Ante todo, el tratado de paz entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) no puede ser considerado como una traición histórica de las posiciones árabes. Desde hace años que los EAU se esfuerzan por normalizar sus relaciones con Israel. Ambos países establecieron contactos de alto nivel en capitales del mundo entero y han dejado que la comunidad internacional lo supiera, orquestando ellos mismos filtraciones de información. También transmitieron señales a las poblaciones occidentales y árabes. Estos últimos meses, los EAU enviaron ayuda humanitaria a Palestina a través del aeropuerto Ben Gurión, en coordinación con las autoridades israelíes, y no con sus homólogas palestinas. El acuerdo de paz es una etapa normal y natural de ese proceso. Desde el punto de vista jurídico, es verdad que esa decisión transgrede la Iniciativa de Paz Árabe de 2002. Pero esa iniciativa ya ha sido vulnerada, así como ha sido desacreditado el apoyo de la Liga Árabe que la impulsaba.
Al mismo tiempo, por más brutal que parezca, este acuerdo no es una traición a los palestinos. Sus derechos ya sucumbieron a la voluntad israelí de destruir cualquier perspectiva de Estado palestino a través del asedio de la franja de Gaza y la anexión gradual de Cisjordania. Los palestinos comprendieron que en el Golfo Pérsico, solo Kuwait y Qatar están dispuestos a rechazar cualquier “acuerdo del siglo” auspiciado por Estados Unidos, a menos que esas políticas cesen. Teóricamente, el acuerdo de paz pone fin a la colonización territorial. Pero solo suspende la anexión en el plano jurídico y formal, mientras avala de facto la continuación de las colonizaciones ilegales.
El tratado de paz tampoco es un avance histórico. Durante las últimas tres décadas, la lucha palestina ha perdido mucha relevancia política en las calles árabes. Aunque todavía puede suscitar cierta emoción y seguir siendo una causa política en la opinión pública árabe, entre las masas genera claramente menos solidaridad que antes.
La decadencia de la causa palestina
La decadencia palestina se fue gestando en varias etapas. La primara fase comenzó con el proceso de paz de Oslo, negociado bajo el auspicio de la comunidad internacional, y forzó a los palestinos a renunciar a muchos de sus derechos a cambio de la promesa poco precisa de un futuro Estado. La segunda fase comenzó en 2003, con la invasión de Irak por Estados Unidos. Al destruir a una potencia árabe tradicional, los Estados Unidos allanaron el camino para el expansionismo iraní, nuevo elemento perturbador de la geopolítica regional. Durante los años siguientes, Irán extendió considerablemente su potencia estratégica en Oriente Próximo. La expansión militar iraní llegó a su máximo en 2013, con la batalla de Al Quseir en Siria. Antes de la guerra civil en Siria, los defensores del eje árabe suní –los EAU y Arabia Saudita– se habían enfrentado a Irán en combates de baja intensidad en el Golfo. La batalla de Al Quseir anunció una nueva época, una era donde las fuerzas militares iraníes podrían operar abiertamente en los países árabes y brindar su apoyo a sus regímenes aliados. No solo Irak y Siria, sino también el Líbano y Yemen se convirtieron en lugares de confrontación alimentados tanto por la hipérbole sectaria como por la realpolitik.
Los Estados árabes suníes, que forman el eje conocido como “moderado”, consideran a actores no estatales como Hizbulah, el movimiento huzí de Yemen y las milicias del Comité de Movilización Popular de Irak como auxiliares del esfuerzo de guerra iraní. En este contexto, la prioridad se volvió contener a Irán, en detrimento de la defensa de Palestina.
El tercer acontecimiento que dejó a los palestinos al margen de la geopolítica regional es la “primavera árabe”, que en varios países aspiraba a la emancipación democrática y la caída del autoritarismo. Los levantamientos demostraron hasta qué punto las grandes ideologías del pasado –ya sea el panarabismo o su sucesor, el islamismo– habían perdido gran parte de su poder emotivo sobre la opinión pública árabe. Así, la causa palestina perdió visibilidad, excepto en los países que poseen las mayores poblaciones de refugiados palestinos, como el Líbano y Jordania.
Aunque la causa palestina ya no prevalezca en la agenda política exterior de la mayoría de los Estados árabes, el mundo árabe no se lanzará sin embargo a una normalización colectiva de las relaciones con Israel. Los grandes países árabes podrían toparse con una fuerte resistencia pública. En cambio, Bahrein, Omán y Mauritania se disponen a seguir los pasos de los emiratíes, y no habría que descartar un leve efecto “tren en marcha”: otros países árabes podrían iniciar negociaciones asimétricas con Israel para mantener el beneplácito de los Estados Unidos y evitar ser excluidos de un posible acuerdo futuro. Estas medidas podrían incluir, como alternativa a un reconocimiento diplomático completo, la apertura de oficinas de enlace y la autorización del turismo bilateral.
Por todas estas razones, el tratado de paz no representa entonces ni una traición trágica ni una oportunidad histórica. Desde un punto de vista estratégico, se trata de una iniciativa calculada que solo apunta a ofrecer ventajas a corto plazo para las tres partes implicadas.
Los EAU mantienen un frente contrarrevolucionario
Para los EAU, el tratado de paz les permite mantenerse firmes en su posición, en un contexto en que la contrarrevolución árabe está en dificultades y su reputación corre peligro. Desde la primavera árabe, los EAU, junto con Arabia Saudita, ocupan la primera fila de los países de la región que consideran que la propagación de los levantamientos democráticos en los países de Oriente Próximo es una amenaza existencial. Los EAU lideran el frente contrarrevolucionario que desea un Oriente Próximo donde reinen regímenes autoritarios estables cuyo peso petrolero les garantice una influencia decisiva en la región. Según esa visión del mundo, el islamismo electoral y el liberalismo son las dos caras de la misma moneda, ya que ambos representan cambios políticos radicales que ponen en riesgo la legitimidad interna de esos regímenes. Los EAU emprendieron la batalla contrarrevolucionaria y ahora no pueden permitirse perderla.
Sin embargo, recientemente, los EAU empezaron a trastabillar. El conflicto en Yemen se convirtió en una catástrofe humanitaria. La excesiva confianza puesta en algunas facciones para llevar adelante su guerra por procuración, como en el caso del general Jalifa Hafter en Libia, no aportó nada en el campo de batalla. Como en el imprudente embargo contra Catar, el aventurismo diplomático no logró sus objetivos. Las inversiones en Egipto, que apuntaban a convertir al régimen de Abdel Fattah al-Sisi en modelo de una nueva estabilidad árabe, también fracasaron y no lograron sacar al país del estancamiento económico y político. En resumen, el caos abunda, y para los emiratíes, la tasa de rendimiento es demasiado baja en comparación con la inversión inicial.
En este contexto, el acuerdo de paz con Israel representa una consolidación estratégica calculada. Los dirigentes de los EAU esperan poder utilizar a Israel como un vector más poderoso que podría ayudarlos a alcanzar sus objetivos geopolíticos, tal como lo hicieron con Arabia Saudita en la primera fase de la ofensiva contrarrevolucionaria. Los EAU se protegen igualmente de otro riesgo: la onda expansiva que podría representar un conflicto interno en Arabia Saudita que neutralizara a Mohamed bin Salmán. Si eso llegara a ocurrir, los dirigentes emiratíes quedarían aislados.
Así, la alianza con Israel ofrece a los EAU una cierta protección debido a sus intereses comunes. Ambos países comparten una profunda animosidad contra Irán y rechazan el acuerdo nuclear firmado por el expresidente norteamericano Barack Obama. Ambos también se decepcionaron cuando el presidente Donald Trump se negó a lanzar una campaña militar a gran escala contra las fuerzas iraníes. La falta de respuesta militar de Trump tras el ataque de julio de 2019 contra las instalaciones petroleras de Saudi Aramco terminó siendo reveladora. Además, Israel mantiene una silenciosa aversión por la democratización árabe.
Israel guarda las apariencias
Para Israel, la verdadera ventaja no es de orden económico. Los dirigentes emiratíes harán inversiones en Israel estrepitosamente, por lo menos para demostrarles a los palestinos lo que se perdieron rechazando el “acuerdo del siglo”. Pero al final, la ventaja financiera para Israel será mínima. El comercio con los EAU será eclipsado por los intercambios existentes con los Estados Unidos y Occidente, mientras que para los EAU, ricos en petróleo, las inversiones israelíes no son verdaderamente necesarias.
Pero Israel se beneficia en otros planos. En primer lugar, asienta un poco más su legitimidad en el orden regional de Oriente Próximo, aunque corre el riesgo de tener que participar de las iniciativas contrarrevolucionarias e impulsivas de su nuevo socio de paz.
Pero, ante todo, Israel puede seguir manejando la situación en Palestina. A pesar de que el tratado de paz menciona la suspensión del proceso de anexión de Cisjordania, el gobierno de Netanyahu y Gantz considera que solo se trata de una pausa temporal. Dado que el “acuerdo del siglo” elaborado por el entorno de Trump se empantanó este año tras la condena internacional de la anexión, este nuevo acuerdo de paz representa una ocasión ideal para guardar las apariencias. En realidad, no retrocede ninguna colonia israelí, y a los palestinos no les devuelven ninguna porción de tierra. Sin embargo, como los planes de anexión han sido suspendidos oficialmente, la Autoridad Palestina debería seguir siendo funcional como actor político, lo que preserva la apariencia de un proceso de paz y de un marco bilateral.
Operación de comunicación para Trump
Los Estados Unidos se benefician con el tratado porque representa una excelente operación de relaciones públicas en este contexto de campaña electoral presidencial. El acuerdo será presentado como una victoria para el gobierno de Trump, y el presidente intentará sumar puntos presentándose como un negociador exitoso. El sueño de la Casa Blanca de acoger un acuerdo de paz entre Israel y un país árabe le ofrece a Trump una excelente distracción para hacer olvidar sus fracasos en el gobierno respecto a las relaciones raciales, la gestión de la pandemia de coronavirus y otros problemas internos.
El tratado de paz tapa igualmente el fiasco del “acuerdo del siglo”. Tras la confirmación de la suspensión del controvertido proyecto de anexión, los Estados Unidos intentarán resucitar ese acuerdo moribundo. Al mismo tiempo, a Trump le permite reforzar su posición en porciones de su electorado: su gobierno puede recuperar cierta credibilidad entre los judíos liberales que desean ver una paz colectiva en Oriente Próximo, y a su vez tranquiliza a los militantes sionistas, ya que las reivindicaciones de Israel en Cisjordania siguen estando a la orden del día. ¿Hacia una “primavera palestina”?
A fin de cuentas, los verdaderos perdedores del tratado de paz son los palestinos, que seguirán luchando por obtener los elementos constitutivos de un Estado viable, como el derecho al retorno, una capital en Jerusalén Este y el fin de la ocupación ilegal de sus tierras por parte de Israel. Si bien los EAU, Israel y los Estados Unidos obtienen ventajas estratégicas a corto plazo gracias al acuerdo, la cuestión del futuro palestino a largo plazo sigue siendo una incógnita.
Marginada de los equilibrios regionales, la lucha palestina necesitará un nuevo levantamiento. Es de esperar que no tome la forma de una tercera Intifada, sino la de una versión palestina de la “primavera árabe” que implique el rejuvenecimiento del personal político palestino y la instalación de un liderazgo más responsable y más representativo, sostenido por una resistencia solidaria en toda la sociedad palestina. Los palestinos también deberán invocar no solo a Oriente Próximo, sino también al resto del mundo, ya que el apoyo público internacional a un Estado palestino sigue siendo alto. La verdadera recuperación de los derechos de los palestinos seguramente ya no esté ligada a una solución a dos Estados, porque esa opción efectivamente está muerta, sino que a partir de ahora debe apuntar más bien a una solución dentro del marco de un solo Estado.