La reanudación, el domingo 27 de septiembre de 2020, del conflicto del Alto Karabaj que enfrenta desde 1991 a la República de Azerbaiyán con las fuerzas locales apoyadas por la República de Armenia provocó, naturalmente, la reacción de las grandes potencias limítrofes. Si bien las declaraciones de los dirigentes ruso y turco llenan los titulares de los diarios desde el comienzo del conflicto, Irán parece más discreto, y su actitud suscita menos comentarios. Sin embargo, la República de Irán no puede considerarse como totalmente extranjera a un conflicto que se desarrolla a sus puertas y que constituye una amenaza para su propia seguridad. Desde el comienzo del enfrentamiento, el gobierno iraní se inquieta por la posible presencia de tropas extranjeras o de mercenarios del otro lado de su frontera y se empeña por proteger sus infraestructuras y sus poblaciones colindantes, dado que el territorio de este lado del Aras, río que marca la frontera de Irán con el Cáucaso, fue alcanzado por disparos de mortero.
Una asociación privilegiada en materia de energía
No obstante, la posición de Teherán parece clara, aunque paradójica. En lugar de prestar ayuda a Azerbaiyán (país musulmán de mayoría chií), pero que eligió asociarse con los Estados Unidos, la república islámica se presenta desde 1992 como un gran aliado de Armenia y por ejemplo, le ha proporcionado, durante y luego de la guerra, una vía de abastecimiento a la pequeña república enclavada. Esa alianza privilegiada, que se desarrolla en particular en el campo energético (Teherán provee gas y Ereván, la electricidad producida por su central nuclear de Metsamor), suele ser destacada por los analistas como testimonio del pragmatismo de las autoridades iraníes, dispuestas a hacer primar el interés nacional por sobre la solidaridad islámica. El discurso de la república islámica a favor de la defensa de los musulmanes oprimidos, profuso cuando se trata de Palestina, Cachemira o de los rohinyás, por lo general ignora la cuestión del Alto Karabaj. Sin embargo, a la luz de los acontecimientos recientes, esa visión merece ser matizada. El 6 de septiembre de 2020, unos diez días después del comienzo de los combates, Irán afirmó, en efecto, su neutralidad y su adhesión a la integridad territorial de Azerbaiyán, lo que representa un dictamen de facto a favor de Bakú.
Intensificación de las relaciones entre Irán y Azerbaiyán
La amistad entre Irán y Armenia es una realidad innegable, aunque con efectos muy limitados. En 2017, Armenia solo recibió el 0,45% de las exportaciones iraníes. Pero entre Irán y Azerbaiyán, los intercambios comerciales son apenas más dinámicos: en 2017, Azerbaiyán recibió el 0,70% de las exportaciones iraníes. Desde hace unos años, Irán busca establecer vínculos con la república de Azerbaiyán, con la que mantiene relaciones como mínimo tensas desde la independencia de 1991. Ya se trate de la instrumentalización de grupos islamistas por parte de Irán, de la cuestión de las minorías azeríes de Irán, del litigio en relación a la delimitación de las fronteras marítimas del mar Caspio, de demostraciones militares ambiguas de uno u otro bando, o bien de episodios más anecdóticos, como el pedido de Teherán para que Bakú anulara la celebración del “decadente” concurso Eurovisión 2012 (equiparado por los mulás a un “festival gay”), los motivos de fricción entre ambas partes han sido numerosos. Las tensiones, que no derivaron en enfrentamientos serios, finalmente le dieron paso a una distensión en el transcurso de la década de 2010.
Durante las presidencias de los iraníes Mahmud Ahmadineyad y Hasán Rohaní se realizaron gestiones para intensificar las relaciones con Azerbaiyán. Ilham Alíyev, presidente de Azerbaiyán, buscaba implementar una política exterior equilibrada e independiente, y multiplicó los vínculos con las potencias vecinas en un contexto de ligera pérdida de influencia de los Estados Unidos, principal aliado del país en la región durante la presidencia de su padre, Heydar Aliyev. Ilham Alíyev se dispuso a ampliar la colaboración entre su país e Irán en términos de seguridad –en 2005 se firmó un pacto de no agresión–, de energía – Alíyev y el presidente Ahmadineyad inauguraron en 2005 un gasoducto que permitió el abastecimiento de gas iraní en la región de Najicheván– y de comercio.
Manifestaciones en el Azerbaiyán iraní
Así que se puede decir que entre ambos países se tejió una amistad nueva, aunque todavía tímida, celebrada con menos espectacularidad que la amistad entre Irán y Armenia. En este conflicto de 2020, Irán juega la carta de la neutralidad, y ya se ofreció como mediador, afirmando que trabaja incluso en un plan de salida de la crisis1. Pero el papel de Armenia como aliado indefectible parece intrínseco de Irán, lo que no deja de causar problemas dentro de las fronteras de la república islámica. En efecto, la población del Azerbaiyán iraní2, cuya conciencia nacional y deseo de autonomía nunca han sido tan intensos como ahora, está cada vez más exaltada con el conflicto. Muestra de ello son las manifestaciones del 1º de octubre último que reunieron a miles de personas en las principales ciudades del Azerbaiyán iraní y en Teherán, y en las que se reclamó el cierre de la frontera con Armenia, presunto punto de paso de armas y de material militar proveniente de Rusia.
En ese contexto, la reputación de Irán como enemigo de Azerbaiyán genera tensiones internas susceptibles de despertar voluntades secesionistas o incluso tensiones interétnicas perniciosas. En algunas imágenes de las manifestaciones del 1º de octubre de 2020 visibles en los medios de comunicación turcos se ve a manifestantes quemando una bandera de la república de Armenia. Así, revelaciones como la que afirma que aproximadamente 80 empresas iraníes invierten en la economía del Alto Karabaj, o el episodio del video de abril de 2020 donde se pueden observar camiones iraníes transitando hacia el Alto Karabaj no generan ninguna satisfacción entre las autoridades iraníes y serán objeto de negaciones oficiales. Lo que encendió la mecha hace unos días en el Azerbaiyán iraní son los videos grabados en Norduz, en la frontera entre Irán y Armenia, que muestran el paso de camiones militares cubiertos con lonas (y por lo tanto con contenido misterioso). Teherán niega sin embargo el envío de cualquier ayuda militar a Armenia.
Voces disonantes en el corazón del poder
No obstante, en el corazón mismo del poder, e incluso dentro de los círculos más próximos del guía Alí Jamenei, empiezan a hacerse oír voces disonantes. El 1º de octubre –día en que se programaron las manifestaciones–, los representantes del ayatolá Jamenei de las cuatro provincias del Azerbaiyán iraní (Azerbaiyán occidental, oriental, Ardebil y Zanyán) publicaron una declaración conjunta en la que subrayaron la necesidad de devolver el Alto Karabaj a Azerbaiyán. La declaración recurre tanto al derecho internacional como a la moral y a la fraternidad islámica. Sus signatarios insisten en el hecho de que los principios del Corán, como la filosofía de la república islámica en favor de los oprimidos, los obligan a apoyar y ayudar a la república de Azerbaiyán en su combate.
Las declaraciones de ese tipo no son nuevas. Ya en ocasiones previas el ayatolá Ameli de Ardabil, al igual que su antecesor, el ayatolá Musavi Ardabili, evocaron la necesidad de observar una solidaridad islámica en el conflicto en el Alto Karabaj. Por otra parte, en 2013, Mohsen Rezai, excomandante en jefe de los Pasdaran (Guardianes de la Revolución Islámica), admitió haber permitido el entrenamiento de combatientes de la república de Azerbaiyán en territorio iraní, así como el envío de combatientes iraníes y de material militar del otro lado de la frontera. Resulta sorprendente que la declaración no emplee el término “república de Azerbaiyán” y que los autores opten por referirse al vecino del norte con el nombre de “Azerbaiyán”. Las autoridades iraníes suelen distinguir la “república de Azerbaiyán” de las provincias de Irán que llevan el nombre de Azerbaiyán, para no crear confusión y recalcar la existencia de una frontera política e institucional (incluso cultural) entre ambas regiones. Así que emplear el término genérico “Azerbaiyán” para referirse al país dirigido desde Bakú representa una toma de posición destinada sin duda a complacer a la opinión pública de las poblaciones azeríes, cada vez más enardecidas por el conflicto.
Parece entonces que las autoridades iraníes tienen que mostrarse prudentes. Por un lado, no deben poner en peligro su alianza estratégica con Armenia, y por el otro, les conviene crear condiciones óptimas para aumentar la cooperación con Bakú y respetar el sentimiento de solidaridad nacional de los azerbaiyanos de Irán. Las autoridades iraníes privilegian una actitud moderada y conciliadora, y permiten que al margen del poder central se expresen discursos de solidaridad con la república de Azerbaiyán. Esos discursos intentan reapropiarse del discurso nacionalista azerí subvirtiéndolo, es decir, volviéndolo compatible con el marco conceptual de la república islámica: la solidaridad con los azerbaiyanos “del norte” es ante todo chií, antes de ser étnica. La declaración mencionada afirma que Azerbaiyán es un “país de Ahlul Bayt”, que en árabe significa “gente de la casa”, lo que en la teología chií remite al Profeta y sus sucesores adorados por los chiíes, los imanes.
¿Un mediador para salir de la crisis?
El conflicto del Alto Karabaj representa entonces un desafío relativo para Irán, pero también una oportunidad para reinventarse. Ante todo, se trata de una amenaza para su seguridad, y también un motivo de convulsiones internas. Irán afirmó oficialmente su neutralidad y su respeto de la integridad territorial de la república de Azerbaiyán (según las normas del derecho internacional), y busca presentarse como un posible mediador ante dos países con los que comparte una cultura común, intentando de ese modo borrar su imagen de aliado fundamental de Armenia, que le resulta un traje demasiado difícil de llevar. La propuesta de mediación iraní también le permite a la república islámica ofrecer una imagen de país moderado (lejos de la que ha podido vislumbrarse estos últimos meses) y apegado a la estabilidad, al contrario de Turquía, acusado por un alto responsable iraní de “echar leña al fuego”3.
Así, el poder deja que en sus márgenes se expresen discursos a favor de Azerbaiyán, probablemente para ganarse a la opinión pública azerí. Este fenómeno parece típico de la república islámica, que estos últimos años ha buscado canalizar la expresión de los discursos disidentes –vinculados a asuntos religiosos (los suníes del Kurdistán o del Baluchistán4) o étnicos (los azeríes)– retomándolos por su cuenta y adaptándolos a su marco conceptual e ideológico.
En cuanto a la cuestión de un posible rol de mediación en el conflicto, conviene ser prudente. Los interlocutores privilegiados en este conflicto son los copresidentes del Grupo de Minsk –Rusia, Francia y los Estados Unidos– y las posibilidades de ver a Irán inmiscuido en el concierto de las negociaciones parecen muy escasas, aunque no inexistentes. En efecto, tras los acontecimientos de julio de 2020, el presidente Alíyev despotricó contra la “inacción” del Grupo de Minsk ante lo que consideraba como una agresión armenia. Gracias a su relación privilegiada con Armenia, Irán podría aparecer en Bakú como un interlocutor privilegiado con vistas a una salida de la crisis. Por otra parte, la república islámica no pierde ninguna oportunidad para criticar la falta de eficacia del Grupo de Minsk. Ali Velayati, asesor del guía iraní en asuntos exteriores, no duda por ejemplo en afirmar que, debido a su proximidad geográfica y cultural con ambos actores, Irán tiene más legitimidad que Francia para trabajar en una salida de la crisis5.
1Declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores del 6 de octubre de 2020.
2Irán posee una importante comunidad azerí, que de hecho es mayor en cantidad a la población de la república de Azerbaiyán (que cuenta con cerca de 10 millones de habitantes, mientras que la población azerí en Irán alcanzaría los 20 millones de habitantes, y mucho más aún según otras fuentes) y cuenta con una comunidad armenia limitada en cantidad (de 100 a 150.000 personas), pero dinámica e influyente.
3Keyhan, 6 de octubre de 2020.
4Sobre ese tema ver Stéphane Dudoignon, The Baluch, Sunnism and the State in Iran, Hurst, Oxford University Press, Londres, 2017. En ese trabajo, el autor estudia las redes de escuelas suníes deobandi del Baluchistán en Irán y demuestra cómo el Estado iraní, al financiarlas, logra integrarlas a su propio marco conceptual y erigir una muralla contra la difusión del salafismo, como un medio de producir e incluso de exportar un sunismo made in Irán.
5Keyhan, 6 de octubre de 2020.