¿Joe Biden se atreverá a volver al acuerdo nuclear con Irán?

Joe Biden asumirá la presidencia de los Estados Unidos el 20 de enero de 2021. Las relaciones con Teherán son uno de los temas espinosos de política exterior que deberá abordar. ¿Washington optará por el regreso al acuerdo nuclear? ¿Logrará eludir la resistencia de Israel y de Arabia Saudita? Una cosa parece segura: en los asuntos de Palestina no habrá ningún cambio fundamental, ya que el alineamiento de la Casa Blanca con Tel Aviv es una constante de la política exterior estadounidense.

Gage Skidmore, 2019/Wikimedia Commons

A comienzos de diciembre, Thomas Friedman, cronista del New York Times, relató la entrevista que le concedió Joe Biden. El futuro presidente de los Estados Unidos habla reiteradamente de los problemas internos tras el marasmo que deja como herencia Donald Trump. Biden también aborda los asuntos internacionales y señala sus dos prioridades. La primera tiene que ver con las relaciones de su país con China: en resumen, es una tarea inmensa y Biden no quiere precipitarse. La segunda le parece urgente: se trata de retomar el contacto con Irán.

Biden quiere regresar sin titubear a los términos del acuerdo llamado “Plan de acción integral conjunto” (PAIC, o JCPOA en inglés), firmado en 2015 entre Irán, Estados Unidos y cinco países (Francia, Alemania, Reino Unido, Rusia y China), referido a la limitación y el control internacional de la producción iraní de materia fisible para uso militar. El acuerdo le impedía a Irán fabricar el arma atómica durante los siguientes quince años a cambio, fundamentalmente, de un levantamiento progresivo de las sanciones económicas internacionales que afectan a los iraníes. Trump revocó ese acuerdo, para la inmensa alegría de los dirigentes israelíes y de las monarquías del golfo Pérsico, y luego intensificó de un modo inédito las sanciones económicas contra Irán.

La cuestión nuclear, una prioridad

Inicialmente, Biden había insinuado la idea de volver al acuerdo planteando una cierta cantidad de condiciones previas. Teherán tenía que dar el primer paso, había declarado Biden en campaña el 16 de septiembre de 2020, y “volver a un respeto estricto del acuerdo nuclear”, como si no hubiera sido Estados Unidos quien le dio la espalda al acuerdo. Sobre todo, Biden deseaba negociar simultáneamente el prolongamiento de la duración de las prohibiciones a la producción de uranio enriquecido que pesan sobre Irán y una limitación drástica de los misiles balísticos de los que disponen los iraníes. Pero seis semanas más tarde, el tono de sus palabras parece haber cambiado. Biden no renuncia a llevar a Irán a negociar la cuestión de los misiles, pero la cuestión prioritaria es restablecer la confianza, una confianza en la palabra estadounidense que el presidente electo sabe que se ha alterado enormemente en Irán.

Biden no lo dice explícitamente, pero sabe que aunque tal vez ya se hayan entablado acercamientos discretos con Teherán, no podrá abrirse ninguna conversación seria si los Estados Unidos no demuestran previamente que su regreso al acuerdo de 2015 no es solo verbal. A las palabras deberán seguirles los actos, comenzando por un levantamiento efectivo de las sanciones. A Friedman, que lo incita a mostrarse más firme con Teherán, Biden le responde bruscamente: “Escuche, se dicen muchas cosas sobre los misiles balísticos, y sobre todo una serie de cosas [que hacen los iraníes] que desestabilizan a la región. Pero la mejor manera de llegar a una forma de estabilidad en la región es negociar en primer lugar la cuestión nuclear”. Porque si Irán accede a la bomba A –y lo logrará, de no mediar ningún acuerdo, estima Biden–, el riesgo de proliferación nuclear se volverá extraordinariamente peligroso. “Y la última maldita cosa que necesitamos en esa parte del mundo sería una expansión de la capacidad nuclear”.

Además, induce, hay que actuar rápido. Nada se equipara con ciertos actos fuertes capaces de convencer a Teherán de las buenas intenciones del nuevo gobierno. Friedman se impresiona. ¿No es arriesgado? Biden le responde que las sanciones pueden levantarse y también restablecerse, de ser necesario. Es decir, empecemos levantándolas. Si la negociación sale mal, siempre habrá tiempo de volver atrás. Biden pretende avanzar, aunque “sea difícil”. Pronto descubrirá los detalles del estado en que Trump le dejó los asuntos iraníes. Una semana antes de la entrevista con Friedman, el 27 de noviembre, un comando al parecer israelí había matado a Mohsen Fakhrizadeh, considerado como el arquitecto de la investigación nuclear militar iraní. Biden no menciona ese acontecimiento en la entrevista. Pero sabe que cinco días antes de ese homicidio, Mike Pompeo, el secretario de Estado de Donald Trump, se reunió en Arabia Saudita con su hombre fuerte, el príncipe heredero Mohamed bin Salmán (conocido como MBS), en compañía de Benjamín Netanyahu. Un encuentro “secreto” divulgado instantáneamente…

Al consumar ese asesinato, o Netanyahu quería demostrarle a Biden que seguía determinado a socavar cualquier negociación con Irán, o Israel actuó a pedido expreso de Trump. En ambos casos, el acto no solo estaba destinado a demostrarles a los iraníes que Israel es capaz de atacar a sus ediles más protegidos, sino también, y sobre todo, apuntaba a sabotear la política iraní que el nuevo presidente estadounidense pretende implementar con Irán. Aunque Biden guardó silencio respecto del asesinato, varios de sus allegados se mostraron muy severos. Ben Rhodes, exasesor adjunto de seguridad de Obama, tuiteó que percibía “una acción ultrajante destinada a debilitar la diplomacia del gobierno norteamericano entrante con Irán”. John Brennan, exdirector de la CIA, habló de “un acto de terrorismo de Estado”.

Maniobras de Donald Trump

¿Trump y su compinche israelí todavía pueden contrarrestar la ambición iraní de Biden antes de su entronización, dentro de dos semanas? Parece poco probable. Como declaró Mark Fitzpatrick, exencargado de la no proliferación nuclear en el Departamento de Estado norteamericano, “el motivo del asesinato de Fakhrizadeh no era obstaculizar el potencial nuclear iraní, sino obstaculizar la diplomacia” del gobierno entrante. Pero Robert Malley, presidente del International Crisis Group, no cree en la eficacia final de ese método. Trump y Netanyahu no estarán en condiciones de “matar a la diplomacia”, señala Malley. De hecho, hasta el día de la fecha Irán no reaccionó agresivamente al homicidio de su científico.

Sin embargo, el regreso a una relación más calma entre Estados Unidos e Irán sigue siendo incierto. Israelíes, saudíes y otros apoyos de Trump en los Estados Unidos no renunciaron a hacer fracasar cualquier apertura de Washington hacia Teherán. Saben que en Irán mismo, el presidente Hasán Rohaní, que durante cuatro años defendió la mesura ante el “chiflado” de Washington, hoy está debilitado. Y que en los asuntos con Irán, Biden estará en dificultades ante su propia opinión pública.

La victoria de dos demócratas en las elecciones senatoriales de Georgia del 5 de enero le da a Biden la mayoría en el Senado. Esto aligerará su carga de trabajo en muchos temas. Pero no debería cambiar radicalmente la posición de Biden sobre la cuestión iraní, ya que el Congreso sigue siendo abrumadoramente reacio a llegar a un acuerdo nuclear con el Irán.

En cuanto a los iraníes, sus líderes han comenzado a aumentar la presión sobre Biden. El 4 de enero anunciaron la reanudación de la producción de uranio enriquecido al 20%, a la que debían renunciar según el acuerdo de 2015. La forma de transmitir el mensaje: si Washington pretende volver al acuerdo, tendrá que dar garantías tangibles. Por otro lado, las elecciones presidenciales en Irán están programadas para el 18 de junio.

Si Alí Jamenei, Guía de la Revolución y poseedor del principal poder, hace que sea electo un candidato hostil a la negociación, las veleidades de Joe Biden de llegar a un acuerdo ampliado con Teherán tal vez se vuelvan rápidamente caducas. Sin embargo, esa no es la opinión de Seyed Hossein Mousavian. Ex alto diplomático iraní y allegado al expresidente Hashemí Rafsanyaní (1989-1997), Mousavian fue portavoz de la delegación iraní durante las primeras negociaciones con los occidentales, de 2003 a 2005. Actualmente es profesor en la Universidad de Princeton, y está convencido de que en unos meses volverá un conservador a la presidencia en Irán, pero que a pesar de sus ideas, no podrá ir contra la voluntad de Jamenei de regresar a la mesa de negociación.

Mousavian también define el marco de las negociaciones de envergadura que podrían satisfacer a Joe Biden… y a los iraníes. A partir de los primeros meses del nuevo gobierno, escribe Mousavian en Middle East Eye, Teherán debe constatar un regreso real a los términos del acuerdo de 2015, y por lo tanto, un levantamiento de las sanciones. Una vez logrado ese punto, la continuación de la negociación podría tratar sobre las demandas de los estadounidenses en relación a la extensión del alcance del acuerdo. En ese toma y daca, sería elegante que Washington también hiciera un gesto, como retirar de su lista de organizaciones terroristas a los Guardianes de la Revolución, o terminar con las sanciones nominales contra los dirigentes iraníes.

Después, tarde o temprano, vendrá la cuestión de los misiles balísticos. Los occidentales desean que Teherán deje de almacenarlos. Para Irán, explica Mousavian, el problema debe ser resuelto por medio de un “abordaje multilateral”. Mousavian recuerda que Arabia Saudita dispone de numerosos misiles chinos de un alcance de más de 5.000 kilómetros, y que Israel posee centenas de ojivas nucleares y dispone de 5.000 misiles Jericho para portarlas. Entonces esos y otros países serían invitados a participar en negociaciones multilaterales. En resumen, la postura inicial de Irán es simple: si Israel, Arabia Saudita y otras fuerzas regionales renuncian o limitan la cantidad de sus misiles, Teherán hará lo mismo. Si se niegan a hacerlo, ¿por qué debería hacerlo Irán? El margen de negociación de los occidentales no es nulo, sino estrecho. Sin embargo, también lo era cuando comenzó la negociación sobre el acuerdo nuclear, que duró cerca de quince años.

¿“Reevaluar” la relación con Riad?

Desde luego, un pedido semejante de parte de Irán se toparía con un rechazo rotundo de parte de Arabia Saudita e Israel. Pero al hacerlo, los iraníes sembrarían más cizaña entre el gobierno de Biden y sus dos aliados regionales. En ese plano, la victoria de Joe Biden en la elección presidencial abrió una brecha. Netanyahu y MBS lo saludaron con poca presteza y calidez. Desde entonces, Netanyahu, “en vísperas de la entrada de Biden a la Casa Blanca, caldea la atmósfera deliberadamente”, escribe Amos Harel, cronista militar de Haaretz. Con el consentimiento de El Cairo, Israel hizo pasar un submarino por el canal de Suez en dirección al golfo Pérsico. Y frente a estudiantes de la escuela de pilotaje del ejército, Netanyahu aseguró que Israel impedirá de cualquier manera posible que Irán acceda al arma nuclear.

Por su parte, Biden no es un gran admirador de la alianza que Trump construyó en Oriente Próximo, donde las monarquías del Golfo (y también Egipto) se asociaron al eje estadounidense-israelí en un frente anti iraní declarado. Biden dio a entender que cuando ingrese a la Casa Blanca, podría “reevaluar” su relación con Riad, y sobre todo, que le solicitaría al Congreso terminar con el apoyo económico a la intervención saudí en la guerra en Yemen. En cuanto a su relación con Israel, detrás de las manifestaciones de amistad inquebrantable, Biden, que vio cómo Barack Obama ha sido humillado exitosamente por Netanyahu, sabe que si promueve un nuevo acuerdo con Irán, tendrá que vérselas con la hostilidad israelí, tal vez aún más intensa que con Obama. Los israelíes, comenzando por la gran mayoría de su clase política, son huérfanos de Donald Trump. Las encuestas realizadas antes de la elección estadounidense mostraban que los judíos israelíes apoyaban a Trump en un 77% (solo el 22% apoyaba a Biden). Tras la elección de Biden, Netanyahu declaró que “no puede haber regreso alguno al anterior acuerdo nuclear” con Irán. Así que, desde el comienzo, las divergencias son flagrantes.

Si Biden está determinado a volver a un acuerdo con Teherán, tendrá que enfrentarse con los israelíes. ¿Está dispuesto a eso? ¿Qué les ofrecerá, si es necesario, para doblegarlos? Biden se inscribe en una tradición en la que su partido, los demócratas, ha sido históricamente más favorable a Israel en los Estados Unidos, antes de que se formara una alianza casi simbiótica entre la derecha norteamericana republicana y radical, ya sea evangélica o nacionalista, y la extrema derecha colonial israelí, ambas en fuerte crecimiento en sus países. Sus antecesores demócratas Bill Clinton y Barack Obama intentaron solucionar el conflicto israelí-palestino, sin éxito. No por falta de esfuerzos. Al negarse a aceptar la existencia de un Estado palestino en la totalidad del territorio que ocupa desde la guerra de junio de 1967, Israel impidió en ambos casos cualquier acuerdo. Y los dos presidentes demócratas eligieron en ambos casos no enfrentar a los israelíes. ¿Biden es capaz de comprender que, después de esos fracasos, y teniendo en cuenta la persistente política de acaparamiento y de dislocación de los territorios palestinos llevada adelante sistemáticamente por Israel, hoy resulta ilusorio aspirar a una “negociación” entre dos partes extraordinariamente desiguales en todos los planos, que lleve a la coexistencia de dos Estados “viviendo en paz uno al lado del otro”? ¿No se da cuenta de que es un mantra sin otro contenido que la garantía de la preservación del statu quo, y por lo tanto, la continuación de la ocupación militar y la colonización?

¿Biden es capaz de comprender que el asunto ya no es “la paz”, sino el fin de la ocupación de los territorios palestinos? ¿Es capaz de comprender que los palestinos no tienen ninguna otra arma más que su sola existencia, mientras que los israelíes, a fuerza de tanta impunidad acumulada, se obstinaron en una mentalidad colonial que les impide concebir otra perspectiva más que la de una eterna dominación de otro pueblo? En resumen, ¿Biden es capaz de comprender que no hay ninguna razón para que los israelíes inicien por motu proprio un proceso que equilibre al mismo tiempo la idea de transigencia y la de paridad de derechos y de dignidad de aquellos a quienes oprimen? Para que se avengan, tendrá que imponérselo. En caso contrario, no harán nada, y seguirán saboteando cualquier acuerdo posible clamando que los palestinos no quieren la paz y carcomiendo cada día más la poca autodeterminación que les queda.

¿Biden es consciente de esta realidad? ¿Estará dispuesto a modificarla? Es algo muy poco probable. Durante su campaña, su entorno no dejó de repetir que no modificará de ningún modo el apoyo militar estadounidense a Israel (3.800 millones de dólares anuales –3.100 millones de euros– en provisiones de armamentos gratuitas acompañadas de anulaciones de deudas). “En ese caso –escribe el politólogo Peter Beinart, director de una revista judía progresista–, Netanyahu tendrá pocos motivos para reconsiderar su comportamiento actual. (…) Es preocupante. Aterrador, incluso.”

Hasta aquí, las señales enviadas por Biden no son muy tranquilizadoras. Desde luego, afirmó que reabriría la representación estadounidense ante la Autoridad Palestina y la de la Organización para la Liberación de Palestina [OLP] en Washington, ambas cerradas por Trump, y que Estados Unidos volvería a contribuir con la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos. Pero también abogó por el mantenimiento de la embajada norteamericana en Jerusalén. Y sobre todo, hizo muy poco hincapié en la temática israelí-palestina. Cabe decir que, en una década, ese tema cayó varios puestos en la lista de prioridades de la política internacional estadounidense.

Una elección poco audaz para el Departamento de Estado

Finalmente, al nombrar a Antony Blinken en el Departamento de Estado, Biden no podía ser más complaciente con Israel. Tzipi Livni, exministro de Asuntos Exteriores del gobierno de centroderecha de Ariel Sharón, declaró que esa elección era “la mejor posible” para Israel. Dore Gold, un ideólogo de la derecha colonial muy cercano a Netanyahu, dijo estar “tranquilo”. Luego de Bill Clinton, a quien la derecha israelí había rechazado, y de Barack Obama, a quien había injuriado, ahora es el turno de Joe Biden, con quien parece más indulgente por su elección de Blinken. El próximo titular del Departamento de Estado no solo aplaudió el desplazamiento de la embajada norteamericana a Jerusalén decretado por Trump, sino que también dijo ser partidario de “la preservación de los acuerdos de normalización entre Israel y los Estados del Golfo […] para empujar a esos Estados a ser actores productivos en los esfuerzos de paz israelí-palestinos”. Esa “normalización” entre Israel y las monarquías de la región se construyó, entre otras cosas, en base a la idea muy israelí de una “paz económica” con los palestinos, que presuntamente los convencería de renunciar definitivamente a cualquier reivindicación política.

Contrariamente a un sector del Partido Demócrata que cada vez se emancipa más del “lazo indefectible” con Israel, Blinken encarna la posición tradicional del partido en la cuestión palestino-israelí. Esa actitud siempre resultó beneficiosa para los partidarios de la colonización y les garantizó la impunidad. Por otra parte, durante toda la campaña electoral de Biden, Blinken no dejó de repetir en foros judíos estadounidenses su “compromiso inquebrantable” con Israel. Y agregaba que en caso de discrepancias con los dirigentes israelíes, Biden “cree fuertemente en la necesidad de mantener los desacuerdos entre amigos a puertas cerradas”. Blinken no tratará a Israel como trató a otro país también “amigo” de los Estados Unidos: Arabia Saudita. Porque al mismo tiempo, Blinken declaraba: “Revisaremos nuestra relación con el gobierno saudí, al que el gobierno del presidente Trump le concedió un cheque en blanco para sus políticas desastrosas, incluida la guerra en Yemen, el homicidio de Yamal Jashogyi y la represión de los disidentes en su país”.

En resumen, Blinken, que tuvo un papel determinante en la fase de finalización del acuerdo nuclear con Irán en 2015, asegura o quiere hacer creer que será posible conciliar al mismo tiempo un nuevo compromiso con Irán, preservar los intereses israelíes tal como ellos los entienden y a su vez meter en vereda a MBS. En otras palabras, Blinken pretende en primer lugar tranquilizar al Congreso estadounidense (incondicional de Israel, muy hostil a Teherán, pero también a Riad). Eso puede funcionar como política de comunicación, pero no como diplomacia coherente. La mayor dificultad con la que debería toparse el gobierno de Biden es que la alianza implementada por Trump en Oriente Próximo –con todos los que, como él, piensan “primero mi país”– parece basarse en una comunidad de intereses relativamente sólida. Esa alianza reúne a un país, Israel, que tiene mucho para ofrecerles a sus nuevos amigos –desde la apertura de numerosas puertas en Washington hasta la provisión de material muy preciso de cibervigilancia de las poblaciones–, esos regímenes cuyas recientes “primaveras árabes” han demostrado cuánto le temían al levantamiento de sus propios pueblos. Esa alianza también parece más coherente y fácil de implementar que el proyecto de reequilibrar las relaciones de fuerza entre los protagonistas en Oriente Próximo.

Trita Parsi, un analista iraní que reside en Estados Unidos (fue presidente del Consejo Nacional Iraní Estadounidense), estima sin embargo que Biden solo dispone de cinco meses, hasta las elecciones en Irán, para purgar la relación estadounidense-iraní de la herencia legada por Trump. Si renuncia a ello, o si las negociaciones se estancan, esa relación “sufrirá un grave deterioro, que aumentará significativamente la probabilidad de una guerra”, evalúa Parsi.