El horizonte se oscurece para Recep Tayyip Erdoğan, por lo menos en el plano de sus relaciones con los Estados Unidos, pero también en varios frentes internos y regionales. Con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, el presidente turco tiene razones para temer que la política americana en Oriente Medio será mucho más dura con Turquía que durante la presidencia de Donald Trump. Una de las primeras medidas tomadas por el presidente norteamericano fue nombrar a Brett McGurk como asesor de la Casa Blanca para Oriente Medio. McGurk supervisó en 2015 la coalición militar internacional en Siria. En 2018, luego de la decisión de Donald Trump de retirar las tropas norteamericanas de Siria, que permitió que el ejército turco atacara a los kurdos sirios, McGurk renunció a su cargo. Su retorno al primer plano no genera muchas sonrisas en Ankara.
El periodista Ragip Duran, excorresponsal de la BBC, de la AFP y del diario francés Libération, cree, como la mayor parte de los analistas, que “el partido que está en el poder en Turquía, el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), no quedó contento con la victoria de Biden. De hecho, Erdoğan fue uno de los últimos en enviarle un mensaje de felicitación. Además, la designación de Brett McGurk como coordinador para Oriente Medio fue recibida como una bofetada por los medios gubernamentales turcos y por el AKP”. Para este periodista que fue encarcelado durante la década de 1990 por la simple publicación de un artículo, las razones del descontento de Erdoğan son múltiples. “Entre la familia de Trump y la de Erdoğan había una relación comercial. Trump tiene intereses económicos personales en Turquía, con dos construcciones enormes en Estambul, las Trump Towers. Erdoğan también teme que el presidente Biden no le permita realizar operaciones militares en Siria, Irak, Libia o el Alto Karabaj. Antony Blinken, el nuevo secretario de Estado, ya declaró en un mensaje claro y preciso que Washington estará del lado de los chipriotas, de los griegos y de los kurdos”.
Fehim Taştekin agrega que “Turquía es miembro de la OTAN, lo que determina toda su política. Puede haber conflictos temporarios y pequeñas cuestiones de influencia, pero al fin de cuentas, esa alianza con los Estados Unidos en el contexto de la OTAN sigue siendo determinante. Por esa razón Erdoğan intenta caerle bien a Biden, aunque suena demasiado falso”. Taştekin, periodista turco para el sitio Al Monitor, colaboró en diarios como Radikal y Hurriyet, y en el principal canal de televisión de oposición, IMC, actualmente cerrado por Erdoğan. Como la mayor parte de nuestros interlocutores, abandonó Turquía para poder continuar con su trabajo de periodista. “Sin autorización de Rusia, Erdoğan jamás podría haber entrado a Siria”, continúa Taştekin. “Allí realiza operaciones contra los kurdos, no contra Estado Islámico. El objetivo estratégico es impedir que los kurdos abran un corredor entre Qamishli, Kobane y Afrin. Pero Erdoğan no cambiará a los Estados Unidos por Rusia. Su cálculo es simple: debido a la importancia geoestratégica de Turquía, si logra que la relación entre Turquía y Rusia mejore un poco, eso le permitirá extorsionar a los Estados Unidos y a la Unión Europea”.
La alianza entre Estados Unidos y los kurdos en Siria había enfurecido a Erdoğan, que empezó a hacer confrontar a Estados Unidos con Rusia. Tras haber coqueteado con Rusia para comprar misiles S-400 y lograr su apoyo para sus intervenciones en Siria, Erdoğan necesita reequilibrar sus relaciones con las dos superpotencias. El presidente turco siente que el viento cambia de dirección, y ahora intenta seducir a los occidentales.
En busca de posibles aliados
Erdoğan también está en dificultades en la escena política interior turca. Por el momento, tiene un solo aliado, el Partido de Acción Nacionalista (MHP), un partido de extrema derecha. Desde hace más de un año, todas las encuestas anuncian que el AKP y el MHP obtendrían menos del 50% de los votos. “Por eso Erdoğan está buscando nuevos aliados, pero podría resultar complicado, porque la animosidad de los principales partidos de oposición es muy intensa”, explica Ragip Duran. “Erdoğan dio un paso hacia el Saadet Partisi (Partido de la Felicidad), su expartido, pero que solo cosecha el 0,7% de las intenciones de voto. Ya no puede congeniar con los kurdos del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), ni con el Partido Republicano del Pueblo (CHP), el principal partido de oposición, ni con el IYI Partisi (el Buen Partido) de Meral Akşener, una importante escisión del Partido de Acción Nacionalista (MHP) que acumula aproximadamente el 10% de las intenciones de voto”.
El MHP tiene una larga tradición antirreligiosa y ultranacionalista. Cuando se alió con los islamoconservadores del AKP, una corriente se escindió y creó el IYI Partisi. Además, Erdoğan debe enfrentar importantes defecciones dentro de su propio partido, el AKP. El ex primer ministro Ahmet Davutoğlu y el exministro de Economía Ali Babacan fundaron dos partidos opuestos al AKP que seguramente le harán perder votos. “El frente antigubernamental se está volviendo mayoritario en las encuestas”, completa Ragip Duran. “Erdoğan está condenado a congeniar con su aliado de extrema derecha y a intentar dividir a la oposición. Sin embargo, tiene un punto a favor: mantiene buenas relaciones con el Estado profundo, es decir, el antiguo grupo dirigente del ejército, que es antiestadounidense, y más bien prorruso y prochino”.
Una historia turbulenta con el movimiento Gülen
Pero no es la primera vez que Erdoğan se encuentra en dificultades, y tiene la reputación de salir de apuros haciendo enfrentar a todos contra todos. En la década de 1990, tras la caída de la Unión Soviética, la Unión Europea encara un proceso destinado a extender su influencia política. Turquía, que ya integraba el Consejo de Europa y la OTAN, se presenta como candidata a la adhesión. La Unión Europea plantea como condición principal una reforma liberal económica y política, los famosos “criterios de Copenhague”. Turquía es el único país de la OTAN cuyo ministro de Defensa debe pedir autorización al jefe de Estado Mayor antes de votar una resolución de la OTAN. Sin embargo –y fue todo un acontecimiento en el país–, la propuesta europea implicaba que los órganos del ejército debían pasar a estar subordinados a las instituciones políticas.
Recep Tayyip Erdoğan, que comenzó su carrera como alcalde de Estambul en 1994 por el partido Refah (que en 2001 se convirtió en el AKP), al comienzo estuvo marginado por el Estado republicano y laico turco. Reforzado tras el golpe de Estado de 1980 (el tercero en 20 años), el Consejo de Seguridad Nacional, un órgano del ejército, promulgó la ley. En 2003, cuando Erdoğan pasó a ser primer ministro, siguió defendiendo la integración de Turquía a la Unión Europea, aunque eso implicara disminuir el peso del ejército en la vida política. En ese entonces necesitaba aliados para terminar con su aislamiento político. “En 2002, al acceder al poder gubernamental, al partido de Erdoğan le faltaba personal para hacer funcionar el Estado”, explica Fehim Tastekin. “Entonces, para remediarlo, se volcó hacia el movimiento Gülen.”
Fethullah Gülen, exiliado en los Estados Unidos desde 1999, es el “padrino” de ese movimiento, que se desarrolló fuertemente en las décadas de 1970, y sobre todo, en la de 1980. Influyente en los medios de comunicación, el movimiento también es una red de asociaciones locales, de grupos patronales y de establecimientos escolares. En la década de 1980, el movimiento Gülen ocupó cargos en el ejército turco. Con el ascenso del AKP al poder, prosperó y sus oficiales avanzaron en el aparato militar. Erdoğan recurrió a dirigentes del Gülen para reemplazar a los funcionarios kemalistas en la policía o la justicia, y también en el ejército, la diplomacia y los medios de comunicación.
Pero con un ejército cuyo peso se fue degradando, la principal amenaza para el poder de Erdoğan pasó a ser el movimiento, que intentó controlar el Estado en perjuicio del AKP de Erdoğan. El comienzo de la ruptura ocurrió en 2009, cuando Erdoğan descubrió archivos secretos suyos y de su familia creados por Gülen. Entonces se revelaron escándalos de familia.
Para Ahmet Insel, profesor emérito en la Universidad de Galatasaray, en Estambul, “la confrontación pasa a ser abierta en febrero de 2012, cuando los jueces gülenistas lanzan órdenes de arresto contra el director y algunos dirigentes de los servicios secretos por ‘inteligencia con una organización terrorista’ y revelan negociaciones efectuadas en Oslo entre dirigentes del PKK y el servicio secreto turco. Erdoğan impidió esos arrestos a último minuto decretando una autorización especial del primer ministro para cualquier investigación contra los miembros de los servicios secretos. Entonces empezó a depurar a los miembros gülenistas que integraban la policía y la justicia. En 2013, Erdoğan amnistió a los generales laicos”. “Se le declaró la guerra a Gülen y empezó la represión a gran escala”, agrega Fehim Taştekin.
Engaños ante los kurdos
Un punto de discordia más importante entre Gülen y Erdoğan tenía que ver con los kurdos. En 2006, Erdoğan inició negociaciones directas con el PKK, el Partido de los Trabajadores de Kurdistán. Gülen se oponía firmemente a esas negociaciones. Sin embargo, Erdoğan las llevó adelante para agradar a la Unión Europea, pero sobre todo, para tener un punto de apoyo electoral para sus ambiciones presidenciales. Los votos kurdos representan aproximadamente el 15% del electorado turco. Pero según Adem Uzun, uno de los principales negociadores kurdos, esas negociaciones eran puro teatro.
“El proceso de paz comienza en 2006, con la ‘diplomacia itinerante’”, recuerda Adem Uzun. “Tardaron tres años, hasta 2009, en encontrarse directamente con miembros de los servicios de seguridad turcos apoyados por su gobierno y por el mismo Recep Tayyip Erdoğan. Entre 2009 y junio de 2011 se celebraron varias reuniones en Europa. Del lado turco prometían muchas cosas sin que jamás llegaran a concretarlas. Entonces se dieron cuenta de que Ankara ganaba tiempo y aceleraba la construcción de cuarteles gigantes en la región kurda. En 2011, Erdoğan declaró por televisión: ‘Si yo hubiera sido primer ministro en 1999 (durante la captura del líder kurdo Abdullah Öcalan), lo habría ejecutado’. Erdoğan rompió el diálogo y retomó la vieja cantilena nacionalista turca: una sola nación, una sola bandera, una sola lengua”.
Luego de una interrupción, en enero de 2013 se reanudaron las negociaciones entre el Estado turco y el PKK, pero en París asesinaron a tres mujeres militantes kurdas. Para Adem Uzun, “fue una tentativa de sabotaje del proceso de paz efectuada por el Estado profundo turco”. Mientras tanto, en Siria había estallado la guerra.
Siria, Rojava y golpe de Estado
“Cuando los gülenistas publican el contenido de las negociaciones entre el Estado turco y el PKK en la prensa, boicotean cualquier posible acuerdo”, explica Fehim Tastekin. “En el mismo período, el Rojava en Siria se vuelve realidad con la victoria de los kurdos en Kobane. En 2013, Erdoğan intenta convencer a Öcalan de suspender el proyecto de autonomía del Rojava en Siria, a cambio de algunos derechos lingüísticos para los kurdos en Turquía. Öcalan lo rechazó diciendo: ‘Mi línea roja es el Rojava’. Erdoğan le respondió: ‘Para mí también es la línea roja y tendría que ser destruida’.”
El frágil proceso de paz se esfumó cuando Selahattin Demirtas, el carismático dirigente y candidato a la presidencia por el HDP, le dijo públicamente a Erdoğan: “No le permitiremos llegar a la presidencia”, durante la primavera boreal de 2015. Erdoğan abandonó todas las mesas de negociación con el movimiento kurdo y se volcó hacia la extrema derecha del MHP, Partido de Acción Nacionalista.
“La asociación entre el AKP y el MHP se basa en dos acuerdos claves: aplastar a los gulenistas y a los kurdos”, agrega Fehim Tastekin. “El golpe de Estado de los gülenistas en 2016 fue una señal de desesperación. Erdoğan había alistado a 8.000 gülenistas en el ejército y se disponía a despedirlos o a encarcelarlos. En esas circunstancias, quien tenga un arma, la utiliza. Y eso es lo que sucedió. Así que en un principio, Erdoğan necesitó a los gülenistas contra el ejército, luego necesitó a los kurdos contra los gülenistas, y cuando no funcionó, se volcó hacia la extrema derecha para asegurarse un régimen presidencial autoritario”.
La represión causó estragos en el movimiento gülenista y en toda la oposición turca, ya sea kurda, de izquierda, asociativa o armenia. Se detuvo a más de 50.000 personas, incluidos diputados de la oposición, más de 100.000 empleados del sector público fueron despedidos, y hubo un éxodo de periodistas, de miembros de la oposición, de investigadores… algo nunca antes visto. El mandato de más de 50 alcaldes kurdos del HDP elegidos democráticamente fue revocado, y fueron remplazados por fieles a Erdoğan. El partido HDP estuvo a punto de ser proscripto, y la mayor parte de sus dirigentes ya se encuentran en prisión. Quienes siguen militando ahora se enfrentan a acusaciones insólitas, como haber organizado en Turquía marchas de solidaridad con Kobane contra Estado Islámico en 2014.
Última acusación: Erdoğan acaba de remplazar al rector de la Universidad del Bósforo, en Estambul, por un miembro conservador de su partido. Las protestas de estudiantes son reprimidas con porras, y el ministro de Interior arremetió contra el movimiento LGBT, muy activo en la protesta. “Al futuro no le vamos a legar una juventud LGBT, sino una juventud digna de la gloriosa historia de esta nación”, agregó Erdoğan el 1º de febrero de 2021 durante un discurso donde empleó un tono amenazante. Antes de que Turquía se hunda en el oscurantismo, todos los opositores demócratas ahora esperan ansiosamente la caída del sultán Erdoğan.