Christian Jouret (Orient XXI). — Hay una percepción tenaz de que Estados Unidos se estaría retirando progresivamente de los asuntos de Oriente Próximo. ¿Es una realidad o es el resultado de una mala interpretación de la consigna «Estados Unidos primero» y de las declaraciones de Donald Trump sobre el repliegue de su país luego de su elección como presidente?
Robert Malley. — Hay que distinguir tres elementos. El primero está relacionado con la mediatización que se hace de las declaraciones norteamericanas. Los supuestos retiros o repliegues estadounidenses en la región corresponden a una mala lectura de la situación. Hay que recordar que todavía hay más de 30.000 soldados presentes en esa región y que desde la elección de Trump fueron enviados 14.000 militares. Si agregamos el hecho de que Washington interviene aquí o allá enviando un drone o llevando adelante una operación militar, resulta exagerado hablar de repliegue estadounidense. Esta mala percepción se debe a que el mismo Trump repitió varias veces que los estadounidenses se dedican demasiado a la región y que el interés de su país sería consagrarle menos atención. Y esta percepción de un retiro también se debe a los temores de algunos dirigentes regionales que no quisieran quedarse solos frente a Irán. Pero la realidad es sensiblemente diferente.
El segundo elemento corresponde a una realidad a largo plazo: efectivamente, existe un reposicionamiento de Estados Unidos respecto a su uso de la fuerza militar así como de su huella global. El declive relativo de la potencia norteamericana es una realidad que se explica por un crecimiento relativo de otras potencias. Cada uno busca su lugar en un mundo donde Estados Unidos está menos presente.
Un declive relativo que se remonta lejos
C. J. — ¿Este declive relativo comenzó antes de Trump?
R. M. — El declive comenzó principalmente con la guerra de Irak de 2003, cuando quedó demostrado que el uso de la fuerza militar estadounidense era en realidad una ilustración de su impotencia. Por cierto, desde esa época la opinión pública estadounidense expresa su repudio ante este tipo de intervenciones repetidas. Y el episodio en Libia solo acentuó esa sensación. Retomando las palabras de uno de mis colegas, diría que nada de lo que se haga puede llegar a funcionar: «Invadimos y ocupamos Irak, no funciona; invadimos y no ocupamos Libia, no funciona; no invadimos y no ocupamos Siria y tampoco funciona». De allí esta convicción pública generaliza de que mejor sería desinteresarse de la región.
Pero la sensación de impotencia se remonta más lejos, sobre todo a la época de Barack Obama e incluso antes. Con mucho realismo, Obama había percibido esa impotencia desde las «primaveras árabes», en una época en que muchos pensaban que se escribiría una nueva página entre Estados Unidos y el mundo árabe o en el marco de las relaciones entre palestinos e israelíes. Ya en 2002 Obama mismo decía que había guerras buenas y guerras estúpidas.
Poco después de haber sido ungido presidente, Obama sintió que las esperanzas de cambio expresadas por su entorno o por los medios iban a verse frustradas. Obama había percibido un desencanto. Pero su administración no desarrolló sus razonamientos hasta el final. Era consciente de que los intereses estadounidenses en Egipto o en el Golfo ya no eran los mismos que los definidos en la época en que se habían implementado las políticas estadounidenses. Su intuición era buena, pero su administración no extrajo las buenas consecuencias.
De la inutilidad de las guerras
C. J. — Trump había hecho campaña resueltamente en base a la inutilidad de las guerras norteamericanas.
R. M. — Es el tercer elemento, que podríamos llamar la ecuación Trump. Durante su campaña electoral, el candidato Trump había indicado que las guerras estadounidenses habían sido muy caras, no solo para la economía estadounidense sino también en vidas humanas. Hasta la actual campaña de los demócratas para las elecciones de 2020 vuelve sobre el tema de las intervenciones militares inútiles en la región. Entonces hay ciertamente un fenómeno de larga data que tiene que ver con el declive inevitable de la potencia estadounidense. Dicho esto, para Trump el problema no se plantea en términos de intervención o no intervención. Su comportamiento es transaccional: si una intervención o una no intervención favorece sus intereses, él la adopta.
Evidentemente, este comportamiento genera en algunos dirigentes del mundo árabe una pérdida de confianza. «¿Acaso el aliado de hoy seguirá siendo aliado mañana?», se preguntan. En Abu Dabi o en Riad se preguntan si algún día no se encontrarán frente a un presidente estadounidense que los culpe por razones que no logran imaginar, o si va a aprobar un acuerdo con los iraníes y a abandonarlos por completo. Para ellos, la política conducida por Trump es al mismo tiempo transparente y misteriosa. Comprenden que Trump funciona sobre la base del toma y daca, pero no saben qué va a dar ni qué va a tomar.
Pero tampoco hay que exagerar esta particularidad de Trump. Si en 2020 asume un presidente demócrata, continuará con este posicionamiento ante Oriente Próximo. La candidata a la investidura demócrata Elizabeth Warren dijo en una oportunidad que había que retirarse totalmente de Oriente Próximo. Aunque se rectificó al día siguiente al señalar que no pensaba en un retiro total, igualmente sus declaraciones revelan algo . Así que este posicionamiento va a continuar y sin duda Estados Unidos no va a retirarse de la región. Se volverá a una política más tradicional, sin que haya un Trump firmando alianzas con algunos dirigentes por razones financieras o de rédito político personal.
El acuerdo del siglo, un truco de magia
C. J. — Desde hace mucho tiempo se anuncia el «acuerdo del siglo», destinado a organizar de una vez por todas la relación entre israelíes y palestinos. No hay ninguna posibilidad de que sea aceptado por los palestinos. ¿Llegará a ser publicado?
R. M. — Ese plan es un truco de magia. De hecho, ya fue implementado: sus componentes son la transferencia de la embajada estadounidense a Jerusalén, los Altos del Golán, los asentamientos, la UNRWA [En agosto de 2018, Estados Unidos anunció que dejaría de aportar su contribución financiera a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA). Hasta entonces, Estados Unidos era el principal contribuidor de los refugiados palestinos de 1948. En 2017, su contribución se elevó a 364 millones de dólares (328 millones de euros).], el cierre de las representaciones diplomáticas palestinas en Estados Unidos, una retórica divergente sobre la cuestión de los refugiados o una reducción de la ayuda humanitaria y económica otorgada a los palestinos en 2018. Todos estos asuntos forman parte del plan estadounidense sin que sea dicho explícitamente.
C. J. — En todos estos asuntos, este presidente «transaccional», que practica el toma y daca, ¿no pidió nada a cambio? ¿Son puros regalos hechos a Israel?
R. M. — Lo hizo por razones de política interior. Es un regalo que se hizo a sí mismo. Quiso mostrarse lo más pro-Netanyahu posible para satisfacer al electorado evangélico y al electorado judío. Quiere parecer intocable en ese asunto y hará campaña diciendo que Israel nunca tuvo mejor amigo que él. Para Trump es importante porque, según algunos observadores, en privado puede ser muy duro con Benjamín Netanyahu o con Israel. Hay que recordar que en sus primeros encuentros con los palestinos les había hecho creer que iba a mostrarse más duro con Israel de lo que pensaban. En esencia, Trump les decía: «Denme algo y yo obtendré algo de Israel». Le creyeron, y evidentemente se equivocaron.
En el fondo de sí mismo, Trump no tiene visión ideológica. Un día le interesa Irán o Israel o Siria, y después se olvida. Pasa de un tema a otro muy rápido. Entonces el papel de su entorno es muy importante. Su entorno tiene que hacerle acordar de hablar de un tema o de implementar una política cuando a él no le interesa la cuestión, como es el caso de Siria.
El enfoque ideológico del entorno del presidente
Dicho esto, para algunos miembros de su administración, la cuestión israelí-palestina es de naturaleza ideológica. Para ellos, hay que transformar los parámetros de resolución del conflicto israelí-palestino. Es lo que piensa el embajador estadounidense en Jerusalén, David Melech Friedman. Está convencido personalmente —y Jared Kushner, el yerno del presidente Trump también— de que una de las razones del punto muerto al que se llegó en este asunto reside en el hecho de que el mundo, en particular el mundo occidental, Estados Unidos y Europa, llenó de ilusiones a los palestinos hablándoles de 1967, de los refugiados, del derecho al retorno, de la ilegalidad de los asentamientos, etc., para hacerles creer que seguían siendo los más fuertes y hacerles olvidar que habían perdido la guerra.
Entonces la ambición de Friedman es rebajar las expectativas de los palestinos para que el conflicto se resuelva de una forma muy diferente. Es el enfoque ideológico de derecha pro-Likud de la administración estadounidense. En el caso de Trump, su enfoque no es ideológico. Él estaría dispuesto a aceptar cualquier solución con tal de obtener resultados, ya que en él prima la exigencia política. Así que puede decir y creer al mismo tiempo: «Puedo resolver el conflicto, Jared puede resolverlo, pero también quiero ser lo más pro-israelí posible». Todo esto es conciliable para él, aunque en realidad sea inconciliable. Su plan, salga a la luz o no, en uno o seis meses, sea puesto sobre la mesa para ser aceptado o para no ser aceptado, es un no acontecimiento. En cuanto a los países árabes, no van ni a denunciarlo ni a apoyarlo por completo.
C. J. — ¿Los palestinos no lo aceptarán?
R. M. — Desde luego que no. El guión ya está escrito. Los estadounidenses dirán: «Hicimos lo mejor que pudimos… Estábamos dispuestos a conceder una formidable ayuda económica para los palestinos… No entendemos… Les traemos algo concreto que ellos rechazan. Van a quedarse con sus ilusiones y sus sueños, mientras sus posibilidades seguirán menguando…». Pienso que el discurso estadounidense pospresentación del plan ya está escrito, redactado y aprendido de memoria, listo para ser pronunciado.
Es un no acontecimiento que no cambiará nada. Tampoco aportarán un gran cambio a la causa Israel-Palestina las elecciones israelíes. Esas elecciones son importantes para la política interior israelí, pero no para esta causa. Sin embargo, en cierto modo, para los palestinos podría ser más difícil, porque tendrían que transigir con un gobierno israelí que sería mejor visto desde Occidente. Hoy solo hay dos cosas importantes: por un lado, lo que pasa en el terreno en Cisjordania, y por otro, la escena política palestina cuando termine el liderazgo de Mahmud Abás y emerjan nuevas fuerzas políticas. Estos dos elementos son más importantes que el plan estadounidense o las elecciones israelíes.
Incertidumbre sobre la cuestión iraní
C. J. — ¿Qué quiere Trump de Irán? No promueve la política de cambio de régimen, pero exige que el régimen iraní cambie de comportamiento. No habla de intervención militar, pero afirma que no se puede descartar nada. ¿Qué quiere exactamente?
R. M. — En este asunto como en otros, hay que hacer una distinción entre Trump y su administración. En el fondo, Trump es un presidente «legible»: cuando se expresa, no comprendemos sus palabras, pero sabemos perfectamente lo que quiere decir. A veces es incoherente y sus frases van en todos los sentidos, pero lo que quiere decir es muy claro. Es lo contrario de un responsable político cuyas palabras y frases son muy pulidas. Respecto al asunto iraní, Trump me parece bastante claro: no quiere hacer la guerra, sino que quiere un acuerdo con Irán. Que le traigan un acuerdo, él lo presentará como opuesto al que firmó Obama, y se quedará contento.
El problema es que él diga que no quiere una guerra cuando al mismo tiempo lleva adelante una política de sanciones contra Irán que entra en contradicción con lo que exige. En realidad, existe una contradicción entre Trump y Trump, y otra entre Trump y su administración. Por un lado, el presidente no quiere una guerra, sino un acuerdo. Y por el otro, la política de sanciones extremas que ordenó puede llevar a un conflicto. Es una contradicción fundamental. En su equipo, por su parte, creen en las sanciones, no porque puedan llevar a un acuerdo, sino porque pueden debilitar a Irán, favorecer la agitación interna y hasta provocar un cambio de régimen, y al mismo tiempo organizan una robusta política militar para impedir que Irán se desquite con otros rivales regionales.
C. J. — ¿Se puede imaginar todavía un acuerdo nuclear con fines pacíficos similar al que firmó Estados Unidos con los Emiratos Árabes Unidos, un acuerdo que prohibiría cualquier enriquecimiento en beneficio de la producción exclusiva de energía?
R. M. — No creo que los iraníes estén dispuestos a aceptar un acuerdo que sea fundamentalmente diferente al JCPoA que ya aceptaron. Podrán hacerle algunos retoques, cambiar algunos elementos o alargar la duración, pero no más que eso.