Negrofobia. Los condenados del Magreb

En el mundo árabe, cada vez son más las personas, como la actriz palestina Maryam Abu Khaled, que hacen referencia al racismo que padece la población negra de la región y la herencia persistente de siglos de trata árabe-bereber. Aunque Frantz Fanon escribió muy poco sobre el racismo, su análisis desde el punto de vista de las víctimas permite reflexionar sobre un fenómeno que desde hace mucho tiempo es tabú en el Magreb.

Una antigua calle de la medina de Túnez se llama «calle de los negros».

Durante toda su existencia, Fanon tuvo un contacto directo y brutal con el racismo, y plasmó esa realidad sobre todo por medio del relato de las experiencias que vivió tanto en Martinica como en las filas de los ejércitos “aliados” durante la Segunda Guerra Mundial, ya sea en las calles de París, de Lyon, o en las de la Argelia ocupada. A través de la experiencia vivida de la raza, considerada como el medio privilegiado de aprehender el racismo, Fanon presenta herramientas preciosas para intentar comprender las bases psicológicas y culturales de la alienación (racial), cuya comprensión concibe como condición previa para su “liquidación”.

El autor de Piel negra, máscaras blancas era consciente de la existencia de vínculos estrechos entre los aspectos socioeconómicos y psicológicos del racismo. Para Fanon era evidente que la alienación del negro no es una cuestión individual y que existen relaciones internas que vinculan la conciencia y el contexto social. Pero en lugar de realizar un estudio de los mecanismos del racismo empleando términos generales y abstractos, prefirió emprender un análisis empírico de la condición de negro, partiendo de su propia condición. Situado en el extremo opuesto de las denuncias habituales y convencionales del racismo, el enfoque de Fanon es fundamental para pensar al mismo tiempo la opresión racial y su superación.

Encrucijadas hoy en día imposibles

Aunque citaba regularmente la historia y la sociología, Fanon no era ni historiador, ni sociólogo. Su comprensión de una cierta cantidad de realidades, además de estar impregnada de las ideas de su época, podía estar limitada o deformada por sesgos relacionados principalmente con su condición social. Respecto a la esclavitud transatlántica, consideraba que el negro no había apoyado la lucha por la libertad y que había sido liberado “desde el exterior” por el amo. Esas palabras pasan por alto las numerosas luchas de esclavos que marcaron la historia desde el Caribe hasta Brasil, y son erróneas incluso si se circunscribieran solamente a Martinica.

Fanon no sitúa en su isla la experiencia decisiva que le tocó vivir del racismo, sino en la llamada Francia metropolitana. En las Antillas, escribió, “teníamos ese pequeño hiato que existe entre la békaille, la mulatería y la negrada. Pero nos contentábamos con una comprensión intelectual de estas divergencias”. No menciona en absoluto las expresiones de racismo de los blancos respecto a los negros en Martinica. “An Tan Robè” [de la época de Robert] es decir, el período en el que luego del estallido de la Segunda Guerra Mundial se instaló en Martinica el almirante Georges Robert –Alto Comisionado de la República a las Antillas y la Guayana del régimen de Vichy– y junto con él, varias centenas de soldados es un episodio de la historia que Fanon jamás evoca. A pesar de haber sido testigo de relaciones tumultuosas (y a veces violentas) entre marinos franceses y martiniqueses, Fanon no menciona en ningún momento esa época agitada, que también fue una época de penuria y de subalimentación debido al embargo marítimo que sufría en ese entonces la isla.

El ex médico-jefe del hospital de Blida también es poco elocuente respecto de la relación entre las poblaciones (no negras) del Magreb y los soldados senegaleses y antillanos durante la Segunda Guerra Mundial, y en términos más generales, respecto del destino reservado para los negros y las negras en África del Norte. Crítico implacable de la dominación colonial, que interpretaba como un hecho social total, Fanon consideraba que la misión histórica de su generación consistía en desmantelar el colonialismo europeo y su temible máquina de guerra. Eso puede explicar que haya minimizado una cantidad de realidades desagradables, o que no haya atribuido su paternidad a la supremacía occidental. Estas simplificaciones podían comprenderse en esa época, porque la tarea orientada a liberarse de la influencia europea parecía muy dificultosa. Pero en la actualidad, son insostenibles.

La pesada herencia de la trata árabe-bereber

“Es verdad que la mayoría de los negros se acostumbra fácilmente a la servidumbre; pero, tal como hemos dicho en otra parte, esta disposición es resultado de una inferioridad de organización que los acerca más a las bestias.” Estas palabras han sido expresadas por Ibn Jaldún mientras se resguardaba en Qal’at Ibn Salama, cerca de la actual ciudad de Tihert (Argelia) rondando el año 1375, es decir, más de un siglo antes de que Cristóbal Colón emprendiera su expedición para la Corona de España, que muchos consideran como el punto de partida de la modernidad europea. Desde esta perspectiva, el racismo es un fenómeno nacido con el genocidio amerindio y la trata transatlántica. La defienden autores como C.L.R. James1 o Anibal Quijano2, para quienes la raza y la identidad racial recién fueron establecidas como instrumentos de clasificación social primera de la población a partir de la conquista de América. La asociación estructural entre la nueva identidad histórica que es la raza y la división del trabajo a escala mundial permitieron que el modelo “capitalista colonial/moderno y eurocentrado” se impusiera como poder hegemónico planetario. Es lo que Quijano denomina la “colonialidad del poder capitalista mundial”.

Aunque se puede comprender que para los autores caribeños y sudamericanos la invasión de América reviste una centralidad histórica –sobre todo si se la convierte en el punto de partida del proyecto capitalista–, esa perspectiva “eurocentrada” pasa por alto los primeros genocidios perpetrados antes de la expedición de Colón (por ejemplo, en las Canarias, contra los bereberes guanches), así como la trata árabe-bereber, que comenzó a partir del siglo VII. No obstante, recuerda la autora afrocolombiana Rosa Amelia Plumelle-Uribe en su ensayo Victimes des esclavagistes musulmans, chrétiens et juifs “Víctimas de los esclavizadores musulmanes, cristianos y judíos” (Anibwe, 2012):

Con el transcurso del tiempo hemos olvidado que la degradación de la situación y la imagen de los negros comenzó en el África negra cuando una parte de ese continente se convirtió en un proveedor de esclavos destinados a los países musulmanes. Porque es necesario señalar que, aunque la igualdad racial es defendida según los preceptos de la religión islámica, en los hechos, la literatura, las artes y el folclore de los pueblos musulmanes expresaban lo contrario. Eso explica que muy rápidamente la literatura musulmana haya comenzado a vehiculizar una imagen repulsiva de los negros, cuyo color de piel asociado a su condición servil se volvió una carga más pesada que la servidumbre misma. La mayoría de los negros islamizados, mujeres y hombres, terminaron por adherir a esa imagen menospreciada y rápidamente difundida en la cultura árabe-musulmana.

Al explorar las relaciones entre el nacimiento del capitalismo y la trata transatlántica, la obra pionera de Eric Williams3 demostró que la esclavitud no nació del racismo, sino que este había sido más bien la consecuencia de la esclavitud. Si bien los siglos de trata árabe-bereber no tuvieron los mismos efectos que la colonización europea y no llegaron a imponer a escala mundial la idea de raza como criterio de clasificación social primera de la población, sus efectos en las sociedades que la practicaron son profundos y determinan de manera duradera el tratamiento discriminatorio reservado a los negros y las negras. Enfrentar esa historia es una necesidad.

El Magreb actual

En el Magreb, el racismo no es un remanente del colonialismo. Solo puede ser aprehendido tomando plena dimensión de los efectos que tuvieron siglos de trata árabe-bereber, más aun cuando en Mauritania y en Libia perduran prácticas similares, como revelaron en 2017 las imágenes de periodistas del canal CNN. Obras como L’Afrique Noire précoloniale “África negra precolonial”, de Cheikh Anta Diop, que versa sobre esa historia hecha de razias, de deportaciones masivas y de la práctica sistemática de la castración por parte de los negreros árabe-bereberes nos recuerdan que esta inmensa empresa de deshumanización no se realizó sin resistencias y nos ayudan a comprender la persistencia de una negrofobia sistémica en el Magreb. Un recordatorio necesario, pero que no es suficiente. Porque, parafraseando a Fanon, el racismo en el Magreb no está enquistado, y experimentó la suerte del conjunto cultural que lo informaba.

Tras la larga noche colonial, las sociedades de África del Norte conocieron transformaciones que se tradujeron por un aumento demográfico sin precedentes, un éxodo rural que sacudió las estructuras tradicionales (ya ampliamente menoscabadas por el proyecto colonial) y la imposición brutal y caótica por parte de las burguesías nacionales de una economía de mercado. Los efectos combinados de estas mutaciones engendraron la formación de un proletariado urbano afectado de lleno por un desempleo masivo estructural que genera una fuerte competencia por el acceso al empleo, la vivienda y los recursos. Ahora bien, Ilan Halevi recordaba en su análisis cruzado de la judeofobia y de la islamofobia: “Lo que genera la hostilidad no es la alteridad, sino la rivalidad: conflictos de poder, de territorio, de control de riquezas, de reparto de bienes, de recursos, etc”.4

Tal como sucede dondequiera que existe, el racismo en el Magreb está ligado a condiciones materiales y cumple objetivos precisos. Los encargados de formular políticas y los grandes medios de comunicación ven en él la posibilidad de quebrar las solidaridades que podrían crearse entre las clases populares. Para estas últimas, el racismo expresa su negación a incluirse entre los dominados y las dominadas, lo que se traduce en concreto por su elección de privilegiar su adhesión al grupo percibido como mayoritario y dominante en detrimento de su pertenencia de clase. Una de las artimañas del racismo, y no la menor, es permitir –entre otras cosas– “enganchar a los pobres al carro del sistema de explotación”5

Recientemente, las sociedades del Magreb se volvieron tierras de tránsito y de inmigración, lo que modifica la manera en que se piensan y se expresan la raza y el racismo. El vocabulario utilizado actualmente respecto a los exiliados y las exiliadas de la África negra se parece mucho al empleado en Francia respecto a los gitanos: asistidos, parásitos, delincuentes, hechiceros, sucios, vectores de enfermedades… Acusados también de robar el trabajo de los nacionales, se los describe como vividores de la mendicidad y de las ayudas sociales (casi inexistentes), y como competidores feroces en el mercado del empleo. El término “africano” pasó a designar a los negros del continente, como si África del Norte no estuviera allí situada.

Si bien actualmente se realizan campañas oficiales (en Túnez) y organizadas por la sociedad civil (Marruecos y Túnez) con suertes diversas, no se puede aportar ninguna respuesta al problema sin abordar sus coordenadas económicas y políticas, a saber:

➞  La pobreza, que empuja a decenas de miles de africanos a emprender un periplo extremadamente peligroso a través del Sahara, los países del Magreb, y cuando tienen los recursos económicos, a intentar el peligroso cruce del Mediterráneo para llegar hasta Europa ;

➞  El papel de las autoridades nacionales magrebíes, que efectúan expulsiones masivas de exiliados encerrados en campos de internamiento (es el caso, sobre todo, en Marruecos, y más recientemente, en Argelia, donde se expulsa a los exiliados en condiciones escandalosas y de manera indiscriminada hacia Níger); más allá de las autoridades de esos países, el conjunto de las autoridades africanas funcionan actualmente como subcontratistas de las políticas migratorias y de seguridad de los estados europeos ;

➞  La responsabilidad occidental en el empobrecimiento de las sociedades africanas y la destrucción de Estados como Libia, y su complicidad activa en los horrores cometidos en ese Estado fallido, que se volvió la base de retaguardia de un gigantesco tráfico de seres humanos.

Una negación persistente

En el Magreb, el racismo se traduce en la vida cotidiana por una valorización de todo lo que es considerado como blanco. De ello dan cuenta los innumerables testimonios de los negros (nacionales, exiliados o estudiantes provenientes del África negra). Sin embargo, muchas personas siguen negando la existencia del racismo. Los innumerables crímenes de la colonización europea y el relato con frecuencia eurocentrado de la historia mundial ocultan la pavorosa realidad que fue la trata árabe-bereber. A esto se le agrega el mandato de silenciar el racismo para no quebrar la presunta unidad de los condenados de la tierra (o de la comunidad de los creyentes) frente a la dominación occidental. Una unidad basada en el ocultamiento de crímenes pasados y presentes solo puede ser nominal y sospechosa.

Es cierto que la trata árabe-bereber y las discriminaciones en el Magreb son instrumentalizadas por actores deseosos de enfrentarse con el islam y el mundo árabe, y también ávidos de relativizar los crímenes coloniales europeos. La proliferación de artículos en los sitios web de extrema derecha, la apetencia por este tema entre universitarios e ideólogos como Bernard Lewis o Kamel Daoud, la expresión “trata árabe-musulmana” cuando se trata en cambio de “trata transatlántica”: todo eso puede favorecer una actitud de negación en poblaciones descritas de manera esencialista –casi desde la noche de los tiempos– como conquistadoras, violentas y esclavistas. Ese discurso sobre la trata árabe fomenta los estereotipos racistas sobre los árabes, no hay ninguna duda de ello. Pero si mantenemos el silencio en torno a la cuestión dejamos el campo libre para los discursos más reaccionarios que puedan existir.

Porque cuando se trata del racismo en el Magreb, el asunto no es tanto “el Magreb” ni “los árabes” tomados en su conjunto, sino más bien la violencia y la discriminación que sufren las poblaciones negras. El análisis de Fanon desde el punto de vista de sus víctimas nos enseña que es inútil sostener que el racismo solo es una realidad de algunos pocos: quienes lo sufren son sin ninguna duda todas las personas que cayeron del lado malo de la barrera racial. Y esa realidad requiere la atención de todos y de todas.

1Modern Politics, PM Press, 2013

2Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina, artículo publicado en el libro coordinado por Edgardo Lande, La Colonialidad del saber: Eurocentrismo y Ciencias Sociales. Perspectivas Latinoamericanas, Caracas, CLACSO, 2000

3Capitalismo y esclavitud, Présence africaine, 1968

4Ilan Halevi, Judéophobie et islamophobie : l’effet miroir, Syllepses, 2015.

5David R. Roediger