esta ceguera y la idea de que la guerra que estábamos librando «allí» hacía posible evitar que el terrorismo llegara «a casa», que había una continuidad entre «el allí» y los «territorios perdidos de la República” ha alimentado veinte años de aventuras bélicas. La última de ellas es la intervención en Malí, decidida por el presidente socialista François Hollande, que ahora sabemos que no tiene más posibilidades de lograr una»victoria«que la de Afganistán. En ambos casos, el enfoque en el»peligro islamista", la ignorancia de las condiciones locales, de la miseria social, de la corrupción de las autoridades locales, de las quejas contra los occidentales firman una estrategia condenada al fracaso.
Es lamentable que determinados orientalistas hayan respaldado este aventurerismo criminal. Pero alegrémonos, Bernard Lewis estaba extremadamente aislado en la comunidad científica estadounidense. Como lo está hoy este magro grupúsculo de orientalistas franceses, desde Bernard Rougier hasta Hugo Micheron, escuchados por el poder y los medios de comunicación de derechas, y que inscriben la reconquista de los «territorios perdidos de la República» en una cruzada mundial cuyo fracaso es sin embargo patente desde hace mucho.